Cada domingo por la noche, un parqueo en el centro de San Salvador se convierte en arena de lucha libre. Por unas horas, motoristas, vendedores y obreros se transforman en personajes exóticos para dar un espectáculo y demostrar sus destrezas. Son héroes efímeros para un público fiel que jalea los nombres míticos de los luchadores y transmite la afición a sus hijos. Los asistentes pagan $2 y los luchadores se llevan $15 por pelea. Las lesiones y la falta de recursos no han frenado nunca el espectáculo.