Con bastante frecuencia recuerdo el día en que me dijeron que estaba embarazada de un niño. Siempre me dio igual tener un hijo o una hija, no tenía ninguna preferencia, pero después de la noticia me tomé un largo rato para pensar en la implicaciones de tener un 'varón' en este mundo machista y me asusté. Sin embargo, también sentí -con amargura- cierta alegría, cierto alivio. Mi hijo, por el simple hecho de nacer con un pene -y si resultara ser heterosexual- nunca tendrá que librar las luchas que desde pequeñas enfrentamos las que nacimos con una vulva, las que nacimos mujeres.
Aún vivimos en una sociedad con una ideología de género dicotómica, que ignora la existencia de cualquier otro que no se reconozca como hombre o mujer. Peor aún es que el hombre, bajo esta ideología en la repartición de roles y conductas, por el simple hecho de serlo acumuló privilegios. Las mujeres, por el simple hecho de serlo, acumulamos desventajas. Por supuesto que los avances en términos de derechos para nosotras han sido muchos, pero estamos aún lejos de la igualdad. Tener un pene (heterosexual) sigue teniendo mucho poder. Incluso el poder sobre nuestras vidas.
Mi hijo, por el simple hecho de ser hombre, nunca será una Mara Castilla, la chica de 19 años asesinada hace algunas semanas aquí en México. Jamás, como ella, correrá el peligro de ser secuestrado, violado y estrangulado por un taxista. Nadie le reclamará, ya muerto, que todo fue su culpa por salir de noche con sus amigas, por regresar de madrugada, por no quedarse estudiando en casa como toda chica decente debe hacer.
Tampoco encarnará a una Carla Bufano, la mujer argentina que a principios de septiembre fue asesinada por su esposo. Dicen que él era celoso y que ella acababa de comenzar a estudiar. Le dio seis balazos. Él se suicidó inmediatamente después. Todo frente a sus dos hijos.
Mi hijo con casi nula probabilidad correrá la suerte de Lidia María Huezo en El Salvador. En el 2013, su esposo, un respetado gerente de empresa, en una noche de borrachera le dio un balazo a la cara. El juez desestimó tipificarlo como feminicidio porque consideró que por el hecho de mantenerla económicamente, darle una tarjeta de crédito y llevarla con él de viaje, no se podía comprobar una conducta misógina de parte del asesino.
Por ser hombre, nadie creería que mi hijo, en un episodio de histeria y locura, se suicidó frente a su pareja. Así como consideró el juez en el caso de Lidia María, aunque nunca se encontró rastro de pólvora en sus manos. O como determinó este año la fiscalía mexicana para explicar la muerte de Lesvy, una joven que apareció en el plantel de la UNAM estrangulada con un cable de cabina telefónica. Los medios de comunicación la descalificaron como una mujer promiscua y metida en drogas.
A mi hijo la sociedad no le pedirá explicaciones de qué hace con su vida. Esperará que, como 'verdadero hombre', se realice en el espacio público, sea un profesional exitoso, que haga cosas importantes, que sea un proveedor ejemplar, con una familia al cuidado de una esposa, que aunque trabaje como él, será siempre el ama de casa. Por su condición de clase y nacionalidad, también se esperará que viaje, explore, que experimente el mundo. Nunca dirán que anda solo porque, por ser hombre, se bastará a sí mismo.
Mi hijo podrá usar tanta ropa como le de la gana. Podrá llevar poca o mucha, enseñar poco o nada de carne sin que le digan 'puta'. Él será dueño de su cuerpo. Nunca, como hice yo y muchísimas mujeres hacen, pensará dos veces en qué ponerse antes de tomar el bus a la oficina. Jamás deberá elegir en función de lo que lo haga pasar desapercibido a las miradas y tocamientos lascivos.
A mi hijo no lo valorarán por lo que hace con su vida sexual. Para él no será un dilema llegar virgen o no al matrimonio. Su valor como persona no estará en una membrana que tiene dentro de la vagina, ni en la cantidad de parejas sexuales que tuvo antes de casarse. Nunca lo presionarán para tener hijos. Nadie le dirá que en la reproducción y la crianza está su esencia y su deber. Ni tendrá que eternamente justificarse si decide no tenerlos. No se le exigirá asumir el cuidado principal de esos hijos, ni será estigmatizado si no lo hace.
A mi hijo su pareja jamás le dirá, como a una de mis amigas más queridas, que no es una verdadera mujer, ni una verdadera madre por no haber podido parir por la vagina, por no aguantarse el dolor y haber sucumbido a una cesárea. Sobre todo ningún pareja se sentirá con el derecho casi natural de pegarle o de asesinarlo.
Sí, por supuesto que sé que matan a más hombres. No solo en El Salvador, sino en el mundo. En nuestro país el asesinato de mujeres representa solo el 10% del total de asesinatos. Pero como he dicho antes, esto no es una competencia. Se trata de entender las causas y las causas son distintas.
A los hombres los matan casi siempre otros hombres en peleas, en rencillas de pandillas, en venganzas, en disputas de territorio. A las mujeres las matan los hombres, mucha veces conocidos o con vínculos de parentesco cercano como esposo, padres o hermanos. Las razones suelen están conectadas a los significados sociales que tiene el ser mujer. Claro que en los asesinatos de hombres también está presente el factor de género. No puede negarse que la manera en que los asesinan está relacionada con la construcción social de la masculinidad y los estereotipos presentes en nuestra concepciones de hombre. Pero la diferencia está en que solo en el caso de las mujeres las causas están directamente vinculadas con la desigualdad entre los géneros.
Ser madre de un hijo “varón” en nuestra sociedad desigual es un enorme reto y responsabilidad. Casi cada día me pregunto cómo no reproducir a un macho más. Pero al mismo tiempo sigo sintiendo ese amargo alivio de haber parido a un hombre, que por el simple hecho de serlo, la sociedad ni ningún otro hombre lo verá como algo que se puede tocar, violar y hasta matar.