El Ágora / Cultura

El último mensaje de Helia Masferrer

Antes de morir a través de un proceso de eutanasia, la hija del filósofo y escritor Alberto Masferrer se despidió de sus amistades por medio de un último mensaje. Helia fue clave para descubrir, por medio de la correspondencia entre sus padres, otro rostro del pensador: un hombre atormentado por amor y terriblemente decepcionado por cómo sus ideas políticas cayeron en saco roto. 


Viernes, 8 de diciembre de 2017
María Luz Nóchez

El 21 de noviembre 2017, cinco de las personas más cercanas a Helia recibieron un correo electrónico. El último. Así lo anunciaba el asunto: Last message. Las líneas que le siguieron no dejaban duda de ello.

'Familia y amigas,
> Cuando lean esto, yo ya no estaré más. Estaré en Nirvana o en el Gran vacío, o, es más,
'en el inmenso espacio de la consciencia', como Stéphane solía preguntarse.
> ¿Cómo saberlo?'

Helia decidió morir a los 88 años, luego de que, tras la muerte de su esposo, André Jenard, su salud se deteriorara a paso acelerado: “Mi salud se está deteriorando rápidamente y mi vida es tan miserable, simple y sin sentido desde que André murió... […] Estos últimos casi cuatro meses han sido demasiado para mí”. Tras 64 años de matrimonio, la vida sin su compañero se le hizo dura e insoportable.  El 11 de noviembre, decidió someterse a una eutanasia. Diez días más tarde, el correo era más bien la formalidad de una muerte anunciada cumplida por su médico. 

'>Una cosa es segura: estaré más cerca de André de lo que estoy ahora. Siempre habíamos deseado morir juntos, pero no lo logramos. […] Estoy más que lista - y ansiosa - por irme que mientras más pronto, ¡mejor!'

Estas fueron las palabras que escogió Helia Masferrer para despedirse. Helia nunca se presentó como Masferrer, de hecho era conocida como Dekonink (Jenard después de casarse) y sin embargo durante los últimos diez años de su vida estuvo muy consciente de quién fue su padre biológico, así nunca lo hubiera conocido.

Su conexión con El Salvador, pese a sus padres, ambos salvadoreños, fue en realidad mínima. Vivió breves temporadas entre 1935-1936 y 1939-1943. Y, sin embargo, fue indispensable para comprender a uno de los pensadores y escritores más sobresalientes del país; reveló a un Masferrer distinto. En 2004, decidió donar al Archivo General de la Nación (AGN) el legado de 250 cartas que dan fe de la relación y permiten un acercamiento a su biografía no oficial: un hombre atormentado por amor y terriblemente decepcionado por cómo sus ideas políticas cayeron en saco roto. Un Masferrer que en el otoño de su vida, cansado y muy enfermo, resuelve por concebir su propio dios: Helios.

La cartas entre Masferrer y la madre de Helia narran una relación epistolar de seis años. En sus momentos más dramáticos, Masferrer intentó renunciar al menos tres veces a Hortensia Madriz, atribulado porque ella no le correspondía las cartas o porque pasaban muchos días sin que llegara a verlo.
La cartas entre Masferrer y la madre de Helia narran una relación epistolar de seis años. En sus momentos más dramáticos, Masferrer intentó renunciar al menos tres veces a Hortensia Madriz, atribulado porque ella no le correspondía las cartas o porque pasaban muchos días sin que llegara a verlo.

Helia es hija de Hortensia Madriz, la destinataria y fuente de inspiración de la serie epistolar que ahora resguarda el AGN. “Mi muchachita”, como la llamaba cariñosamente Masferrer, pertenecía a las filas del statu quo conservador que el filósofo combatió desde su trinchera humanista. Sin embargo, confiaba ciegamente en su criterio y más que su musa la consideraba una discípula. 'Necesito confiarte largamente mis proyectos antes de que tomen vuelo, para que tu prudencia y tu inspiración me guíen'.

