Decenas de miles de nicaragüenses marcharon el sábado 28 de abril desde diversos puntos de Managua para encontrarse en la Catedral. Habían pasado 10 día desde la primera protesta. Cantaban “No tenemos miedo” y parecía en esas circunstancias que el temor se había mudado a los rincones desde los cuales se generó durante la última década: los cuarteles de la policía y del ejército, los despachos del presidente y su esposa, las redacciones de los medios de comunicación oficialistas en manos de sus hijos.
Los manifestantes no solo han perdido el miedo al régimen. También le han robado sus banderas. Todas. Marchan cantando las canciones de la revolución; derriban chayopalos para sembrar árboles de verdad; declaman poemas de Ernesto Cardenal y corean a los hermanos Mejía Godoy; repiten consignas sandinistas. Y lo que es peor para Ortega: sus opositores se consideran sandinistas. “Sandinistas, no orteguistas”. De hecho, entre los primeros en unirse a las protestas, en levantarse junto a los estudiantes, se cuentan los habitantes de Monimbó, en Masaya, pueblo de hechiceros, cuna y bastión de la revolución sandinista. El lugar donde se fabricaban -y se fabrican- bombas caseras. Allí también hubo muertos el 19 de abril.
“Revolución o Muerte, Venceremos” decía una pancarta en la marcha del sábado, junto a banderas de Nicaragua y del Vaticano. “Se podrá matar un revolucionario, pero no la revolución”, decía otro.
En la explanada frente al portón principal de la moderna catedral, el obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, fue vitoreado como ningún otro individuo en estas revueltas. Báez se ha convertido en el rostro y portavoz de una iglesia crítica con el régimen de Ortega. Fue el primero y el más contundente en condenar la represión policial y defender a los estudiantes mientras la primera dama y vicepresidenta, Rosario Murillo, los acusaba de ser grupos “minúsculos” al servicio de intereses por desestabilizar al gobierno. El obispo Báez apareció en televisión y exigió castigo para los responsables de la represión.
Con Báez, la iglesia católica nicaragüense se ha convertido en el único garante de este confuso proceso y la determinación de los obispos es acompañar a los estudiantes.
La Iglesia ha convocado a una mesa de diálogo nacional que podría servir también de oxígeno para los Ortega: con la multitud en las calles exigiendo su salida del poder, una mesa de diálogo les permitirá reorganizarse, enfriar las manifestaciones en las calles y demostrar apertura. Pero ese diálogo, ha advertido ya la iglesia, no es eterno.
Sorpresivamente, fue el cardenal Leopoldo Brenes, comúnmente conciliador y poco dado a las controversias o protagonismos, quien hizo una declaración contundente. Frente a las multitudes, tomó el micrófono y advirtió: “Dentro de un mes haríamos un alto para valorar la voluntad, la implementación y el cumplimiento serio y real de los acuerdos a los que hayan llegado las partes. Si los obispos de la Conferencia Episcopal evaluamos que no se están dando esos pasos, informaríamos al pueblo de Dios, a quien acompañamos, y le diríamos que así no podríamos seguir y que no se pudo”.
Báez le dijo después a los medios de comunicación: “No habrá más acuerdos debajo de la mesa ni más acuerdos de cúpula. El pueblo tiene que estar informado de lo que allí ocurra”.
Pero Ortega no está vencido. Este lunes, en conmemoración del Día de los Trabajadores, apareció frente a decenas de miles de personas portando banderas nicaragüenses y del FSLN en una demostración de fuerza contundente. Allí, sin ningún reconocimiento de la responsabilidad de sus fuerzas por la violencia que dejó casi 40 muertos, el presidente nicaragüense pidió un minuto de silencio por las víctimas. Apuntó la responsabilidad hacia otros lugares: “ Desgraciadamente, los mismos que incitaban a la guerra antes, ahora incitan nuevamente a la violencia y en medio, en medio nuevamente las víctimas de la violencia, los fallecidos por estos actos violentos que todos hemos visto y que todos hemos repudiado, condenado y que nuevamente han provocado una profunda herida en el corazón de la patria”. Ortega reiteró que la mesa de diálogo tiene por objetivo buscar la paz, aunque no existe aún una agenda temática.
Los estudiantes han pedido tiempo para seleccionar a sus representantes pero, sobre todo, para determinar qué está pasando en sus filas.
Desde que estallaron las protestas contra el régimen, el 18 de abril pasado, los universitarios se han convertido en protagonistas de una historia que les exige mantener ese rol. Deben ahora asumir una responsabilidad, y un poder, adquiridos de hecho: sin estrategias, sin agenda, sin organización de ningún tipo. Se trata de una generación espontánea que hizo volar por los aires todos los temores, todas las censuras, toda la represión acumulada durante más de una década de control orteguista sobre todos los aparatos del Estado. Nadie pudo prever esta detonación. Montados en el carro de la historia, los estudiantes deben dar forma a la revuelta improvisada. Pero están cansados, infiltrados y sospechan de sus propios pares. Han pasado ya casi dos semanas y aún no tienen un liderazgo claro.
