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Sandro Ricci: un hombre pequeño para una nación de gigantes futbolísticos

Para elegir a los árbitros que pitarán en su Mundial, la FIFA apuesta a la diversidad. Así, países con ligas muy competitivas o con grandísima tradición futbolera –España, Argentina, Alemania, Italia...– aportan igual número de réferis que Nueva Zelanda, Etiopía o El Salvador. El representante de Brasil, la pentacampeona del mundo, es Sandro Ricci, debutante en el Mundial de 2014 y cuyo nombre sonó para el partido inaugural de Rusia 2018. Esta semblanza te permitirá conocerlo mejor.


Fecha inválida
Diego Fonseca

El fútbol en Bangladés es tan conocido como las arrugas de su inmortal majestad Isabel, pero el país, dominado durante siglos por la Corona británica, jamás tuvo buenos futbolistas. La selección compite por un lugar menos indigno que Samoa y Sri Lanka, en las miasmas del puesto 194 de la FIFA. En Daca, los pies sólo sirven para sostener el torso del bateador de cricket así que los bangladesíes, huérfanos de balón, han tenido que tirar de pasión por carácter transitivo y elegir equipo. Brasil, por caso.

Las calles de Jessore, un distrito de casi tres millones de pobres y despelotados, están tan atiborradas de casacas verdeamar elas –y argentinas, el otro amor– que, a falta de pechos donde poner más trapos, los hinchas han pasado a montar palos con banderas en los techos de las casas. El gobierno, tan celoso como nacionalista, decidió prohibir que le pinten el cielo con el mundo escrito en Ordem e Progresso, pero no pudo lograr que los fanáticos dejen de citar la alineación de Brasil tan de corrido como la del equipo nacional de cricket.

Ser el creador del ‘jogo bonito’, la epítome del fútbol, garantiza fanáticos, pero aun reinventando el fútbol jamás podrá cambiar las reglas de amor que rigen al deporte: nadie quiere a un árbitro, así sea brasileño.

Sandro Meira Ricci, el referí local en el Mundial de 2014 y el enviado cuatro años después desde Brasil a Rusia, nació en el sureño Poços de Caldas, un pueblo con un volcán seco, dirige en Pernambuco y, si es algo, es, para ser brasileño, un apenas conocido en el fútbol sudamericano. Ocupó su primer plácet en una Copa, la de su propio país, por un discutible asunto de peso: Wilson Luiz Seneme, el primer designado para representar el país, no pasó el examen físico porque, dicen, estaba gordo. Su tiquete dorado a una Copa del Mundo llegó tan de improviso que ni el Ignoto Sandro lo esperaba. Sus primeras palabras a la prensa fueron una declaración de principios: “Bueno, creo que estoy sorprendido”.

Sandro Ricci, árbitro brasileño. Foto Attila Kisbenedek (AFP).
Sandro Ricci, árbitro brasileño. Foto Attila Kisbenedek (AFP).

El Ignoto Sandro era ignoto en todos los sentidos: nobel, desconocido, algo inexperto. En 2013 había dirigido en el Stade de Marrakech la final de la Copa Mundial de Clubes donde el Bayern se tragó a los marroquíes de Raja Casablanca, pero luego volvió al campeonato paulistano y la Libertadores, pitando aquí y allá, sin mucho ruido. Y eso está bien: un árbitro debe pasar desapercibido, dice la máxima, pero se vuelve un problema cuando, por no estar, por invisible, el juez no ve.

Al Ignoto Sandro le tocó esa mancha un año después del Mundial brasileño. Fue una ignominia, un descuido, y acabó en injusticia: en un Chile-Uruguay por la Copa América, el Ignoto Sandro no vio que Gonzalo Jara metió el dedo en el culo a Edison Cavani con una severidad de pasmo, pero sí distinguió el cabreo del uruguayo, al que sin dudar despidió con su segunda amarilla. Con los ojos en otra parte, el Ignoto Sandro no preguntó a su asistente qué pasaba en los cuartos traseros del fútbol.

