Sala Negra / Violencia

“A Rudi lo agarró la jura, lo van a matar”

El pasado 16 de abril, policías del puesto rural de San José Arriba, La Paz, dispararon y retuvieron durante horas a un adolescente herido. Se trata de un ex pandillero del Barrio 18 Revolucionarios a quien la Policía acosa desde hace meses. El Faro sigue la historia de Rudi desde hace un año. Esa noche, dos periodistas de este medio llegaron a la escena donde Rudi, atrapado por los policías, acababa de desaparecer. Esta historia se reconstruye gracias a mensajes telefónicos desesperados que fueron enviados por su familia, a un encuentro con los policías esa noche y, finalmente, a la voz del muchacho, que la Policía trató de ocultar durante días.


Lunes, 15 de mayo de 2017
Óscar Martínez

“Lo agarró la jura

Lo van a matar

Ya lo ayaron

Xfa vengan ya”

Recibo esos mensajes en mi teléfono a las 8:38 de la noche del 16 de abril. Fred Ramos, el fotógrafo, acelera el carro. Estamos en una carretera secundaria de Zacatecoluca, dejando atrás montes y barrancos. Los mensajes los escribió Herber, el hermano mayor de quien ha sido detenido. Intentamos llegar antes, pero no fue posible. La Policía ya tiene a Rudi.

Rudi lleva más de tres horas sangrando. Un policía logró asestarle un disparo en el abdomen cuando él intentaba huir saltando un muro.

Rudi es un muchacho que tiene 16 o 17 años, nadie lo sabe con exactitud. No tiene partida de nacimiento ni identificación ni nada. Es uno de 14 hermanos. Entre ellos, una niña que murió de quién sabe qué: calentura, dicen. Temblores, dicen. De su familia, dos hermanos mayores están presos. También su mamá está presa. También su padrastro está preso. Y su hermano Herber salió libre hace unos meses, tras cumplir su condena por extorsión. De todos los hermanos, solo Rudi, que es alcohólico desde los 9 años, se integró a una pandilla. Rudi entró al Barrio 18 Revolucionarios cuando tenía unos 13 años. A su corta edad, ya fue miembro y ya es retirado de una pandilla. Para muestra de ello, Rudi solicitó estar aislado cuando lo encarcelaron el año pasado acusado de una extorsión de 40 dólares. Aún enfrenta ese juicio, pero lo hace en libertad. Pidió estar separado de sus exhomeboys porque sabe que esa ya no es su familia.

“Hablá, compadre, que a matarlo van esos malditos. Hablá para la Policía o a donde putas querás, pero a matarlo van”, pedía Herbert, en mensaje de voz, a las 8:22 de la noche, cuando aún no llegábamos al desvío de San Pedro Nonualco.

