Columnas / Desigualdad

Cuatro causales por la vida


Martes, 9 de mayo de 2017
Benjamín Schwab

No estoy a favor del aborto. Punto. No quiero la muerte. No me gusta la idea de terminar con una vida humana que se está gestando (y estoy casi seguro de que a nadie le gusta eso). Pero tampoco puedo querer que, en un juicio altamente dudoso, una mujer sea enviada a la cárcel durante 30 años por homicidio agravado tras perder a su bebé y ser acusada de realizar un aborto que nunca se probó.

¡Claro que soy provida! Estoy a favor de la vida. Amo la vida y el milagro del nacimiento me parece lo más grande y bello que pueda existir. Y esto lo digo hoy, a pocos días de ser padre, con más sentimiento aún. Es más, llevo ya unos meses descubriendo lo que implica ser papá, pues este pequeño ser de alguna manera ya está con nosotros. Crece, se mueve, da pataditas en la panza de su mamá y por ratos, desde ya, nos quita el sueño. Está, además, preparado el cuartito, la cuna, organizado el baby shower y toda la familia espera la llegada de nuestro bebé con ansias.

Pienso y siento que el inicio de la vida está estrechamente vinculado con el final de la vida, con la muerte. Son dos acontecimientos opuestos que a la vez se condicionan. Por eso, en este tiempo, mi esposa y yo hemos hablado mucho sobre el tema del aborto, más aún en el contexto de la actual discusión de su posible despenalización en El Salvador, vinculada a los cuatro causales.

Soy cristiano y, más específicamente, soy católico practicante. Por lo general esto último no suelo enfatizarlo mucho, porque pienso que no hace falta. Pues valen más los hechos que las declaraciones. En este caso particular, sin embargo, por lo polarizado y moralmente cargado que es este debate en El Salvador, me parece sensato mencionarlo.

Muchos argumentan que no se debe de meter a Dios, a la religión, a la Iglesia o a la moral en esta discusión, porque esto no tiene cabida en un estado laico. Y de hecho, la experiencia demuestra que hacerlo, a menudo, termina en fundamentalismos que imposibilitan cualquier diálogo o entendimiento. Yo creo que desde la fe cristiana sí se puede y se tiene que decir algo frente a un tema de vital importancia, ya que esta fe sigue orientando, de alguna u otra forma, la vida de muchísimos salvadoreños. Lo clave es hacerlo con humildad y respeto hacia quienes piensan diferente.

Para mí, ser cristiano es, mucho antes de seguir una doctrina y repetir un credo, asumir un compromiso. Un compromiso con los demás y con la humanidad, buscando el bien y la justicia. Como cristianos estamos llamados a estar en el mundo, es decir a involucrarnos en el ámbito público y político para transformarlo y para humanizarlo. Estamos llamados a ser críticos, a contextualizar y a reconocer los signos de cada tiempo . A partir de ahí hago esta breve reflexión.

Ahora, en ese ejercicio de voltearme hacia los demás me doy cuenta de que realmente no muchos viven como yo. Reconozco que vivir en una zona bastante tranquila, tener un trabajo seguro y tener acceso a servicios de salud de calidad es un tremendo privilegio en este país. Poder vivir con la persona que amo y esperar a nuestro primer hijo con emoción, rodeado por una familia que nos apoya, es un regalo aún mucho más grande.

Tener una vida relativamente cómoda en El Salvador es un privilegio porque la gran mayoría de la población, sobre todo la femenina, vive un drama totalmente diferente. Muchas mujeres habitan en una vivienda precaria, apenas estudiaron hasta sexto grado, no tienen un trabajo formal, sufren violencia en la calle y en la casa, están casadas contra su voluntad, son abusadas y violadas o su embarazo peligra por no recibir una atención médica adecuada.

Ante esto, ¿cómo podemos juzgar a mujeres que viven en condiciones tan difíciles? ¿De qué podemos acusarlas? El mundo no es blanco y negro. No es o “provida” o abortista. Y lo uno no es necesariamente cristiano y lo otro ateo. En el mundo hay que matizar.

Las mujeres encarceladas en El Salvador por supuestos abortos, quienes han cobrado una triste fama a nivel internacional como “Las 17”, son todas ellas pobres. No hay en El Salvador ni una mujer de clase media o alta condenada por aborto (o delitos similares). ¿Por qué? Por el simple hecho de que quien pueda pagarlo se va a otro país para realizarse un aborto discreto y seguro. Si bien no hay datos duros sobre este fenómeno (por aún tratarse de un delito), sé de una docena de conocidas que viajaron a Ciudad de México para practicarse un aborto, o que tomaron misoprostrol (un medicamento que genera contracciones) vendido por 300 dólares. Todos estos casos ocurrieron en familias muy acomodadas, entre ellas varios hogares ultra católicos, donde es mal visto que la hija quede embarazada fuera del matrimonio o un embarazo temprano interferiría con su proyecto de estudios.

