Sala Negra / Violencia

“Se puede volver a hablar con las pandillas en algún momento, pero con claridad”

“Lo que sucede en El Salvador con las pandillas no cae todavía en la definición de guerra”. Son palabras de Ivan Briscoe, un experto en monitoreo de conflictos armados que trabaja para una organización especializada en analizar guerras y conflictividad social extrema. La calificación más precisa, dice, sería “violencia armada no convencional”, por los altísimos niveles de organización y de intensidad de las expresiones de violencia, expresiones que se concentran sobre todo en las comunidades bajo control de las maras.


Sábado, 24 de febrero de 2018
Roberto Valencia / Fotos Carlos Barrera

Ivan Briscoe, director del Programa para América Latina del International Crisis Group. Foto Carlos Barrera.
Ivan Briscoe, director del Programa para América Latina del International Crisis Group. Foto Carlos Barrera.

Ivan Briscoe (1970, 4 de julio) es el director del Programa para América Latina del International Crisis Group (ICG), uno de los tanques de pensamiento más influyentes del mundo, según el listado que cada año actualiza la Universidad de Pennsylvania.

A finales de 2016, el Crisis Group se interesó en la situación de violencia que afecta a la sociedad salvadoreña y, un año después, en diciembre de 2017, publicaron el primer informe específico sobre El Salvador, bajo un provocador título: ‘Política y violencia perpetua’. Los principales responsables del reporte son la analista española Sofía Martínez y el propio Ivan Briscoe, un británico nacido en Manchester pero que desde mediados de la década de los noventa vive y está pendiente de la realidad latinoamericana: “Salí de Inglaterra con 26 años y me fui a vivir a Argentina para, básicamente, cambiar un poco mi visión del mundo”.

Dicen que los ojos extranjeros son capaces de detectar dinámicas que a los ojos nativos se les escapan. Los de Briscoe y su equipo han detectado que la violencia que sufren y generan los salvadoreños es “excepcionalmente intensa y persistente”; que ARENA y el FMLN acumulan casi tres décadas implementando políticas de seguridad similares, con resultados mediocres; y que el diálogo con los pandilleros –y esta es la más provocadora– es una opción válida para tratar de resolver los problemas de violencia.

Briscoe trabajó una década como periodista, para medios como La Nación de Argentina, El País de España o la web británica openDemocracy. Después juzgó que se puede construir más desde la trinchera de los grandes tanques de pensamiento. “Con el periodismo llega un momento –dice– en el que la brecha entre lo que conoces y lo que un medio te permite contar es demasiado amplia, y eso produce un estado de frustración”.

Pero Gabriel García Márquez dijo que el periodismo era el mejor oficio del mundo.
A mí me encantó ser periodista. Si yo hubiera podido seguir viviendo de escribir reportajes de 5,000 palabras sobre Latinoamérica, habría seguido como periodista.

Hoy acumula 12 años seguidos trabajando para tanques de pensamiento; y desde mediados de 2016, en las ligas mayores: el International Crisis Group.
Sí, la verdad es que para trabajar temas de América Latina, que es lo que me apasiona, no hay una organización más grande que Crisis Group.

En El Salvador, muy pocos han oído hablar del Crisis Group.
Hasta mi llegada, en América Latina sólo trabajábamos en los clásicos: Colombia, Venezuela, México… y un poquito en Guatemala. Yo decidí que entráramos en El Salvador y en Honduras, países con las tasas de homicidios más altas no sólo de la región, sino del mundo. Sentí que era casi una obligación. El Salvador es un país muy pequeño y hubo que luchar en Bruselas [ciudad que acoge la sede central del International Crisis Group] para lograr la aprobación, pero una vez la conseguimos, el apoyo ha sido total.

¿Por qué América Latina ha tenido tan poco peso en la agenda del Crisis Group?
Porque la base de todo lo que hacemos es el conflicto armado y, con la excepción de Colombia, en América Latina no ha habido conflictos armados convencionales en décadas, afortunadamente.

Alguien podría pensar que llegan un poco tarde a poner la lupa sobre el Triángulo Norte.
Y tendría razón. La situación de violencia que se vive en países como El Salvador viene de más atrás, pero para Crisis Group también es un tema de recursos, de capacidades internas y de prioridades.

¿Centroamérica está invisibilizada en la agenda mediática mundial?
Esta región merece más atención. Por lo general, sucede por olas, ¿no? Tras la decisión de Estados Unidos de cancelar el TPS, El Salvador se coló fuerte en la agenda. Sin embargo, Crisis Group tiene la obligación de ignorar los altibajos propios de las coberturas mediáticas y decir: aquí hay un problema. Por ejemplo, creo que Crisis Group debió haber estado en El Salvador durante el proceso de la Tregua, para analizarlo, pero no se pudo.