Conozco a Rudi desde hace casi un año. Es mi fuente. Es un adolescente que no sabe leer ni escribir. Lo he entrevistado unas 10 ocasiones para hablar sobre su vida. Construyo un perfil sobre él y las circunstancias que lo llevaron a convertirse en delincuente. ¿Por qué entró a la pandilla? ¿Qué le dio la pandilla? ¿Qué le quitó? ¿Cómo era su vida antes de la pandilla? ¿Cómo es su vida después de la pandilla? ¿Hay vida después? Desde que lo conozco, Rudi huye. No duerme en la casa donde vivía su madre, un cascarón de cemento al lado de la carretera. Tampoco vive en la champa que sus hermanos construyeron al lado de la casa de su hermana mayor, en medio del monte. Vive a veces en el monte, a veces en alguna casa abandonada o en una pila que unos cerdos ocupaban como abrevadero. Huye porque, aunque él se ha presentado a todas las audiencias por su caso de extorsión, algunos policías del puesto rural de San José Arriba, que atiende el cantón Santa Teresa, han prometido matarlo. Lo han dicho a quien puedan: a sus hermanos, a quienes suelen sacar de su casa a media noche y torturarlos retorciéndoles los brazos o dándoles pechadas. También se lo han dicho a varios vecinos que lo cuentan en medio de ruegos de no publicar sus nombres. Pero quienes más sufren el acoso son los hermanos de Rudi. En varias ocasiones les han repetido que en cuanto encuentren a El Cora lo van a matar, que lo entreguen si no quieren que a ellos les ocurra algo. El 17 de febrero, por ejemplo, Herber, me contó por mensaje que habían detenido a su otro hermano, Edwin, de 19, y cómo lo habían golpeado. Tres policías lo llevaron detenido esa tarde hasta la champa, donde además viven apretujados otros cinco niños de entre 7 y 13 años. 'A Edwin le zamparon unas pechadas. A mí, dos pechadas. Y anduvieron tomando fotos y nos dijeron que entregáramos a Rudi, porque ellos lo querían matar', escribió Herber aquel día a las 6:54 de la tarde. A las 8:38 de la noche, Herber volvió a escribir: 'Sacaron a Edwin. Ayudalos Xfa Lo van a matar'. Los policías se habían llevado a Edwin a un lugar solitario, y 'le dejaron el pecho hinchado y casi le quiebran un brazo'. Estos ataques y amenazas son constantes. Herber, Edwin y sus hermanos pequeños viven cada noche en zozobra, escuchando sonidos, esperando que los policías rurales vuelvan y los torturen de nuevo.

Incluso su madre, la madre de los 14, que también enfrenta un juicio por extorsión, me contó cuando estaba libre que en junio de 2016 varios policías llegaban constantemente a su casa a revolverlo todo con la excusa de buscar a Rudi. 'Trate de llevárselo, porque aquí se lo vamos a matar', le advirtió un policía rural tras un registro. 'Si lo mata, traiga la caja', respondió su madre.

Rudi huye sin deber nada a la justicia. Él se ha presentado a todas las audiencias de su caso voluntariamente. Lo que ocurre es que los policías del puesto rural de San José Arriba son algo muy distinto a la justicia.

Es complicado atribuir las razones de la obstinación de estos policías con Rudi, pero hay algunos hechos que definitivamente forman parte del porqué. Rudi ha sido durante meses el único expandillero o pandillero vivo que queda en el cantón. Poco a poco murieron todos, más de 10, a manos de policías: en supuestos enfrentamientos, aunque los vecinos aseguran que algunos fueron arrestados y subidos a una patrulla para luego aparecer cadáver en alguna vereda. Rudi es el último. Y es el último después de dos años en que el Gobierno soltó riendas a los policías en un intento desesperado por neutralizar la actividad criminal de los pandilleros. En 2015, que terminó con el asesinato de más de 60 policías a manos de pandillas, la Policía comenzó a contar como éxitos las cifras de pandilleros -a veces en realidad no eran pandilleros- muertos a balazos a manos de agentes de la institución. Muchos agentes se tomaron su tarea de neutralizar a las pandillas como algo personal, y sustituyeron su objetivo de hacer cumplir la ley por el de exterminar a sus enemigos. Hay otro factor: Rudi estuvo junto a quien fuera su superior jerárquico, su palabrero, José Kenedi López, conocido como Mono, un pandillero de 27 años, cuando este ya era el único pandillero que quedaba, aparte de Rudi. En agosto de 2016, Mono logró escapar de los policías rurales mientras veía un partido de fútbol en la cancha de Santa Teresa. Escapó disparando, e hirió a un policía. Rudi estaba con él y escapó también.

Y, finalmente, está el argumento al que Rudi da más peso. El 15 de febrero de 2016, la Policía informó que, tras un enfrentamiento armado, tres pandilleros murieron esa madrugada en un terreno de la iglesia de Santa Teresa. Quedaron a un costado del templo, en un solar, dentro del muro perimetral. La versión oficial fue que vecinos llamaron para alertar de cuatro pandilleros armados en la calle, la Policía respondió, y los cuatro huyeron y saltaron el muro para refugiarse en la iglesia. Los policías los siguieron y empezó la balacera donde los policías ganaron con contundencia: 3 muertos a 0. Y uno que escapó. Esa fue la versión oficial. Pero los familiares de los muertos y vecinos de la iglesia dijeron otra cosa: que los pandilleros dormían adentro y así se protegían de la Policía, pero alguien avisó, y los policías llegaron, entraron, dominaron a los pandilleros, los torturaron y, después, los mataron. Un vecino me dijo, cuatro meses después del hecho, que primero llegaron unos policías, saltaron el muro. Luego abrieron el portón y entraron otros policías. Luego se escucharon los disparos.

