La Perla es un chupadero en toda regla. Tiene su rotulito de ‘Se necesita mesera’, el aguardiente como producto estrella, una rocola, decoración parca-parca, boquitas del bajomundo, servilletas de papel partidas en dos para que abunden, una lora enjaulada, pósteres de mujeres semichulonas para promocionar alcoholes varios y una clientela abrumadoramente varonil. Un lugar como cualquier otro para ver el choque entre Rusia y Arabia Saudita con el que inicia la Copa Mundial de la FIFA 2018.
A las 9 de la mañana, frente al plasma cuento a doce personas, a un perro dormido, a dos meseras y a Karla, la administradora detrás de la barra. La Perla es espacioso, con 24 mesas y 48 bancas para 96 gentes sentadas, por eso el local se mira vación. Pero hoy es jueves y es horario de labor, y diecisiete almas frente a un televisor con un partido tan insulso… todo es relativo.
—Hoy es el primero del Mundial, ¿va? –me pregunta el de la mesa de la par, apenas tomo asiento–. ¿Y quiénes juegan?
El partido comenzó hace un rato ya. Los rusos han marcado uno y un par de los presentes hizo el amago de cantarlo y celebrarlo, pero no. Me late que todos los clientes estarían igual en La Perla, con o sin mundial.
Yo entré, me adueñé de una mesa, pedí una Cocacola y la mesera me miró tan extrañada que se lo tuve que repetir. Salvo un señor mayor con una Regia chola a la que le pone el tapón cada vez que sorbe un trago, todos en La Perla beben aguardiente ‘El Chamaco’, en botellas de litro, de medio y de cuarto, mezclado con Cocacola o con cualquier otra soda que coloree tantito.
La cámara enfoca al 13 de los saudíes, un tal Yasir Al-Shahrani, que se trae un aire al egipcio Mohamed Salah.
—¿No dijeron que ese cabrón no iba a jugar? –dice uno.
Su compañero de mesa se siente desabastecido.
—Mónica, ¡a la pista! –bromea para que llegue a atenderlos la mesera.
Sus amigos le ríen la supuesta gracia. Ella también. Parece que se conocen y que hay confianza. En esas pasan tres soldados frente a la puerta de La Perla. Uno de ellos, joven y ennavaronado, mete la cabeza para mirar el resultado.
En el 24 de la primera parte, a un ruso llamado Alán Dzagóyev, lesionado, lo sustituye otro ruso llamado Denís Chéryshev. Pero a los clientes de La Perla les vale.
Estamos en pleno centro de San Salvador, sobre la 4ª avenida Norte y 5ª calle Oriente, dos cuadras al norte del parqueo Morazán. Dice el señor Maps que este chupadero está a 10 849 kilómetros cabales del Estadio Luzhnikí, donde justo ahora se están batiendo rusos y saudíes. Acá no hay promociones mundialistas, ni camisolas o banderas guindadas de las paredes, ni personal disfrazado. Si el televisor se apagara, nada acá sugeriría que medio mundo ha entrado en clave mundialista. La parca decoración de La Perla se reduce a dos pósteres gigantes de sendas marcas de cerveza, tres calabazas de Halloween descoloridas, un Santaclós ídem, la rocola al fondo y, dentro de la barra, en los dominios de Karla, dos calendarios y seis fotos de mujeres con microbañadores. Por aparte va la lora, que a ratos se arranca a gritar como si la estuvieran torturando.
En el 43 de la primera parte, el ruso Denís Chéryshev marca el segundo. Pero a los clientes de La Perla casi que también les vale.
Entra un hombre con una caja plástica llena de sándwiches de pollo envueltos en papel. Vende un par, a cora cada uno. Ya es el descanso, y arranca la que terminará siendo la plática más futbolera durante este partido inaugural. Hablan sobre los favoritos del torneo.
—No está Italia ni Holanda ni Dinamarca… –dice un cuarentón con una camisa negra y un dragón estampado, con peinado de Pedro el Escamoso.
—Dinamarca sí –le matizan de la mesa de la par.
—Los favoritos –retoma la palabra, como si nada– son Brasil, Argentina, Alemania, España, Francia...
—Costa Rica en el Mundial pasado le ganó a Uruguay y a Italia –vuelve a matizarle el mismo.
—Pero ese gane a Uruguay fue suerte –zanja.
Para tratar de integrarme, pido mi pachita de aguardiente El Chamaco. Pago $1.70 por un cuarto de litro, una Cocacola, hielo y su plato de bocas: dos mamones, un gajo de mandarina y cuatro cortes pequeños de mango verde, con un huacalito lleno de sal. Algo no cuadra porque por la primera Coca pagué $1.00 y la mesera me ha dicho que la pachita costaba $1.10, pero opto por interpretarlo como una señal de incipiente integración.
En el 29 de la segunda, entra al terreno el saudí Hattan Bahebri en sustitución de su paisano Yahya Al-Shehri. Pero a los clientes de La Perla nos vale.
Por la puerta del chupadero ingresa un torbellino llamado Juangabriel. Así le dicen los tres de la mesa más animada a este joven de unos 25 que vende yuca, platanito y demás boquitas embolsadas, a cora también, con su limón y chile al gusto.
—Cantanos algo hoy, Juangabriel –le dice uno de los bolos.
Es evidente que se conocen, que hay confianza. Juangabriel se les acerca, les sigue la corriente, bromea con ellos, ríe.
—Pero a vos te gustan los micrófonos, ¿veá, Juangabriel?
Todos en La Perla le ríen la gracia al bolo. Juangabriel es gay, de los que les gusta explicitarlo.
—Vos no tenés micrófono, ¡vos tenés microfonito! –se desquita.
Este país y esta gente son El Salvador, aunque tengan tan poco que ver con ese otro El Salvador de los Starbucks, de los carros propios aireacondicionados, de los menús ejecutivos y de las residenciales con seguridad. Acá parece todo menos impostado, más genuino. Miro el gigantesco cartel de cerveza Regia a la par del plasma, con una rubia piernuda y pechugona que nos mira a todos con ojos de pecado bajo unas letras que dicen ‘Me gustan las regias’; algo así, tan políticamente incorrecto, cuesta ya verlo en los bares frecuentados por los de estratos sociales más favorecidos. Otro país.
—¡Y oooootro más! –dice sin mucho entusiasmo uno de bolos cuando Rusia anota el quinto.
—Y los otros ni uno van –remata una mesera.
En el 45+5 de la segunda, el árbitro argentino Néstor Pitana pita el final del partido. Pero a los clientes de La Perla nos vale. Uno ya se quedó dormido sobre la mesa.
Termina el partido inaugural en el Luzhnikí, tan lejos, tan rusia. En La Perla son las 11 de la mañana. Apenas empieza todo.