Sala Negra / Violencia

“Hay cero posibilidades de que las pandillas se debiliten con el modelo actual de prevención”

Desde hace al menos dos décadas se repite como mantra que hay que invertir en prevención de la violencia, y de hecho el actual gobierno dice estar invertiendo docenas de millones de dólares en ese rubro. Alejandro Gutman vuelve a cuestionar con dureza un modelo que no funciona, visto el crecimiento brutal que las maras han tenido en los últimos años. Lo dice además sin pelos en la lengua: “¿Cómo puede haber oenegés que dicen trabajar en las comunidades y su oficina está en la Torre Futura?”


Miércoles, 25 de octubre de 2017
Roberto Valencia / Fotos Fred Ramos

Alejandro Gutman, presidente de la fundación Forever. Foto Fred Ramos.
Alejandro Gutman, presidente de la fundación Forever. Foto Fred Ramos.

Si usted vive en El Salvador, cada vez que habla por teléfono, navega por internet o mira televisión por cable, está pagando un 5 % adicional por el servicio desde noviembre de 2015, un pago que debería estar mejorando su seguridad, la de los suyos, la de su comunidad. El nombre elegido fue muy explícito: Contribución Especial para la Seguridad y Convivencia (CESC), y ha permitido al gabinete de seguridad disponer de cuantiosos y renovables fondos, más que ningún otro gobierno desde la firma de los Acuerdos de Paz.

Si su factura mensual de telefono es de 32 dólares, por ejemplo, $1.36 son para la CESC. Dicho así parece poca cosa, pero el gobierno calcula en $111 millones lo que ingresará con este impuesto en 2017, un dinero adicional al de los presupuestos de los diferentes ministerios e instituciones que conforman el gabinete de seguridad.

Casi el 40 % de esos nuevos fondos se están invirtiendo en ‘Prevención’, dice el gobierno, una millonada concentrada además en el pequeño grupo de municipios priorizados en el Plan El Salvador Seguro. Tras casi dos años, cabría esperar resultados, y esa es la razón de esta entrevista con Alejandro Gutman, presidente de la Fundación Forever y una de las personas que más sabe sobre pobreza y desintegración. Argentino de nacimiento, Gutman va para 15 años de trabajo en comunidades empobrecidas de Soyapango y de otras zonas del país.

Sus provocadoras ideas sobre lo poco productiva que resulta la prevención las viene aireando desde inicios de la década. Ya en abril de 2011, en la primera entrevista que concedió a El Faro, Gutman dijo que no se puede combatir la violencia con programas de prevención, y advirtió de que, sin cambios en el modelo, los indicadores de violencia se agravarían. El tiempo parece haberle dado la razón. Seis años y medio después de aquella conversación, a la luz del actual repunte en las cifras de homicidios y del poder que las pandillas conservan en sus canchas pese a las millonarias inversiones en prevención y en represión, su lectura sigue siendo pesimista: “No hay forma de debilitar las pandillas con los programas que se están aplicando”.

¿Qué es la prevención, Alejandro?
Una palabra sumamente manoseada. Estoy casi seguro de que los intelectuales sociales la tomaron de las ciencias médicas, de la salud, porque en ese área la prevención sí tiene razón de ser. La gripe se puede prevenir con una inyección, por ejemplo. La tomaron y creyeron que también aplicaba para el desarrollo humano. Es además una palabra seductora, que entusiasma a los que la utilizan.

Prevención de la violencia. Suena bien.
Los políticos por lo general tienen un montón de cosas por resolver, y necesitan con urgencia dar la sensación de que la situación mejora gracias a ellos. En el tema de la violencia, se apuesta a lo que llaman programas de prevención, pero en realidad no previenen nada o casi nada.