Rudi estaba en el lugar aquella noche. Asegura que en un momento se levantó a orinar. Se alejó unos 50 metros del templo. Recuerda que cerca de donde orinó acumulan hojarasca y basura para después quemarla. Eso concuerda con lo que se observa en estos días: ahí suelen acumular un montículo de basura para prenderle fuego. Entonces escuchó a los policías entrar. Se escondió entre las hojas. Vio, dice, cómo torturaron con cuchillos a sus homeboys. Dice que a uno lo lanzaban desde un muro (de unos dos metros) una y otra vez. Lo levantaban, caía y tronaba. Luego, recuerda Rudi, llegaron otros policías. La tortura siguió. Hasta que en un momento, acostados, los ejecutaron a balazos. Luego, sacaron armas de unas mochilas y las ubicaron junto a los cuerpos. Entonces, Rudi vio su oportunidad y corrió hacia la parte de atrás de la iglesia. Hubo algarabía. Lo vieron huir. Desde aquel día, dice Rudi, empezaron a buscarlo en todas las casas donde podría estar. Desde aquel día, recuerda su familia, empezaron las amenazas de muerte.

El 21 de junio de 2016, mientras caminaba a la entrada del pueblo con otros feligreses para recibir a un cura que los visitaba, detuve al sacerdote de la iglesia del cantón. Su habitación está justo detrás del templo, justo frente a donde los policías, según Rudi, torturaron. Le pregunté qué pasó esa noche. Dijo que no sabía, porque los policías lo habían sacado del terreno. Su cara estaba pálida. Arriesgué y le dije mi teoría: 'Creo que usted sabe lo que pasó, sabe que no fue un enfrentamiento, y tiene miedo de decirlo'. Decir que su respuesta fue inquietante es quedarse corto. Dijo: 'Pasaron cosas. Mi misión es evangelizar. Esperamos que esas cosas no se repitan'.

El cura siguió su procesión. Una feligrés de unos 40 años que había escuchado el intercambio se separó de la marcha. Se acercó a mí y susurró: 'Aquí solo los agarran y los matan a balazos. No se llevan a nadie'.

El 28 de octubre de 2016, el periódico estadounidense The Washington Post publicó una historia titulada 'Lo que tenemos ahora es una guerra civil'. La historia se ambienta justamente en el cantón Santa Teresa, donde voces de vecinos denuncian ejecuciones extralegales de parte de los policías rurales, una especie de estrategia de asesinatos presentados como enfrentamientos para acabar con la clica a la que perteneció Rudi. 

—¿Dónde estás, compadre? Respóndeme, por favor —mensaje de Herber a las 8:23 de la noche.

Ahora sí le respondo. Le digo que estamos a punto de llegar, que salga a la carretera. Aprovecho los últimos minutos para llamar a la subdelegación policial de Santiago Nonualco, de la que depende el puesto rural de San José Arriba. Dicen que no tienen ningún reporte de la detención de un adolescente herido de bala. Llamo al puesto de San José Arriba. Una mujer me dice que tampoco tiene ningún reporte de ninguna detención. 'No hay ninguna novedad', dice. Rudi está solo desaparecido. No hay registros de su detención. 

En la carretera que atraviesa el cantón Santa Teresa esperan Herber, Edwin y Jessica, su hermana mayor.

