El Ágora / Migración

Dos hermanos salvadoreños: la odisea migrante en la era Trump

El autor hace una reseña del libro 'The far away brothers: two young migrants and the making of an American life', de la periodista y escritora Lauren Markham. Esta obra describe cómo dos adolescentes salvadoreños han defendido su integridad a capa y espada, en un país donde los migrantes centroamericanos —si sobreviven a la ruta mortal del indocumentado— pasan su vida haciendo equilibrio entre una dosis diaria de discriminación y las posibilidades económicas que nunca encontraron en su propio país.


Viernes, 7 de septiembre de 2018
Carlos Fuentes Velasco

La campaña de la administración de Donald Trump para separar a niños de sus padres en la frontera sur comenzó con un tuit en la mañana de Pascua, luego que Fox & Friends (el programa de televisión favorito del Presidente) mostró una caravana de familias centroamericanas viajando por México para escapar de las pandillas. “¡NECESITAMOS EL MURO!” clamó el mandatario. Aunque los cruces de indocumentados aumentaron esta primavera, la tendencia es a la baja: el año pasado el número de detenciones en la frontera sur descendió a su punto más bajo en 46 años. Tres días después de Pascua, Trump declaró, con su característica grandilocuencia, que desplegaría a la Guardia Nacional a lo largo de la frontera —uno más de sus mendaces desvaríos—.

Seguidamente Jeff Sessions, fiscal general, develó un nuevo plan de Cero Tolerancia. Si bien Sessions no respaldó explícitamente la separación de familias, sus directrices hicieron política oficial esa dicha práctica. Desde octubre pasado, las autoridades han capturado a casi 3,000 niños, enviándolos a centros de detención en lugares tan lejanos como Nueva York y Michigan. En muchos casos, los padres ni siquiera fueron informados del paradero de sus hijos. Algunos fueron deportados sin ellos. Un abogado de inmigración, apreciando la violencia de la que estas familias huyen, declaró que su gobierno estaba “castigando a padres que están tratando de salvar la vida de sus hijos”.

Es con este escalofriante contexto que “The far away brothers: two young migrants and the making of an American life” (Los hermanos lejanos: dos jóvenes inmigrantes y la creación de una vida americana. Broadway, 298 páginas) llega a las librerías norteamericanas. Lauren Markham, escritora y periodista, relata la historia de Ernesto y Raúl Flores (seudónimos), gemelos de 17 años, que huyen de un cantón aterrorizado por la MS-13 y llegan a una secundaria de Oakland, en donde Markham se convierte en su orientadora.

Con abundancia de argumentos, la investigación apoya una visión integral del predicamento del inmigrante centroamericano: los gemelos, llegados a Estados Unidos en 2013, escapan de la violencia, no solo de la pobreza. Su situación es más parecida a la de refugiados por motivos humanitarios que la de inmigrantes de tipo económico, aunque bajo los lineamientos del gobierno norteamericano no califican para dicho estatus.

Sin embargo, la historia de Ernesto y Raúl tampoco se apega a las versiones románticas del inmigrante sobresaliente. Los peligros en El Salvador y durante el viaje los han dejado con serios traumas psicológicos. Son volátiles, desconfiados y propensos a deprimirse. Ambos dejan la escuela, aprenden poco inglés y uno de ellos se convierte en padre adolescente. Markham incluye, muchas veces en un mismo párrafo, los reveses y pequeños triunfos de los gemelos. Ellos son solo adolescentes. Dos niños con el coraje suficiente para huir de las pandillas en lugar de unírseles.

Ernesto y Raúl crecieron en una familia de nueve hermanos, tan pobre, que a veces la comida no alcanzaba en la mesa. Su padre, Wilber, presta dinero para enviar a Estados Unidos a Wilber Jr., su hijo mayor, al cumplir 11 años. Él termina estableciéndose en California, pero los pagos que debe hacer al coyote implican que casi nunca puede enviar dinero a su familia.

Markham explica cómo, entre los años que separan la inmigración de Wilber jr. y el viaje de Ernesto y Raúl, el principal motivo para salir de El Salvador deja de ser económico y se vuelve una cuestión de vida o muerte. Las amenazas de violencia se vuelven insoportables cuando otros familiares mueren en diversos incidentes a manos de las pandillas. Posteriormente, su padre presta más dinero para enviar a los gemelos camino hacia la frontera.

