En junio de 2016, el gobierno del Presidente Salvador Sánchez Cerén presentó el programa Jóvenes con Todo, que pretendía, según sus creadores, empoderar a jóvenes de escasos recursos a través de módulos comunes de aprendizaje, diplomados técnicos y un estipendio que les permitiera costearse su transporte y alimentos. Una semana después del anuncio publiqué en la Revista Factum una columna de opinión titulada “No queremos regalos, queremos oportunidades.” El argumento central de ese texto era que este tipo de programas solo servirían como parches temporales que no ayudarían a construir una solución a largo plazo y que si el gobierno no tomaba la decisión tajante de aumentar el porcentaje del PIB invertido en educación del 3.5 al 6%, nada sustancial cambiaría.
A finales de agosto, poco más de dos años después de esa publicación, tuve la oportunidad de visitar el Centro Juvenil de Zacamil, una de las sedes de programa Jóvenes con Todo, desarrollado por el Instituto Nacional de la Juventud (INJUVE). Luego de mi visita y de analizar y entender las estadísticas de cobertura del programa, mi opinión de Jóvenes con Todo cambió drásticamente. Actualmente el programa da cobertura a 15,810 jóvenes en 11 sedes encargadas de atender 58 municipios.
Mi visita a la sede de Zacamil me permitió entender, de primera mano, cómo funciona el programa, las necesidades que atiende y a quienes atiende. Jovenes con Todo está diseñado en tres etapas: la primera etapa se concentra en conocer al joven: su historia, sus necesidades y los retos que enfrentará en el futuro. En esta etapa, el INJUVE hace una evaluación completa para analizar las condiciones socioeconómicas del joven, desde sus ingresos mensuales, pasando por su núcleo familiar, hasta el material que compone las paredes de su casa. A la sede juvenil de Zacamil llegan jóvenes con paredes de ladrillo, de barro y de lámina; llegan, también, jóvenes que apenas tienen un lugar donde pasar la noche.
Luego de evaluar las condiciones socioeconómicas del joven y su núcleo familiar, la institución da inicio a la segunda etapa, en la cual el joven realiza un módulo diseñado para identificar sus fortalezas, sus debilidades y las amenazas que rodean su entorno. A partir de los resultados de este módulo, los jóvenes diseñan un plan de vida en el cual establecen metas concretas y los pasos que deberán seguir para alcanzarlas. En mi visita, tuve la oportunidad de ver algunos de los planes de vida. Al leerlos, resaltaron dos elementos, que, aunque opuestos, eran constantes. Todos los planes de vida partían de un sueño: una carrera universitaria, un negocio propio, o, a veces, una vida libre de violencia. Resaltaban, también, las amenazas: la violencia, las pandillas y, a veces, muchas veces, los padres de familia.
La principal objeción de los críticos del programa, especialmente del partido Arena, fue que el estipendio inicial de $30 serviría, no para fomentar la creación de oportunidades, sino para “mantener” a los jóvenes salvadoreños que ni trabajan ni estudian, popularmente conocidos como ninis. En su tercera etapa, el programa hace justamente lo opuesto: los jóvenes pueden elegir entre docenas de cursos técnicos y pasantías para impulsar su ingreso al mercado laboral. Muchos de los jóvenes que participan en el programa, de hecho, estudian o trabajan, pero están ahí porque en el año 2018, ni un bachillerato ni un trabajo con salario mínimo son suficientes para subsistir. Para muchos de estos jóvenes, el programa no solo es una herramienta para conseguir trabajo, sino uno de los pocos recursos que el estado brinda para realmente conocer los retos y amenazas que el joven enfrenta diariamente. Sirve, también, como una oportunidad de aprender mecánica, diseño gráfico y construcción de sitios web, entre otros.
Esta columna no es un texto de propaganda. De hecho, sigo creyendo que el gobierno ha fracasado al no invertir lo que debería en educación y que el estado de algunas escuelas públicas le debería dar vergüenza a los más altos oficiales del ejecutivo. Sin embargo, este sí un reconocimiento a un programa que, en un país donde los jóvenes son los que más mueren y los que menos oportunidades tienen, es necesario y útil.
En las últimas dos semanas he tenido la oportunidad de hablar con miles de jóvenes como parte del proceso de recolección de firmas para constituir a Nuestro Tiempo, partido político en organización al cual pertenezco, como partido político. Esas conversaciones me han reafirmado que los jóvenes son esenciales para impulsar la evolución política que nuestro país necesita. A los jóvenes les exigimos: que no se metan a la pandilla, que estudien, que se involucren. Les exigimos tanto, pero les damos muy poco. Lo menos que podemos hacer es invertir en ellos.