Centroamérica / Migración

Los salvadoreños que huyen para salvarse

Cientos de salvadoreños ya avanzan por territorio guatemalteco rumbo a la frontera de Tecún Umán, para unirse a la caravana de migrantes que no detiene su camino por México y se dirige hacia Estados Unidos. Autoridades de Guatemala calculan que alrededor de 1,500 personas ingresaron el pasado 31 de octubre por la frontera La Hachadura. Los salvadoreños huyen de las pandillas y de salarios de hambre. 


Jueves, 1 de noviembre de 2018
Nelson Rauda Zablah

Antes del inicio de la caravana, en la plaza al divino Salvador del Mundo, muchos se peleaban por recoger insumos donados para el camino. Foto: Víctor Peña.
Antes del inicio de la caravana, en la plaza al divino Salvador del Mundo, muchos se peleaban por recoger insumos donados para el camino. Foto: Víctor Peña.

Balmore recoge un pedazo de alambre que encontró a la orilla de la carretera Panamericana, enfrente del Centro Internacional de Ferias y Convenciones (Cifco). Él se lo imagina como un salvavidas. Se agacha y empieza a doblar el alambre alrededor de una de las ruedas del coche de bebé que empuja desde hace 2.7 kilómetros, cuando salió de la plaza al Divino Salvador del Mundo junto a una romería que ha decidido huir de El Salvador. Balmore encuentra también unas ramitas en el suelo, que procede a morder para formar una especie de cuña que ayude a que la rueda delantera del coche se mantenga en su lugar. Balmore se apoya con alambre y ramas –cual Macgyver– para arreglar un coche diseñado para cómodos paseos dominicales, no para los 2,700 kilómetros que hay entre el punto de salida y el punto de destino.

Pero Balmore no es Macgyver y el remiendo no aguanta ni una cuadra. Cuando las ruedas del cochecito se vuelven a salir de su lugar, se frustra. Se agacha y se sostiene ambas pantorrillas, que ya no aguantan porque no están acostumbradas a tanto andar. Balmore pregunta: “¿Cuánto falta?”. Les falta mucho.

Balmore y su familia integran el segundo contingente de salvadoreños que ha decidido unirse a la caravana de migrantes centroamericanos que se dirige hacia los Estados Unidos. La primera caravana, con unas 400 personas, partió el 28 de octubre. Ambos grupos pretenden unirse a otros miles de hondureños, guatemaltecos, nicaragüenses y salvadoreños que llevan semanas en ruta a Estados Unidos, desde que un diputado hondureño colgó un cartel en Facebook invitando a la gente a irse de Honduras . La invitación encontró eco en miles de desesperados por el hambre y la violencia, y provocó una marcha sin precedentes que incluso ha provocado un conflicto diplomático entre el país de destino, México y Centroamérica.

El presidente Donald Trump ha dicho que en la caravana de migrantes viajan pandilleros y matones que son un peligro para EUA, que la caravana es una invasión, que los militares estadounidenses los estarán esperando en la frontera sur.

Balmore tiene 23 años, igual que Fátima, su pareja. Viaja junto a sus tres hijos de dos, siete y ocho años.

En los primeros kilómetros, los migrantes ya comenzaban a buscar opciones de transporte. En el bulevar Monseñor Romero, algunos avanzaron en un camión de volteo. Foto: Víctor Peña.
En los primeros kilómetros, los migrantes ya comenzaban a buscar opciones de transporte. En el bulevar Monseñor Romero, algunos avanzaron en un camión de volteo. Foto: Víctor Peña.

La caravana está compuesta por centenares de salvadoreños que lograron ponerse de acuerdo en el lugar de reunión antes de emprender la salida. Y nada más. Luego del avance de la caravana hondureña -que ya ha llegado hasta Oaxaca, en México- los salvadoreños se convocaron en Facebook y grupos de WhatsApp. Durante poco más de una semana lograron ponerse de acuerdo para que el punto de salida fuera esa plaza, coloquialmente conocida como un ombligo en la capital que separa al país en dos: del Salvador del Mundo para arriba, se dice, en la exclusiva colonia Escalón, viven los que lo tienen todo; debajo del Salvador del Mundo, se dice, hay otro país.