¿Cómo está El Salvador realmente? Comparado con otros países y regiones del mundo.
¿En qué sentido?

Sobre el impacto de la violencia en el diario vivir de sus ciudadanos. En El Salvador ese impacto es brutal, sobre todo en los estratos sociales de menores recursos.
Hay y ha habido otros conflictos en el mundo en los que se nota más esa permanencia del conflicto en la vida diaria de las personas. Estoy pensando, por ejemplo, en Irlanda del Norte, un caso muy cercano a mi experiencia. Por décadas fue un conflicto armado tradicional, con grupos étnicos o sectarios o religiosos o políticos enfrentados. Y la incidencia en el día a día de las personas era muy real, con líneas de división geográficas increíbles.

El compañero que está tomando las fotos vive en una colonia de Ilopango y no puede ir a visitar a su abuela, que vive en otra colonia de la misma ciudad.
Ese control territorial que ejercen las pandillas es un fenómeno muy particular de El Salvador. Lo que pasa acá no es normal. Y esa, creo yo, es otra razón por la que las organizaciones y la prensa internacional no nos sentimos cómodos tratando el tema. ¿Qué es lo que pasa en El Salvador? Porque hay zonas que parece que tienen líneas de frente, como en Irlanda del Norte en los ochenta, o en Siria en la actualidad. Pero no es exactamente así. Lo que se vive en El Salvador no coincide con lo que la academia internacionalmente define como guerra, porque no hay una incompatibilidad disputada, básicamente. Hay líneas que se entienden como divisiones, hay grupos armados, pero ¿qué están luchando? ¿O contra qué? Eso para mí aún no está claro. Y eso no ayuda a que fuera se comprenda que está ocurriendo aquí.

¿Hay una guerra en El Salvador?
De la palabra guerra se ha abusado en la política latinoamericana, desde hace años, y el mejor ejemplo quizá sea la guerra contra las drogas de Felipe Calderón, en México, cuando aquello básicamente fue una estrategia militarizada de combate a los cárteles. El hecho de que haya militares involucrados no significa que sea una guerra. Lo que sucede en El Salvador, en mi opinión, no cae todavía en la definición de guerra.

Durante tres años consecutivos, 80 asesinatos anuales por cada 100,000 habitantes en promedio.
Es altísimo.

Y los desaparecidos van en cuenta aparte.
Altísimo, altísimo. Pero lo que vive El Salvador yo lo llamaría violencia armada no convencional. ¿Por qué? Ya hay resoluciones al respecto: cuando es una violencia que tiene suficiente nivel de organización y de intensidad, ahí aplica la calificación de violencia no convencional. Eso no es miniminizar la situación. Esa categoría incluso permite pensar en ayuda humanitaria internacional.

Las maras son un fenómeno que surge y que afecta sobre todo a los estratos más desfavorecidos.
En nuestra investigación expresamos claramente la marginalización social de las comunidades en las que surgen las pandillas, y también la forma como los pandilleros han convertido esa marginalización en una autoafirmación de su identidad. El rechazo social es algo absolutamente clave en el proceso de identificación psicológico y social de las pandillas.

En El Salvador, las personas que vivimos en lugares sin presencia de maras...
Probablemente son los que piden más manodurismo, más represión, porque ellos no reciben los efectos de esas políticas represivas. Esto no sólo sucede en El Salvador. Ese fenómeno de no tener contacto directo con las consecuencias de las políticas represivas y a la vez apoyarlas lo vemos en muchos países de América Latina. En Colombia, por ejemplo.

Foto Carlos Barrera.
Foto Carlos Barrera.

Hay quienes creen que las maras son grupos del crimen organizado que están al nivel de los cárteles mexicanos. ¿Ustedes qué hallaron en su investigación?
En los tres países del Triángulo Norte las pandillas representan fenómenos diferentes. En Honduras sí hay una relación más constante entre las pandillas y el narcotráfico. Sobre El Salvador tengo serias dudas. Y sobre Guatemala, hace poco obtuvimos cifras oficiales sobre los decomisos de cocaína y vimos que el 70 % se decomisa en el océano, donde el papel de las pandillas sólo pueden ser menor, u ocasional. Eso no quita que estén vendiendo droga en sus propias comunidades a pequeña escala.

El Departamento del Tesoro de Estados Unidos tiene la MS-13 en el mismo listado que Los Zetas, la Camorra o la Yakuza.
Pero son totalmente distintas. La Mara Salvatrucha es responsable de altos niveles de violencia, pero los otros grupos son estructuras diseñadas para ganar muchísima plata, aunque ocasionalmente también ejerzan ciertos tipos de violencia. Ahora, hay otro punto que merece destacarse: nosotros estamos a punto de publicar una nueva investigación sobre la frontera entre México y Guatemala, y lo que sí hemos visto en parte de esa frontera es una presencia creciente de la Mara Salvatrucha, quizá porque han sido expulsados de alguna manera por las políticas manoduristas del Triángulo Norte, o han sido atraídos por la posibilidad de extorsionar a los migrantes.