La legislación actual lejos de perseguir y evitar el aborto promueve profundas desigualdades e injusticias. Criminaliza las emergencias obstétricas de las mujeres pobres en El Salvador (como es el caso de “Las 17”); o en el caso de que una mujer realmente decida abortar, la legislación provoca la migración de salvadoreñas o la práctica de abortos peligrosos en la clandestinidad.

El problema es que mientras la ley pretende ser igual para todos, las condiciones de vida no lo son. Esto lleva a un problema todavía más grave ya que en la práctica la ley no se aplica de forma igualitaria.

La ley actual, tan defendida por grupos llamados “provida” ni siquiera salva vidas. Hay estudios que presentan indicios de que la prohibición absoluta del aborto no disminuye los casos de aborto y hay evidencia científica de que, al contrario, incrementa la tasa de mortalidad materna por abortos inseguros.

Aunque “Las 17” no son formalmente condenadas por aborto, porque no hubo evidencia suficiente, lo son simbólicamente. Condenadas por homicidio agravado son la picota de una sociedad anti vida cuyos representantes no hacen el esfuerzo por ocultar su morbo y piden el aumento de pena a 50 años .

Y ahí frente a la picota, en la primera fila, los que se llaman cristianos deberían de escuchar la voz de Jesús. Un Jesús quien dice a la multitud que está por apedrear a una mujer: “El que no tenga pecado, tire la primera piedra” (Jn 8,7).

Libre de pecado no hay nadie en este país, que es un paraíso para los violadores . En esta sociedad que es asquerosamente machista en cada uno de sus rincones, donde la vida de un hombre no vale nada y la de una mujer infinitamente menos a todos nos toca algo de responsabilidad. Todos somos corresponsables de los abortos clandestinos que se practican en el país y de los presuntos abortos, porque cerramos los ojos ante el abuso sexual con tal de que no hablen mal de nuestra familia. Porque como Estado hemos fallado en llevar buenos servicios de salud y educación sexual a nuestras comunidades. Somos corresponsables porque los políticos que hemos elegido prefieren hundirse mutuamente en vez de trabajar por el bienestar de la gente.

La reforma al artículo 133 del Código Penal que se discute actualmente en la Asamblea Legislativa y propone despenalizar el aborto bajo cuatro causales (cuando el propósito es salvar la vida de la mujer gestante; cuando el embarazo es producto de una violación sexual o trata de personas; cuando exista una malformación del feto que haga inviable la vida extrauterina; cuando el embarazo es resultado de violación o estupro en el caso de una menor) hace justamente eso. No pretende promover el aborto, no apunta a un libertinaje total, a un relativismo moral. Lo que busca la reforma es proteger a las mujeres más vulneradas de nuestra sociedad. A las que no pueden esperar con ansias al hijo que llevan en su vientre, porque esa vida no es viable, porque pone en peligro sus propias vidas y familias, o porque han sido víctimas de las peores formas de violencia que existen. ¡Ojo! La reforma al artículo 133 del Código Penal, si llegase a ser aprobada, no incitaría, ni mucho menos obligaría, a la interrupción del embarazo, solamente dejaría de penalizarlo.

Entendemos que las cuatro causales abordan casos límite que pondrían en peligro la vida o la integridad física y psíquica de la mujer. Desde la moral cristiana podemos argumentar, entonces, que la interrupción del embarazo, aunque no dejaría de ser un mal, sería un mal menor a las consecuencias fatales que la no interrupción e incluso el encarcelamiento tendrían para la mujer y su familia.

Luego, es complicado hablar de pecado en este contexto. Formalmente, para que haya un pecado se necesita actuar con libertad y deseo expreso. Es casi cínico decir que mujeres que se ven forzadas a abortar en las circunstancias descritas, donde nadie las ayuda y no tienen alternativa, actúen con libertad.

Por eso, quienes exigen mandar presa a una mujer por un supuesto aborto no son provida y dudo mucho de su ser cristiano.

Provida es exigir una educación sexual integral para todos los niños antes de entrar en la adolescencia para que puedan aprender a protegerse, a respetarse y a hacerse respetar. Provida es ocuparse de facilitar servicios de salud y de prevenir embarazos no deseados sobre todo en las comunidades más marginadas. Provida es acompañar psicológicamente a todas las mujeres que han sufrido violencia. Provida es perseguir a los violadores en vez de las víctimas. Provida es empezar a educar a los hombres para que no se vuelvan violadores.

Ojalá podamos como sociedad aprender a matizar, a ser sensibles para la realidad de vida de los demás, a mirarnos con ojos de misericordia en vez de odio. Si luego alguien quiere llamarse “provida”, adelante.

*Benjamin Schwab estudió teología y ciencias sociales en Alemania, Los Países Bajos y El Salvador. Ha trabajado como investigador y consultor en temas relacionados al desarrollo, la construcción de paz y los derechos humanos en cuatro continentes. Actualmente vive y trabaja en San Salvador.

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