La noche del martes 30 llegaron 300 personas a la plaza. Sandra Amaya llegó a las 8:30 p. m. De 29 años y originaria de San Miguel, a 160 kilómetros al oriente del país, ella quiere regresar a Estados Unidos, donde ya estuvo entre 2006 y 2017. Vivía en Manassas Park, Virginia. Su primer viaje fue menos complicado que el trayecto que ahora le depara; hace 12 años viajó con coyotes, durmiendo en hoteles de carretera hasta los Estados Unidos. En Virginia, Sandra trabajó como cocinera de un restaurante, un puesto que consiguió tras pasar cinco años lavando platos y como asistente de cocina; administró el horario de las personas –el schedule– y también estuvo a cargo de un carwash, del mismo dueño del restaurante. Pero no son sus ocupaciones lo que más extraña; Sandra quiere volver porque allá están sus hijas: Noemí, de 10 años, Johana, de nueve, y Génesis –aunque ella lo pronuncia en inglés: 'Yenesis'– de seis. Noemí cumplió años el mismo día en que Sandra emprendió su marcha por el reencuentro.

En la noche previa a la partida, tres mujeres se tomaban una foto frente al monumento. “Uno no viene aquí todos los días”, dijo una de ellas; un hombre ayudó a su hijo pequeño a orinar a un costado de la plaza, sobre la calle; una mujer con el pelo teñido de amarillo, abrigo negro y zapatos de plataforma grabó con una mano a la muchedumbre desde su smartphone, mientras sostenía con la otra mano a un chihuahua. Luego se subió a un sedán gris y se marchó. Un motociclista llegó con bolsas de papel higiénico y pámpers; cuando vio a la multitud se desahogó con un grupo de policías: “¡no me va a alcanzar esto!”, dijo. Tres chicas cargaban un termo que humeaba y repartían pan y café. Nydia Ramos, la directora del colegio Sagrado Corazón, lloró ante una cámara de televisión al explicar que la situación es “producto de la injusticia social”, mientras seguía repartiendo galletas y jugos.

Menores dormían solos, en medio de muchos que llegaron a la plaza para unirse a la caravana que partió el miércoles 31 de Octubre. Foto: Víctor Peña.
Menores dormían solos, en medio de muchos que llegaron a la plaza para unirse a la caravana que partió el miércoles 31 de Octubre. Foto: Víctor Peña.

El 31 de octubre nadie respetó la hora de salida que previamente se había pactado. Durante la noche y la madrugada, la plaza fue como una olla rellena con agua que se calienta a fuego lento. Demasiada gente, demasiadas burbujas, demasiada presión. A las cinco de la mañana salió el primer grupo con unas 300 personas y para las siete de la mañana ya se desplazaba sobre Santa Tecla, según el inspector Otto Urrutia, de la división de Tránsito Terrestre de la Policía Nacional Civil (PNC).

La plaza quedó medio vacía, pero aquellos que confiaban en que la salida sería a las 9:00 a. m. comenzaron a llenarla de nuevo. José Camilo y Daysi Rivas, ambos de 40 años, desde San Miguel, llegaron a las 7:15. Daysi compró siete sándwiches de pollo por $3.50 y le preguntó a la vendedora dónde podían comprar un galón de agua y dónde podían ir al baño. “Dejen los bultos y vayan al Mcdonald’s”, le dijo la vendedora. El Gobierno supo de la concentración y de esta marcha con días de antelación, la alcaldía capitalina también, pero ni Gobierno ni alcaldía acudieron para instalar baños portátiles.

Daysi se enteró de esta caravana en la televisión. “Vimos en las noticias que podíamos escapar”, dijo. Daysi y su esposo escapan de “tanto crimen y las pandillas que quieren obligar a los jóvenes a unirse a ellos. Allí donde yo vivo seguido llegan a sacar personas para matarlas”. Daysi tiene otros dos hijos, uno mayor y otro menor de edad, que escaparon hace dos meses. Ahora teme por sus pequeños, de 13 y 8 años. “Así como está él ya les sirve, y ya lo andaban vigiando”, dijo, mientras miraba a su muchacho de 13 años. “Espero que el presidente nos apoye”, dijo Daysi, antes de aclarar que se refería al presidente Donald Trump, de los Estados Unidos.