¿Por qué un gobernante no querría solucionar de raíz la violencia que afecta a sus votantes?
En El Salvador, la mayoría de los políticos ni siquiera se molesta en conocer la problemática de la pobreza. Conocer la pobreza y sus consecuencias, entre ellas la violencia, requiere de ir a los lugares. Cuando uno ha hecho eso, resulta sencillo concluir que es imposible corregirla con los programas de prevención que están haciendo. Imposible.

A ver si lo entiendo: ¿la prevención se está ejecutando mal o de plano el concepto no sirve?
Uno no puede decir que es malo que se imparta un curso de computación, se ilumine un parque o se mejore una cancha. Todo en la vida sirve, pero alcanzar el desarrollo precisa de energía, de continuidad, de esfuerzo, de inteligencia, de compromiso, de instituciones de uno y otro ámbito involucradas para cambiar la realidad. Sin todo eso, es imposible que se tenga éxito con programas y obras puntuales.

Hoy hay más pandilleros que hace diez años. Y hace diez, más que hace veinte.
Y es porque hay cero posibilidades, repito: cero posibilidades, de que las pandillas se debiliten con el modelo actual de prevención que aplican en las comunidades. ¡Cero! ¿Por qué? Porque esos programas no son alternativa de desarrollo para los seres humanos ni revitalizan las comunidades ni fomentan la integración.

Prevención de la violenciaes el Eje 1 del Plan El Salvador Seguro.
Yo no tengo por qué dudar de la buena fe de la gente que participa en el Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana y Convivencia.

Pero dice que la prevención no es el camino.
Absolutamente. En El Salvador se ha creado una alternativa dual que repiten hasta la saciedad, que consiste en aplicar por un lado represión; y por otro, prevención. El gobierno nos quiere convencer de que así revitalizan las comunidades, pero esa receta la aplican desde el desconocimiento de qué es la pobreza y cómo salir de ella.

Tan sólo de enero a septiembre de este año, el gobierno dice haber gastado casi 36 millones de dólares en prevención.
Y aunque inviertan diez veces más...

$36 millones sólo del impuesto a la telefonía. Aparte están las inversiones en prevención de los diferentes ministerios.
Y también invierten en prevención los organismos internacionales, las oenegés, las empresas a través de eso que llaman responsabilidad social... Si se hicieran números serios, fácil saldría que cada año en El Salvador se invierten 300 o 400 millones de dólares en prevención. ¡Cada año! Y ya vemos cómo está el país.

¿Usted cree que es dinero que se tira al basurero?
El impacto es mínimo. Habrá siempre un pequeño porcentaje de jóvenes, ¿qué sé yo, el 10%?, que se enganchan por iniciativa propia a ese tren en movimiento, saltan de un programa a otro, y algunos logran salir. Pero gastar $350 millones o la cantidad que sea bajo esos conceptos es malgastar el dinero. Está demostrado. No es algo que tienen que creer porque lo digo yo. Si alguien tiene dudas, basta con agarrar la agenda de dónde se invirtió hace un par de años, regresar a esos lugares hoy, y ver que es la misma historia. Y eso pasa con este gobierno y con el anterior y el anterior.

Desmenucemos la cifra. Con esos $36 millones, el gobierno dice: “29,971 personas han participado en actividades de convivencia y de prevención del Injuve”.
Conozco a Yeymi Muñoz, la directora del Injuve, y me parece una mujer inteligente y con buena fe. Pero decir que 30,000 personas han ido a una reunión o a un evento... ¿y?

También aseguran haber “rehabilitado y remodelado 66 espacios públicos: complejos deportivos, casas comunales, parques...” Suena bien.
Y yo no digo que eso no sirva, pero no alcanza. ¿Construir una casa comunal? ¡Claro que sirve! Pero si se construye y sólo se usa para los velorios, las fiestas de 15 y poco más... pues no es que eso esté mal, pero es insuficiente. Para que una obra así tenga efecto real, tiene que convertirse es un espacio de organización comunitaria, con continuidad y constancia, que ahí se realicen refuerzos escolares, reuniones de vecinos, que se involucre la escuela, el instituto, que llegue gente de fuera de la comunidad. Las mejoras en los espacios públicos son necesarias, reitero, pero si no se da un sentido de vida, ¿para qué? ¿Para qué una cancha nueva si los jóvenes tienen miedo de ir a jugar porque hay pandilleros?

