El Ágora / Cultura

“Todos estamos condenados al olvido y todos seremos derrotados, pero hay derrotas peores que la muerte”

Del optimismo desbordante al pesimismo inconsolable pasó en 2016 el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, quien se ve navegando en marea baja para seguir con su trabajo. Los resultados de las votaciones populares en el mundo el año pasado -incluidos el ascenso de Trump y el 'no' de octubre en Colombia- le robaron el optimismo y, aunque entró en crisis respecto a la utilidad de su trabajo y el de otros intelectuales, salva a la literatura como refugio, como consuelo.


Lunes, 10 de abril de 2017
María Luz Nóchez

Quienes conocen al escritor colombiano Héctor Abad Faciolince lo describen como una persona que irradia paz, alegría, serenidad, optimismo. Nos recibe sonriente y nos cuenta su satisfactoria experiencia con las pupusas de ayote, loroco y chicharrón; la conquista fue tal que admite que son mejores que las arepas. Arranca la entrevista y dibuja líneas en su libreta. Verticales, horizontales, en diagonal, como marcando tono de las respuestas. Su aura, sin embargo, poco a poco empieza a verse opacada por una nube negra de desencanto. El origen: 2016. 'Después de lo que ha pasado últimamente, tengo la sensación de un fracaso del periodismo, de la novela, de los que nos pensábamos intelectuales con algún grado de influencia o de capacidad de cambiar, para lo que nosotros creíamos que era el bien, la manera de pensar de muchas personas', infiere.

El 2 de octubre 2016, en su Medellín natal, se quedó con la boca llena de esperanza. El mensaje que tenía listo para pronunciar una vez se hiciera oficial el 'sí' del plebiscito para validar el acuerdo de paz entre el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia fue reemplazado desde entonces por el desencanto. 'Mi perspectiva de futuro ha cambiado mucho, las derrotas del 2016 me han vuelto una persona mucho más pesimista y casi que más cínica también, más desencantada', se confiesa.

A medio camino de la entrevista, recostada la cabeza sobre su mano y brazo izquierdos, se agita el cabello y reconoce el tono deprimente de sus respuestas. Levanta la cabeza y cambia de tono, y recita la Parábola #4 de Antonio Machado a manera de consuelo y reafirma su confianza en la literatura.

Hector Abad Faciolince escritor colombiano nacido en 1958. Foto: Fred Ramos
Hector Abad Faciolince escritor colombiano nacido en 1958. Foto: Fred Ramos

Abad Faciolince llegó a El Salvador la última semana de marzo para participar en el conversatorio 'En el nombre del padre', en donde compartió micrófono con el periodista nicaragüense Carlos Fernando Chamorro y el empresario Alejandro Poma para contar el proceso de pérdida y perdón que habían experimentado, tras el asesinato de sus padres en medio de conflictos armados. El escritor colombiano contó su vivencia en su libro más vendido y reeditado El olvido que seremos, una novela testimonial que reconstruye la vida de su padre, Héctor Abad Gómez, un médico y defensor de los derechos humanos asesinado por los paramilitares. 'Sentí el deber de contar también esa historia que solamente yo podía contar. Quería contar sobre un hombre que me parecía particularmente bueno y optimista y alegre. Quería contar cómo él vivía la vida y, marginalmente, también cómo lo mataron y por qué lo mataron'.

Sobre esa construcción de memoria desde el activismo, la literatura y el periodismo habló en esta entrevista con El Faro en donde pese a estar convencido, por ahora, que cualquier acción que emprenda está destinada al fracaso, ha optado por 'fracasar con entusiasmo' y no quedarse cruzado de brazos en su casa.