De nuevo, la plaza no soportó tanta presión. A las 8:10 a. m., otro grupo apretó el paso y detrás del grupo comenzaron a caminar unas 400 personas. Tomaron la carretera Panamericana hacia Santa Tecla, y luego cruzaron sobre el desvío hacia el bulevar monseñor Romero, rumbo al occidente. Enseguida se comenzaron a dispersar en buses, camiones o pickups amigos que, sobrecargados, los llevaron hasta la frontera.

Fátima Carpio y Balmore Ramos son de Quezaltepeque, La Libertad. Tienen 23 años y caminan con sus hijos de ocho, siete y dos años. Foto: Nelson Rauda.
Fátima Carpio y Balmore Ramos son de Quezaltepeque, La Libertad. Tienen 23 años y caminan con sus hijos de ocho, siete y dos años. Foto: Nelson Rauda.

No hay político que valga

Fátima Carpio, esposa de Balmore, el hombre que intenta remendar un cochecito averiado, tenía una pequeña venta de frutas y verduras afuera de su casa en Quezaltepeque, La Libertad. Lo que ganan de la venta no les alcanza para vivir, y por eso han emprendido la marcha. Dice que quiere un futuro “un poquito mejor” para sus hijos. “Aquí no hay nada que hacer”, dice sobre El Salvador. Fátima y su familia no caminaron con la caravana porque se retrasaron arreglando el coche.

En el trayecto desde la plaza hasta la Ceiba de Guadalupe, donde Fátima y su familia abordaron un autobús con la intención de alcanzar al grupo, hay propaganda de los candidatos presidenciales que compiten para las elecciones de 2019. “Trabajo para todos”, dice la propaganda de Carlos Calleja, el candidato de Arena, el principal partido de oposición, que gobernó al país durante 20 años (1989-2009). “Con la fuerza de la gente”, dice la propaganda de Hugo Martínez, el candidato del partido oficial, el FMLN, que se acerca a los 10 años de gobierno y marcha tercero en las mediciones. En contienda también está Nayib Bukele, exalcalde de la capital, exmilitante del FMLN y devenido en candidato del partido Gana, un partido de derechas surgido de una fuga de diputados de Arena. Hay un cuarto contendiente, Josué Alvarado, por el recién fundado partido Vamos. Ninguno de los candidatos ni sus promesas de un mejor país es capaz de detener a la familia de Fátima, que ni repara en la propaganda. Ella tiene cosas más importantes y urgentes en qué pensar.

Cuando la familia pasó enfrente de la Casa Presidencial, le comento a Fátima que esa es la casa donde despacha el presidente, y donde despachará aquel que gane las elecciones.

–Ah, ¿esta es? –responde ella.
–Sí, esta es.
–Pero de esto no dice nada el maitro, vea.

No se equivoca Fátima. El presidente Salvador Sánchez Cerén está en China, con quien El Salvador acaba de abrir relaciones diplomáticas, y no ha dado ninguna declaración sobre la situación de los migrantes salvadoreños en la caravana. El vicepresidente Óscar Ortiz dijo que el Gobierno se había activado “en el tema de ayuda humanitaria y con todos nuestros equipos de acompañamiento para evitar que vaya a suceder una situación fatal por la ruta”. Patrullas de la Policía acompañaron la marcha en algunos tramos, igual que equipos de Fosalud.

Migrantes pasan frente a una vivienda a la orilla de la carretera, en el cantón Metalío, del municipio de Acajutla, en Sonsonate. Estos eran parte de un grupo que perdió el paso de la caravana. Foto: Víctor Peña.
Migrantes pasan frente a una vivienda a la orilla de la carretera, en el cantón Metalío, del municipio de Acajutla, en Sonsonate. Estos eran parte de un grupo que perdió el paso de la caravana. Foto: Víctor Peña.

Ortiz también dijo que impulsarán una campaña para “hacer el llamado a no exponer a los niños y niñas por el enorme peligro que representa esa ruta, donde no hay ninguna condición de seguridad”. No tomó en cuenta que mucha gente huye, precisamente porque no encuentra seguridad en lugares como la colonia 5 de noviembre en San Marcos, de donde es un joven que no se quiso identificar, mientras fumaba un cigarrillo ya del lado guatemalteco.