Suben rápido al carro y cruzamos hacia una zona polvorienta del cantón, una calle que termina más allá en veredas y una quebrada. Ahí, dicen, entró la patrulla motorizada que se llevó a Rudi. Avanzamos pocos metros y vemos cómo la patrulla sale de la calle. Van al menos 12 policías en el automotor, la mayoría, en la cama del pick up. Nos ven y pasan de largo a toda velocidad. Entonces, empieza una escena absurda. La patrulla cargada de policías con gorros navarone acelera para dejarnos atrás, en medio de la carretera oscura, en dirección a San José Arriba. Un Toyota Yaris 2002 con dos periodistas y tres familiares de un expandillero persiguen a una patrulla policial en la zona rural de Zacatecoluca.

A media carretera, la patrulla se detiene de súbito. Uno de los policías rurales ha perdido su sombrero por el viento. Se bajan tres. Dos apuntan con sus fusiles al carro que va detrás. Grito, carné en mano, que somos periodistas, que seguimos la historia de un muchacho que han detenido y que está baleado. Los dos que apuntan solo dan una orden: 'No se acerquen al pick up'. Los demás han rodeado la cama del pick up y se sientan en el borde de ella. Tres de ellos, con sus piernas, tapan el número de patrulla de la compuerta trasera de la cama del pick up. El del sombrero es el único sin navarone. Se acerca al Yaris para recoger su prenda. Desde el carro, la familia de Rudi grita al reconocerlo: 'Él, él es uno de los que se lo llevó'.

—Buenas, oficial. Prensa. ¡Prensa!

—¡Ahorita no, ahí quédese!

—Somos periodistas de El Faro. Sabemos que ha habido un operativo y nos hemos hallado a esta gente que dice que se han llevado arrestada a una persona.

—No. Negativo. No hemos detenido a nadie. A nadie.

—Él es Fred Ramos, fotógrafo —explico.

—¡Ahí quédese, no avance más! —grita uno desde el pick up.

—No hay novedades, no hay nada —continúa el del sombrero, y luego los demás gritan desde el pick up:

—¡Vámonos, vámonos!

—¿Quién les dio la información? —sigue el del sombrero.

—Tenemos ratos viniendo a trabajar a esta zona —respondo.

—Sí, pero no hay nada, camarada.

—¿Y de dónde venían ahorita, oficial?

—Patrullaje preventivo.

—Mi nombre es Óscar Martínez, del periódico El Faro. Su nombre, ¿lo puedo saber?

—No —dice, cortante, y entonces le pregunto por su número de identificación dentro de la Policía.

—¿Su ONI?

—Tampoco.

—¿Y por qué no le podemos pedir su identificación, oficial?

—¿Y por qué? ¿Usted trabaja igual que yo? ¿Usted es agente?

—No.

—Vaya, ¿y entonces?

—¡Vámonos, dejalo, vámonos! —gritan los de la patrulla.

Sube. Se van.

Nosotros, intuyendo que en el puesto, que es probablemente desde donde les advirtieron de nuestra presencia, nos darán el mismo tipo de respuestas, regresamos. Herber pide que nos internemos en la oscuridad de donde salió la patrulla cuando nos la encontramos.

Perros ladran. Herber grita: '¡Malditos, ya lo mataron, malditos!' Entramos en una vereda angosta de tierra marcada por llantas que han surcado un camino que llega hasta una quebrada. Herber y Jessica golpean algunas puertas de casas aisladas. Gritan algunos nombres. A los 15 minutos sale, asustada, una señora.

—¡Por el amor de Cristo, ayudame! Solo decime si pasaron los de la Policía para buscar el cadáver por allá —pide Jessica, la hermana mayor de Rudi, a la mujer que sale a atender.

—Perdón, pero yo no les puedo decir nada —se excusa ella.

—¡Por favor!

—Una patrulla estuvo por la quebrada, parada. No me metan, yo no quiero nada —añade la mujer, antes de volver a encerrarse en su vivienda.

Los hermanos de Rudi están convencidos de que está a punto de encontrar su cadáver.

Herber corre hacia la quebrada seca, alumbra la noche con el tenue resplandor de su teléfono. Corre en círculos. Se mete en un terreno. Se asoma a un pozo.

