Tegucigalpa, HONDURAS. Al final de la jornada electoral, cuando el domingo era ya lunes, una y media de la madrugada, el presidente Juan Orlando Hernández se reunió con apenas docenas de simpatizantes que aún lo esperaban en un salón del Hotel Honduras Maya, en Tegucigalpa. Era la segunda vez en cuatro horas que salía a declararse ganador de la elección. De su reelección. El entusiasmo, inclusive el suyo, ya lucía mermado. Pero trató de disimularlo: “Con el 50 % de las actas procesadas, tenemos siete puntos de ventaja”. Sus simpatizantes celebraron. Apenas. A esas alturas ya ni sus más fieles seguidores estaban seguros de lo que les decía. El día les había dado suficiente munición para la duda.
La transmisión televisiva del discurso presidencial fue interrumpida para conectar en vivo con el Tribunal Supremo Electoral (TSE) que a esas horas, 1:45 a.m. del lunes 27 de noviembre, por fin daría sus primeros resultados oficiales. David Matamoros, presidente del cuestionado árbitro electoral, acusado de jugar a favor del presidente Hernández, confirmó una ventaja lo suficientemente significativa como para marcar una tendencia. Con el 57 % de las actas procesadas, el candidato de la Alianza Opositora, Salvador Nasralla, acaparaba el 45.2 % de los votos; el presidente Hernández, el 40,2 %.
Por razones aún no explicadas, Matamoros y los restantes tres magistrados del TSE tardaron demasiado en anunciar lo que ya otros celebraban. Un par de horas antes, harto ya de esperar que los magistrados hicieran su trabajo, Nasralla dio a conocer el recuento de las actas: “Tenemos 45,4 % de los votos. El candidato de la dictadura tiene 40,6. La tendencia no cambia. ¡Soy el nuevo presidente de Honduras!”, dijo Nasralla. El Tribunal Supremo Electoral esas horas no había divulgado ni un solo voto. Cero. Nada. Por primera vez en mucho años, Honduras terminaba el día de las elecciones sin que el Tribunal adelantara resultados, creando una incertidumbre peligrosísima al final de unas elecciones tensas, cuestionadas, delicadas. Muy delicadas. A la 1 de la madrugada, Honduras seguía sin noticias del árbitro electoral.
Aún así, el presidente guatemalteco Jimmy Morales telefoneó al presidente Hernández para felicitarlo por su reelección. Lo hizo sin un solo dato oficial que sustentara su entusiasmo.
La capital, Tegucigalpa, había comenzado a militarizarse horas antes. Desde las 8 de la noche cuando, en un supremo acto de irresponsabilidad, el presidente Hernández se declaró ganador de la elección apenas con datos de sus encuestas a boca de urna. Los rumores inundaron las redes sociales y los mensajes telefónicos: están planificando un golpe de Estado, el Ejército discute qué hará, Juan Orlando está negociando con Mel Zelaya, el presidente decretará el estado de sitio, etc…
Tan absurdos como sonaban, todos circularon de manera viral porque todos eran escenarios creíbles. Cualquier cosa era creíble. Incluso la victoria de Nasralla contra el sistema.
¿Qué pasó en todas las horas de silencio del TSE?
Hubo presión internacional para que el Tribunal hiciera públicos los primeros recuentos, porque su silencio, con dos candidatos autoproclamados, era una bomba de tiempo. Cuando el presidente, a las 2 de la madrugada, salió a proclamarse ganador según sus propias actas, intentaba ya desesperadamente establecer el triunfo –el triunfalismo– como hecho político, aunque para ello mintiera. Las actas, sus actas, eran las mismas que tenía el TSE, las mismas que tenía Salvador Nasralla, las mismas que tenía el tercer candidato en contienda, Luis Zelaya, del Partido Liberal, que ya feliticaba también a Nasralla. ¿Cómo podían esas mismas actas dar al presidente Hernández y su Partido Nacional un resultado distinto?
Por eso, el silencio del TSE bordeaba ya lo delictivo. Ante cámaras, Nasralla denunció lo que ya era un rumor en los círculos políticos hondureños: “Hay dos magistrados que admiten mi triunfo y dos que no quieren reconocerlo”.
Los magistrados salieron y su palabra era tan determinante que los medios de comunicación que abiertamente hicieron campaña por la reelección interrumpieron su autoproclamación y dieron paso a los cuatro magistrados. Apenas habían contado el 57 % de las actas, dijeron. Y eran mayoritariamente urbanas. Faltaba que llegaran los votos de las zonas rurales. Era aún muy poco para proclamar ganador a un candidato que presentaba cinco puntos de ventaja sobre el presidente. Todo eso dijeron. Pero lo que confirmaron fue que Nasralla había dicho la verdad. El presidente, no.