A las 4 de la tarde, un funcionario de la Procuraduría de Derechos Humanos guatemalteca calculaba que el número de los que huyen rondaba los 1,427 salvadoreños, entre los que ya habían cruzado la frontera La Hachadura y los que estaban en la fila de migración. Ese cálculo no incluye a quienes atravesaron la frontera de San Cristóbal, también miembros de esta caravana.

En La Hachadura, el ministro de Seguridad salvadoreño, Mauricio Ramírez Landaverde, dijo en declaraciones a periodistas que habían montado un operativo para “proporcionar seguridad a los miembros de la caravana” en territorio salvadoreño. El Salvador está lleno de paradojas y contrastes: muchos de los que huyen dicen que huyen de la violencia. La Policía, como ocurre cuando las familias huyen de las comunidades asediadas por las pandillas, esta vez también se presentó como sinónimo de protección hasta cuando la gente ya iba en retirada.

¿Es un fracaso para el país que la gente huya porque no se sienten seguros? El ministro Landaverde responde que para septiembre de este año hay un 38 % menos de salvadoreños interceptados en la frontera sur de los Estados Unidos, comparado con el año pasado. Dijo: “El Salvador tiene menos migrantes que en los años anteriores”. Dijo: “El tema de la inseguridad o hechos de violencia de los que han sido víctimas, o los casos en que las personas que deciden migrar tienen amenazas es de aproximadamente un 10 %”, una cifra que, según sus datos, es menor en comparación con aquellos que aducen migrar por motivaciones económicas y de reunificación familiar. El ministro de Seguridad dijo todo eso cuando centenares de personas hacían fila atrás de él para cruzar a Guatemala. La oficina del Alto Comisionado para los Refugiados (Acnur) ya ha planteado un nuevo fenómeno migratorio en Centroamérica, en el que los nuevos migrantes son, en realidad, refugiados.

Fátima, su esposo y sus tres hijos se disponen a seguir el camino, rumbo a Escuintla, despúes de un pequeño descanso en la ciudad de Pedro de Alvarado, Guatemala, en la zona fronteriza con El Salvador. Foto: Víctor Peña.
Fátima, su esposo y sus tres hijos se disponen a seguir el camino, rumbo a Escuintla, despúes de un pequeño descanso en la ciudad de Pedro de Alvarado, Guatemala, en la zona fronteriza con El Salvador. Foto: Víctor Peña.

La caravana se organiza

Balmore y Fátima y sus hijos y el coche averiado llegaron al parque de la ciudad Pedro de Alvarado, en Moyuta, Jutiapa, un par de kilómetros delante de la frontera con El Salvador. Luego de haber tomado un autobús que los trasladó desde la Ceiba de Guadalupe hasta la colonia Las Delicias, en Santa Tecla, reporteros de un canal de televisión los adelantaron hasta la frontera. A Fátima la entrevistaron cuatro veces en un día y no le gustó. Ya en Guatemala, ella discutía con Balmore si 15 quetzales –como dos dólares– le parecían excesivos para una gaseosa de dos litros.

El parque Pedro de Alvarado fue el punto de descanso de decenas de salvadoreños que arribó cerca del mediodía. Los niños jugaban en columpios metálicos, mientras los adultos ponían sus mochilas en el suelo y compraban comida en las tiendas adyacentes.

El de los salvadoreños es un éxodo sin libertador. No hay, como en el caso hondureño, un líder o vocero identificable, aunque de vez en cuando hay quienes se animan para tomar la palabra. Los grupos que se armaron en redes sociales o en WhatsApp son variopintos. Uno de los más antiguos se formó el 19 de octubre y tenía 256 miembros. Un joven que huye de amenazas de la MS-13 de un pueblo en el occidente de El Salvador dijo que él y 10 amigos más habían empezado uno de los grupos, y que hasta el 30 de octubre contaba unos 30 grupos diferentes.

