Tarde o temprano iba pasar. El miedo terminaría siendo utilizado en favor de un político… tal y como lo ha venido haciendo Trump desde su campaña electoral. Ahora, le ha tocado el turno a los habitantes de los condados de Nassau y de Suffolk, que tienen elecciones este noviembre para elegir al legislador del condado.
El primero, es un territorio suburbano ubicado en el lado oeste de Long Island, en el estado de Nueva York. Nada más alejado de la realidad salvadoreña. Y sin embargo, hace algunos días unos volantes con fotografías en las que se ve a supuestos miembros de la MS-13 han empezado a circular entre los residentes de dicho lugar con un propósito político. En uno de estos volantes se ataca a la candidata a ejecutiva del condado de Nassau, la demócrata Laura Curran.
“Conoce a tus nuevos vecinos. Laura Curran desplegará la alfombra de bienvenida para pandillas violentas como la MS-13”, anuncia el panfleto, sin identificación de quién paga por dicha propaganda. “La campaña de Laura Curran es apoyada por intereses especiales de la ciudad de Nueva York. Estos grupos quieren que el condado de Nassau sea un Condado Santuario para inmigrantes ilegales y proteger a esos criminales convictos de la deportación. La MS-13 gana. Los contribuyentes pierden”, se lee a continuación. El mensaje cierra diciendo: “Laura Curran: Ella es la opción de la MS-13 para convertirse en la regente del Condado. Pero no debería ser la tuya”.
En un segundo volante, esta vez dirigido a los habitantes del condado de Suffolk, al este de Nueva York, se lee: “Bajo el control de los demócratas, el condado de Suffolk ha sido un “Santuario” y ha sufrido del mayor nivel de muertes por parte de MS-13 y del más alto nivel de muertes por consumo de opioides en el estado de Nueva York”. De nuevo, la estampa es de un supuesto miembro de la mencionada pandilla y, esta vez, acompañada, con una jeringuilla encima de una cuchara, ambas rodeadas de un polvo blanco.
El tercer volante hace gala de un hombre blanco sonriente. Su nombre es Steve Flotteron y es republicano. Este desplegado hace uso de la misma tipografía que las anteriores papeletas y destaca al republicano como la mejor opción para gobernar este sector de Nueva York. Acá, la narrativa es diferente: “Steve Flotteron apoya… las fuerzas federales conjuntas para combatir las acciones de la MS-13 u otras pandillas en el condado de Suffolk… severas sentencias para traficantes de drogas para combatir la epidemia de la Heroína y proteger a nuestras familias… el control más estricto de nuestras fronteras para detener el flujo de la heroína y de miembros de pandillas (MS-13) en nuestros vecindarios”...
Los republicanos están aprovechando la mala imagen que la pandilla MS-13 se ha granjeado a lo largo de los años, como una de las más violentas de Estados Unidos y de Latinoamérica, para conseguir votos. Y eso que este país tiene de dónde escoger.
Según el FBI, las pandillas más importantes son la Mexican Mafia o eMe; la Aryan Brotherhood, Barrio Azteca, Black Guerrilla Family, Pistoleros Latinos, Mexikanemi también conocida como la Texas Mexican Mafia o “Emi”, y la Ñeta de Puerto Rico. Esto sin contar a las bandas motorizadas o los grupos relacionados con los carteles que se dedican a la trata de armas, blancas y droga, entre otras.
En la actualidad Estados Unidos es hogar de un millón 400 mil pandilleros distribuidos en 33 mil bandas criminales que operan a lo largo y ancho de los 50 estados, según el National Gang Threat Assessment, que el FBI difundió en 2011.
Pero volviendo al punto: la estrategia no es nueva. Recordemos: un partido relaciona al candidato contrario con un grupo enemigo de las buenas costumbres y hasta capaz de comerse a tus hijos. ¿Suena conocido en El Salvador? Es la misma bazofia política encaminada a generar miedo y atraer votos hacia un lado del espectro político a la que ya estamos acostumbrados.
