EF Foto / Desigualdad

La comunidad que no conoce el hielo

Víctor Peña

Domingo, 18 de junio de 2017
Víctor Peña

A 110 kilómetros de San Salvador en línea recta, una comunidad de 39 familias pasa sus días aislada en la cima de un cerro, sin acceso a electricidad. El caserío El Volcán está en la cola del desarrollo del municipio de Gualococti, que está en la cola del desarrollo del departamento de Morazán, que está a la cola del desarrollo humano en El Salvador. En El Salvador, los últimos datos oficiales sobre nivel de pobreza mostraron que en 2014 había más pobres que en 2013, y que en 2015 había más pobres que en 2014. En este país, el informe sobre desarrollo humano de 2009 mostraba Morazán como el departamento más retrasado: posición 14. Y municipio a municipio, Gualococti tenía la posición 256 de un total de 262. Los habitantes de El Volcán tuvieron que dejar sus casas en 1981, cuando en los inicios de la guerra civil la Fuerza Armada arrasó la comunidad y destruyó lo que había. Retornaron en 1992, cuando se firmó la paz, y aunque la carretera Longitudinal del Norte corre a solo un kilómetro de distancia –y con ella el tendido eléctrico–, El Volcán pasa sus noches a oscuras. ¿Cómo es un día usual en este caserío que tiene a sus pies un impresionante paisaje de tierras con aroma lenca? Solo tres hogares tienen en funcionamiento un sistema de paneles solares para procurarse un poco de electricidad. Por eso, en El Volcán el día arranca al amanecer, y casi todos ya duermen a las 8 de la noche. El Volcán es macondiano: no hay una sola refrigeradora en toda la comunidad y comer carne es una extravagancia; para alargar la vida de algunos alimentos, los sumergen en agua; quien desea escuchar música, debe hacerlo en radio de baterías, y quien quiera vestir ropas sin arrugas, deberá usar una plancha calentada con carbón. Algo que agradece la vista: las paredes y techos de las casas de El Volcán carecen de cables, y afuera de ellas no hay alambres ni postes que afeen el paisaje. El Volcán tampoco parece pertenecer a El Salvador –el país más violento del mundo– por otra razón: desde cuando la comunidad se reasentó en 1992 nadie recuerda ni un solo homicidio.

 

 

El Volcán es un caserío que sobrevive gracias a la agricultura. Tomás Ambrosio (70 años) limpia un terreno la mañana del 22 de marzo, donde se celebraría una misa para conmemorar el 37º aniversario del martirio de monseñor Romero. Las familias de El Volcán deben aprovechar al máximo la luz del día y se levantan al amanecer. En 1981, durante la guerra civil, fueron desplazadas por la Fuerza Armada, que destruyó las viviendas. Luego de la firma de los Acuerdos de Paz, en 1992, las familias volvieron a sus tierras.
El Volcán es un caserío que sobrevive gracias a la agricultura. Tomás Ambrosio (70 años) limpia un terreno la mañana del 22 de marzo, donde se celebraría una misa para conmemorar el 37º aniversario del martirio de monseñor Romero. Las familias de El Volcán deben aprovechar al máximo la luz del día y se levantan al amanecer. En 1981, durante la guerra civil, fueron desplazadas por la Fuerza Armada, que destruyó las viviendas. Luego de la firma de los Acuerdos de Paz, en 1992, las familias volvieron a sus tierras.

 

 

 

La comunidad, apoyada por el Programa Mundial de Alimentos, tiene un huerto que provee de alimento a los pobladores. En él están involucradas 28 personas, 24 mujeres y cuatro hombres. Gloria Ambrosio (35 años) es la lideresa de la comunidad, supervisora del huerto y establece los horarios de trabajo en él.
La comunidad, apoyada por el Programa Mundial de Alimentos, tiene un huerto que provee de alimento a los pobladores. En él están involucradas 28 personas, 24 mujeres y cuatro hombres. Gloria Ambrosio (35 años) es la lideresa de la comunidad, supervisora del huerto y establece los horarios de trabajo en él.

 

 

 

Dora Alicia Vigil (28 años) prepara el almuerzo para su familia. Asiste dos veces por semana al huerto comunitario, donde recoge alimentos. Dora habita en una de las 18 casas que componen la parte baja del caserío El Volcán y que, como todas las demás, carece del servicio de energía eléctrica.
Dora Alicia Vigil (28 años) prepara el almuerzo para su familia. Asiste dos veces por semana al huerto comunitario, donde recoge alimentos. Dora habita en una de las 18 casas que componen la parte baja del caserío El Volcán y que, como todas las demás, carece del servicio de energía eléctrica.

 

 

 

'Aquí no comemos carne porque es muy cara y se arruina. Mejor compramos un cartón de huevos; aquí se come arroz y frijoles. Cuando nos damos un lujo, compramos una cuajada', dice Gladys Gómez, quien mantiene una porción de queso reposando en el agua para que se conserve. En el caserío El Vocán ninguna familia posee refrigeradora, y eso restringe las costumbres de alimentación.

 

 

 

David Gutiérrez (73 años) invierte un dólar por mes en las dos baterías de 1.5 voltios que utiliza su radio FM. David no tiene recursos para sustituir el acumulador que almacena la electricidad que genera el panel solar, que les fue donado en el año 2006, durante la gestión del expresidente Antonio Saca, y que tienen una durabilidad de cinco años.
David Gutiérrez (73 años) invierte un dólar por mes en las dos baterías de 1.5 voltios que utiliza su radio FM. David no tiene recursos para sustituir el acumulador que almacena la electricidad que genera el panel solar, que les fue donado en el año 2006, durante la gestión del expresidente Antonio Saca, y que tienen una durabilidad de cinco años.