El libro dedica amplio espacio al papel de Estados Unidos en la lamentable situación de seguridad en el Triángulo Norte de Centroamérica. También relata, sin escatimar, los horrores del viaje de los gemelos a lo largo de México y durante el decisivo momento de cruzar la frontera. Pero a mi parecer, los mejores capítulos ocurren cuando la historia de los gemelos pasa de la supervivencia a la asimilación. Cargados con las heridas (metafóricas y reales) del viaje, ellos llegan a Estados Unidos con la idea de hacerse una nueva vida. Pero la falta de recursos y conexiones imponen un freno a sus aspiraciones. Mucho se ha dicho sobre las redes de inmigrantes en Estados Unidos, y como éstas apalancan a los recién llegados para conseguir trabajo, techo y un sentido de comunidad. Markham valida la importancia de estos sistemas de apoyo y simultáneamente expone las limitaciones de este tejido precario e informal. Wilber jr., el hermano mayor de los gemelos, está también en Oakland. Pero él es prácticamente un extraño a quien no han visto en más de seis años. Además, él no está en capacidad de ofrecerles mucha ayuda, ya que apenas sobrevive gracias a un trabajo informal de jardinería. A regañadientes, Wilber jr. les da cabida en un diminuto apartamento que comparte con otros dos inmigrantes centroamericanos. Sin embargo, las tensiones financieras y el perenne miedo a ser deportado pasan factura. Los temperamentos chocan cuando Ernesto acusa a Wilber jr. de robarle el poco dinero que ha conseguido —ellos han dejado de hablarse por completo—. El conflicto es un recordatorio de lo frágil que son las vidas de los inmigrantes.

De hecho, Markham es la principal benefactora de los gemelos. Ella consigue un abogado que cobra honorarios asequibles para saldar el estatus migratorio de los gemelos. Con la opción de asilo humanitario fuera del camino, el jurista logra ampararlos bajo una designación especial para niños que han sufrido abuso y abandono, basándose en el maltrato físico que su padre y otros familiares les propinaron en El Salvador. Ernesto y Raúl tienen su audiencia tres días antes de cumplir 18 años, edad en la que su idoneidad expira. La Green Card —o tarjeta de residencia permanente— se les otorga justo a tiempo.

Pero los retos de una nueva vida son igual de abrumadores. Ambos fracasan en un programa escolar en español y el consumo de alcohol les amerita una suspensión. Ernesto tiene una hija con su novia de 15 años y se ve obligado a olvidarse de los estudios para mantener a su familia. Markham explica cómo estos comportamientos impulsivos están ligados a una vida de violencia e incertidumbre que ha dejado poco espacio para la estabilidad emocional.

A pesar de estos reveses, los gemelos son encomiables trabajadores —exponentes de la proverbial ética de trabajo del salvadoreño—; ambos, como ayudantes de restaurante. Ernesto hace turnos siete días a la semana. Raúl jamás falta a un día de trabajo, ya que “el cansancio físico calma su ansiedad.” Esta capacidad para el trabajo físico es fuente de autoestima: ellos saben que los “americanos no pueden igualarles.” Incluso así, en una economía como la de Estados Unidos, la mano de obra no calificada encuentra serias dificultades. En Oakland, la renta de un estudio consume todos los ingresos de un trabajador con el perfil de los gemelos.

Jason DeParle, reportero de The New York Times especialista en inmigración, ofrece un escenario optimista en el que los centroamericanos seguirán los pasos de los inmigrantes italianos y sus descendientes durante el siglo XIX. Como los latinos de ahora, los 4 millones de italianos que llegaron a Estados Unidos entre 1880 y 1920 tenían sus orígenes en familias campesinas, le daban prioridad al trabajo sobre la educación, se concentraban en trabajos agrícolas y de construcción y encontraban importantes barreras de discriminación (en esa época los italianos no eran consideradas como blancos por los anglosajones). De igual manera, estas comunidades del sur de Europa sufrían a manos del crimen organizado, porque la mafia italiana jugaba un papel análogo al de las pandillas centroamericanas hoy en día. Pero la movilidad social era más fácil de alcanzar a mediados del siglo XX, cuando una prosperidad compartida fortalecía la clase media. Hoy en día, en Estados Unidos como en tantos otros lugares, el crecimiento económico beneficia principalmente a los ricos.