—¡Malditos! —grita en la oscuridad.

Decidimos irnos. La familia de Rudi teme que los policías vuelvan y 'hagan algo'. Llegamos a la casa de Herber. La puerta está forzada, los cuartos están hechos un desastre. Han volcado todo. Los policías rurales estuvieron aquí también.

Lo que pasó antes

Este mismo 16 de abril, antes de que Herber pidiera auxilio por teléfono, policías balearon a Rudi cuando se bañaba en un río alrededor de las 4:30 de la tarde. El disparo le atravesó el cuerpo en el abdomen bajo. Rudi, como ha hecho desde hace casi un año, huyó al ver policías. Sabía que no querían arrestarlo, sino matarlo. Rudi ha ido a dos audiencias por su voluntad desde que salió libre, y si los policías quisieran arrestarlo por algún delito, han tenido oportunidades.

Rudi los vio desde el río. Corrió. Saltó un muro y estando sobre el muro le asestaron el tiro. Siguió corriendo, saltando muros. Se escondió en una casa, pero los policías llegaron. Volvió a correr, a saltar. Cuando ya no supo a dónde más ir, fue a casa de su hermana mayor. Él había decidido ya no presentarse por ahí para no meter en problemas a su hermana y su familia. Hasta ahí llegaron sus dos hermanos, Herber y Edwin. Hasta ahí, cerca de las 8 de la noche, llegaron alrededor de siete policías a los que toda la familia identificó como rurales del puesto de San José Arriba, los mismos de la patrulla que, minutos más tarde, huiría de nosotros. Edwin fue apartado de la casa y torturado para que dijera dónde estaba su hermano. Pero en el registro del perímetro, un policía encontró al herido Rudi. Lo habían escondido debajo de un palo de jocotes. Perdía sangre, pero su familia no tenía cómo sacarlo a un hospital. Tras saber que los rurales lo querían, todos los vecinos que tienen carro se habían negado a ayudar.

Nosotros íbamos justo a eso, a llevarlo a un hospital, cuando la Policía lo encontró y se lo llevó. Entonces, llegó aquel mensaje de Herber.

'Lo agarró la jura

Lo van a matar

Ya lo ayaron

Xfa vengan ya'.

Desde el camino, después de ese mensaje, llamamos a varios puestos policiales. Los movimientos de los policías tras la captura fueron poco transparentes. No lo llevaron a ningún puesto ni subdelegación. No lo llevaron al hospital de Zacatecoluca sino alrededor de dos horas después de la captura. Aun cuando había sido llevado al hospital, en el puesto de San José Arriba y en la subdelegación de Santiago Nonualco seguían diciendo que no había ninguna novedad, ningún detenido. La última llamada a las oficinas policiales la hice a las 9:34 de la noche. En el hospital, la información que el personal de turno nos dio es que los policías lo llevaron e informaron que lo habían encontrado baleado en un río. Incluso cuando lo habían entregado en el hospital, los puestos policiales seguían diciendo que no tenían ninguna novedad. 

Su familia lo daba por muerto. Cuando les llamamos, hubo gritos de alegría.

Al día siguiente, la Policía acusaría a Rudi de homicidio tentado. Diría a la Fiscalía que Rudi había disparado una carabina en contra de ellos y que luego había huido. Tras un año de conocer a Rudi, he llegado a ver en su poder una pistola de calibre 9 milímetros, de la que se deshizo a finales del año pasado. Él mismo me la mostró. Rudi nunca mencionó una carabina.

El día siguiente de la retención de Rudi, hablé con la jefa de prensa de la Policía. Le pregunté de qué acusaban a Rudi y por qué no dejaban que su familia hablara con él. Ella, tras un par de horas indagando, me respondió que entendía que lo acusaban por intento de homicidio de un policía, por haberles disparado con una carabina, y que el caso tenía que seguir su curso, que no tenía detalles. 

