Me despediré de Rusia 2018 con un texto que es más de Josué que mío. Josué es mi barbero.
Cada dos semanas me veo obligado a ir a la barbería a recortar mi barba. Cada dos semanas me miro en el espejo, agarro la máquina y pienso que no quiero ser imberbe por la ineptitud de mis dos manos izquierdas. Entonces, me voy a mi refugio, al negocio de Josué.
Al llegar a su barbería el otro día, me saludaron con amabilidad, como siempre, y me invitaron a tomar asiento. En las distintas pantallas estaban pasando la final del Mundial de Brasil 2014 entre Argentina y Alemania. El guion del partido costaba leerlo, a pesar de haberlo visto hace cuatro años. De aquella final recordaba haber apoyado a Argentina y haber soñado que aquel equipo que tan mal estaba jugando me daría felicidad, pero Higuaín primero y Gotze después se encargaron de terminar con mis esperanzas de ver a Messi levantar la copa. Recordar, dicen, es volver a vivir. Y también esta vez, en diferido, terminé asqueado por la mala suerte que tuvo la Albiceleste.
Mientras la máquina pasaba de un lado al otro, Josué me veía clavado en la pantalla, los ojos bien abiertos y la boca bien cerrada. Al notar mi extraño silencio de sábado por la mañana, Josué decidió tratar de sacarme algo de conversación, porque normalmente soy yo quien pregunta. Cuando llevas un año yendo al mismo barbero hay una cierta confianza, pero los temas son siempre los mismos: familia, amor, amigos, higiene. Sin embargo, ese sábado en la mañana dijo algo que desencadenó la charla más interesante que jamás he tenido en una barbería.
—El Salvador tendría que haber jugado ese Mundial, pero se vendieron –me dijo Josué.
Para Sudáfrica 2010, después de vencer a Panamá y de superar la fase de grupos, la Selecta disputó la hexagonal final. Nos quedamos a punto de clasificar, pero el joven equipo demostró tener una idea de juego clara y parecía que iba por el buen camino, pero después perdieron a 14 jugadores por los amaños y, lo más importante, perdieron su esencia y su alma. De los Cobos se fue y abandonó la selección. ¿Sabía él de todo el circo que estaban armando mientras él dirigía? No lo sé y puede que nunca sepamos la verdad.
La Selecta operaba en beneficio de redes internacionales de apuestas, pero ¿fueron sólo los jugadores los culpables?
Según la teoría conspirativa de mi barbero, los jugadores fueron manipulados para vender estos partidos. Los dirigentes nunca fueron implicados en los testimonios que se dieron a la FIFA. Los jugadores nunca hablaron y, cuando uno de ellos habló, lo silenciaron mientras departía en una gasolinera.
El asesinato de Alfredo Pacheco es la pieza fundamental de todas las conspiraciones de Josué. Fue el hecho que acalló el tema. Los amaños han quedado en el olvido, y sólo se nombran cada vez que Fito Zelaya luce la 22 de la selección. Ahora, con el regreso de De los Cobos, parece que la gente quiere volver a creer.
Josué me recostó en la silla, me enseñó la nueva navaja y sus manos no le temblaron mientras nuestra conversación avanzaba, a pesar de que se notaba su enojo y frustración por la situación del fútbol salvadoreño.
—¡Y nosotros hubiésemos ido a Rusia y no Panamá! –concluyó.
Luego, Josué comenzó a enumerar los jugadores que nos dieron tantas glorias en 2009 y 2010. Ramón Sánchez, Osael Romero y Christian Castillo eran para él los pilares de aquella selección que al Mundial no fue pero a México le ganó. Josué habló de la injusticia con esos jugadores que ahora se encuentran en Estados Unidos ganándose la vida como pueden y de vez en cuando juegan fútbol por aquí y por allá. Le pregunté entonces si pensaba que no debían haber sido castigados. Josué me respondió con una pregunta: “¿Y por qué los mismos directivos siguen metidos en todo esto?”.
Josué comenzó a pasarme la navaja por mi cuello, por lo que decidí cambiar la conversación a algo más amigable. Le pregunté por las posibilidades de que El Salvador esté en Qatar 2022.
—Si mantienen a De los Cobos, llegamos.
Extrañado por su optimismo, le pregunté si cree que el DT mexicano estuvo implicado en la venta de partidos. Josué dijo que es una posibilidad real, pero que al menos con el mexicano jugábamos a algo y daba gusto ver los partidos.
—Si México le ganó a Alemania, se vale soñar –me dijo.
La esperanza es lo último que se pierde, dicen, y ver tu selección en un mundial siempre es un placer, a pesar de que pierda todos los partidos en la fase de grupos. Espero volver a hablarles de fútbol en 2022, pero esta vez sobre la Selecta en su tercer mundial. En el oscuro mundo de las conspiraciones futbolísticas siempre vale la pena quedar con algo de esperanza, la suficiente para seguir soñando. Yo de la barbería de Josué salí con mi barba recortada y limpia, y con dos ideas reforzadas: una, que siempre necesitaré un barbero; y dos, que nunca entenderé por qué los salvadoreños tenemos una esperanza irracional en nuestra Selecta.