El Salvador / Cultura
Dos miradas ensambladas del Francia-Uruguay

Dos periodistas vieron el mismo partido de cuartos, cada quien por su lado. Uno le iba a Francia; el otro, a Uruguay. El acuerdo previo era escribir un párrafo por cada 15 minutos de partido, para luego ensamblarlos de la mejor manera posible, con la edición indispensable. El resultado es esta crónica a cuatro manos –nunca mejor dicho– en la que hasta el desabastecimiento de agua potable que sufre San Salvador sale bailando.


Fecha inválida
Roberto Valencia y Nelson Rauda Zablah

Antes del pitido inicial se saben algunas cosas sobre estos dos equipos: Uruguay ha ganado sus últimos siete encuentros, cuatro de ellos ante equipos europeos, incluido Portugal, la vigente campeona continental. Francia acumula ocho partidos sin saber qué es perder. Son pues dos equipos que se plantan uno frente al otro solventes, con las tareas hechas y en buen estado anímico. Pero hay dos detalles quizá intrascendentes que se saben antes de arrancar: el primero, que la última derrota charrúa fue en noviembre pasado, en amistoso ante la modesta Austria, y Uruguay encajó el primer gol, algo que parece que le cuesta digerir; el segundo, que desde hace cinco días no hay agua en las tuberías de la mitad occidental de San Salvador, la capital de El Salvador.

** PRIMERA MITAD **

¿Cómo va a decir alguien que se llama Antoine y se apellida Griezmann que se siente uruguayo si para recuperar una pelota nunca se ha barrido como Nahitan Nández? ¿Cómo vas a decir eso cuando al minuto 2 uno de sus compañeros –Olivier Giroud– ya está llorando por una de las entradas más limpias que Godín va a hacer en todo el partido? Tomar mate no te hace más uruguayo, como comer crêpes tampoco te hace francés. Tipo ridículo. ¡Levantate y jugá, Antoine!

Los uruguayos han salido a meter el miedo en el cuerpo a los franceses. Nada fuera del guion. Con casi 29 años promedio, la uruguaya es la más veterana de las selecciones de octavos. Los franceses han vivido menos. Al 2, patada al tobillo de Giroud, fea, con mensaje. Al poco, es Lucas Hernández el que se retuerce en el suelo y Nández quien se le tira encima haciendo como que no lo ve. En Twitter, un chero colombiano resume el primer cuarto de hora así: “Primer partido complicado para Francia en lo que va del Mundial. Hoy es que vemos si tiene para ser campeón”. Exagera tantito. Incluso estos primeros quince los han ganado los europeos a los puntos.

Francia puede hacer todos los pases que quiera, jugarla de primera y con habilidad, hacer paredes, pero algo sucede cuando se acercan a 16 metros y medio del arco de Fernando Muslera. No es una defensa. Es una falange. Una estructura de combate formada por hombres que aguardan los embates con heroicidad. “Es el voto que el alma pronuncia y que heroicos sabremos cumplir”, juran más que cantan antes de salir a jugar. El fútbol produce estas ilusiones. La de la patria, que dice que esto no es un juego sino un encuentro entre dos patrias, y que esos 23 convocados representan a millones de hombres y mujeres. O la ilusión de la igualdad. Diego Laxalt –el uruguayo de rastas– tiene 25 años y vale unos 15 millones de dólares en el mercado de transferencias. Hoy enfrenta a Kylian Mbappé, sensación post-adolescente, tasado en más de 211 millones de dólares. Por el precio de un Mbappé podrías adquirir a 14 laxalts. Pero hoy, a los 20, Laxalt da la sensación de que puede parar a Mbappé.

Foto Chen Cheng (Xinhua).
Foto Chen Cheng (Xinhua).

Hasta un ciego ve que Francia ya se adueñó del partido. Controla la pelota y tiene las llegadas más claras. El gol es cuestión de tiempo. Francia transpira el mismo dominio que mostró ante Argentina, ante Perú. Y no será este el mejor partido de Kylian Mbappé, pero aun así está volviendo loco a Laxalt, el uruguayo al que castigaron con la misión de detenerlo. El futuro Messi tiene eso que hace que un balón en sus pies o incluso una carrera suya huelan siempre a peligro.

Lucas Hernández tiene nombre latino, quizá desearía ser uruguayo. No es un invento. Al 33 lo quería tanto que rompió la camiseta a Nández, que se le escapaba. Nández se rompe la camisa, una ajustada al cuerpo, y se la quita para revelar otra aún más pegada. Quizá ese es el secreto de este Uruguay en el que todos parecen Steve Rogers después de tomar el suero del súper soldado. Son símbolos. Lo que el resto de nosotros, latinos bajitos con trabajos normales y panza de cerveza, nunca podremos ser. O sea, Lucas Torreira mide 1.68 metros y hasta usa frenillos. Como tu hermanito. Por eso es que Uruguay es este equipo fantástico, estoico que aguanta ante Francia como… ahhh... ¡mierda! Gol de Varane.