Foto Fred Ramos.
Foto Fred Ramos.

Con esos $36 millones el gobierno también dice haber “implementado 64 huertos comunitarios que han ayudado a 1,280 jóvenes”.
Algunos de esos huertos están en comunidades en las que trabaja Forever. Puedo afirmar que en un año no quedarán ni 50 de esos jóvenes viviendo de lo que están aprendiendo. ¿En qué cabeza cabe que, incluso suponiendo que el huerto sea exitoso, cultivar rábanos o tilapias a pequeña escala sacará de la pobreza una comunidad? Unas pocas familias quizá tendrán un ingreso un poquitito superior, pero ¿dónde queda el crecimiento como ser humano y como comunidad? No tengo nada contra los huertos. Fomentarlos dentro de una política integral de desarrollo está bien, pero los huertos per se, ahí estamos mal.

Forever trabaja en Soyapango, uno de los municipios priorizados en el Plan El Salvador Seguro.
Preferiría no mencionar nombres de comunidades, para no contribuir a estigmatizar.

¿Qué ha ocurrido en esos lugares después de esas fuertes inversiones en prevención?
Los programas no calan. Cuando llegan, llegan con todo: políticos, policías, los distintos ministerios, una puesta en escena muy estudiada, los medios... y en esos primeros días, todo fenómeno. Pero después las aguas regresan a su cauce, porque se van a otro lugar, y luego a otro, y a otro. Y dicen que se van porque ya han empoderado a la gente. ¿Empoderar? Ese término es una falacia.

Usted está diciendo que el pilar de la estrategia actual del gobierno para contrarrestar el poder de seducción de las pandillas es un fracaso.
Con todo respeto lo digo, pero muy pocos de los que se sientan en las reuniones del Consejo o del gabinete de seguridad saben cómo se vive en una comunidad. Creen de buena fe que los programas sirven para capacitar y empoderar, que están dando a las personas ese empujoncito para luego salir adelante por sí mismas, pero no es tan sencillo. En las comunidades viven familias que vienen de generaciones y generaciones empobrecidas, y eso no se cambia con un curso de computación o de inglés.

El Plan El Salvador Seguro se lanzó en Ciudad Delgado en julio de 2015. Son más de dos años de intervención con fondos generosos. ¿Está diciendo que…
Vayan hoy a Delgado o a Soyapango o a Ilopango. Claro que habrá algunas personas que se habrán beneficiado, pero serán los jóvenes que ya tenían ciertas condiciones o predisposición. Y bien por ellos, por esas pocas familias. Pero, ¿y el resto? ¿Y la comunidad? La desintegración es tal que esos programas no alcanzan. Sería mucho más efectivo fortalecer las instituciones ya presentes, como las escuelas y las unidades de salud, y fomentar la participación de los vecinos, pero fomentar de verdad. Que en la comunidad se riegue el deseo de crecer con dignidad, que cada uno tenga la convicción de que está construyendo su presente y su futuro. Eso es crecer con dignidad.

La expresión más cruel de la desintegración tiene nombre en El Salvador: maras.
Las pandillas se han tomado las comunidades.

El gobierno asegura que está erradicándolas, o debilitándolas al menos.
¿Erradicándolas? Vaya a Soyapango y me dice si están erradicadas.

En Ciudad Delgado llevan 27 meses con programas, con fondos, con fuerte presencia policial. En Soyapango, 20 meses.
Y las condiciones para que los niños quieran ser pandilleros siguen intactas.