Bajo un escenario más negativo, postula DeParle, las comunidades latinas enfrentan las mismas barreras que los afroamericanos, muchos de los cuales aún se encuentran hundidos en un pantano de pobreza intergeneracional. En esta analogía, el estatus de indocumentado se convierte en el nuevo Jim Crow —el miasma de leyes estatales y municipales que imponían la segregación racial en el sur de Estados Unidos—. Las lecciones de los afroamericanos, sobre todo la organización política y un énfasis en la educación, ofrecen pistas para los centroamericanos. En términos generales, los hijos de inmigrantes encuentran una trayectoria positiva: usualmente obteniendo mejores resultados que los hijos de nativos en educación, ingresos y empleo. Pero un subconjunto numeroso de estos jóvenes encara los mismos problemas que las comunidades nativas pobres: escuelas mediocres, vecindarios peligrosos, turbulencia familiar, brutalidad policial y esto promete alienarlos de su nuevo hogar.

Los hermanos Flores no son solo pobres, sino que también se sienten aislados socialmente. Oakland es muchísimo más segura que El Salvador. Incluso una vida penosa en Estados Unidos los deja con la idea de haber avanzado. Sin embargo, ambos sufren asaltos y otras vejaciones. Markham, astuta observadora de la psique masculina, nota cómo ellos moldean su aspecto en respuesta. Su consumo de cigarrillos se dispara. Ernesto, en particular, resiente todo tipo de autoridad. Vivir en los márgenes de una ciudad que está aburguesándose rápidamente refuerza en ellos el sentimiento de no pertenencia. Como inmigrantes pobres, los gemelos gozan de pocas oportunidades, y la obstinación de un ego ofendido constantemente los hace volver la cara cuando una posible ventaja requiere una módica cuota de humildad.

Preocupa la cantidad de hostilidad racial que los gemelos perciben; incluso en Oakland, una ciudad santuario en el corazón liberal de Estados Unidos. Un día, en su trabajo, Ernesto casi derrama una cerveza y un cliente le grita: “¡Maldito latino!” El hombre le escupe. Casi llegan a los golpes.

Un día, él escucha que un hombre muy rico acaba de postularse para presidente. “Dice (que) los mexicanos son violadores y criminales,” ofrece Raúl. “Es un pendejo,” dice Ernesto. Las cocinas en las que trabajan están llenas de murmullos acerca del racismo de este candidato. La campaña progresa y la sensación de amenaza crece. En la televisión los gemelos ven “mares de gente blanca gritando ‘¡construyan el muro!’ una y otra vez.” En YouTube, Ernesto ve en un video cómo un joven latino es golpeado y le orinan encima. “Trump tiene razón,” dice el asaltante. “Todos los ilegales tienen que ser deportados.” Markham les asegura a los gemelos que Trump nunca ganará, pero su posición al margen de la sociedad les permite ver ciertas cosas con mayor claridad que su mentora. “Te lo puedo asegurar, Trump va a ganar,” le dice Ernesto. Con sus Green Cards, los gemelos están a salvo. Pero Wilber jr., quien tiene una multa por conducir ebrio, es un blanco fácil. Ser deportado puede significar la muerte. “Él tenía dos amigos que regresaron a El Salvador, y los mataron,” Markham escribe.

El libro concluye con la elección (de Trump en 2016), pero la hostilidad hacia el inmigrante se ha disparado desde que Trump asumió funciones. Incluso para los bajos estándares del presidente, separar a los niños de sus padres es extraordinariamente maléfico —crueldad queriendo hacerse pasar por fuerza—. Aunque Trump ha dado marcha atrás a las separaciones familiares, dicho episodio distrae de los insultos e iniquidades diarios que sufren los inmigrantes. Los hermanos Flores sienten que algunos nativos los odian encarnizadamente. Y si bien la presidencia de Trump llegará a su fin algún día, este importante libro resalta lo profundo que ha sido el daño causado y el largo tiempo que tardará en repararse.

Carlos Fuentes Velasco es graduado de posgrado en literatura de la Universidad McGill en Montreal, Canadá y director cultural de la  Fundación Igualit@s. 
Carlos Fuentes Velasco es graduado de posgrado en literatura de la Universidad McGill en Montreal, Canadá y director cultural de la  Fundación Igualit@s. 

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