 

 

 

De las 39 casas del caserío El Volcán, sólo tres tienen habilitado un sistema que les permite almacenar la energía recogida de paneles solares. Eso les permite ver televisión, cargar teléfonos celulares y, en el caso de una de las viviendas, usar bombillos, lo que la hace única en medio de la oscuridad nocturna.
De las 39 casas del caserío El Volcán, sólo tres tienen habilitado un sistema que les permite almacenar la energía recogida de paneles solares. Eso les permite ver televisión, cargar teléfonos celulares y, en el caso de una de las viviendas, usar bombillos, lo que la hace única en medio de la oscuridad nocturna.

 

 

 

Santos Dominga Iglesias usa una plancha que se calienta al rellenarla con carbón encendido, y que le costó 12 dólares hace un año. Se vio obligada a comprarla porque en el Instituto Nacional de Gualococti exigieron a su hijo que se presentara a clases de bachillerato con el uniforme bien planchado.
Santos Dominga Iglesias usa una plancha que se calienta al rellenarla con carbón encendido, y que le costó 12 dólares hace un año. Se vio obligada a comprarla porque en el Instituto Nacional de Gualococti exigieron a su hijo que se presentara a clases de bachillerato con el uniforme bien planchado.

 

 

 

Desde su vivienda en lo alto de la montaña, José León Hernández disfruta del paisaje al atardecer. La comunidad ha gestionado el servicio de electricidad y hay ya un convenio firmado entre la alcaldía de Gualococti y el FISDL el 21 de junio de 2016. El costo del proyecto se estima en 130 mil dólares, y está en revisión para ser aprobado. En el caserío viven 168 personas: 47 mujeres, 42 hombres y 79 menores de edad.
Desde su vivienda en lo alto de la montaña, José León Hernández disfruta del paisaje al atardecer. La comunidad ha gestionado el servicio de electricidad y hay ya un convenio firmado entre la alcaldía de Gualococti y el FISDL el 21 de junio de 2016. El costo del proyecto se estima en 130 mil dólares, y está en revisión para ser aprobado. En el caserío viven 168 personas: 47 mujeres, 42 hombres y 79 menores de edad.

 

 

 

La casa de la familia Coca la habitan cuatro personas. Un solo candil alumbra la vivienda de adobe y láminas, construida en un cerro y alejada apenas un kilómetro y medio del pueblo de Gualococti, donde sí hay servicio de electricidad. La llegada de un lugar al otro, sin embargo, es posible por un camino de siete kilómetros de longitud.
La casa de la familia Coca la habitan cuatro personas. Un solo candil alumbra la vivienda de adobe y láminas, construida en un cerro y alejada apenas un kilómetro y medio del pueblo de Gualococti, donde sí hay servicio de electricidad. La llegada de un lugar al otro, sin embargo, es posible por un camino de siete kilómetros de longitud.

 

 

 

A las 7:34 de la noche, Nelson Gómez se auxilia de una linterna para recorrer los senderos que llevan a la comunidad. Usa baterías desechables porque unas recargables requerirían el acceso hogareño a electricidad. El caserío El Volcán no ha registrado ningún hecho de violencia delincuencial desde cuando la comunidad se reasentó en 1992.
A las 7:34 de la noche, Nelson Gómez se auxilia de una linterna para recorrer los senderos que llevan a la comunidad. Usa baterías desechables porque unas recargables requerirían el acceso hogareño a electricidad. El caserío El Volcán no ha registrado ningún hecho de violencia delincuencial desde cuando la comunidad se reasentó en 1992.

 

 

 

Al llegar a la parte más alta de la comunidad, la primera vivienda es la de la familia Gómez Monteagudo, que es la única que tiene alumbrado por electricidad, gracias a la energía solar. En la casa se realiza un culto evangélico nocturno dos veces por semana.
Al llegar a la parte más alta de la comunidad, la primera vivienda es la de la familia Gómez Monteagudo, que es la única que tiene alumbrado por electricidad, gracias a la energía solar. En la casa se realiza un culto evangélico nocturno dos veces por semana.

 

 

 

Cuando cae la noche, por los caminos de la comunidad solo deambulan los perros. El pueblo de Gualococti, en línea recta, está a solo kilómetro y medio de la comunidad, pero a solo un kilómetro están los cables con electricidad más cercanos, que son los que bordean la carretera Longitudinal del Norte.
Cuando cae la noche, por los caminos de la comunidad solo deambulan los perros. El pueblo de Gualococti, en línea recta, está a solo kilómetro y medio de la comunidad, pero a solo un kilómetro están los cables con electricidad más cercanos, que son los que bordean la carretera Longitudinal del Norte.

 

 

 

Desde la cima, y en medio de la oscuridad, los habitantes de El Volcán aprecian las luces de los pueblos vecinos Gualococti (al centro), San Simón (al lado izquierdo), San Isidro, El Rosario y, al fondo, Torola.
Desde la cima, y en medio de la oscuridad, los habitantes de El Volcán aprecian las luces de los pueblos vecinos Gualococti (al centro), San Simón (al lado izquierdo), San Isidro, El Rosario y, al fondo, Torola.

 

 

 

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