En la ciudad de Pedro de Alvarado, la caravana se detuvo a descansar, mientras se agrupaban los que llevaban el paso lento. Ahí también hubo instrucciones para iniciar de nuevo la caminata. Foto: Víctor Peña.
En la ciudad de Pedro de Alvarado, la caravana se detuvo a descansar, mientras se agrupaban los que llevaban el paso lento. Ahí también hubo instrucciones para iniciar de nuevo la caminata. Foto: Víctor Peña.

En El Salvador, el vicepresidente Ortiz dijo que las autoridades investigarían a personas “que anden estimulando de manera ilegal este tipo de situaciones, ya que riñen con la ley”. Pero desde un día antes circulaban en esos grupos de WhatsApp mensajes como este: “Si alguien pregunta, recuerden: no hay líderes, no hay coyotes, no hay polleros, no hay financiadores, no hay administradores, no hay quien dirija, no hay guía, no hay coordinadores, no hay organizadores, no hay insitadores (sic), no hay nada”.

En la noche previa a la partida, en la plaza, un Policía me preguntó si yo sabía algo sobre los organizadores. Le dije que no y le pregunté lo mismo a él. “Esto es una forma de manifestarse contra el gobierno, de decir que aquí no se puede vivir”, respondió.

En Guatemala ya no hay investigación que valga y la olla de presión comienza a calentarse de nuevo. En el parque Pedro de Alvarado, Marvin, un hombre de 29 años, asume la voz de mando. Marvin fue los primeros que se subió a un autobús en el cantón Metalío, Acajutla, Sonsonate, para ahorrarse la caminata hasta la frontera. Pregunta a los que recién llegan cuántos más hay atrás. Pide que no dejen basura en el suelo. Exhorta al grupo a no dispersarse, tal como hicieron en El Salvador. Marvin se sabe con voz de liderazgo y recuerda que trabajó en la campaña para alcalde de San Salvador de Rodrigo Samayoa, por Arena, en 2006. “Gracias a Dios que nos ha dado un poquito más de mente a algunos”, dice.

A las 5:46 p. m., Marvin se para en una banca del parque y cuenta lámparas. Alguien le pasa un megáfono. El grupo se divide entre quienes quieren seguir caminando por la noche y quienes quieren pasar la noche en el parque. Marvin expone ambos argumentos a la plaza.

—Esto, señores, se llama caravana. Caminando estamos como a nueve horas a Escuintla, pero al paso que vamos son como 14 horas. Ahorita es de noche, el problema con los tráileres es que a cualquiera nos pueden atropellar. Hay buses que cobran seis dólares, pero hay gente que no lleva. Mejor hubiéramos agarrado en Puerto Bus un bus que cobra 26 hasta Tecún Umán.

Algunas personas le gritan desde la muchedumbre, pero Marvin sigue lanzando propuestas.

—Si quieren, cuando se haya calmado un poco, empezamos. En la mañana estamos en Escuintla. Pero de aquí en adelante, señores, solo Dios con nosotros. Si ustedes quieren caminamos; Estados Unidos no se va a mover, ahí va a seguir.

Fátima le grita a Marvin y a quienes la escuchan:

—¡Tienen que pensar en los niños, no solo en los grandes!

Marvin pide a gritos que tomen una sola decisión y consulta dos opciones: “¿Caminamos ya? ¿Nos vamos a las tres de la mañana?”.

La multitud responde a gritos y Marvin, democráticamente, mide y decide según la intensidad de las respuestas. “A las tres nos vamos, ya no hablemos más”.

Veinte minutos más tarde, Marvin organizó a aquellos que tenían lámparas. A las 8:00 p. m., los de las lámparas, Balmore, Fátima y sus hijos y todos en la plaza los siguieron. Se subieron en buses y camiones que encontraron en la aldea El Obraje, de Moyuta, Jutiapa, ubicada a 115 kilómetros de la capital guatemalteca.

En horas de la noche, los migrantes abarrotaron un autobús rumbo a Escuintla, en Guatemala. El punto de abordaje fue en la aldea El Obraje, del municipio de Moyuta, departamento de Jutiapa. Foto: Víctor Peña.
En horas de la noche, los migrantes abarrotaron un autobús rumbo a Escuintla, en Guatemala. El punto de abordaje fue en la aldea El Obraje, del municipio de Moyuta, departamento de Jutiapa. Foto: Víctor Peña.

 

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