No soy de la idea de que la literatura ofrece recetas, pero a partir de situaciones como las que describe y de cómo su libro ha sido muy emblemático para sociedades que han vivido conflictos militares, ¿cree que la literatura logra el cometido de transmitir paz y serenidad, o esa sensación predictiva? Ahora, con todo esto de Trump, muchos hacen referencia al 1984 de Orwell y de cómo el gran hermano se nos está haciendo cada vez más presente.
La realidad lo obliga a uno a replantearse lo que pensaba. Hace un año, cuando yo estaba optimista, la literatura, por mucho que digan que no, es una gran herramienta para que la gente se ponga en el lugar de los demás, entienda el sufrimiento ajeno, entienda el mismo sufrimiento, y es útil para el progreso de la humanidad. La novela ha sido una gran educadora de las clases medias, ha aumentado la compasión, la capacidad de sufrir con los demás, de ponerse en el papel del otro, ha aumentado la capacidad de empatía. Después de lo que ha pasado últimamente, tengo la sensación de un fracaso del periodismo, de la novela, de los que nos pensábamos intelectuales con algún grado de influencia o de capacidad de cambiar para lo que nosotros creíamos que era el bien, la manera de pensar de muchas personas. Tal vez hay una franja muy grande de la población de todos los países contemporáneos a la cual no le interesa para nada ni el periodismo serio ni la literatura, ni la verdad científica; sino que quieren vivir en su mundo de certezas autocomplacientes y autoalimentadas a través de las redes sociales por seguirle solamente a los que piensan como ellos. Y si la gente en el país con las universidades más desarrolladas del mundo, el país que desarrolló internet, piensa así, es como una sensación de que todo el esfuerzo educativo, todo el proyecto iluminista de que con buenas razones y buenos argumentos uno podía convencer a la gente... Tengo una sensación de fracaso horrible. 

Justamente por su forma de expresarse es que quería preguntarle si entonces este 2016 fue un llamado de atención de 'vámonos y el último que salga que apague la luz' o, por el contrario, una sacudida para que desde la palestra periodística, literaria, intelectual, nos pogamos creativos e insistamos.
Por eso, antes de morirnos, tratémonos de animar. Hagamos todo lo que hay que hacer, hay que luchar por usar las armas de ellos. Ellos usan armas de propaganda sentimental, efectista, mentirosa. Usemos también nosotros armas sentimentales y efectistas, pero no mentirosas. Hagamos todo lo posible porque también en las redes sociales se sepan otras verdades, no dejemos que se mueran periódicos alternativos, alcemos la voz. Listo, estoy de acuerdo con eso. Hagámonos matar. Pero no nos muramos sentados y encerrados en la casa. Puede que fracasemos, lo más probable es el fracaso, pero, decía Stevenson que nuestra misión en la vida no es triunfar, sino seguir fracasando con entusiasmo. Si vamos a fracasar, hagámoslo con entusiasmo.

Usted tiene distintas plataformas desde las cuales hacerlo: Twitter, sus columnas semanales en El País y El Espectador, sus libros...
Sí, he estado en unos meses muy malos, en los que sigo haciendo lo anterior pero por inercia, sin el convencimiento de antes de que de verdad podía servir para algo. Últimamente emprendo cosas casi que con el convencimiento del fracaso, pero sin que me importe. Por ejemplo, acabo de fundar hace siete meses una editorial en mi ciudad (Medellín), en la cual me voy a gastar todos mis ahorros. Con cierta sensación de que eso no va a funcionar, pero como un fatalismo que no me lleva a parar, sino que siento el deber de que tengo que hacer eso aunque fracase. Quiero publicar jóvenes escritores, a personas que todavía piensen que la literatura tiene un sentido. Aunque a veces me da la impresión de que los lectores y los que hacemos literatura nos estamos convirtiendo como en profesores de latín o de griego, como de un saber marginal del pasado de lenguas muertas, como si estuviéramos entrando en un período en el que lo nuestro es una cosa sin interés y de lenguas muertas. Al mismo tiempo, trato de usar otros métodos: el Twitter, un vídeo, un rap, lo que sea. (Suspiro) Hay que hacer un último intento. No me voy a quedar en la casa sentado. No tengo la esperanza que antes sentía, me cuesta mucho trabajo transmitir el optimismo que antes sentía, porque no lo tengo, no lo siento. Pero sí creo que trabajar, así sea hacia un triunfo muy poco seguro, es lo mejor. Hay momentos en que el mismo deporte le puede dar a uno una razón. Hay partidos muy raros en los que ya se ha acabado el tiempo y todo parece absolutamente imposible y se logra hacer un gol a los 95 minutos y todo cambia. 

