Carlos Aranzamendi dibuja puntos con un lapicero en un cuaderno rayado de escuela. El cuaderno, en posición vertical, lo divide en dos mitades imaginarias. Marca once puntos en cada mitad, en un orden ininteligible para alguien que no sepa de fútbol. Un punto solitario en la parte superior de la página, otros cuatro alineados un poco más abajo, dos más centrados debajo de la línea de cuatro, tres más frente a ellos, y un último, en solitario, justo en el medio de la página. 1-4-2-3-1. A cada punto le pone un número, un apellido, y un equipo: “1-Lloris-Tottenham”, “6-Pogba-United”, “14-Matuidi-Paris Saint Germain”.
En la cabina de Radio YSKL, Aranzamendi tiene a su disposición cinco pantallas: cuatro televisores, incluido uno de estos televisores curvos y ultradelgados que transmite en alta definición, y su computadora. Tiene abierto Twitter, de donde leerá estadísticas o alguna noticia. Pero para narrar confía más en su cuaderno que en cualquiera de esas pantallas. Aranzamendi es un narrador de vieja escuela. Por lo mismo, aunque tiene esas cinco pantallas, un reloj en la muñeca izquierda y un reloj digital en el escritorio, Aranzamendi enciende un cronómetro cada vez que un árbitro pita para iniciar un partido de fútbol.
Aranzamendi discute a veces la pronunciación con Mauricio Rivas, otro comentarista más joven que él y uno de sus discípulos aventajados. Rivas también tiene un cuaderno con las alineaciones. Pero Rivas tiene algunas variantes. Resalta con un marcador amarillo los nombres de los jugadores que son amonestados. A veces, falta a la ortografía verdadera de los nombres, porque lo que importa es cómo se dice en español. Aranzamendi y Rivas se ponen de acuerdo, y así el delantero danés Martin Braithwaite Christensen termina convertido en algo así como “Breywey”, más fácil para la velocidad que exige la radio.
Aranzamendi es bajito, regordete, lleva el pelo cortado al ras y un bigote que no se decide si ser negro o gris. Tiene una voz que, si no cantara goles, anunciaría rounds de boxeo o encuentros de lucha libre (no cuesta imaginarlo diciendo: “Let’s get ready to rumbleee”, como Michael Buffer). Y ha incluido como parte de su estilo decir el nombre completo de los jugadores. Claro, para una hispanohablante es mucho más fácil decir Raúl Ignacio 'el Toto' Díaz Arce o Rodolfo Antonio Zelaya García que Simon Thorup Kjaer o Aziz Eraltay Behich. Por eso es que el pobre Braithwaite termina siendo Breywey.
Pues Carlos Amílcar Aranzamendi Recinos cumplirá 53 años en septiembre de 2018 y lleva 28 de esos años narrando fútbol. En clave mundialista, eso es siete mundiales. Ocho cuando termine Rusia. El Mundial de Italia 1990 lo narró para la YSU. Los siguientes tres los narró para el Canal 4, en TCS, con otro polémico comentarista, Eugenio Calderón como compañero de fórmula. Salió de Canal 4 en 2004 y desde entonces ha estado en la radio. Estaba en Radio Monumental hasta abril, cuando Raúl Beltrán Bonilla, otro narrador archifamoso, se convirtió en diputado. Ahora Aranzamendi es director y coordinador de ‘Gol de KL’, el único programa en El Salvador que tiene los derechos de la FIFA para retransmitir el Mundial de Rusia en radio.
Ve los partidos como esperando gritar gol, aunque sea un partido absurdo, un Australia-Dinamarca de la madrugada. Sufre con las ocasiones falladas. “Si te acomodas, caes en lentitud”, explica.
En radio, los partidos tienen una velocidad distinta. Una posesión intrascendente puede sonar peligrosa (“Pavard se incorpora sobre carril derecho, ya tocó con Mbappé que devuelve con Pavard. Buscaba la incorporación de Griezmann que da la vuelta y…”). Y un veloz contraataque puede pasar inadvertido porque sucede en medio de la publicidad de un banco (“Su dinero puede estar en el lugar equivocado, asegúrese que está en Davivienda. Davivienda es… GOOOOOOOOOOOOL”). Nada es más importante que el gol. En el fútbol y en la radio. El gol corta todo.
Las palabras ‘Gol de KL’ producen un efecto raro en Aranzamendi. Todos los que trabajan en radio tienen como un leve trastorno de identidad disociativo que les permite sostener conversaciones distintas al mismo tiempo. Así, cuando hay un respiro comercial, Aranzamendi y su equipo pueden estar hablando de lo difícil que es sacar un documento de identidad (DUI), tras escuchar un spot publicitario de la empresa que los emite, o hablando de lo apetitoso que se mira un asado, porque vieron una foto que subió la cuenta de la selección de Uruguay. Pero entonces el anunciador dirá: “Ahí donde hay deportes”, y funcionará como una fórmula mágica, como la secuencia de palabras que activan al Soldado de Invierno en las películas del Capitán América. “Ahí donde hay deportes… ahí está Gol de KL”. Y Aranzamendi retomará lo que sea que haya estado haciendo antes de su digresión colectiva.
