En la víspera de la canonización de monseñor Romero, el cardenal salvadoreño Gregorio Rosa Chávez ha pedido en Roma que se abra un juicio por su asesinato y que se cierren las heridas con la verdad. “Los tiempos han cambiado”, dijo durante un evento en la casa de la Compañía de Jesús, a un costado de la Basílica de San Pedro. “La postura de (el expresidente Alfredo) Cristiani era perdón y olvido. Pero las heridas siguen sangrando. Cerrarlas supone un proceso de verdad y de justicia, por eso esperamos que se abra el caso”.
Rosa Chávez advirtió, sin embargo, que el proceso de reapertura debe llevarse “con sabiduría. Con justicia restaurativa. Es una pedagogía del perdón”, dijo, enlazando su reclamo por la verdad con el de los jesuitas en El Salvador, que han demandado que los crímenes cometidos durante la guerra sean llevados a los tribunales para determinar quiénes son los responsables.
Pero decir esto en Roma, justo a las puertas del ascenso de Romero a los altares, supone la confirmación de un cambio en los discursos de la jerarquía eclesiástica salvadoreña con respecto al arzobispo asesinado.
De la mano del cardenal Rosa Chávez, y del obispo italiano Vincenzo Paglia, postulador de la causa, la canonización es precedida por declaraciones que contrastan con el espíritu precavido y timorato con el que la curia católica beatificó a Romero hace dos años en San Salvador; esforzada en eliminar toda controversia en los homenajes en su honor.
Esta vez, en Roma, el discurso ha cambiado. En la oficina de prensa de la Santa Sede, el cardenal Rosa Chávez dijo el jueves 11 que los enviados diplomáticos de los cuatro gobiernos areneros participaron activamente en el bloqueo a la causa de canonización. “Hay algo de lo que casi no se habla: A partir de 1989 tuvimos embajadores de El Salvador que representaban a Arena, cuyo fundador ordenó el asesinato de monseñor Romero. Durante 20 años no se habló bien de Romero aquí”.
Ya antes, Vincenzo Paglia, el postulador de la causa, había dicho que algunos embajadores salvadoreños habían pedido al Vaticano suspender el proceso, pero Rosa Chávez aclaró que no fueron algunos, sino todos los embajadores salvadoreños los que cabildearon para evitar la canonización. Y lo dijo junto al cardenal Giovanni Baccio, el prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos.
Rosa Chávez lo dijo también el día anterior, el miércoles 10, en la Casa de la Compañía de Jesús, lugar al que visitaba Romero durante sus visitas al Vaticano. Allí, en compañía de Paglia, el cardenal abrió las denuncias: “Durante 20 años hubo aquí embajadores de Arena. ¿Qué contaron de Romero? Algo muy distinto a lo que hemos contado aquí. A mí no se me olvida cuando mataron a monseñor Romero. Yo vi los fuegos artificiales de celebración desde la parte alta de la capital. Vi bajar carros con stickers que decían ‘Haga Patria, Mate un Cura’”.
Arena, el principal partido de la derecha salvadoreña, sigue rindiendo homenajes a su fundador, Roberto d’Aubuisson, señalado por la Comisión de la Verdad y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos como cabeza de estructuras paramilitares conocidas como Escuadrones de la Muerte. Estos informes también concluyeron que D’Aubuisson fue uno de los autores intelectuales del asesinato de Romero, misma conclusión a la que llegó un tribunal en Fresno, California, y algo que confesaron también tres de las personas involucradas en el crimen: el capitán Rafael Saravia, el conductor Amado Garay y uno de los hombres que iba en los vehículos e los que se cometió el crimen: Gabriel Montenegro.
Durante las cuatro administraciones de Arena, la figura de Romero fue relegada de los eventos gubernamentales y de la narrativa oficial. Hasta el punto en el que, para la conmemoración del vigésimo aniversario de su asesinato, diversas organizaciones nacionales e internacionales realizaron homenajes en los que solicitaron la presencia del presidente Francisco Flores, como invitado de honor. Pero ni él ni ningún miembro de su partido asistieron a los actos, a pesar de la defensa abierta de muchos de sus miembros de la fe católica. No han sido los únicos católicos detractores del nuevo santo.
Paglia confesó esta semana que, durante mucho tiempo, algunos en la curia romana lanzaron acusaciones terribles contra Romero. “Casi 20 años de oposición a la causa de canonización. Es una oposición increíble. Fue peor que la bala a su corazón. Decían que no había sido fiel al Papa, a la Iglesia, al Evangelio”. Las acusaciones, dijo, le alcanzaron a él también. “Yo mismo fui amenazado para dejar la causa, porque era, decían, una causa contra la unidad de la iglesia, que ponía en peligro a la Iglesia de toda América Latina”. El obispo italiano, sin embargo, se negó después a aclarar la naturaleza de esas amenazas, aunque en una entrevista otorgada este mismo año a una cadena de noticias italiana, había dicho que las amenazas provenían de algunos cardenales, que acusaban a Romero de ser un izquierdista. Esto coincide con lo revelado por el postulador salvadoreño, el obispo Rafael Urrutia, que en una reciente entrevista dijo a El Faro que los cardenales colombianos Alfonso López Trujillo (Presidente del Consejo para la Familia) y Darío Castrillón Hoyos (prefecto de la Congregación del Clero) fueron los más duros opositores a la causa.
Paglia también reconoció que la iglesia católica ha llegado tarde al reconocimiento a Romero. Se refirió al homenaje que la iglesia anglicana hizo hace décadas al colocar una estatua de Romero en una de las entradas de la abadía de Westminster, y el nombramiento, en su honor, al 24 de marzo de cada año como el Día del Derecho a La Verdad y la Justicia.
Romero será canonizado este domingo en una misa pública en la Plaza de San Pedro, junto al Papa Paulo VI, con quien tenía una muy buena relación. Se espera la asistencia de unos 70 mil fieles, entre ellos más de cinco mil salvadoreños que han peregrinado desde distintas partes del mundo para rendirle homenaje.