Columnas / Cultura
Yo, narrador del Mundial en una cárcel de pandilleros
En esta columna termino hablando largo con personas encarceladas sobre el penalti errado de Lionel Messi, sobre Salah y Sergio Ramos, sobre los primeros partidos de Rusia 2018. Nadie en este penal sabe absolutamente nada sobre el tema de conversación más recurrente en medio mundo: el Mundial. Y yo termino hablando largo sobre fútbol con los pandilleros encerrados en Gotera, digo, pero conviene antes explicar cómo es esta cárcel y por qué no entra información tan inofensiva.

Fecha inválida
Juan Martínez d'Aubuisson

En esta columna termino hablando largo con personas encarceladas sobre el penalti errado de Lionel Messi, sobre Salah y Sergio Ramos, sobre los primeros partidos de Rusia 2018. Nadie en este penal sabe absolutamente nada sobre el tema de conversación más recurrente en medio mundo: el Mundial. Y yo termino hablando largo sobre fútbol con los pandilleros encerrados en Gotera, digo, pero conviene antes explicar cómo es esta cárcel y por qué no entra información tan inofensiva.

Son las 2 de la tarde de un domingo de junio y del Centro Penitenciario de San Francisco Gotera sale un vaho espeso. No es que fuera haga frío. La ciudad es un infierno, pero si uno quisiera seguir jugando con la metáfora, esta cárcel sería como un horno dentro del infierno. Los techos de lámina, los pasajitos angostos y el propio calor corporal de más de 1,300 internos hacinados en seis sectores que se construyeron para albergar a un total de 200 personas convierten el aire en fuego.

Este penal tiene historia. En 1993, acá ocurrió la primera gran masacre carcelaria tras los Acuerdos de Paz, la primera de al menos una decena en todo el sistema penitenciario salvadoreño. Un caudillo carcelario se pasó de la raya en sus castigos y abusos con los reos y sus familiares, y un hombre joven conocido como el Flaco Salamanca lideró una revuelta que terminó con la cabeza del déspota sirviendo de pelota de fútbol en el pequeño patio de uno de los sectores.

Ha llovido desde aquel oscuro partido de fútbol. Hoy los seis sectores están llenos de pandilleros que dicen haberse retirado. Hombres todos que pertenecieron a la facción Revolucionarios de la pandilla Barrio 18. Aunque también, como dato sorprendente para aquellos que algo saben de pandillas, hay tres exmiembros de la Mara Salvatrucha-13. Desde 2015, una pequeña iglesia evangélica creada por los mismos reos comenzó a ganar adeptos y a rechazar la pandilla para abrazar, dicen, una nueva forma de vida. No es nuevo que las iglesias sustraigan miembros a las pandillas en El Salvador; de hecho, son los únicos que han logrado tal cosa de forma continuada. Sin embargo, la radicalidad de esta pequeña iglesia en cuanto a rechazar la pandilla es algo sin precedentes. Con los meses ganaron un sector completo en donde el poder estaba en el pastor, un expandillero joven, y donde las normas eran las de la iglesia, no las de la pandilla. Transcurridos tres años, el penal entero es de ovejas, como les gusta llamarse.

Me paro frente a un pequeño recinto que es más una jaula que una celda. Más de 20 hombres se hornean dentro. No saben nada del mundo exterior; no saben siquiera si sus padres viven o no. El paquete de Medidas Extraordinarias de la Administración Sánchez Cerén para presionar a las pandillas incluye el aislamiento absoluto de ciertos penales, Gotera entre ellos. Al aislamiento total se le suman una serie de medidas que bien podrían competir con los campos nazis en Europa o las infames cárceles de Pinochet.

Para el Estado, para buena parte de la sociedad salvadoreña y para muchos de los lectores de esta columna, los reos de Gotera siguen siendo pandilleros y, salvo un par de concesiones, Centros Penales los somete a las mismas medidas que a los activos.

