La madre salvadoreña no busca a sus hijos, sino a los restos de sus hijos. Los busca, dice Milagro, el personaje de Los Ausentes, para dejarlos descansar en paz.
Si el teatro aspira a ser espejo, Los Ausentes es un espejo terrible. Uno que parecerá, a los ojos de los espectadores del Teatro Luis Poma, cóncavo para devolver una imagen grotesca del país que habitamos. Nuestro propio esperpento.
Milagro, una mujer pobre, vive atrapada en la espiral de violencia que nos sigue marcando. Busca a su hijo asesinado mientras el país hace de esa violencia un espectáculo con comentaristas televisivos, con expertos, con narradores de voz engolada que nos proponen el último vídeo sanguinario anunciado como si se tratara de un resumen deportivo. Como los espectadores de esta obra. Si la oscuridad se ha vuelto un espectáculo, Nolasco propone que el espectáculo sea oscuro. Porque las madres como Milagro siguen buscando huesos.
Milagro existe. Es una mujer humilde que pasó por una breve estancia en un manicomio después de que le asesinaran a su hijo mayor, un chico de 18 años que trabajaba en una panadería. Lo mataron unos pandilleros porque Milagro no les pudo pagar 60 dólares. Como han matado a tantos chicos, como han vuelto locas a tantas madres.
Los Ausentes es, qué duda cabe, una obra de autor. Imaginada, ideada, coescrita y codirigida por Alejandra Nolasco, que además es la única actriz de este montaje en el que interpreta a varios personajes. Un riesgo admirable, porque va y viene de la caricatura fársica de los comentaristas del espectáculo al drama de Milagro. Algo que en escena pudo haber resultado un desastre, por las diferencias chocantes entre la concepción de estos personajes, se salva gracias al talento de una actriz que ha comenzado a encontrar su propio camino. Su propio tiempo.
El gran revolucionario del teatro moderno, Peter Brook, sostenía que el actor no debe solo revelar lo que comprende: debe llevar el misterio de su papel a su propio nivel personal.
Alejandra Nolasco es una actriz orgánica y discreta: poco exuberante y muy profunda, porque su motor, su fuerza, parece salir casi como consecuencia irrefrenable de algo que le crece adentro hasta desbordarse. Ese algo en Los Ausentes es la indignación y el dolor; y por más que busque desvíos terminará siempre en la empatía, en el abrazo.
La actriz es parte de una generación que está redefiniendo el teatro salvadoreño. Reinventándolo. Readaptándolo a nuestro propio esperpento. Una generación que parece necesitar, con pulsión urgente, que el teatro sirva de vehículo para denunciar nuestros propios horrores. Un movimiento compuesto mayoritariamente por mujeres. El de Nolasco es un proyecto que camina hermanado con el Teatro del Azoro o La Cachada; o algunas obras de Jorgelina Cerritos. Grupos cuyos montajes nos sacuden, nos hablan de nosotros pero no sin haberse dejado abofetear primero por una pasmosa y terrible realidad. Nuestro nuevo teatro del esperpento.
(Lo admito: como periodista tengo una especial debilidad por este teatro que ancla sus historias en la realidad; que las reportea o las extrae de vivencias propias. Que sale al encuentro de nuestro oficio).
'Cuando vi el fotorreportaje de Fred Ramos El último atuendo de los desaparecidos decidí que yo tenía que decir algo', dice Nolasco. 'Luego escuché la historia de Milagro y pensé que completaba todo. Mi manera de comunicarme es a través del teatro. Desde el teatro necesitaba decir esto. Sí, fue mi idea, pero este ha sido un esfuerzo colectivo'.
Para este proyecto fue acompañada por Didine Ángel y Tatiana de la Ossa; y por Luis Felpeto en el 'remontaje' para el Teatro Poma. La escenografía, digna heredera del minimalismo versátil de los montajes de Roberto Salomón, corrió a cargo de William Castillo. La parte sonora, fundamental para una obra que pasa del drama a la farsa, que permite al espectador integrarse a estas transiciones, es responsabilidad de Amnésica (Óscar Luna y Mario Piche). No se olvidará pronto esa respiración y el sonido de la lluvia.
Los Ausentes es una obra sin aspiraciones trascendentales, sino urgentes: las de contribuir al debate sobre nuestra sociedad enferma, perversa, macabra. En ese sentido, junto con sus proyectos hermanos, están marcando historia. En el camino teatral nacional encuentran su lugar de posguerra, que es herencia de la guerra.
En los últimos años del conflicto, el director mexicano Emilio Carballido montó De La Misma Sangre; y un año antes de los Acuerdos de Chapultepec Roberto Salomón estrenó Tierra de Cenizas y Esperanzas. Dos obras a las que el espectador asistía a pensarse como sujeto de una sociedad disfuncional, violenta, devastada y devastante. No muy distintas en intenciones: Llevar la representación y la reflexión de la guerra a un país en guerra.
Hace un cuarto de siglo el Teatro Nacional quedaba marcado por el primer gran estreno de la posguerra: San Salvador Después del Eclipse, de Carlos Velis, montada por el grupo Sol del Río y dirigida por Fernando Umaña. Lidiaba, por supuesto, con los horrores de la guerra. Con la dificultad del encuentro entre los que se quedaron a sufrir metralla y los que volvían al país después de un largo exilio. Era, debimos verlo, la primera expresión patente de que no todo era la miel de la luna que celebramos eufóricos tras el fin de la guerra. El desafío apenas comenzaba: El encuentro como sociedad.
Hoy, después del desencanto, la incertidumbre y el fracaso, el teatro vuelve a ser escenario de representación de nuestros dramas. Son las mismas madres que buscan a sus hijos desaparecidos. La misma sociedad enferma. El tejido roto. El texto roto. Pero amerita cerrar con una paradoja en nota alta: Los Ausentes confirma que, si hay algo que comienza a caminar en el país, es el teatro.
Los Ausentes, de Alejandra Nolasco. Teatro Luis Poma. Del 31 de agosto al 10 de septiembre. J y V: 8 p.m. S: 5 y 8 p.m. D: 5 p.m.