A Donald Trump le gusta el miedo. Fue la plataforma que usó para llegar a la presidencia. En uno de los debates más memorables de la campaña, en octubre pasado, el mandatario prometió librar a Estados Unidos de “capos narcotraficantes” y de “bad hombres” que han venido a destruir el país con sus drogas, crímenes y violaciones. “Los vamos a sacar”, dijo.
Desde entonces, Trump ha estado construyendo una narrativa “americana” para unificar al pueblo estadounidense bajo su visión del mundo: los enemigos son los otros, las víctimas somos nosotros. Este es uno de los consejos que da en su libro The Art of the Deal, donde revela su estrategia para losnegocios: difunde tu lado de la historia. La prensa (y el público) siempre tienen hambre de una buena historia. Trata de que en ella predomine tu punto de vista. Y así empezó a crear nuevos enemigos.
Este pensamiento, no hay que ser naíf, no es nuevo. Siempre ha habido un 'You're either with us, or against us'. Pero antes este discurso se mantenía fuera del territorio norteamericano; hoy el enemigo está en casa. Tiene forma de musulmanes, de trabajadores extranjeros, de canadienses o mexicanos aprovechándose del NAFTA, de niños migrantes, etc. Y ahora le tocó el turno a los siempre sospechosos de todo.
Resulta que, para la potencia más grande y poderosa del mundo, El Salvador viene a ser una piedra en el zapato gracias a las pandillas, en especial la Mara Salvatrucha o MS-13. Lo crítico no es el comparativo, sino el hecho de echar en el mismo saco a todos y hacer una mixtura sin pies ni cabeza. Con su narrativa, la administración Trump no solo está criminalizando a los migrantes, sino el hecho de ser joven y de piel oscura.
El mensaje indirecto es que a los salvadoreños hay que tenernos miedo porque algunos (aunque para ellos todos) están en este país de forma ilegal. Aquí es donde la palabra ilegal se empieza a untar de retórica racial y se vuelve sinónimo de pandillero que viola, asesina y destruye vidas, como señala el cintillo de una nota editorial de The Washington Post.
“The weak illegal immigration policies of the Obama Admin. allowed bad MS 13 gangs to form in cities across U.S.”, dijo en un tuít tendencioso, el pasado 18 de abril, nacido con el único fin de abonar entre sus seguidores esa urgencia para construir el muro en la frontera con México. Dominar a los medios con una historia en la que el 'estilo de vida americano” –el de las libertades– está en peligro es el motor para justificar el odio hacia los “bad hombres”.
En discursos pronunciados en semanas recientes por el secretario de Justicia, Jeff Sessions, y el delegado de Seguridad Nacional, John Kelly, con el respaldo inmediato del presidente Donald Trump, durante una visita a esta frontera, los funcionarios declararon la guerra total a la MS-13 y prometieron que esta organización criminal transnacional será “desmantelada y erradicada de nuestras ciudades”. La Casa Blanca no solo eleva a las pandillas a un nivel de organización criminal mundial, sino que la compara con grupos terroristas como ISIS o Al-Qaeda.
Sessions, sin dar prueba alguna sobre sus palabras, argumenta que “estas organizaciones criminales transnacionales se enriquecen envenenando nuestras comunidades con el tráfico de menores con fines de explotación sexual e infligiendo horrible violencia en las comunidades en las que operan”. Para dar fuerza a su punto, la administración Trump ha habilitado un listado semanal donde se da un recuento de todos los crímenes cometidos por extranjeros peligrosos. Los pandilleros centroamericanos, desde luego, salen a relucir con los crímenes más atroces, matando el hecho de que la comunidad hispana es la menos propensa a romper la ley en suelo estadounidense, según datos del mismo gobierno.
El discurso sobre el nuevo enemigo ha causado descontento entre diversos círculos sociales no solo por lo irreverente de sus afirmaciones, sino por los datos alternativos dados a conocer al público. En especial cuando discursos como estos vienen a darse en El Paso, una ciudad de 892,695 habitantes donde el crimen violento ha caído de 457 crímenes en 2009 a 393 en 2014. Durante años, esta ciudad ha sido declarada la más segura entre las más populosas de Estados Unidos, según el Congressional Quarterly.
La tendencia se repite en otras ciudades fronterizas, ya sea por exceso de agencias policiales o militares –solo en El Paso hay unas 37 fuerzas del orden. Eso ha ayudado a que la gran cantidad de crímenes que se comenten en esta comunidad sean actos de violencia doméstica, incluyendo algunos casos de asesinato-suicidio vinculados a soldados de Fort Bliss, la base del ejército estadounidense de la ciudad, y la violencia aleatoria de pandillas.
Sin embargo, la administración Trump ha llamado a esta franja de ciudades binacionales hermanas una “zona de guerra”, donde las pandillas se han apoderado de la frontera y la tienen sitiada, según el discurso presidencial. Nunca antes la imagen del salvaje Oeste ha estado más viva que antes.
Y es que esta administración ha sabido explotar hasta extremos nunca antes vistos el miedo como arma política para acumular poder.
Revisemos: la amenaza en enero de un impuesto ajustado a la frontera (conocido también como BAT) para gravar los productos provenientes de México con el cobro de un porcentaje (primero del 20 %, luego moderado a un 4 %); también la presión de imponer millonarias multas a las empresas que decidieran no usar suelo norteamericano para realizar operaciones. Por otro lado, la reciente aprobación de un decreto de Trump para endurecer los requisitos para aplicar a una de las 85,000 visas para profesionales extranjeros que cubren plazas que no se pueden llenar de otra forma con mano de obra local. Las redadas y arrestos de 'dreamers' que se involucren en la defensa de los inmigrantes indocumentados y un largo etcétera.
La lista de medidas de bulling presidencial es extensa. Pero todas tienen un solo fin, el más mezquino de todos: el muro, del cual los expertos dicen que costará 21.6 billones de dólares y tomará tres años y medio construir.
Con el fallo de promesas tan importantes como la eliminación del Obamacare, la reforma fiscal, la destrucción de ISIS en 30 días con un plan ultrasecreto o el veto total a los musulmanes, el muro se ha convertido en el último cartucho de la Casa Blanca, y por ello insiste en su financiamiento y eventual construcción, al costo que sea necesario.
En la mente de Trump, el muro pondrá un alto al narcotráfico y al reino de terror de las pandillas. En la de los activistas pro derechos humanos, dicha estructura es la concreción de un nuevo apartheid.
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*Diego Murcia es escritor y periodista salvadoreño. Escribió para El Faro y La Prensa Gráfica. Posee una Maestría de Bellas Artes en Escritura Creativa por The University of Texas at El Paso y una licenciatura en Comunicación Social por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA). Vive en la frontera de El Paso (Texas) y Ciudad Juárez (Chihuahua).