Ha dicho que un escritor entiende la vida a través del cuento que le cuentan. El olvido que seremos, con más de 40 ediciones y traducido a ocho idiomas, se ha convertido, a su manera en el 'cuento' de muchos. ¿No lo llena de optimismo que las memorias de un ciudadano se hayan convertido en uno de los libros más vendidos y haya ayudado a comprender a muchos sus propias pérdidas?
He tenido muchísimos más lectores de los que nunca me imaginé. He ido a muchas más partes de las que nunca me imaginé. Ahora voy a presentar el libro en griego, en junio. Personalmente es muy satisfactorio; pero el título del libro no es muy optimista, el título del libro ya indica que todos estamos condenados al olvido. Que para allá vamos, o sea que, al final, la vida es una guerra perdida. En últimas, la gran derrota es la muerte. Y todos vamos a ser derrotados. Claro que hay derrotas peores que la muerte.

¿Como cuáles?
Por ejemplo, yo pensaba: la inmortalidad. Tantos que la buscan, pero que me toque la muerte a mis hijos, no. Regalo la inmortalidad, no quiero vivir eso. Hay cosas mucho peores que la muerte. Si a mí se me muere alguno de mis hijos antes de que yo muera, yo firmo para morirme mañana mismo y que eso no me toque. Entonces, tal vez la derrota suprema puede que no sea la muerte, sino una situación de vida absolutamente intolerable, indigna. Una situación donde te matan a tus hijos o donde te torturan, o donde no te permiten hablar, o donde te juzguen porque tu apellido es Abad y les suena a medio oriente, entonces ya... que a mí, cuando entro a Estados Unidos me preguntan 'Middle East origins?' ¡Y yo qué sé! No tengo ni idea si yo tengo Middle East origins, no me importa de dónde vengo. 

Héctor Abad Faciolince llegó a El Salvador la última semana de marzo para participar en el conversatorio
Héctor Abad Faciolince llegó a El Salvador la última semana de marzo para participar en el conversatorio 'En el nombre del padre', con el periodista nicaragüense Carlos Fernando Chamorro y el empresario Alejandro Poma. Cada uno compartió su experiencia en el proceso de pérdida y perdón, tras el asesinato de sus padres en medio de conflictos armados. Foto El Faro: Fred Ramos.

Usted fue uno de los principales voceros del 'sí' en el plebiscito para aprobar el acuerdo de paz entre las FARC y el gobierno colombiano en octubre pasado. Estaba invitado, de hecho, a pronunciar un discurso en la plaza destinada para eso en Medellín. ¿Qué significó enfrentarse con una Colombia que dijo 'no' a la paz?
Fue un golpe aterrador. Yo me esperaba que ganara Trump, el Brexit, pero no me esperaba que ganara el 'no'. Tal vez uno es mucho más miope con lo cercano. Fue un golpe incomprensible. Fue un golpe que incluso da la sensación de que lo que uno escribe, lo que uno dice -yo hice vídeos, artículos, hice hasta un rap-, no sirve. Fue muy triste. Cuando la democracia te derrota, así sea por un margen mínimo, hay dos opciones: uno desconoce la democracia y dice: la democracia es un engaño, o uno dice: me derrotaron los que pienso que no tienen la razón. Yo pensé que nos habían derrotado los que no tienen la razón. Pero luego, digamos, el triunfo de Trump me dio la visión de que ese año bisiesto 2016 estaba produciendo en el mundo unas locuras electorales de las cuales Colombia también formaba parte, y las consecuencias creo que las vamos a pagar muy caras. Colombia es un país marginal, no es tan importante, y creo que a pesar de la oposición de los del 'no', el acuerdo de paz, tal como quedó al final, va a seguir adelante. Incluso si gana la derecha que más se opuso al acuerdo de paz, no van a impulsar que la guerrilla vuelva a la selva y a las armas, porque la guerrilla tampoco quiere y sería una torpeza volver.

¿Cómo se repone un hombre que sufrió directamente la guerra, de este sentimiento de depresión, de desencanto ante una sociedad que vota por un no a la paz?
A nivel personal, siempre me he recuperado con el ejemplo de mi madre que ha sufrido cosas muy duras, y siempre ha mantenido la alegría y el optimismo. Siempre he sido también una persona bastante optimista, pero debo decir, sobre todo a partir del triunfo de Trump, mi desconfianza en la naturaleza humana ha crecido muchísimo, mi desconfianza en que la humanidad pueda volver a caer en los horrores del siglo XX o de los siglos anteriores se ha fortalecido, ahora no soy muy optimista. Las derrotas de 2016 me han vuelto una persona mucho más pesimista y casi que más cínica también, más desencantada.

