No me gustan los programas mañaneros (y cuando digo que “no” no quiero decir “quizás” ni que si insisten y me regalan pases para el cine me gustarán, ni que solo los hago sufrir a propósito con la indiferencia de mi sintonía). Pero sé que a mucha gente sí; y está bien. Por eso, un show que tiene una audiencia cautiva –que, para este caso, supongo son amas de casa– debe cuidar su contenido. Porque, además de entretener, este tipo de espacios sirven para difundir formas de ver el mundo que luego cada receptor digerirá a partir de sus mediaciones. Esto, en un contexto machista como el nuestro, es un silbador a punto de reventarnos en la mano.
La semana pasada, mucha gente hizo notar en redes sociales que Viva la mañana, de TCS, cometió una pifia: discutir entre hombres si cuando una mujer dice que no, en realidad, como en un verso de Joaquín Sabina en Mujeres fatal o como en una canción entera de Arjona, quiere decir que sí (la alusión a los artistas es un agregado mío). Yo no lo vi y hay pocos vestigios del video en internet. Pero a juzgar por las capturas de pantalla, la idea ya era lo suficientemente poco acertada en soledad. Ahora bien, si además la emparejamos con la reciente noticia de la muerte de una mujer víctima de violencia doméstica, según sospecha la Policía, el resultado es similar a transmitir un programa en honor a la austeridad desde el Palacio Municipal de Antiguo Cuscatlán o firmar la carta de solicitud de renovación del TPS con un “Yankee go home”. Es poco atinado, pues, por decirlo con palabras sazonadas con ablandador.
Pero lo que pasó en ese programa es solo un poster de edecán más, pegado en la extensa pared del taller mecánico de nuestros medios. Es apenas un pequeño ejemplo de otras manifestaciones machistas igualmente preocupantes que ocurren a diario en la radio y en la televisión local. Justamente en esas me concentro en esta columna.
Pienso, por ejemplo, en el espacio deportivo Fuera de línea, de radio YSKL. Algunos de sus panelistas –aclaro: algunos– juegan cada lunes y viernes a decirle piropos al único elemento femenino del programa: Tuty Santamaría. Las alusiones a su belleza y su capacidad de romper corazones masculinos se entremezclan con las sesiones de la WWE que se viven sobre ese ring al que llaman cabina. “¡Papeles!”, “¿Ya vieron cómo se vistió hoy?”, “¡Pamplinas!”, “La guapa Tuty”. Y así.
Además, Tuty es parte del elenco de un programa de televisión en Canal 19 (Marcador final), vendido al aire por sus colegas como una combinación de talento y belleza. Talento. Belleza. ¿Lo han notado? La gran mayoría de mujeres que se dedican a comentar deportes en la televisión siempre llevan – ¿o las hacen llevar?– vestidos cortos, ajustados jeans o se meten “a la cancha en tacones” (justo como se llama un programa en Radio Sonora). Supongo que a Karsten Rivas nadie le exige ser bello para contarnos que la Selecta se quedó sin técnico –otra vez– ni Tom Coreas se auto flagela en el gimnasio para mostrar una esbelta figura durante los contactos desde la cancha. Las comunicadoras, en cambio, deben ser bellas. Talentosamente bellas.
Los programas deportivos no tienen exclusividad en este club. También la mayoría de shows de concursos suelen reducir a las mujeres a simples anaqueles de vientre plano sobre el cual se exhiben los productos que patrocinan el segmento. Además, pareciera que algunos productores de noticieros esperan con ansias cada Miss Mundo o Miss Universo para fichar a la representante salvadoreña en turno para estelarizar su edición del mediodía. Y claro, el clima: todavía no sé cómo sobrevive Moisés Urbina en medio de la tormenta de likes que mujeres en falda, como Elena Villatoro, reciben cuando pronostican chubascos aislados.
Eso nos lleva al otro punto: las audiencias que gustan de estas prácticas. Una de las grandes preguntas que los estudios en comunicación se han hecho es que si estas actitudes de los medios ocurren en la medida que los oyentes y televidentes así lo exigen (esta investigación de la Escuela Mónica Herrera abordó el tema desde el enfoque de los ciberlectores y periódicos digitales amarillistas). Es decir: ¿Quién fue primero? ¿Los lectores ansiosos de carne o los medios que juegan a ser carniceros? Tras preguntármelo, lo que en realidad me surgen son más dudas: ¿Bajaría el rating si las chicas de los deportes fueran gorditas? ¿Y si la del clima comprara ropa en el bazar de un convento? ¿Es entonces culpa de los medios o de las audiencias que los alimentan con sus vistas y oídos?
Educar a los públicos, claro está, no es fácil. La tarea pasa por varios filtros, entre ellos la educación en la escuela (que ya ven cómo nos va en la PAES), los valores familiares (que ya ven que nos encanta ver novelas mexicanas) y, por su puesto, lo que los mismos medios puedan hacer por romper este ciclo (que ya ven que viven tres décadas atrás). Esto último es lo más inmediato: que la gente de la industria televisiva y radial haga su parte.
Productores, presentadores y guionistas tienen que ser más responsables. Necesitan alguien en sus equipos que los haga reaccionar antes de emitir algún tipo de violencia simbólica (contra hombres, contra mujeres, contra animales, contra quien sea). Es decir, necesitan sensibilizase en temas de género. Requieren, además, de actualizar sus contenidos y sus formas, para darse cuenta de que ya no se crea televisión o radio como en los años 80 y que cada vez que cometan pifias como la que hoy se conoció será cada vez mayor la cantidad de gente indignada por la falta de tacto.
Y ya para decirlo con sus palabras: necesitan reconocer que cuando decimos que la televisión y la radio sí son en parte responsables de la sociedad que tenemos –junto con otros tantos factores–, es sí y punto. Un sí enorme, muy claro. No es un “tal vez” ni un no “camuflajeado”, parafraseando a Arjona y su palabra. Es un sí, se están equivocando muy seguido. Es que de verdad están fallando bastante en su rol de generadores de opinión. Díganme si no.