Es de ingenuos pensar que estas medidas han logrado a cabalidad su objetivo: aislar a los pandilleros del resto de El Salvador. Es lógico pensar que ya han encontrado canales para mantenerse informados de lo que sucede fuera; sin embargo, hay un tema del que seguro no han conversado en sus comunicaciones clandestinas: la Copa Mundial de la FIFA Rusia 2018.

Uno muy joven me pregunta, y los demás se agolpan a su alrededor y hacen silencio. Pienso que es realmente una lástima que la primera oportunidad que estos muchachos tienen de enterarse del Mundial sea justamente conmigo, alguien tan lego, tan básico e ignorante del tema. Se me vienen a la mente varios amigos. Algunos incluso saben el nombre de los familiares de los jugadores y cuántos goles han marcado, y con qué pierna y contra cuáles rivales. Pienso incluso que mejor sería que estuviera acá mi novia. Ella, tan futbolera, podría haberles hecho una narración mucho más completa: les habría hablado del rendimiento de los jugadores estrellas, de los pronósticos, del desempeño de Messi y hasta del misterioso fútbol de la selección rusa. Pero después de unos segundos pienso que mejor no.

Les hablo lo mejor que puedo. Empiezo, claro está, por el principio. Con la vapuleada de los anfitriones a Arabia Saudita. Les cuento del partido de Uruguay contra Egipto y de cómo Mohamed Salah no hizo absolutamente nada de lo que se esperaba de él, que seguro Ramos lo había jodido bien. Nada. Ninguno siquiera estaba al tanto de la final del la Champions en la que el defensa español afinó sus habilidades marciales con la estrella egipcia del Liverpool.

Los sucesos son tales en cuanto haya quien los conozca y los asimile. Las cosas suceden en cuanto las sabemos. Este día me hace pensar en los tiempos antiguos. Así era antes del telégrafo, cuando los europeos lloraban a sus muertos o celebraban a sus hijos un año después, mientras conquistaban América. Me siento extrañamente privilegiado. Portador de una información que todos quieren, que de alguna manera necesitan. Me paseo por la cárcel contando historias futboleras. Llevándoles un poco de ese mundo exterior al que trataron y que les trató tan mal.

En un patio pequeño, frente a la escuela del penal, un viejo pandillero, un hombre que tuvo mucho poder en el Barrio 18, me pregunta por México. Lo destrozo contándole el gane del Tri sobre Alemania. Es algo que a mí me tiene también de muy mala leche y no por mi simpatía con Alemania, sino por lo que futbolísticamente representa México para El Salvador. Se lleva las manos a la cabeza en un gesto de enojo. Para rematarlo, le cuento del desastre de Argentina, su equipo favorito, contra Islandia, del pecado de Messi fallando un penal. Se lo cuento despacito, generando expectativas y despedazándolas luego. Hablamos sobre la maldición de Messi con esa camiseta albiceleste. Bromeamos diciendo que deberían dejarle jugar con la del Barca. Esto es como ser dueño de algo valioso. Si la realidad como tal es, es definitiva, la forma en la que percibimos lo que nos rodea, soy dueño de una realidad. Si les dijera que Mágico González volvió a las canchas y anotó seis goles, estos hombres no tendrían más opción que creerme y alegrarse con mi mentira.

Regresaré a Gotera el 10 de agosto y ese día estos hombres vivirán los octavos, los cuartos, la semifinal y la final. Ese día sabrán si sus equipos y sus estrellas alcanzaron gloria o si se fueron con lágrimas a sus países. En esa visita volveré a ser el portador de algo importante. Trataré de mejorar el pobre desempeño que tuve hoy como el narrador oficial de la Copa Mundial de la FIFA.

24 de junio de 2018
San Francisco Gotera, Morazán, El Salvador

En esta fotografía tomada en febrero de 2017 se ve a  miembros de la Iglesia de la Final Trompeta recluidos en el penal de San Francisco Gotera, Morazán. Foto archivo El Faro.
En esta fotografía tomada en febrero de 2017 se ve a  miembros de la Iglesia de la Final Trompeta recluidos en el penal de San Francisco Gotera, Morazán. Foto archivo El Faro.

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