Columnas / Cultura
Las Pussy Riot y las futbolistas del hambre
Hasta el minuto 51 de la final pasaba lo previsible: Croacia se asumía como sobreviviente de los países eliminados en el fútbol por la economía imperial de las potencias, y adoptaba el esplendor de un juego que se iba quedando atrapado, sin embargo, en la incertidumbre de enfrentar a esa imposible maquinaria francesa. Pero al 52, y en medio de la derrota de los croatas, la cartografía de la cancha cambió abruptamente con el ingreso de un tercer equipo aún más minoritario: el de las Pussy Riot.

Fecha inválida
Vanessa Londoño

Uno.

El último partido del Mundial de Fútbol empezaba en Moscú con dos equipos europeos. Ningún país latinoamericano había pasado el filtro de los cuartos de final, cumpliendo ese presagio negro que el escritor colombiano Álvaro Cepeda Samudio anticipó en 1968, cuando interpretó prematuramente la debacle de la selección brasileña después de un reportaje que hizo a Garrincha en Barranquilla. La extinción de esa forma lírica del fútbol suramericano, “mezcla del sistema rioplatense y de la velocidad en el manejo de la pelota sin fortaleza”, dijo, está destinado a perder sistemáticamente contra el fútbol de los atletas; que es el fútbol europeo.

Hasta el minuto 51 de la final pasaba lo previsible: Croacia se asumía como sobreviviente de los países eliminados en el fútbol por la economía imperial de las potencias, y adoptaba el esplendor de un juego que se iba quedando atrapado, sin embargo, en la incertidumbre de enfrentar a esa imposible maquinaria francesa. Pero al 52, y en medio de la derrota de los croatas, la cartografía de la cancha cambió abruptamente con el ingreso de un tercer equipo aún más minoritario: el de las Pussy Riot.

El grupo de punk, el colectivo de activismo político, el proyecto feminista que ha crecido dentro de una dictadura sexual entró a la cancha irrumpiendo el juego con ese hambre que genera en las mujeres la exclusión sistemática y estructural de la FIFA, del régimen de Putin, del mundo. Entró con esa propiedad que tiene el hambre para devorarse y alimentarse a sí misma, para reaccionar contra esa narrativa nacionalista rusa basada en la masculinidad del Kremlin, y la criminalización del derecho a disentir. Entrar desde los márgenes políticos de la cancha para romper la defensiva de un evento que celebra la masculinidad en toda su gloria fue una forma de destrozar el mito sobre el que se ha edificado el machismo en occidente: el que dice que el origen de lo femenino está localizado en la costilla izquierda de Adán.

Una integrante del grupo Pussy Riot es sacada de la cancha del estadio en el que se celebró la final del Mundial de Rusia 2018, tras una acción de protesta en los primeros minutos de la segunda mitad. Foto Mladen Antonov (AFP).
Una integrante del grupo Pussy Riot es sacada de la cancha del estadio en el que se celebró la final del Mundial de Rusia 2018, tras una acción de protesta en los primeros minutos de la segunda mitad. Foto Mladen Antonov (AFP).

Dos.

En 2016, la Revista Latinoamericana de Cirugía Ortopédica publicó un artículo en el que constató que, entre las lesiones sufridas en cuatro campeonatos sudamericanos de fútbol femenino y masculino, las mujeres padecen cuatro veces más lesiones en las costillas y el esternón que los hombres. Quizás porque las costillas son la parte más vulnerable del cuerpo, la que expone los huesos bajo la piel cuando hay hambre y cuando hay desnutrición.

El panorama del fútbol femenino en Latinoamérica es tan precario que roza el hambre. En abril de este año se descubrió que la selección femenina de fútbol de Argentina participaba en la fase final de la Copa América sin premios y durmiendo en los buses que cubrían los trayectos entre las distintas ciudades chilenas que hospedaron el campeonato. La mayoría de las jugadoras no son futbolistas profesionales porque sólo un par tiene el privilegio de entrenar todos los días: las demás tienen otros trabajos que apenas les dejan tiempo para practicar. En protesta a su notoria invisibilidad, esa selección femenina olvidada posó en la foto oficial del torneo con una mano en la oreja, exigiéndole a la Asociación del Fútbol Argentino que las escuche.

El caso de las jugadoras venezolanas es quizás el más dramático y el que mejor explica el alcance continuado de la tragedia. Venezuela es una potencia en el fútbol femenino latinoamericano, y sus selecciones sub-17 y sub-20 han conseguido clasificar a cuatro mundiales en la última década, alcanzando dos veces las semifinales. En noviembre de 2017, además, obtuvieron el bronce en los Juegos Bolivarianos, a pesar de que los exámenes médicos realizados al finalizar la competencia determinaron que varias futbolistas tenían cuadros severos de desnutrición. Cuando el técnico del equipo, Kenneth Zseremeta, denunció la situación médica de las futbolistas, la Federación Venezolana lo destituyó inmediatamente de su cargo. Litigar por una causa femenina genera una discriminación equiparable a la que implica ser mujer, y ese sabotaje, orquestado por la federación para callarlo, se parece a cuando Shakespeare, en sus tragedias, cortó sus lenguas a Philomela y a Lavinia, para evitar que denunciaran su violación.

Tres.

El panorama político de las mujeres en Latinoamérica es tan precario como el que enfrentan sus equipos femeninos de fútbol. De 1999 a 2018 hubo al menos una mujer presidenta en Latinoamérica; y desde Mireya Moscoso –en Panamá– hasta Michell Bachelet –en Chile– hubo al menos cuatro al mismo tiempo. En 1990, Violeta Barrios de Chamorro inauguró para Nicaragua la primera jefatura de Estado encabezada por una mujer y, a pesar de que durante los años siguientes, se le sumaron Cristina Fernández de Kirchner, Dilma Rousseff y Laura Chinchilla, hoy no queda ninguna.

A Colombia ha llegado por primera vez con este gobierno una vicepresidenta, y eso se ha celebrado como un síntoma de cambio en un país que, distinto a sus contrapartes, nunca ha estado gobernado por una jefe de Estado. Pero Marta Lucía Ramírez no representa ningún avance para las mujeres en posición distinta a la que ella tiene en calidad de su privilegio de clase, su catolicismo y su heterosexualidad. Su feminismo bancario y monetizado para dar réditos políticos es sólo un abuso consumista del género, una bandera que explotó en la campaña presidencial.

Durante el debate electoral, en efecto, nunca protestó contra los comentarios que hizo Iván Duque sobre el embarazo adolescente, que perpetuaban el mito machista de que las mujeres nos embarazamos solas y por mérito de la ociosidad de nuestro cuerpo. Tampoco protestó hace unos días cuando la bancada del Centro Democrático arrancó al Acuerdo de Paz las garantía de protección a las mujeres víctimas de violencia sexual durante el conflicto armado. Lo único por lo que Ramírez ha demostrado preocupación reciente es por enviar saludos al expresidente Álvaro Uribe, que se cayó de un caballo y se rompió una costilla. Pareciera que en ese mensaje en el que expresa su consternación por la costilla del ahora senador se encuentra resumido todo el alcance de su feminismo.

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