Colombia vive un proceso de paz y es un país que desde hace años está interesado en El Salvador.
En las altas esferas del poder en Colombia, El Salvador se mira como lo que podría pasar si no se gestiona bien su proceso de paz. Miran El Salvador con preocupación, con miedo. Por ahora, en el posconflicto colombiano el mayor temor es a una mala reinserción de los excombatientes de las FARC. Pero lo que enseña El Salvador es muy importante, porque no son los exguerrilleros los que generaron violencia, sino que fue la mala gestión del posconflicto y el fracaso de las políticas económicas los que dieron lugar a fenómenos violentos nuevos, como el de las maras.

En su informe, concluyen que ARENA y el FMLN, dos partidos antagónicos, desarrollan las mismas políticas públicas en materia de seguridad pública.
Y eso es algo muy inusual. Primero, ya es poco habitual que dos partidos centralizados tengan un dominio tan fuerte de la política nacional. En América Latina lo que estamos viendo es la fragmentación de los partidos tradicionales, el surgimiento de nuevos, la llegada de outsiders ... Que en El Salvador siga habiendo un sistema básicamente bipartidista es algo excepcional. Ahora, que los dos estén básicamente de acuerdo en cuanto a políticas de seguridad pública yo creo que es reflejo de un fenómeno mucho más amplio, presente en toda América Latina: muchos partidos se han dado cuenta de que los costos políticos de implementar políticas más innovadoras, más sociales, más integrales, son mayores que apostar a la política de siempre. Confiar en la represión es bajar riesgos políticos y electorales, y eso lo vemos en El Salvador. Entre los funcionarios y representantes políticos hay un temor a confiar en otras formas de abordar el tema, y es porque la opinión pública quiere represión.

El informe afirma que el país sufre una violencia excepcionalmente intensa y persistente. ¿Le sorprendo si le digo que ha arrancado 2018 con un alza del 20 % en los homicidios?
No, no me sorprende, ya hubo de hecho un repunte a finales de 2017. Las condiciones subyacentes que generan la violencia no han cambiado. No hay un crecimiento económico fuerte. La deportación de personas con antecedentes penales desde Estados Unidos ha aumentado. No hay esfuerzos en prevención serios. Sin mejoras en esas variables, difícilmente va a haber cambios en las cifras de violencia.

Ustedes dan muchísima importancia la tema migratorio.
Muchísima.

¿Por qué?
Hacemos una diferencia clara entre las deportaciones de personas vinculadas a las pandillas, y las personas que serán previsiblemente deportadas tras la cancelación del TPS u otras personas que, aunque indocumentadas, no tienen nada que ver con las pandillas. Son cientos de miles, y la realidad que los va a recibir es muy difícil. No estamos diciendo que son personas propensas a entrar en actividades criminales, en absoluto, pero nos preocupa mucho las escasas posibilidades de inserción que ofrece esta sociedad. El Salvador es un pequeño país de 6 millones de personas que podría recibir en poco tiempo a casi un millón de personas. ¿Cómo va a poder absorberlas con un crecimiento económico del 2 % anual? Es una pregunta muy válida. Sobre todo los niños, van a estar expuestos a victimización y a reclutamiento. Esta es una realidad.

Crisis Group también habla de diálogo con las pandillas, algo muy difícil de digerir en la sociedad salvadoreña.
Crisis Group ha trabajado en muchos procesos de negociación en todo el mundo, con grupos extremadamente difíciles: violentos, complicados, fragmentados, amenazantes. Un ejemplo actual es el proceso con el ELN [el Ejército de Liberación Nacional, organización guerrillera que se autoproclama de izquierda] en Colombia.

En El Salvador tuvimos la Tregua.
La Tregua fracasó. La opinión pública siempre la rechazó, seguramente porque tuvo un problema de concepción desde el principio. El problema del diseño de la Tregua era que se declaró un cese del fuego, pero sin una agenda. ¿Cuál era la agenda con esos grupos criminales? Es un tema deontológico, pero hay que pensarlo muy bien: ¿cuál sería la agenda? Nosotros sabemos que ya hay entendimientos con clicas a escala local, y hay varias organizaciones involucradas: iglesias, oenegés... Eso puede ser la base para pensar en el futuro en un proceso.