El presidente Hernández envió un audio a sus correligionarios y a los medios de comunicación: “El dato del Tribunal no es concluyente porque únicamente recoge los resultados de las principales ciudades del país, eso representa sólo el 20 % de los votos. El 80 % restante nos favorece a nosotros, así que tenemos que ser cuidadosos, pacientes y llevar el proceso hasta el final”.
Fue un nuevo acto de irresponsabilidad más en una jornada en la que el presidente de la República estuvo a punto de desatar un caos. Pero quien se sorprenda es porque no sabe todo lo que está en juego en esta elección para los sectores más poderosos de Honduras. No se pueden dar el lujo de perder.
Hace dos años, el presidente Hernández logró autorización de la Corte Suprema de Justicia para correr por la reelección aun cuando la Constitución lo prohíbe. Pero lo hizo con el respaldo de empresarios, de su partido, de políticos corruptos acusados de graves delitos, del Ejército, con fondos del Estado y con el apoyo abierto pero cauteloso de Estados Unidos. Ninguno de ellos podía admitir una derrota porque en riesgo están multimillonarios contratos con el Estado, prisión para algunos funcionarios y empresarios, el desmontaje de un contubernio entre la empresa privada y el Estado que es la causa principal de conflictos sociales y de asesinatos de ambientalistas.
Para Estados Unidos, el presidente Hernández es un aliado más confiable que Salvador Nasralla, particularmente porque detrás de él está el expresidente Manuel Zelaya, principal operador de la oposición y hombre cercano al Socialismo del Siglo XXI. Pero incluso la Alianza Opositora cree que Washington ha retirado su apoyo a las intentonas del presidente Hernández para mantenerse en el poder.
“Estamos ante una crisis tremenda porque Juan Orlando no quiere aceptar la derrota”, dice Hugo Noé Pino, exdirector del Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales. “En ninguna elección habíamos visto el escenario ante el que estamos ahora”, agrega.
Salvo la representación estadounidense, los demás sectores poderosos de Honduras intentaron –y aún intentan– mantener a Juan Orlando Hernández en Casa Presidencial a toda costa. La elección del domingo era ya irregular con un padrón sin depurar que incluía 30 % de convocados muertos o en el extranjero y nula representación del partido opositor en el TSE. Hernández controla incluso el árbitro de la elección, los medios de comunicación y la institucionalidad del Estado, a la que volcó en la campaña eliminando las fronteras entre el Estado y el partido.
Todas las encuestas, salvo las de la Alianza Opositora, le daban diez puntos de ventaja sobre Salvador Nasralla. Eran sus propias encuestas, de sus medios aliados. No importaba. No se trataba de retratar la intención de voto, sino de establecer un hecho político. De convencer a la gente de que su triunfo era inevitable. Pero la sorpresiva victoria de Salvador Nasralla en las urnas transformó todo el panorama.
Rodolfo Pastor, el hombre a cargo del plan de gobierno de la Alianza, dice que se despidió de los magistrados del TSE a las 3 de la mañana de este lunes 27 de noviembre. “En ese momento ellos hablaban de más de 70 % de las actas procesadas, y la ventaja de nuestro candidato había aumentado a siete puntos. La ventaja es definitiva. Los magistrados usaron otra palabra: irreversible”. ¿Por qué no lo han dicho en público? “Juan Orlando es un hombre muy poderoso y ahora mismo intenta negociar. No quiere reconocer su derrota y, si lo hace, pretende otras cuotas de poder y garantías de amnistía. Pero no tengo idea con quién puede negociar a estas alturas”.
La mañana de este lunes, los principales periódicos hondureños amanecieron con Salvador Nasralla en las portadas. Fueron cautelosos esta vez, e informaron con precisión que el candidato opositor llevaba ventaja. Pero esas portadas enviaban otro mensaje: los sectores más fieles al presidente han comenzado a admitir la posibilidad de una derrota.
A media mañana, sin embargo, cambiaron sus portadas en línea: citando a empresa encuestadora Ingeniería Gerencial, la misma que 24 horas antes daba al presidente Hernández una ventaja de más de diez puntos, El Heraldo tituló: “Se acorta distancia entre Salvador Nasralla y Juan Orlando Hernández”. Era otra maniobra coordinada: el gerente de esa empresa, Arturo Corrales, es un exfuncionario del gobierno de Hernández. Un conspirador político con acceso directo al TSE que, a pesar del probado fracaso de sus proyecciones, tuvo media mañana ante las cámaras de la principal cadena televisiva del país, Televicentro, para sembrar la idea de que el presidente Hernández está remontando la diferencia. Un propagandista maniobrando a última hora. El presidente todavía no se ha rendido.