Hagamos a un lado la palabra erradicar. ¿En dos años las pandillas no se han debilitado?
No hay manera de debilitar las pandillas con los programas de prevención que están aplicando. Y la responsabilidad es compartida: de las organizaciones internacionales, del gobierno, de los intelectuales, de las empresas... porque no terminan de entender esta temática. No es que lo hagan por maldad, pero miran para otro lado cuando se les explica que esa dualidad represión-prevención no funciona. Y hay alternativas.

¿Ha habido mejoras en esos lugares en los que trabaja Forever?
Lo primero y más importante es que Forever es muy poco relevante en este tema. Está muy equivocado quien no da la verdadera relevancia a las personas, a los actores que realmente construyen la integración.

Pero el modelo de trabajo que usted plantea. ¿Qué resultados concretos da?
Tardamos siete años en darnos cuenta de que el fútbol por sí solo no era suficiente, y por eso dejamos de llamarnos Fútbol Forever. El nuevo enfoque tiene unos seis años, y en ese tiempo se ha logrado que cientos de jóvenes que de ninguna manera hubieran podido ir a la universidad estén ya graduándose; hay 13 universidades que han cambiado sus sistemas de ingreso para permitir el acceso de estos jóvenes. La relación entre las universidades y las comunidades es hoy mucho más fluida, y eso está afectando a miles de alumnos, a miles de familias, que están cambiando sus esquemas mentales, porque se fomenta la integración entre mundos que estaban completamente separados: los campus y las comunidades. Falta casi todo por hacer, pero hay resultados.

¿Por ejemplo?
En Soyapango hay pequeñas comunidades en las que nunca un tan solo joven había podido ir a la universidad, y ahora mismo hay 12 o 15 estudiando carreras. Eso es importante no sólo por ellos, sino porque sus hermanos y sus vecinos se van contagiando. Cambian las familias, una y otra y otra, y comienza a cambiar la comunidad. Los cambios radicales tomarán años, quizá ni me alcance la vida, pero ese es el camino, no tengo la menor duda.

Repasemos el rol de algunos actores clave: la Iglesia católica.
Yo estoy agradecido con monseñor Escobar Alas [arzobispo de San Salvador], porque sí se interesó y nos acompañó en diferentes actividades, pero la Iglesia católica, como institución, no está presente en las comunidades. Ni la católica ni las evangélicas.

Las iglesias evangélicas sí tienen presencia.
Están, pero por lo general no se suman. Cumplen una función espiritual importante, porque ayuda a las personas sobre todo en los momentos de mayor desesperanza, pero no salen de ahí.

¿Qué sucede con las oenegés?
Hay excepciones, pero las oenegés casi no van a las comunidades donde más se las necesita. ¿Cómo puede haber oenegés que dicen trabajar en las comunidades y su oficina está en la Torre Futura? Ni las oenegés ni los organismos internacionales que se dedican a esto pueden ser búnkeres. No cuestiono las buenas intenciones ni la capacidad de las personas que trabajan en esos lugares, pero la verdad es que si no se está en el terreno, no se conocen las necesidades.

Las grandes empresas también dicen que están haciendo su parte vía la responsabilidad social empresarial.
Ese concepto es confuso y nació mal parido. Nunca va a poder impactar si se sigue haciendo como hasta ahora. Y hay un gran problema que yo he visto en las personas que están a cargo de la responsabilidad social empresarial: el desconocimiento. Las empresas tiene un rol clave, pero ¿cómo puede ser que pasen el polígrafo a los jóvenes de comunidades que buscan trabajo? Sólo eso retrata qué empresarios tenemos. Me da hasta vergüenza decirlo. Es degradante, humillante, atenta contra la condición humana, contra el espíritu del joven. Y la sociedad lo toma con absoluta naturalidad, cuando es un ejercicio brutal.

Su lectura de la sociedad salvadoreña es casi apocalíptica. ¿Hay razones para la esperanza?
Yo tengo una enorme esperanza, repito: una enorme esperanza, porque ya hay miles de salvadoreños que se han sumado al modelo de la integración. Y espero que sea sólo cuestión de tiempo que la mayor parte de la sociedad vea y comprenda lo que están haciendo las escuelas que se han sensibilizado con esta temática, las universidades, las empresas, los profesionales, las comunidades, los jóvenes, los papás, los medios de comunicación.