¿Cómo perfilaría a esta sociedad colombiana que le dijo no a la paz y que dejó al descubierto, si bien por un margen muy mínimo, su polarización?  
Lo que pasa es que Colombia, incluso durante el conflicto armado, fue un país que siguió creciendo económicamente, que siguió teniendo esperanzas. Ahora con la firma del acuerdo de paz, con mayor razón, el país tiene un progreso muy lento, de una línea tan horizontal que es casi imperceptible. Sin embargo, en Colombia vienen disminuyendo los homicidios, sale gente de la pobreza extrema, entra una pequeña proporción de personas en la clase media. Eso a mí me permitía el optimismo. Pero la caída de otros países es lo que a mí me provoca ahora la sensación de que en cualquier momento podemos volver a caer tan bajo como en los años 90. No sé si será algo que me dicta la edad o qué, pero aún con todo el malestar que hay en muchas capas, la gente sigue pensando que es un país que va hacia adelante. Para mí estar con esa mayoría ya se me hace más difícil. Los colombianos siguen pensando que aunque venga un gobierno de derecha o de izquierda, las cosas van a salir para adelante. Yo ya no confío tanto.

Le preguntaba del optimismo porque me pongo a pensar, ahora que usted entró en una situación de cinismo hacia la generación actual en Colombia, ¿qué pasa si alguien que está haciendo sus pininos en la literatura llega a un libro como este, llámese autor, escritor, periodista, y se sorprende por la forma suya de transmitir el duelo, a partir de su literatura, y quiere retomarlo como modelo?
Es que uno puede dar la esperanza que no tiene, el optimismo que no tiene, ja, ja, ja… Para mí todo está en el relato, como me citabas antes, yo no quisiera darle a mis hijos este relato de la vida y este relato del futuro. Yo quiero que mi hija, que hace cine, haga cine con la esperanza de que esas películas tan bonitas que ella va a hacer tienen sentido. Y quiero que mi hijo que es arquitecto construya lo que vaya a construir, en urbanismo, o en casas de interés social, con la esperanza de que eso va a mejorar la vida de las personas. La sensación de que todo está jodido y todo va mal, eso me parece estar oyendo a Fernando Vallejo, un escritor colombiano para el que todo es una mierda. Y para mí no todo era una mierda. Será la vejez, será el odio, no sé qué pasa; pero no… confiemos en que vamos a salir de esto. ¡Ah, qué frase tan pendeja! Ja, ja, ja, ja... no confío en nada.

¿Ni en la literatura?
Cuando yo estaba muy mal en la vida, en crisis, me repetía un poema de Machado que siempre me consolaba, que es:

“Sabe esperar, aguarda que la marea fluya
-así en la costa un barco- sin que el partir te inquiete.
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;
porque la vida es larga y el arte es un juguete.

Y si la vida es corta
y no llega la mar a tu galera,
aguarda sin partir y siempre espera,
que el arte es largo y, además, no importa”.

Todavía me consuela ese poema. La literatura sí sirve. Hay que esperar, hay que esperar. En este momento estoy viendo la marea más baja que nunca, hay que esperar, aguarda que la marea suba y el arte es largo. Uno debe hacer lo mejor que pueda y además no importa. Si uno acaba perdiendo, además no importa.

Y desde el lado de quien escribe, ¿para qué sirve la literatura? ¿El olvido que seremos le ayudó a procesar mejor la muerte de su padre?
Yo no lo escribí para eso ni por eso. Lo escribí porque se me estaba olvidando la historia, porque se estaban olvidando de mi papá en todas partes y porque me parecía importante que yo, que me había dedicado a escribir, como oficio, tenía el deber de contar también esa historia que solamente yo podía contar. Además se la quería contar también a mis hijos que no habían conocido a su abuelo y quería que ellos supieran esa historia. Básicamente fue eso. Quiero contar algo que se me está olvidando, quiero contar sobre un hombre que me parecía particularmente bueno y optimista y alegre. Quiero contar, él cómo vivía la vida y marginalmente, también cómo lo mataron y por qué lo mataron. Eso lo hice con esos fines, digamos, modestos, humildes y a mí me sirvió y me ha traído solo cosas buenas. Y si estoy en El Salvador hoy y probé las pupusas es gracias a ese libro y a nada más. Gracias a mi papá, a que escribí una biografía de mi papá, a que a la gente le gustó el personaje porque era alegre, se carcajeaba solo, lleno de optimismo.

