Hasta hoy y para cualquiera, el apellido Geiger designaba a un detector de partículas radioactivas, pero un árbitro estadounidense clama para sí el nombre de contralor de egos exaltados. Den la bienvenida a Mark Geiger, maestro de matemáticas, referí.
Hasta 2011, cuando se volvió árbitro a tiempo completo, Geiger enseñaba cálculo en una escuela secundaria de Lacey Township, una pequeña villa en la costa de New Jersey. De allí tomó su filosofía para el campo de juego: un aula de 25 estudiantes con diferentes capacidades para aprender es igual a una cancha con 22 futbolistas profesionales. “Todo se reduce a reconocer qué va a funcionar con cada jugador en particular, e implementarlo”.
Cálculo Geiger es un americano pleno, pura confianza, para quien el fútbol rara vez se acerca a la lógica de lo impensado y, en cambio, parece adecuarse a una ecuación donde dos y dos siempre suman cuatro.
Hay algo cándido y virginal en un árbitro gringo, neocelandés o de Buthan. La religión mundial del fútbol apenas ha comenzado a hallar fieles en un país de devotos creyentes que no comprenden un tiro de esquina pero entienden a la perfección la geometría de ese juego al que llaman fútbol americano y que consiste en que varios gigantes se partan las cabezas mientras, una vez cada tanto, alguien anota usando las manos y no los pies. Cálculo Geiger, un árbitro de 43 años de cabeza ovalada y ojos de búho pequeño, en Brasil 2014 fue el primer referí de Estados Unidos en dirigir un partido del Mundial desde 2002, y asume con tranquilidad de enviado de dios la presión de cualquier catedral de fútbol.
Adolescentes y futbolistas comparten los egos sobredimensionados, el deseo de hacer lo que quieran y el afecto por las mentiras elaboradas. Ambos, al final, se quieren llevar el gato al agua y Cálculo Geiger cree ser el regente capaz de impedirlo. Si el fútbol es un aula de pícaros, genios y prepotentes, el árbitro matemático supone poder con cada uno. Sus estudiantes de cálculo han obtenido varias veces las mejores notas del estado, y en 2010 fue invitado a la Casa Blanca para recibir el premio a la excelencia en ciencias de manos del presidente Barack Obama.
En alguna medida, Cálculo Geiger es igual que sus alumnos y muchos jugadores: un cabeza dura. Su padre, Ron, dice que es el perfecto referí pues, además de determinado y confiado, desde chico jamás se equivocaba. Un Geiger, dice papá, jamás retrocede. Nunca, ni cuando en Colombia debieron escoltarlo por meter la pata en un partido internacional, o cuando varias botellas de agua volaron sobre su cabeza desde las tribunas de un estadio de 40 000 fanáticos en un partido de la MLS en Seattle.
El hombre abrazó la idea del acierto y error desde pequeño, persiguiendo el dinero cuando perdió el amor. Su primer arbitraje fue a los 13 años, cuando buscaba ganarse algunas monedas después de que las lesiones lo dejaron fuera de cualquier sueño goleador antes de entrar a la secundaria. En su primer partido, mientras el asistente levantaba la bandera como si alertase de un incendio, el matemático determinado miró por la tangente y concedió dos goles en offside al equipo que ganó. La primera marca de Cálculo Geiger en el campo de juego de las ecuaciones físicas imposibles fue elegir una suma cuando correspondía una resta.