Francisco: ¡Hola!, Ana María. ¿Alguna novedad?
Ana María: Sí, te cuento: esta mañana, escuché por la TV la narración de un rescatista acerca de un accidente automovilístico: El carro se despeñó por lo que es este barranco. Nosotros recibimos lo que es la llamada de auxilio y llegamos bien rápido. Sacamos al señor de lo que es el carro, lo amarramos en lo que es la camilla y lo subimos...
F: ¡Deténgase! No soporto más su historia con tanta repetición de muletillas.
AM: Esa reacción tuve yo al escuchar al rescatista. No lo soporté. Y es que ya estamos saturados de oír esa frasecita, pues, por desgracia, en cualquier canal de TV o estación de radio que escuches, ocurre lo mismo. Se ha extendido terriblemente esta muletilla, ¡qué contagiosa! Me pregunto si habrá alguien que no se haya contagiado todavía. Entré en una librería preguntando por un libro de cocina y me respondió el empleado: Tenemos lo que es la serie de Cocina fácil… Y yo salí corriendo de la librería sin decir ni adiós.
F: ¿Y para qué sirve decirla? No aporta nada a la expresión, puesto que, si la eliminamos, estaremos comunicando exactamente el mismo contenido, aunque ya sin martillar los oídos de nuestro interlocutor: El carro se despeñó por este barranco. Nosotros recibimos la llamada de auxilio y llegamos bien rápido. Sacamos al señor del carro, lo amarramos en la camilla y lo subimos..., o bien, Tenemos la serie de Cocina fácil…
AM: Precisamente, no sirve para nada; es un gran estorbo, porque afea enormemente la expresión de quien la utiliza y lo deja malparado, por no decir que hace el ridículo.
F: Y esas tres palabras (lo que es) ¿siempre constituyen una muletilla, es decir, siempre sobran?
AM: No, esas tres palabras pueden no constituir una muletilla, es decir, puede tratarse de otra clase de términos —aunque se escriban igual— y ser imprescindibles en una frase determinada, por ejemplo: Han encontrado nuevos vestigios precolombinos en Santa Tecla, lo que es interesante para investigar más acerca de nuestros ancestros. No puedes eliminar lo subrayado, no tendría sentido el resto. En este caso, estamos ante un pronombre relativo cuyo antecedente es todo el segmento que le precede en esa oración. Podemos sustituir el relativo, así: “lo cual es”, pero resulta imposible eliminarlo porque sí aporta contenido.
F: ¿Qué les aconsejamos a quienes lean este diálogo para que puedan evitar la muletilla mencionada al expresarse?
AM: Simplemente eso: que la eviten, que no la digan, ¡POR FAVOR! Y en caso de duda, que hagan la prueba mencionada: si pueden sustituir el segmento por “lo cual es”, está correcto. Caso contrario, tachen, borren, eliminen…, no atormenten a su interlocutor.
F: ¿Tenemos más muletillas?
AM: Por desgracia sí, pero ya estamos tan habituados a escucharlas que nuestro cerebro no se altera tanto, como este… este… cómo se llama… cómo se llama… Escribamos algunos ejemplos:
- Esta mañana, esteee… al subir al bus… esteee… una señora empezó a gritar pidiendo auxilio... esteee… porque le acababan de robar su cartera.
- A mí me pasó algo parecido hace como un mes…esteee…cómo se llama…yo veía cómo un joven…esteee…cómo se llama… le estaba sacando el pisto a una anciana y…
F: Y si no aportan nada, sino que interrumpen la expresión, ¿por qué usamos muletillas?
AM: Por no dejar ver que necesitamos pensar por momentos antes de hablar o que no encontramos la palabra que necesitamos decir en ese instante… Entonces, en esos segundos, echamos mano de estas palabras que llenan el vacío momentáneo. ¡Con lo maravilloso que es el silencio!, es decir, no pasa nada por quedarse pensando en la palabra adecuada, en la idea que quiero expresar. Nadie nos obliga a hablar a la carrera. Lo importante es decir las ideas claras y usar las palabras precisas. Nuestro interlocutor agradecerá que le evitemos el tormento de las muletillas.
F: Pero siendo realistas, ¿cree usted que es posible eliminar las muletillas?
AM: Se puede tanto eliminarlas si ya las usas como evitar el contagio al escucharlas en la boca de otro. Solo se requiere ser consciente de las palabras que estás usando al expresarte.
F: La veo muy optimista.
AM: Si tú y yo podemos evitarlas, cualquiera puede hacerlo. Es cuestión de voluntad.
Sobre los autores
Hace treinta años, los caminos de Ana María Nafría y Francisco Domínguez se cruzaron gracias a las palabras. En 1986, él ingresó a la carrera de Filosofía de la Universidad Centroamericana (UCA) y recibió clases de Lingüística con ella. Su desempeño en la cátedra fue excepcional y Ana María decidió reclutarlo como instructor los cinco años siguientes y luego contratarlo como profesor. Desde entonces, mantienen un diálogo constante sobre los errores que encuentran en los textos que corrigen. Esta experiencia les dio la idea de escribir estos artículos.
Cuando a Ana María se le pregunta qué le gusta, ella responde: “Me entusiasma facilitar a mis estudiantes la comprensión de la estructura de la lengua española”. Ella estudió Filología Moderna en la Universidad de Salamanca y Filosofía Iberoamericana en la UCA, donde ha trabajado durante más de cuarenta años. Es miembro de número de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
A Francisco le gustan las novelas de Hesse y Kundera, el cine francés y la música barroca. Además de Filosofía, él estudió Lingüística en la Universidad Complutense y Lexicografía Hispánica en la Real Academia Española. Desde septiembre 2016 es becario de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
Ambos trabajan como profesores del área de lenguaje en universidades privadas. Ella en la UCA y él, desde hace diez años, en la Escuela Superior de Economía y Negocios (ESEN). Por sus aulas han desfilado periodistas de El Faro y de otros medios del país.
El Faro presenta estos “Diálogos gramaticales”, una serie que se actualizará cada quince días.