La influencia de la musa fue tan fuerte que, en 1926, tres años antes del nacimiento de Helia, y de la publicación de Helios y La religión universal, Masferrer le anuncia a Hortensia que, después de buscar toda su vida a Dios, y al filo de la desesperanza, había sido ella quien encontró para él la paz y la luz. Fue Helia, pues, la encarnación de ese dios.

Sobre Masferrer, Helia se había enterado por su madre y por amigos de este que las visitaban en Bélgica. También lo conoció a partir de la lectura de algunos de sus libros, como Una vida en el cineLas siete cuerdas de la Lira, Ensayos y figuraciones. Pero a ella, mujer agnóstica y de izquierda, “le parecía un blandengue”, recuerda Marta Casaús, la académica guatemalteca que en 2012 publicó El libro de la vida de Alberto Masferrer y otros escritos vitalistas, en un intento por reordenar sus pensamientos y reorganizar su obra. Fue en el proceso de su investigación que conoció a Helia y le contó sus planes. Después de un tiempo, Helia le confió que tenía en su poder una serie de cartas entre sus padres y que podía prestárselas en caso de que le resultaran útiles.

En el ínterin, Casaús se encargó de darle más contexto sobre la obra de su padre, de convencerla, pues, de que no era el hombre de posturas débiles que ella se había construido. Una vez que tuvo acceso al epistolario, a la escritora guatemalteca se le reveló un nuevo rostro de Masferrer, que además se correspondía con su evolución literaria. Copió aquellas cartas que le parecieron más importantes y se las regresó a Helia. Le mostró sus hallazgos y la puso a leer algunas de estas.

Pese a ser la heredera de la colección, nunca las había estudiado, ni por curiosidad. Esta actitud podría decirse predecible, tomando en cuenta que la relación con su madre nunca fue buena: vivió con ella solo aproximadamente diez años.

En 2013, cuando se le pidió que explicara qué significaba para ella ser la hija de Masferrer y sobre la relación con su madre, Helia respondió:
“A los 3 meses de edad, mi madre me mandó a vivir en casa de Valerie Decordes; de modo que ella y su mamá fueron para mí como madre y abuela. Valerie era la institutriz a cargo del Jardín infantil en la escuela Decroly de Bruselas; los niñitos la llamaban “Poulou”. Cuando tenía 4 o 5 años, mi madre se casó con Marcel Dekoninck, ingeniero agrónomo graduado de la Escuela Superior de Agronomía, de Gembloux, Bélgica. Marcel me reconoció como suya, de modo que me llamo Elia Dekoninck (Helia no fue aceptado en la Maison Communale). Jenard es el apellido de mi marido. En 1935 fuimos Marcel, mi madre y yo a vivir a San Salvador y después de un año mi madre me mandó de regreso a Bruselas a vivir en casa de Poulou. En 1938, regresó mi madre a Bruselas con mi medio-hermanita Claire, que había nacido en San Salvador, y en 1939 nos fuimos las tres a San Salvador. En 1943 se separaron Marcel y mi madre, y fuimos mi madre, Claire y yo a vivir a los Estados Unidos. En 1947 regresé a Bruselas a casa de Poulou, donde viví hasta casarme con André Jenard en 1953”.

Alberto Masferrer, cerca de 1915. Las ideas de Masferrer, escritor, filósofo y político nacido en Alegría (Usulután) en 1868 y fallecido en San Jacinto (San Salvador) en 1932, siguen suscitando debates un siglo después. Destaca el impacto de su obra Minimun Vital.
Alberto Masferrer, cerca de 1915. Las ideas de Masferrer, escritor, filósofo y político nacido en Alegría (Usulután) en 1868 y fallecido en San Jacinto (San Salvador) en 1932, siguen suscitando debates un siglo después. Destaca el impacto de su obra Minimun Vital.

Con una lectura más profunda de la prolífica obra de su padre y su pensamiento, Helia leyó por fin las cartas y de considerar a Masferrer un “blandengue” pasó a sentir compasión por él: “poco a poco empezó a cambiar su percepción. Cuando lee las cartas se compadece de su padre y su madre le parece una mujer frívola. No entendía cómo él se había enamorado de ella”, explica Casaús.

