Columnas / Política

¿Qué sigue después de las derechas e izquierdas?: Ideas conclusivas sobre disrupción

Los partidos tradicionales renunciaron a la disrupción, a las industrias creativas. Se quedaron con el modelo de caudillos y siguen discutiendo en clave de comunismo y anticomunismo, mientras por las redes sociales fluye...

Lunes, 1 de octubre de 2018
Óscar Picardo Joao

En las dos reflexiones previas (Está la izquierda en la izquierda y La derecha, ¿dónde está?) describimos los excesos, errores y desfiguraciones políticas de los dos sectores políticos más relevantes de los últimos 25 años. No hubo espacio ni tiempo para las “terceras vías” ni los “centros ideológicos”. Al final de la debacle de corrupción, desgaste y poca legitimidad de derechas e izquierdas nos preguntamos ¿qué sigue y dónde estamos?

Podemos leer, en los “nuevos fenómenos políticos”, el producto resultante. Algo ideológicamente alejado de derechas e izquierdas, una especie de ruptura con el statu quo del bipartidismo. En términos generales, la gente no tuvo paciencia para esperar otro ciclo de oportunidades, como se ha desarrollado en otros países.

Más allá del Final de la ideología posindustrial de Daniel Bell y de las contradicciones sistémicas, la generación de relevo viene con un bagaje cultural más limitado, sabe poco y discute menos sobre filosofía política y asuntos ideológicos. Estamos ante un escenario excesivamente pragmático.

Por otro lado, las coordenadas geopolíticas se debaten en términos de “terrorismo y mercado”, ya no por los medios tradicionales de la Guerra Fría entre comunismo y anticomunismo. Cuba y los países alineados al Socialismo del siglo XXI, poco a poco, se ahogan en la gran crisis del crecimiento económico exacerbado. La nueva lógica del consumo, del tener y del poder, está en clave de tasas arancelarias y carrera armamentística. Insisto: terrorismo y mercado.

La era Trump desarmó el rompecabezas político del hemisferio occidental. La lucha del magnate y presidente es “Make America Great Again” desde la óptica eminentemente comercial. Sus postulados son empleos, aranceles, comercio, etcétera. China es el espejo económico de Estados Unidos, mientras Rusia, Corea, Siria e Irán aún juegan a la guerra y a recomponer su identidad política; al tiempo que la Unión Europea hace equilibrio.

Tras Odebrecht, más otros casos de corrupción, muchos funcionarios presos y otras crisis de eficiencia gubernamental, Latinoamérica ha quedado sin rumbo, sin norte y navegando al garete. La crisis campea y los partidos tradicionales se tambalean. No hay modelo ni ideología que valga. La democracia está en manos de nuevos mecanismos de comunicación perturbadores y volátiles: Las redes Sociales. La mitad de lo que circula es verdad y la otra mitad es mentira.

Netflix, Amazon, Uber, Facebook, Google, Airbnb, entre otros conglomerados globales y tecnológicos, cuestionan al modelo político industrial. La gente se pregunta: ¿cuándo aparecerá la plataforma política y tecnológica que sustituya a los partidos tradicionales? Aquí aparecen movimientos alternativos políticos.

¿Qué pueden significar estas nuevas iniciativas? En primer lugar, movimientos con características “disruptivas”, lo que implica la configuración de un nuevo modo de ser o de presentarse ante la realidad. Esta disrupción posee otros rasgos, como por ejemplo, la “innovación”, como nueva imagen o como maquinaria de eficiencia. Otros ejemplos son el modelo “colaborativo” —trabajo en red— y lo “ubicuo” —algo que se desarrolla en diversos lugares al mismo tiempo—. La disrupción (más innovación, más colaborativo, más ubicuo) es una respuesta directa a los milennials y a los ninis, pero también un nuevo punto de vista para el ciudadano defraudado y engañado.

La disrupción representa una forma de ser frente al agotamiento o desgaste de los partidos políticos. Es una nueva lectura: simplista, pero real. Es la nueva ideología —aideológica— o la antiideología. Representa un quiebre, un nuevo rumbo de la opinión pública y una manifestación sociológica de la ciudadanía. Es, en la democracia contemporánea, una forma de decir: cualquier cosa menos los partidos políticos. Los que ya estuvieron, saquearon y robaron. Al final, esto puede ser tan necesario como peligroso (así llegó Chávez en Venezuela, frente al desencanto de Acción Democrática —AD— y de la Democracia Cristiana —COPEY—. Así también llegó el Frente Amplio en Uruguay frente al desgaste de Colorados y Blancos). A veces, los experimentos salen bien; otras veces, muy mal.

Los partidos políticos tradicionales renunciaron, en su maquinaria electoral, a la disrupción, a las industrias creativas, a la Revolución 4.0, al IoT (siglas en inglés para el Internet de las Cosas) y a STEM (siglas en inglés de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). Se quedaron con el modelo de caudillos y siguen discutiendo en clave de comunismo y anticomunismo, mientras por las redes sociales fluye la “memecracia”. Siguen anclados a las sólidas columnas de las ideas políticas de Estado y mercado, mientras la posmodernidad se hace más “líquida” (Zygmunt Bauman). El último refugio de los partidos políticos es la ruralidad, el analfabetismo funcional y la tradición, algo así como el 30 % o 40 % de la población y bajando. O se reforman, o desaparecen.

*Óscar Picardo Joao ( opicardo@asu.edu ) es investigador y especialista en política educativa. Licenciado en Filosofía, con maestrías en Teología y Educación y Doctorado en Didáctica y Organización Escolar. Dirige el Instituto de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Universidad Francisco Gavidia. Foto El Faro: Víctor Peña
*Óscar Picardo Joao ( [email protected] ) es investigador y especialista en política educativa. Licenciado en Filosofía, con maestrías en Teología y Educación y Doctorado en Didáctica y Organización Escolar. Dirige el Instituto de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Universidad Francisco Gavidia. Foto El Faro: Víctor Peña
 

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