La Universidad Politécnica, que se convirtió en el cuartel general de los estudiantes, está capitulando. Si hasta el miércoles pasado era un hervidero de gente recibiendo víveres y medicinas por toneladas para alimentar a los atrincherados, hoy ya no queda casi nadie adentro. Los jóvenes comenzaron a abandonar el área por exceso de cansancio y estrés, por enfermedades o simplemente porque dejaron de verle sentido al atrincheramiento.
En la entrada posterior de la universidad, una mujer que ronda la treintena de años gritaba eufórica el jueves pasado. A su cargo tiene a una docena de muchachos custodiando los ingresos, armados con unos tubos por los cuales lanzan unos bultitos de pólvora, sus morteros. También poseen bombas molotov. La mujer le gritaba a jóvenes a cargo de abastecimiento: “¡Mis muchachos tienen dos días sin que les traigan nada!. Ya no tienen comida ni medicinas ni cigarros. ¿Cómo se van a mantener despiertos sin cigarros? ¡Yo ya me voy de aquí! Dejé a mis tres niñas en mi casa para venir a apoyarlos, pero aquí no se puede. ¡No se puede!”.
Los jóvenes a su cargo, que se caían del sueño, simplemente confirmaban con movimientos de cabeza que lo que ella decía era cierto. Pero los gritos de la señora trajeron a uno de los jefes de la sección de abastecimiento. “Dígame qué necesita y se lo traigo ya. Pero no nos abandone”. Arriba, en uno de los techos, se escuchó una explosión de vidrio. La mujer volvió su mirada furiosa y les gritó: “¿Quién está reventando molotovs?” De arriba llegó una tímida respuesta en la voz cambiante de los adolescentes: “Estaba preparando una y se me fue”. La mujer volvió a gritar, con firmeza: “Todavía no me he ido así que no crean que ya pueden hacer lo que les dé la gana. ¡Se me ordenan ya!”. La mujer decidió quedarse otro día.
En la enfermería, jóvenes ataviados con una bata médica esperaban la llegada de pacientes, que tras el repliegue de las fuerzas de seguridad y las juventudes sandinistas son más escasos. Ahora son sobre todo personas con sobrecarga de estrés, con dolores musculares, con ataques de ansiedad.
Los días anteriores, durante los enfrentamientos con la policía, montaron aquí un pequeño hospital de campaña en el que atendieron asfixiados por gases, heridos de bala, quemados e intoxicados. Andrea, una pequeña de 17 años y estudiante de mercadotecnia, suturó las heridas y atendió las complicaciones. “Nunca me imaginé que tendría que hacer esto”, dice. “Aprendí a cerrar heridas aquí. No tengo ningún entrenamiento médico. Pero esta experiencia me está llevando a pensar si de verdad quiero estudiar mercadotecnia”.
El médico en jefe pide no ser identificado. Ronda los 40 y parece en mejor estado físico que sus ayudantes. Fue él quien les enseñó, en cuanto llegó, a cerrar heridas con una aguja y a recostar a pacientes lesionados. Es un creador de enfermeros: adolescentes y nuevos adultos que, como Andrea, veían su futuro en una agencia de publicidad o planificando focus groups y que en una semana han visto su vida cambiar radicalmente; se han descubierto valientes y capaces de actuar con serenidad en situaciones de emergencia. El médico en jefe trabaja en un hospital público, pero se ofreció como voluntario cuando escuchó de las protestas. “Estos jóvenes nos han dado una lección de dignidad. Lo mínimo que podía hacer era venir. Es la obligación de todo médico ayudar donde hay heridos”, dice. “Pero ya se dieron cuenta de que estoy aquí, y me han advertido ya que me quitaron el trabajo”. También se lo quitaron a su jefe de enfermeros, un estudiante que hacía sus pasantías en otro hospital público.
El edificio, que durante los días académicos funciona como sede de la facultad de contaduría, alberga hoy bodegas de medicinas, cuartos de clasificación y distribución con estrictas medidas de acceso y, finalmente, tres aulas en las cuales han unido bancas para formar camillas. Las medicinas provienen todas de civiles que se han acercado a donarlas; pero esto también ha supuesto un problema.
“Antier vinieron dos personas a uno de los portones. Les dijeron a los muchachos que traían medicinas para aliviar la carga de estrés y el dolor muscular. En realidad los doparon; pero nos dimos cuenta a tiempo”, dice uno de los enfermeros.