Para los que vivimos en los Estados Unidos y nos identificamos como salvadoreños, presenciar este tipo de propaganda -en especial en los tiempos que corren- es un golpe directo a la yugular. No sólo porque se ensalza un sentimiento de racismo de rechazo hacia nosotros, pues en el imaginario colectivo del norteamericano promedio, los centroamericanos somos violentos, nos robamos el trabajo de los buenos estadounidenses y somos incapaces de aportar nada bueno a esta nación por el simple hecho de haber nacido en esa parte del hemisferio. Por el otro lado, la impotencia y el sabernos solos no son resultado de la falta de reconocimiento de otras nacionalidades latinas, sino de tu propio gobierno, uno que cuando este tipo de sucesos ocurren no pone el grito en el cielo como cuando enjuician a policías que ejecutan a pandilleros y avalan sus prácticas de exterminio.
Los salvadoreños que estamos en el extranjero, irónicamente, sólo servimos como moneda de cambio cuando se acercan las elecciones en nuestro país. Para los gobernantes actuales, sólo somos valiosos en la medida en que representamos una forma de de ingreso estatal, es decir, que se nos puede intercambiar por ayuda internacional, siempre cuando se mantenga viva la llama de la pobreza y de la violencia tercermundista. Es por ello que el tema de las pandillas es vital para nuestros gobernantes. De que este siga vivo dependen muchos programas financiados por los Estados Unidos, de que nosotros sigamos acá -siendo beneficiados por recompensas como el TPS- depende el flujo de remesas que mandan a El Salvador y que ha ayudado a mantener a flote su Producto Interno Bruto, otra forma de ingreso del Estado.
¿No me creen? Basta ver los números del Banco Central de Reserva. Entre enero y diciembre de 2016, reportó que los ingresos por remesas fueron de 4.576 millones de dólares, una cifra que superó en 306 millones de dólares el total de giros correspondientes a 2015. Este monto total de las remesas que recibió El Salvador desde Estados Unidos fue equivalente al 17,1% del Producto Interno Bruto.
Y pese a esto, estamos solos, en el exilio y sin cobijo. Por si fuera poco, es inconcebible que tras años de violenta guerra civil, quienes fuimos niños de ese conflicto armado, no hayamos podido conocer ni un solo día de paz, ni siquiera estando fuera de la madre patria. Pero más inconcebible es que, estando tan lejos de casa, se nos tenga que recordar, a cada instante, que somos unos “guanacos hijos de puta”, como bien apuntó Roque Dalton. Y es que no falla, cada vez que alguien se entera que sos salvadoreño, las referencias, las burlas que saltan al ruedo -además de que somos malos en el fútbol- son las falsas creencias de que todos somos mojados, que llegamos subidos en tren -como si no hubiera otra forma de migrar- o que somos mareros. El Salvador está en ruta a convertirse en una segunda ciudad Juárez. Durante muchos años, esta urbe ha sido reconocida como una de las más violentas de Latinoamérica y del mundo.
Tal vez sus puntos más álgidos en la guerra contra el narco pudieran ser ubicados en los años 2011, cuando el número de muertes por cada 100,000 personas no sobrepasaron a los que se generaron en El Salvador, Guatemala y Honduras en estos días. Hoy, la tasa de homicidios de esta ciudad es de 29 personas por cada 100 mil habitantes, con datos de 2016. Y sin embargo, cuando la gente piensa en esta parte del mundo, no puede sacarse de la cabeza a las muertas de Juárez ni dejar de pensar que esta es una de las urbes más violentas, más inhóspitas y deseadas por el narco. Hace años que Juárez está en relativa paz.
Su fantasma no deja de perseguirlo. Sus vecinos de lado estadounidense, muchos de los cuales forman parte de una gran familia mexicoamericana, tienen miedo de cruzar. Esta mala imagen provoca que haya poca inversión en empresas locales y un gran impacto en la industria del turismo. No sólo eso, desde un punto de vista más trivial, priva el resto del mundo a conocer al verdadero salvadoreño o salvadoreña, de noble pujanza y de sonrisa eterna. Lo único que los políticos logran al usar estas artimañas es seguir manteniendo secuestrado al país.