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Hay 15 personas en el equipo de Gol de KL. El productor es Saúl Ayala, encargado de programar y calendarizar a los comentaristas y narradores para cada uno de los partidos del Mundial. Ayala además tiene que supervisar un estricto horario de menciones publicitarias, se encarga de ordenar café y desayunos para los miembros del equipo e incluso atiende llamadas, como una que llega desde San Antonio Silva, en San Miguel, donde hay problemas de recepción de la radio. Este programa se escucha en oriente, o en Houston-Texas vía internet, o en las rutas de buses 22, 30, 42, y 2, que circulan en el Gran San Salvador.
Retransmitirán todos los encuentros en vivo, en jornadas que duran, al menos, nueve horas, aunque el sábado 16, la jornada duró más de 13 horas porque un partido –el Francia-Australia– empezó a las 4 de la mañana hora salvadoreña. Ese ritmo durante un mes podría dar pie a hablar casi de explotación laboral. Para Walter Lara, el operador, su turno de 7 a 11:30 de la noche se ha convertido en uno de 4 de la mañana a 3 de la tarde. Pero “no se siente”, dice. “Yo disfruto viendo los partidos, y cuando vengo a sentir ya está terminando”.
Fátima Hernández comparte el sentimiento. Hace un mundial, en 2014, Hernández se convirtió en la primera mujer en narrar en Gol de KL. “Algunos compañeros me decían que tenía un tono de voz muy dulce, que quizá no iba a pegar en gol de KL”, dice. Pero Hernández, que antes de ser licenciada en Comunicación fue defensa central del Liceo Cristiano La Coruña, no se la creyó. Hernández lee anuncios comerciales cuando el partido da tregua. “Yo me llevaba la pauta a mi casa para repasar y me temblaba todo”, recuerda. Pero dice que el apoyo del director de la radio, Moisés Salazar, terminó por darle el impulso que necesitaba. Ahora Hernández dice que se está inyectando vitamina B-12, para aguantar lo que supone no tener días de descanso durante el mes del Mundial.
La idea de pasar sentado viendo todos los partidos del Mundial es un trabajo soñado para muchas personas cuyas ocupaciones no se lo permiten. Claro que además implica jornadas correosas y concentración. Quizá una de las claves para los miembros de Gol de KL es que muchos de ellos igual estarían comentando el partido, aunque no les pagaran por ello.
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—Si le pegaste tres balazos a un tipo, un juez no se fija si hubo o no hubo intención.
Dice Adrián de la Cruz, un exjugador uruguayo, para argumentar lo absurdo de juzgar la intencionalidad en el fútbol. De la Cruz discute con el exárbitro Élmer Bonilla sobre un penal cobrado contra Dinamarca, en la que una pelota rebotó en la mano de un danés. De la Cruz piensa que no es penal.
—Vos no saltás con los brazos pegados al cuerpo, los extendés para mantener tu equilibrio en el aire –dice, recordando sus días de defensor en Alianza.
Bonilla dice que sí.
—La posición de la mano evita que el balón vaya a portería. El riesgo del brazo extendido es significativo. Y es tarjeta amarilla.
El viejo hábito de pelear con el árbitro no se olvida fácilmente. De la Cruz cruza palabras también con Sergio Rodríguez y Mauricio Pacheco, los narradores que se turnan cada 15 minutos para acompañar a Aranzamendi en la narración. La discusión se extiende y el productor Saúl Ayala interrumpe cuando están hablando de la aplicación del sistema de videoarbitraje, el VAR:
—Si tienen esa mierda, ¡úsenla!
Todos se carcajean. No están al aire, pero la discusión es sincera. Los comentarios del partido son diferentes sin esa autocensura de la corrección, más genuinos. Sin ese límite, uno podría escuchar a Aranzamendi diciendo: “Qué cabrón ese, y sólo tiene 19 años”, cuando Kylian Mbappé tira un pase de taco. O podrían escuchar a Cristian Villalta, gerente de El Gráfico y comentarista de partidos durante el Mundial, dar su versión sobre lo que le pasa a Messi con Argentina.
—Messi en el Barça levanta la cabeza y la pasa. Aquí, en Argentina, ve a Higuaín y dice no. Ve al Kun y dice: “No anda en ni mierda”. Ve a otro y dice: “¿Y este cómo se llama?”,
Aranzamendi se ha abstraído de esta discusión. Tiene en su escritorio un pequeño frasco verde que lee 'Vitatos 4x4', pero busca otro remedio. Se levanta y toma una botella de miel. Sirve un poco en el tapón de la botella, se lo toma y luego repite la dosis. Busca la alineación en la computadora, le da vuelta a la página de su cuaderno y empieza de nuevo a dibujar puntos sobre el papel. Falta media hora para que comience el siguiente partido.