Pero creo que también otro de los elementos importante para el éxito de este libro ha sido la manera en la que usted logró transmitir el duelo. 
Sí. Pues yo pensaba que era un libro muy triste y uno de mis amigos al que está dedicado el libro, que después se murió, Alberto Aguirre, me dijo: 'Este libro no es nada triste. Es un libro que a lo mejor te entristecía a ti mientras lo escribías'. Pero al final no deja una sensación de tristeza. Deja una sensación jubilosa, como de triunfo de la alegría y de la vida contra los que defienden la muerte. Digamos que ese es el triunfo de ese libro, que a través de la tristeza deje una sensación de triunfo de la vida y del triunfo de la alegría. Lo escribí hace 12 años, se publicó hace 10, y, bueno, siempre lo había tomado más o menos así, con esa misma alegría. Últimamente me cuesta más. Uno de mis ejemplos para escribir ese libro era Primo Levi, que sobrevive al campo de concentración de Auschwitz y escribe Si esto es un hombre unos años después porque quiere que eso se sepa. Yo también quiero que esto se sepa. No lo estoy comparando con el Holocausto judío que fue una cosa mucho más aterradora; pero fue una cosa horrible, personal y familiarmente. Yo no creo que Primo Levi haya escrito su libro con mucho optimismo, de hecho acabó suicidándose. Escribió su libro pensando que tal vez ese testimonio podía servir para que algo así no se repitiera. Es como si Primo Levi hubiera visto de nuevo el ascenso de cierto tipo de fascismo, 10 años después de la publicación de su libro. Creo que la sensación de él tenía que ser una sensación también de derrota. Pero bueno, sigamos escribiendo artículos, crónicas, todo lo que se pueda. Pero la sensación no es agradable.

Del optimismo desbordante al pesimismo inconsolable. Así transformó 2016 al escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, que por dice sentirse navegando en marea baja para seguir haciendo su trabajo.  Foto: Fred Ramos
Del optimismo desbordante al pesimismo inconsolable. Así transformó 2016 al escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, que por dice sentirse navegando en marea baja para seguir haciendo su trabajo.  Foto: Fred Ramos

También leí por ahí que usted nunca está escribiendo un solo libro, sino que está como barajando distintas ideas. Pero con la marea baja, como la describe ahorita, ¿cuál es el panorama para los próximos años?
Siempre he escrito con mucha dificultad. No porque me cueste el acto mismo de la escritura, eso lo hago rápido y con soltura; pero he escrito con dificultad en el sentido de que es muy difícil que me guste el resultado. Tengo muchas crisis. El año pasado tuve una beca en Holanda, estuve seis meses escribiendo un libro nuevo. Escribí muy concentrado, avancé mucho, hice un primer borrador. Y de pronto, al final, el libro como que se me desmoronó. Por muchos factores. Entonces, desde julio del año pasado ese libro está guardado, no he vuelto a leer esa novela. Ahora, me van a dar como otra especie de beca en Francia, entonces voy a ir a ver si después de estos meses que han pasado la novela me gusta. Si no me gusta, se va pal'carajo y empiezo otra cosa... Prefiero no publicar nada, prefiero no recibir algún anticipo, a que el libro no me guste. Quiero salir a las entrevistas optimista y no venir a una entrevista y decir 'no, este es un libro de mierda, para qué lo van a leer, no sirve para nada, es una tontería, una vergüenza haber publicado este libro'. Ja, ja, ja.

¿Cree que el sentimiento de derrota esté incidiendo mucho en su forma de escribir? Este es un libro que desde el año pasado está guardado, un año en el que su optimismo se vino en picada.
Sí influye, pero lo bueno es que cuando uno está muy feliz, mide la felicidad y no escribe nada. Cuando uno está muy feliz, una buena manera de evadir la infelicidad es escribiendo. Entonces, la condición del pesimismo y de la infelicidad es mejor para escribir. Yo no estoy infeliz, estoy pesimista. Si estuviera más infeliz, tal vez escribiría mejor, ja, ja, ja… Es que la euforia es una dicha, uno siempre goza, es como estar en un río cristalino y nadar con la persona que uno ama. Y qué dicha tomar vino y comer y besarse y hacer el amor... ¡Ah!, escribir en esas condiciones es lo mejor. 

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