A cargo del edificio está un joven robusto, elocuente y simpático que se identifica simplemente como Reyes. Parece un poco mayor que los demás. Dice ser estudiante de último año de mercadotecnia en otra universidad y haber llegado aquí buscando refugio de la represión. Pronto, él también, comenzó a atender heridos. “Me tocó hacer dieciséis puntadas el primer día, con un estudiante de enfermería de la Autónoma que es el único que sabia algo. Recibí a un estudiante con un balazo en el pecho. No lo mató un pandillero, lo mató un policía. Así está la cosa. Yo di el voto por ellos (los sandinistas) continuamente. Hoy me dieron la espalda. No es justo”.
Solo en esta universidad y sus alrededores cayeron ocho estudiantes muertos durante los primeros días de la revuelta. Desde entonces, cientos de personas desfilan todos los días llevando provisiones. Los voluntarios se han dividido en brigadas: además de la médica está la de abastecimiento, la de seguridad, la de limpieza y la de alimentación. La UPoli es la única universidad “abierta”, porque las demás decidieron cerrar y dar por concluido el ciclo escolar, para protegerlos. En La UPoli, pues, hay estudiantes de todas las universidades.
Isabel, una estudiante de la UCA que tiene 18 años, cuenta que, tras dos días de huir de la policía en las protestas, decidió el 21 de abril que lo único que podía hacer era ayudar a los estudiante pasándoles agua, y vino a la UPoli. Como si narrara una anécdota de hace 30 años y no de hace cuatro días, cuenta cómo se enfundó una bata: “El 22 vi que el cuerpo de medicina necesitaba apoyo y me uní a ellos. Me hice enfermera en tres días. Nunca creí que tendría el valor de cerrar una herida y aquí aprendí”. Atrás de ella una cuadrilla de estudiantes barre y trapea el edificio.
“Aquí no hay líderes”, dice Reyes. “Somos una sola voz. Hemos nombrado responsables de área y un pequeño consejo, pero no hay liderazgos”.
Esa, la falta de liderazgos, es aún a principal fortaleza de este movimiento, y también su mayor debilidad. Ennoblece el movimiento estudiantil habida cuenta de que nadie está detrás de las revueltas para obtener poder. Pero dificulta plantearse agendas políticas que son necesarias justo en este momento. Y aquí es donde comenzaron las divisiones.
El jueves por la noche, tres estudiantes anunciaron por televisión el nacimiento del Movimiento 19 de Abril en representación de todos los estudiantes. Dijeron que aceptaban la invitación a la mesa de diálogo convocada por la Iglesia, siempre y cuando se garantizara que no habrá persecución ni física ni académica contra los involucrados. Pocos minutos después, estudiantes que sirvieron de portavoces de los atrincherados en la UPoli desmintieron la legitimidad de su liderazgo y comenzó la trifulca previsible: la de identificar a representantes de un movimiento espontáneo.
Estudiantes de varias universidades acusaron al gobierno de haberlos infiltrado a través de miembros de la prosandinista Unión Nacional de Estudiantes de Nicaragua. Desde entonces, todos sospechan de todos.
En la UPoli, Reyes, el jefe del equipo de medicina, dedicó este lunes, 30 de abril, a empacar el campamento médico instalado en el edificio de Contaduría. “No lo estamos desmontando, solo lo estamos moviendo hacia otro lado”, dijo. Pero se negó a decir hacia dónde lo moverán o las razones de esta decisión. Pero los días de la UPoli han pasado ya. Los estudiantes han entrado, a tropezones y a ciegas, a otra etapa.
Lester Alemán, estudiante de comunicaciones de la UCA y el representante más visible de esa universidad, dice que efectivamente hay infiltraciones y que mientras se ordena el Movimiento 19 de abril, estudiantes de varias universidades que participaron en las marchas, pero que se mantuvieron fuera del campus de la Upoli, han creado otro movimiento. “Lo hemos llamado la Asociación de Universitarios de Nicaragua. La organizamos ayer (viernes) por la tarde con estudiantes de otras universidades”. ¿Y cómo elegirán a los representantes? “Eso es lo complicado. Vamos a hablar esta semana con monseñor Silvio Báez para que nos ayude”.
Víctor Cuadras, vocero del 19 de abril y que se cuenta entre los estudiantes que deslegitimaron a los que aparecieron en televisión en su nombre, dice que ellos también enviarán “una comisión multisectorial” que se reunirá con el obispo Báez para determinar quiénes irán a la mesa del diálogo. Báez tiene ahora la llave de los estudiantes, de la mesa de diálogo y por tanto del proceso entero.
Mientras eligen a sus representantes, las principales voces de los universitarios han enviado ya su propia agenda de exigencias para el diálogo: la salida de Ortega; la renuncia de los jefes policiales y militares; una comisión de la Verdad internacional que investigue la represión y reformas electorales que prohíban la reelección. Eso para comenzar. “Sabemos que no hay condiciones para el diálogo, pero vamos a ir para presionar”, dice Alemán. “Para que no quede duda de nuestra meta”.