Rudi cuenta lo que pasó

Los días siguientes a su casi muerte, Rudi estuvo rodeado de policías y militares en el hospital. Su familia, a pesar de haber obtenido una tarjeta de visita, no pudo entrar a verlo. Los policías no se los permitieron, e incluso le quitaron a Jessica la tarjeta. Dijeron que si querían verlo, tendrían que ir a pedir autorización al puesto policial de San José Arriba, el cuartel de los policías que los han torturado. Rudi, sin embargo, logró conseguir el teléfono de otro interno del hospital y enviar a hurtadillas dos mensajes de voz al teléfono de Herber el 25 de abril, mientras se recuperaba de su cirugía. Hemos decidido como periódico omitir algunos nombres para no poner en riesgo a esas personas. Estos son los mensajes:

Audio 1: ¿Qué pasó? ¿Qué pasó? ¿Cómo están ahí? Juela, me llevó ahí. Yo sé quién fue el que me tiró la jura en el río. Ellos venían allá por donde don Eduardo. Solo un jura, y yo me les corrí para el lado de ahí de donde… Buscando para donde la niña Zoila. Me subí el muro buscando para donde la niña Lola y venían los juras de allá del lado de la calle. El que venía del lado de la calle, ya me agarró cerquita. Cuando me subí al muro solo sentí el quemón… Fuuu. Me salió la bala. Así fue el problema, vos. Está feo, vos. Gracias a Dios, la bala no me agarró nada, no se preocupen. Estoy bien aquí, solo esperando que me lleven para la cárcel. Decile a mi jaina que no se preocupe, que estoy bien, decile. Cualquier cosa, que me vaya a ver. Yo no puedo estarte mandando audios a cada rato, aquí la jura me tiene custodiado. Entonces, no puedo estar enviando audios. Por lo demás, no se preocupen, estoy bien. Estoy algo… vos sabés, algo fregado, por encima me agarró la bala. Es un buen hoyo. Cuídense bastante, cabrones. Estate pendiente con los niños, cuidalos bastante.

Audio 2: Está fregado, pero de todos modos no hay de otra. Mirá, fíjate que XXXX estaba ahí conmigo. Quiero que me sirva de testigo, porque, o sea, me acusan de una carabina que me hicieron que la disparara ahí en Palestina (como se conoce a la parada de bus cercana al puesto policial de la rural en San José Arriba) los majes de la jura. Me acusan de intento de homicidio. El XXXX me puede ayudar. Que me tire el paro, que me haga el favor, que él hable lo que vio en el río, de que yo me les corrí, pero que yo arma no andaba. Que les diga él que yo el arma no la andaba. Si vos hubieras visto, si ese jura hijueputa cerquita me llegó el hijueputa; y me le he corrido al cerote, y el de enfrente es el que me hizo leña. Vos decile a XXXX que me haga el favor, que va a hablar nada más lo que vio, decile, lo que vio en el río. A los policías me les corrí, me les crucé allá por donde don Mario para el lado del cementerio. Me corrí por toda la quebrada, enfrente de la casa he pasado y ni se han fijado. Me fui a estar ahí donde XXXX. Ya no aguantaba ni mierda, y gran bulla… Los juras cerotes se estaban subiendo el muro. Me les he corrido y me les he cruzado ahí por donde la Dora, y en el restaurante andaban los majes ya adentro. Por atrás llegaron los hijos de puta y me les he ido todavía. De ahí fue que llegué donde la Jessica. Por lo demás, decile a mi jaina que cuando pueda me vaya a ver, decile, que me vaya a ver a El Espino, decile, que me lleve sopa. Que me lleve sopa, azúcar, café. Y cualquier cosa, ahí yo les voy a avisar, aunque sea un papel les voy a mandar allá de El Espino. Cuídense, cerote, cuidá a los niños. No sé si ya le dijiste a mi mamá, cerote. No le vayás a decir, porque se va a sentir bien afligida, cerote, y no quiero que se vaya a sentir bien afligida mi mamá, no vayás a ser tonto de decirle. Ahorita solo un policía hay, pero ya va a venir el refuerzo y los soldados, que andan de arriba para abajo viendo, cuidándome aquí. No te puedo estar enviando muchos audios. Ese maje sí me hizo mierda, el que me tiró a la jura. Puta, maje, yo te puedo decir porque esos pendejos pueden hacerle algo a ese maje, cerote, pero cuando salga… Nooo, es más, no, ¿para qué putas le voy a hacer algo a ese maje? Ahí que vea qué hace. Dios va a decidir qué hace con él, pero sí, ese maje me tiró a la jura. Yo ya sé quién es. Ese maje también le tiró la jura a El Mono, por eso lo mataron. Pendientes. Cuídense ahí, pendejo. Cuidá a los niños.