¿Hay condiciones sociales y políticas en El Salvador para que ocurra un proceso en el que las pandillas sean interlocutores?
Ahora no, obviamente, tiene que ocurrir un cambio político. Y no me refiero a un cambio de gobierno, sino a un cambio en el espíritu político hacia el tema de las pandillas. Sin un cambio en la percepción pública, será muy difícil avanzar en ese sentido. Si llega un momento para la negociación en el futuro, habrá que pensar de una manera mucho más estructural, y va a ser muy interesante en este punto lo que pase en México si López Obrador es elegido; o lo que pase en Colombia si hay una negociación con el grupo narcotraficante Clan del Golfo. En El Salvador, ¿cuál es el papel de la negociación política? ¿Cuál es el papel de la justicia? ¿Cuáles son los programas de desarrollo que se pueden introducir en los territorios afectados por las pandillas? ¿Qué compromisos pueden adquirir las pandillas? Todos estos temas hay que resolverlos antes de volver a esa mesa teórica.

En la sociedad salvadoreña está muy arraigada la idea de que no se puede negociar con criminales.
Entiendo el rechazo al diálogo. Lo entiendo por las acciones extremadamente violentas y por la opresión que sufre la gente de parte de los pandilleros, pero en contextos en los que la violencia se extiende en el tiempo, como es el caso de las pandillas, hay que entender que existen razones y bases subyacentes que generan esa violencia, y que se puede volver a hablar en algún momento, pero con claridad.

Como Colombia hizo con las FARC.
¿Cuál fue el inicio del proceso de paz en Colombia que fue tan importante en 2012? Seis puntos. Seis puntos. Se habló en torno a seis puntos. ¿Quieren hablar de otros puntos? No, porque no están en la agenda, terminado el tema. Pero antes de llegar a eso... hay un elemento más importante sobre si se puede dialogar con criminales. Hagamos un panorama mundial de los procesos de negociación en distintas partes del mundo: ¿se ha hablado con grupos armados con importantísimos intereses criminales? Sí. ¿Se ha negociado en espacios judiciales con criminales a cambio de beneficios? Sí. ¿Ha habido entendimientos con grupos criminales por razones tácticas o para tener ganancias en otros aspectos? Sí. Estados Unidos lo hizo en los ochenta en las guerras civiles de Centroamérica, cuando negoció con narcotraficantes. Entonces... la posibilidad existe, solo que si las condiciones políticas o públicas no están dadas, es seguro que no va a avanzar.

¿A quién han presentado este informe y qué receptividad han tenido?
Hemos hablado con gente de alto nivel del gobierno, y con organizaciones sociales y económicas muy importantes, de las que no daré el nombre, como comprenderá. Hemos tenido una recepción maravillosa. Nos han pedido más investigaciones, más información. Quieren que Crisis Group siga trabajando en El Salvador. ¿Por qué? Porque somos independientes, somos neutrales, no tenemos afiliaciones partidarias, y compartimos los valores de amplios sectores de esta sociedad, que creen que hay que hacer algo. Me voy con la sensación de que muchos actores creen que el país ha llegado a un punto límite, y que ya no saben qué más hacer. Saben que hay que se necesita prevención, pero no confían en la prevención. Saben que hay que hacer rehabilitación, pero ¿cómo pedir que se invierta en rehabilitar a pandilleros? Y, hoy en día, después de la decisión del TPS, creo que muchos salvadoreños se sienten un poco sin esa protección y apoyo de Estados Unidos.

¿Cómo se puede diseñar políticas de seguridad efectivas si en su diseño sólo participan élites que no conviven con el fenómeno y apenas lo conocen?
Ese sí es un problema, un vicio del corporativismo tan marcado que hay en América Latina. Incluso colectivos que están en contacto con las clases populares, como los profesores o los obreros, suelen tener como representantes a personas que ya se han convertido en élite, de alguna manera. Como país, debería hacerse todo lo posible para que los representantes no se separen tanto de los grupos que representan, en especial con los trabajadores, las comunidades, los migrantes, etc...

El informe concluye con esta idea: salvo que se atienda la brecha social que fractura la sociedad, la violencia se mantendrá por varias generaciones en El Salvador.
Sí, así es.

Suena casi apocalíptico.
Al final, el fracaso más sobresaliente en las políticas de seguridad represivas es la falta de recuperación del tejido social en las comunidades. Las comunidades están fragmentadas, divididas, con poca confianza, con niveles de alienación altísimos. Es muy difícil combatir así las pandillas, cuando ellos son casi los únicos grupos que ofrecen solidaridad, identidad, aunque sea perversa y viciada por el contexto. En esas comunidades es donde más hay que trabajar. Esa idea con la que cerramos el informe es un llamado de atención, pero a la vez es un reflejo de una realidad larga, de un siglo o más de violencia en este país. Ojalá el informe sea un llamado de atención efectivo.

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Puede descargar el informe sobre El Salvador del Crisis Group en este enlace.

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