Ahora llegó a Rusia ya tras haber pasado tiempo suficiente como para borrar el error de América y su intrascendencia en Brasil, y el Ignoto Sandro ya no es tan ignoto. Pero antes, en 2014, en su Mundial, el hombre acabó como lo que era: un juez menor para un país tan grande. El Ignoto Sandro fue el primer referí en señalar un gol con la asistencia de tecnología –un intrascendente Francia-Honduras, de esos partidos-trámite de los que hay varios en las Copas del Mundo y casi nadie recuerda– y, si bien eso podría haber marcado un hito, no fue sino un detalle anecdótico que recordará apenas Wikipedia y algún techie geek.

Porque sucede que tras ese partido, todo Brasil acabaría hundido en una tristeza joãogilbertiana. La Atlántida brasileña se hundiría con el 7-1 ante una Alemania atónita, que no sabía si dejar de meter goles tras el quinto o marcar dieciséis más. Desde que Brasil perdió la final de 1950 en el Maracanazo, el arquero Barbosa, que sufrió los goles, cargó con una maldición por dejar que Uruguay se llevase la copa en casa. El Ignoto Sandro fue más afortunado: nadie recordó, tras el hundimiento de la canairinha, que él había dirigido ya a Alemania dos veces en la copa, en su empate con Ghana y en la victoria sobre Argelia. En un mundo de esoterismo, cábalas y brujerías como el del fútbol, el Ignoto Sandro salió limpio de toda acusación de facilitarle las cosas al verdugo nacional en casa.

Si el Ignoto Sandro fuese un territorio futbolístico, sería uno que una minoría ha visitado. En 2003, Meira Ricci vio en un gimnasio unos afiches que promocionaban cursos de arbitraje. Se anotó y se graduó dos años después, a los 31. Aún no llevaba una década como referí profesional cuando arbitró por primera vez fuera de Brasil, en 2011. Los jugadores de Francia y Honduras que dirigió en su debut en Brasil tenían menos décadas vividas pero más años de experiencia que el Ignoto Sandro. El país más ganador del mundo había designado jefe del campo a un general sin demasiadas estrellas.

Como corresponde a un referí, el Ignoto Sandro es apoyado por padres, sobrinos, cuñadas y hermanos, ultrajado por las tribunas que lo sufrieron e ignorado por el resto de la humanidad. El caballero ha cubierto el expediente preparándose para el Mundial con un entrenador físico y dos fisioterapeutas, pero ya en 2014 había innovado con una asunción inconsciente de su estatus quo: contrató a un periodista para muscular su nombre en la arena pública. “Sólo tengo un juego garantizado”, dijo el Ignoto Sandro antes siquiera de silbar nada en la Copa de Brasil, “y no es fácil dirigir un partido de noventa minutos con doscientas decisiones por tomar”.

Como muchos otros árbitros, el Ignoto Sandro vive fuera del campo de juego una existencia civil, muchas veces nada fácil. Su negocio normal es el comercio exterior: compra y vende mercaderías por el mundo. Él cree que un país con tradición futbolera como Brasil debe tener referís con sueldos mensuales, campos de entrenamiento, médicos y preparadores. ¿Es, entonces, la profesionalización el camino para acabar con las críticas? La FIFA ha tomado buena nota de ello y dará a cada referí más de 50 000 dólares por dirigir en la Copa, incluido al Ignoto Sandro. No parece una mala idea: más de una década atrás, una porción del arbitraje brasileño fue barrido por amañar partidos por dinero. 10 000 dólares compraban referí y victoria en el Brasileirão. Los jueces querían mejorar su calidad de vida.

El Ignoto Sandro cumple con la nueva norma de los árbitros sudamericanos: ya no quedan figuras famosas. Peor, el pobre hombre llega ahora a Rusia 2018 con fama de disparar primero y preguntar después. (Oh, pobre Cavani pobre.) Sandro Meira Ricci ametralla unas cinco tarjetas amarillas por partido y, si las estadísticas gobierna, va a expulsar a un jugador en Rusia antes de pitar su tercer encuentro. ¿Severo? ¿Acaso los gatos maúllan? El Ignoto Sandro irrita a los futbolistas tanto por la superficialidad de sus decisiones como por su inconsistencia. Una cuenta falsa en Twitter se mofa sin pena: “Meira Ricci tiene un pito y no tiene miedo de usarlo”. Parece una ley del determinismo del fútbol: sean jugadores o jueces, los brasileños pueden matar en un campo.

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