Columnas / Cultura
Islandia caza al Kraken
Salieron a la cancha como a un mar ignoto, apenas con un mapa de navegación. Era su debut, su primera expedición a un mundial. Afuera, les dijeron, esperaba el mejor jugador del mundo, Lionel Messi, como un animal urgido de ganar algo en la que probablemente sea su última Copa del Mundo. Un crack. Un Kraken. Si alguna vez hubo en el papel víctima perfecta para que la bicampeona Argentina arrancara bien, esa era Islandia, la selección de un país de poco más de 300 000 habitantes. Una selección sin estrellas, sin grandes nombres, provenientes de una pequeña y extraña isla nórdica de pescadores en la que todos se conocen. En la que ni siquiera tienen apellidos, en la que se llaman simplemente fulano el hijo de tal. En la que hace tanto frío que durante la mayor parte del año no se puede practicar el fútbol. La selección de la tierra del hielo.

Fecha inválida
Carlos Dada

Salieron a la cancha como a un mar ignoto, apenas con un mapa de navegación. Era su debut, su primera expedición a un mundial. Afuera, les dijeron, esperaba el mejor jugador del mundo, Lionel Messi, como un animal urgido de ganar algo en la que probablemente sea su última Copa del Mundo. Un crack. Un Kraken. Si alguna vez hubo en el papel víctima perfecta para que la bicampeona Argentina arrancara bien, esa era Islandia, la selección de un país de poco más de 300 000 habitantes. Una selección sin estrellas, sin grandes nombres, provenientes de una pequeña y extraña isla nórdica de pescadores en la que todos se conocen. En la que ni siquiera tienen apellidos, en la que se llaman simplemente fulano el hijo de tal. En la que hace tanto frío que durante la mayor parte del año no se puede practicar el fútbol. La selección de la tierra del hielo.

En los graderíos los esperaba una parte fundamental de su estrategia. Sus tolfan –su barra brava– los recibieron con el aplauso del trueno, como un ritual vikingo, empujando a sus exploradores. La quinta parte de Islandia viajó a Rusia para acompañar a su equipo. Y los miles que este sábado entraron en el Estadio Spartak, en Moscú, emitieron durante todo el partido cánticos como gritos de ballenas.

Con su primer partido mundialista abrían el nuevo capítulo de la saga de los hombres de hielo, inaugurada cuando el actual director técnico, Heimir el hijo de Halgrim, hizo una sola cosa de fanáticos y jugadores. Cuando adoptaron el grito de guerra que hoy conocemos como el aplauso de trueno, cuando nacieron los tolfan y comenzaron a llenar su propio estadio al que nadie iba antes. Cuando los hicieron parte del equipo.

Es ya sabido que, cuando juegan en casa, Heimir Halgrimsson se reúne en un pub con los tolfan tres horas antes de cada partido de la selección. Les da a conocer la alineación titular y las estrategias que ha planificado. Se toman una cerveza todos juntos y caminan, con su director técnico, al estadio. Los islandeses presumen de su discreción: en la era de las redes sociales, nunca se ha escapado un secreto de estas reuniones.

No tengo idea de si hubo reunión en Moscú este sábado antes del partido. Pero me imagino a Halgrimsson presentando a los seguidores una alineación alucinante: 11-7-3. En la que 11 son los defensas que cubren a Messi, los otros siete ejercen cobertura sobre los otros argentinos y tres se encargan alternativamente de defender y contraatacar. Así fue todo el partido: Messi, solo, contra un equipo tan compacto, tan aventurero, tan capaz de multiplicarse que a punto estuvo de anotar el primero ante una desconcertada oncena argentina, atarantada por el atrevimiento de los pescadores.

Al minuto 19, Sergio Agüero puso las cosas en su lugar. Argentina abría un marcador que prometía una goleada como un espejismo. Pero apenas duró cuatro minutos la algarabía. Al 23, en un mal rechace del portero Willy Caballero, Alfred el hijo de Finnbogas anotó el primer gol mundialista de su selección. Celebró con sobriedad, dada la ocasión. Los tolfan aullaron. La saga continuaba.

Messi lo intentó. Una vez, dos veces. Regateaba a uno pero ya un segundo le quitaba el balón. La defensa islandesa lo hizo tan bien que el crack por momentos lució torpe. Incapaz de traspasar la barrera a pesar de los regates, de los disparos, de las medias vueltas. Sin encontrar compañía. Esquivaba a uno, esquivaba a dos y una pierna salida de la nada le robaba. Un equipo contra un hombre solo. Un Kraken desesperado, inmovilizado por la red diseñada por Heimir el hijo de Halgrim.

El minuto 62 selló la suerte del encuentro: Messi disparó un penal y el portero islandés Hannes, el hijo de Haldor, lo detuvo. Le detuvo un penal a Lionel Messi. De allí hasta el minuto 95 era ya cuestión de contener. De apretar la red. Messi lo intentó de todas las maneras: de tiro libre, de regate, en carrera… se desesperó tanto que cambió el perfil para abrirse espacio, y lanzó con su pierna de palo, la derecha. El balón se fue por donde debía: hacia fuera. No hubo nada más. 25 islandeses rodeando a los argentinos. La bicampeona había sido neutralizada.

Un empate en el primer partido otorga lo mismo a los dos: un punto, el mismo lugar en la tabla de posiciones, los dos mismos rivales por enfrentar. Pero no da igual. Este empate provocó en Argentina las crónicas del hundimiento. En Reykiavik, la capital islandesa, los pubs comenzaban a llenarse de parroquianos contentos, al final de una jornada que no se olvidará. El día en el que contuvieron al Kraken será cantado. Junto a lo que venga. El capítulo mundialista de Islandia apenas comienza.

Lionel Messi dispara al borde del área rodeado por tres defensores islandeses. Argentina e Islandia se midieron este 16 de junio, partido que terminó en empate, 1 a 1.  Foto Wang Yuguo (Xinhua).
Lionel Messi dispara al borde del área rodeado por tres defensores islandeses. Argentina e Islandia se midieron este 16 de junio, partido que terminó en empate, 1 a 1.  Foto Wang Yuguo (Xinhua).

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