Es serbio, pero no es alto, ni rubio –aunque tiene dos zapatos negros– y, dicen, es capaz de aguantar una carga de caballería. Como muchos referís, el Recto Mažić es un exfutbolista con arribo accidental al referato por una clásica lesión cortacarreras. Tiene inglés de Schwarzenegger, expresividad Terminator y una muy serbia elocuencia. En su universo hablar es circunstancial, y se le nota. ¿Qué espera de una Copa del Mundo, Mažić el Recto? “Hacer lo mejor y, por otro lado, hacer lo mejor para hacer lo mejor para FIFA”.
Milorad Mažić se planta firme frente a jugadores que le sacan una cabeza y echa la mano al bolsillo de la casaca sin temor al trompazo y los escupitajos. El Recto Mažić dirige un campeonato sudamericano en el centro de Europa, donde los clásicos son Boca-River emocionales resueltos a goles en el campo y a golpes entre las barras bravas. En un partido entre el Crvena Zvezda y el Partizan, las hinchadas se bombardearon con bengalas. En un momento, en una tribuna comenzó a crecer una docena de fogatas peligrosas. El árbitro, amenazado por los líderes de los cromañones de la tribuna, paró el partido y mandó a todos a casa.
El Recto Mažić arbitró Champions League, clasificación a la Copa del Mundo, UEFA League y la designación de FIFA para su primer mundial, el de Brasil 2014, le llegó tras varios años penando en Serbia, criticado hasta por los jugadores juveniles, insultado nada más salir del túnel. La prensa, sin embargo, salió a defenderlo de los ataques de la panda de cavernícolas. El mejor árbitro serbio, dicen, está a años luz del fútbol doméstico, clánico y pendenciero.
Su carrera aceleró cuando en 2009 se hizo internacional e ingresó al gran mundo. Barça, Manchester, Arsenal, el Chelsea, Milan, PSG... Los alemanes y los rusos, los griegos espartanos, Italia. Todos pasaron por su pito. El Recto Mažić busca el equilibrio, un aprendizaje necesario en su Yugoslavia natal. En el condado de Vrbas, donde tiene casa, vive con una mayoría de serbios junto a multitudes de montenegrinos, croatas, húngaros, rusos y ucranianos que no se guardan mucho cariño. La ciudad de ochocientos años sabe de cóleras y explosiones. Allí dominaron el Imperio Húngaro, el Otomano, los Habsburgo y los alemanes hasta que llegó el reino de serbios, croatas y eslovenos. Luego aparecieron los rusos, nació Yugoslavia, hubo Tito y demasiada URSS. Tan presente es la historia en Serbia que en la bella Belgrado el diario Novisti leyó la designación del Recto Maži para una Copa del Mundo en clave geopolítica: va uno de los nuestros, dijo, y no habrá ninguno de Francia, Hungría ni de la República Checa.
El Recto Mažić mete la pata pues no es fácil decidir a velocidad de corredor de Fórmula 1. Tiene amarillas incomprensibles, fueras de lugar que son dentro de lugar, y ha tenido que lidiar con el teatro clásico de las faltas fingidas, que aborrece y penaliza con seria mano serbia.
El Recto Mažić es administrador de negocios y un árbitro UEFA, dos definiciones compatibles: gusta de las reglas pues dan estabilidad, buenas para el juez en el juego y el negociante comercial.
Crecido en un país de toque y tribuna sudamericanos, Milorad Mažić no es un árbitro Conmebol. El arbitraje sudamericano expresa la sociología del fútbol sudamericano. Hay más desorden, más roce, más necesidad de supervivencia: más tarjetas. Un árbitro UEFA como el Recto Mažić quiere poner una cancha de diferencia con ese estilo. El serbio estricto conversa el juego, le sonríe, lo llena de amarillas, pero mientras sus pares sudamericanos se cargan un jugador cada dos o tres partidos, a él le funciona expulsar a los rebeldes cada cinco.
En su primer partido de Brasil 2014, Milorad Maži debió mediar entre la Alemania finísima e industrial de Joachim Löw y el volcán portugués que retumba bajo la sombra del ego de Cristiano Ronaldo. La Unión Europea que manda y la que soporta. Fue un momento clave para que el Recto Mažić probase su condición de juez europeo o serbio sudamericano. Ganó la primera, y con esa disciplina, le llegó un ticket también para Moscú. Directo. O bien, recto.