Dos años después de que a partir del análisis de la correspondencia íntima de Masferrer concluyéramos que Los filósofos también lloran, Helia se puso en contacto con el afán de publicar algunos de sus textos sobre lo que para ella significaba ser hija de Masferrer y de sus visitas a El Salvador: “Me parece claro que, sin tener su talento, heredé de mi padre el gusto de escribir, y lo hago desde que estoy jubilada. Mis escritos son recuerdos de vida, pero también de imaginación y sueños sobre lo vivido; de modo que puede decirse que son ‘trozos’ de autobiografía”, escribió en un correo.

También se dedicó en sus últimos años a traducir algunos textos de su padre, con el afán de encontrar símiles para ella y para explicar a sus amigos quién era el personaje que introducía como su papá en sus escritos.

“[...] Y, aunque esta traducción fue para mí a veces un trabajo difícil y me doy cuenta de que mi estilo es bastante cojo, mientras que el estilo de Masferrer es a la vez elegante, simple y ligero; lo hice con diversión porque encuentro estos recuerdos muy ilustrativos de lo que pudo haber sido una infancia en un pequeño pueblo de América Central a fines del siglo XIX. Y debo decir que no estoy lejos de haber vivido experiencias similares durante los años de la infancia que pasé en El Salvador de 1939 a 1943. También experimenté el Río Lempa como una frontera más allá de la cual era un mundo distante, desconocido y un tanto misterioso. Y, por supuesto, que comía más frutas mencionadas por Masferrer, excepto los mangos de nuestro jardín, que nunca maduraron ya que mi hermana Claire, mi primo Enrique y yo prácticamente vivía en el árboles, cada uno suyos, fuera del horario escolar, y los mangos todavía verdes nos servían como proyectiles de un árbol a otro…”, escribía, a modo de introducción, sobre Niñerías, el tomo número 5 de los Cuadernos Masferrerianos.

La conexión con su padre, quizás, la mantuvo hasta sus últimos momentos, esos en los que decidió sobre su destino: cómo y cuándo morir. Una de las cartas enviadas por Masferrer a Hortensia en 1927, podría ayudar a explicar el parangón: “Después de haber experimentado todo tipo de sufrimiento durante 3 años, para lograr llegar a ser libre, quiero convertirme en el dueño de mi destino y de mi propia vida, restablecer mi unidad interior y dar a los demás lo que finalmente conseguí pagando con mi sangre y mis lágrimas”. Tal como Helia se describe en su mensaje de despedida, Masferrer también se describía desahuciado y derrotado por su estado de salud, antes de morir de un derrame cerebral el 4 de septiembre de 1932. 

75 años más tarde, Helia también tomó el destino de su propia vida en sus manos y se despide de sus seres queridos y amigos cercanos por medio de un correo electrónico fechado el 11 de noviembre: diez líneas en las que mezcla español, inglés y francés. 

'> Familia y amigas,
> When you'll read this, I will be no more. Will I be in Nirvânâ or the Great Void,
> or else 'Dans les espaces immenses de la conscienc' as Stéphane wondered ?
> How to know ?
> As Carmen Broz wrote to us: ' I'm curious to know but most of the time I think there is nothing there.'
> One thing is certain: I'll be closer to André than I am now. We had always hoped to die together but didn't get it
> My health is deteriorating rapidly; I and my life is so miserable, meaningless and tasteless since André died, that I am more than ready - and eager - to go; and the sooner the better! These almost four months have been much too many for me.
> Love to you all,
> Helia
>
> P.S. Written on November 11. Will be sent from my mail box by our physician after I'm gone'.

Helia Masferrer
Helia Masferrer

*Fe de errata: en la versión original de este artículo se publicó que Helia Masferrer 'decidió morir a los 78 años'. El dato correcto es 88 años. La modificación de esta nota fue realizada en la mañana del 8 de diciembre de 2017. 

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