Varane anota al 40 a centro de Griezmann. Jugada a balón parado. “El partido está ganado”, anoto en la libreta. Es mucha la Francia que está hoy sobre el césped del Estadio de Nizhni Nóvgorod. Demasiada. De alguna manera es más que un país. Tres de cada cuatro franceses son hijos o nietos de migrantes: los padres del goleador Varane son de la isla caribeña de Martinica; Mbappé tiene madre argelina y padre camerunés; los de Paul Pogba son de Guinea-Conakry; los de N’Golo Kanté, de Mali; Tolisso, de Togo; Dembélé, mitad de Mali y mitad de Mauritania; y Hernández y Samuel Umtiti y Nzonzi y Fekir y… Francia es la pesadilla de un supremacista blanco.

** SEGUNDA MITAD **

Segunda parte y cambia casi nada. Uruguay no sabe, no puede. ¿Cavani? Baja sensible, sin duda, pero un jugador no es un equipo, y este equipo hoy está siendo superado en todos los frentes. Al minuto 3, incluso Muslera, la sobriedad personificada en los cuatro partidos anteriores, está a punto de dejar que Griezmann le robe la pelota, un anticipo de lo que sucederá en unos minutos. Miro el teléfono y tengo un mensaje en el Whatsapp, de mi esposa. Dice: “Ya está cayendo agua”. Ella trabaja cerca de la casa, en el San Salvador desabastecido. Tras cinco días de corte, para mí es la mejor noticia de este partido.

Chat entre los periodistas que escriben esta crónica:
Los franceses se están comiendo a tus uruguayos. ¿Cartel de liquidado?”.
“Hey, hombre, no los descartés aún”.

Si no fuera tan cruel, daría risa. A Uruguay le habían hecho un gol en cuatro partidos en este torneo, pero ahora le hicieron dos en veinte minutos. El primero... está bien, no había mucho que se pudiera hacer. Pero el segundo... el nombre de Loris Karius en la final de Kiev salta a mi mente. La repetición en cámara lenta muestra que la pelota se mueve un poco, pero para analizar qué le pasó al portero tendrán que pasar semanas, meses, años. Ahora un uruguayo se tira al suelo desconsolado. Sobre todo porque, si Francia tuviera un portero normal, el juego se habría empatado en el primer tiempo. Pero Lloris tiene hoy la mano de acero. Y ahora la celeste pierde 2 por 0. Griezmann se siente tan uruguayo que ni lo celebró.

El gran Muslera se come un gol al 16 de la segunda. Cartel de liquidado.

Foto Liu Dawei (Xinhua).
Foto Liu Dawei (Xinhua).

Chat:
Muslera ha hecho un ‘DeGea’ en toda regla”.
“Un ‘Karius’”.

Tengo que moverme sí o sí y alejarme del televisor. Manejo y me topo con un camión intentando hacer una maniobra imposible en un espacio demasiado pequeño, mientras una cola de carros se acumula de ambos lados de la calle. En un momento ni él se mueve ni nosotros nos movemos, ni se mueve nadie. Yo escucho el partido en la radio y siento que en Nizhny Novgorod sucede lo mismo que en esta calle de Antiguo Cuscatlán. Nada. Es jodida la intransigencia.

Francia está pasando por encima de Uruguay, como hace seis día lo hizo sobre sus vecinos del sur. El último cuarto de hora de juego es de control galo e impotencia charrúa, de sustituciones para ganar tiempo y reservar a piezas clave; salen del terreno Tolisso, Mbappé y Griezmann, lo que de alguna manera ilustra la superioridad francesa. Giménez comienza a llorar cuando aún faltan cinco minutos. La FIFA elegirá a Griezmann, por su gol y su asistencia, pero yo me quedo con el trabajo oscuro pero efectivo de N’Golo Kanté.

Francia ahora tiene la pelota como en los primeros quince minutos y la pasea y la pasea. Pero ahora van ganando, descontándole al reloj. Uruguay es un volcán apagado. Quizá era mucho pedir ganar a otra selección europea sin el hombre que les ayudó a deshacerse de Portugal. La cámara enfoca al lesionado Cavani en la banca y cada vez produce más impotencia. José María Giménez llora formado en la barrera de un tiro libre. Sufre: deberían estar del otro lado presionando, y no aquí defendiendo. Conmueve ver a Giménez. Luego, la realidad odiosa: él regresará a Europa, previas vacaciones en algún destino paradisíaco, a seguir ganando millones de euros por jugar fútbol con el Atlético de Madrid. Aunque quizá eso, más que restar valor a sus lágrimas, las revaloriza. Llora Giménez, aunque no tendría que hacerlo. Y esto termina. Pita Pitana.

***

Francia deja fuera a Uruguay en cuartos de final. Hizo lo propio con Argentina en octavos. Y fueron los verdugos de Perú en fase de grupos. Tres de los cinco representantes de la Conmebol, la Confederación Sudamericana de Fútbol. Para cuando escribo este párrafo ya se sabe que Brasil ha caído ante Bélgica y que no podrá darse en semifinales el duelo Francia-Brasil. Pero antes, el tuitero español MisterChip había escrito esto: “Si Francia es capaz de eliminar a Argentina, Uruguay y Brasil (más Perú en la fase de grupos), deberían entregarle ya la Copa América 2019”. No son pocos los aficionados que ven los mundiales como una forma de medir el fútbol europeo contra el fútbol latinoamericano, las dos regiones más futboleras del mundo. Ahora mismo quedan seis equipos vivos en Rusia 2018. Los seis son europeos. Y Francia, la nueva gran favorita a ganarse una segunda estrella sobre su escudo.

Foto Fei Maohua (Xinhua).
Foto Fei Maohua (Xinhua).

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