El 17 de abril, Jessica, la hermana mayor de Rudi, intentó entrar a ver a su hermano al hospital. Un policía la detuvo, la sostuvo del brazo, le dijo que se fuera. La contraminó contra la pared. Jessica recuerda que el policía le dijo: 'Por tu salud, dejá de escarbar lo que no te importa. Den gracias a Dios de que el bicho está vivo'. Jessica le dio las gracias por el consejo y se fue.

El 21 de abril, durante la audiencia contra Rudi en el hospital, y por orden de la jueza, finalmente Jessica pudo hablar a solas con él.

'A él de la casa lo levantaron directo para San José Arriba, pero no a la comisaría. Antes de llegar al puesto de Policía está un cementerio. Lo bajaron y lo iban a matar. Fueron menos de cinco minutos (que pudo conversar con Rudi). La jueza le ordenó a la Policía que se saliera. Lo bajaron del carro y lo iban a matar. El policía estaba listo a dispararle cuando a otro le cayó una llamada, y le dijo que no lo hiciera, que el jefe pedía que lo llevaran a la comandancia. Ya estando en la comandancia, le sacaron un arma. Él estaba moribundo. Lo pararon, le metieron el dedo en el gatillo y le ayudaron a que lo jalara. Y esa arma apuntaba a un muro. Eso fue todo', contó Jessica.

Quizá Rudi iba en aquel pick up con los policías que no nos dejaron acercarnos la noche de su arresto. Las horas coinciden y lo hacen probable. Optamos por no seguir la patrulla hasta el puesto de San José Arriba. Pensamos todos en el carro que tenía más sentido buscar su cadáver.

Retrato de Rudi el 20 de septiembre de 2016. Foto: Fred Ramos
Retrato de Rudi el 20 de septiembre de 2016. Foto: Fred Ramos

Amenazas

El 17 de abril, un día después de la noche en la que Rudi casi muere, su hermano Herber envió dos nuevos mensajes de voz.

'Acabo de ir a Santiago (Nonualco) a comprar un control para el televisor. Se bajaron unos hombres de civil. Me dijeron: ‘oíme, hijueputa, si se llegan a dar cuenta de que nosotros a matar a Cora íbamos anoche, a todos ustedes los vamos a matar, hijueputa’. Fue en la esquina de la parada de buses para abajo, donde cruzan los que vienen de San Salvador. Era un Corolla gris. Se bajaron dos chavos, bajitos los hijosdeputa, medio cholos. Solo eso me dijo nada más. Se me quedaron viendo bravos. Y a saber, quizá el motorista los llamó, porque se quedaron viendo para el carro, se metieron de nuevo. Salieron para el lado de arriba'.

Tres semanas después, el pasado 7 de mayo, lo rurales de San José Arriba detuvieron a Edwin, el otro hermano de Rudi. Quizá confundidos, quizá solo rabiosos, le preguntaron por su hermano. Le preguntaron si estaba libre. Le preguntaron dónde estaba.

'Él les dijo que estaba preso porque ellos lo habían balaceado, y vinieron los majes y le zamparon como 30 pechadas. Hasta hinchado anda el pecho el maje, unas patadas, le quitaron el cincho y se lo pedacearon. Y le dijeron que se fuera a la mierda, y que Rudi no estaba preso, que ya lo iban a matar, que ya lo iban a agarrar', contó Herber en otro mensaje el día después, 8 de mayo.

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