Pero, por otro lado, cada día más pasajes y colonias clasemedieras ponen portones y pagan su propia seguridad para poner tierra de por medio con las comunidades.
Es cierto que hay una mayoría de personas que sólo busca mantener sus comodidades, y si uno se fija sólo en eso, es fácil concluir que vamos a peor. Creo que aún no hemos tocado fondo. ¿Por qué? Porque se ha creado un país inmunizado ante el sufrimiento ajeno, sobre todo ante el sufrimiento de los más desfavorecidos. En general, cada uno se preocupa por lo suyo. La sociedad está más disociada, más desintegrada.

Justo platicamos en medio de un repunte fortísimo en los asesinatos.
Hay que revertir esa situación de los homicidios porque es intolerable, pero no basta con eso. Está todo lo demás, la desintegración, y que las decisiones que están tomando para atacar esa problemática son estériles. Hace poco fui a varias escuelas de Soyapango, y cuando digo que tengo esperanza es porque veo las miradas de esos chicos, jóvenes que viven en condiciones muy difíciles pero que están dispuestos a superarse. Por eso digo que hay que estar en los lugares para conocer. Y no me refiero a ir una vez al mes a dar una charla. Hay que escuchar más, aprender de ellos, enseñar lo que uno pueda enseñar, y juntos tratar de construir una sociedad más integrada.

Espero no ofenderle con la metáfora, pero usted parece un vendedor de remedios milagrosos, casi imposibles de creer. Suena a que usted tiene una fórmula para…
No, no es una fórmula mía. Yo he leído 300 libros sobre el tema, anduve en lo mismo por varios países, cuando le apostamos a El Salvador tardé siete años en darme cuenta de que mis ideas iniciales estaban equivocadas, rectifiqué, voy al terreno... y lo que le estoy contando ahora es el resultado de lo que aprendí. Cuando vine, yo era como una pizarra en blanco, y la fui llenando de anotaciones a partir del aprendizaje en las comunidades.

Usted se reúne seguido con ministros, con representantes de organismos internacionales.
Y muchas veces no entienden. Hace poco, el canciller [Hugo Martínez] me organizó una reunión con representantes de embajadas y de organismos, algo que le agradezco de corazón. En ese encuentro, una señora me dijo que tenían disponibles unas becas para jóvenes con inglés avanzado. ¿Ve la miopía? Uno explica, pero no se dan cuenta de que es el modelo el que no funciona. Y así, puede venir mañana Bill Gates y donar 100 millones de dólares para programas de prevención, que ese dinero se evaporará en un ratito y todo seguirá igual. Para mí está más claro que el agua transparente, pero no para los que ni siquiera conocen su propio país, aunque sé que esto puede sonar arrogante y soberbio.

El extranjero ‘metido’ que opina sobre la realidad nacional.
Pero eso ya me tiene sin cuidado. No me importa que piensen así. Seguiré luchando porque considero que El Salvador tiene las herramientas y a las personas capaces de transformarlo, tanto en las comunidades como fuera de ellas, porque no se puede hablar de desarrollo haciendo hincapié sólo en uno de los dos mundos que forman la sociedad salvadoreña.

Se me ocurre, para empezar, que el Consejo incluya en sus debates a personas que vivan o conozcan muy bien las comunidades.
Pasos así ayudarían. A los pobres se les ha quitado hasta la palabra, y este país no puede darse el lujo de no escuchar a los jóvenes de las comunidades, a sus padres, a los docentes que imparten clases ahí... Yo los oigo y me dan lecciones de sabiduría maravillosas cada día. Quizá no hablen tan lindo como un joven de un colegio caro, pero hay que aprender a valorar los conocimientos y no tanto las palabras bonitas.

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