Centroamérica / Impunidad

Ocho rostros del exilio nicaragüense en Costa Rica

Desde que Daniel Ortega desató una brutal represión contras las manifestaciones que exigen el fin de su mandato tras once años de Gobierno autoritario, más de 30 000 nicaragüenses han huido del país rumbo a Costa Rica. Un equipo del periódico Confidencial viajó a mediados de octubre para documentar el nuevo éxodo de nicaragüenses en suelo tico, sus historias y las dificultades que enfrentan. Son campesinos, estudiantes universitarios o exmilitares que sobrevivieron a la represión y esperan la salida de Ortega del poder para regresar al país.


Miércoles, 12 de diciembre de 2018
Carlos Salinas Maldonado y Carlos Herrera / Confidencial

Lo confirman las autoridades de Migración de Costa Rica: más de 30,000 nicaragüenses han cruzado el Río San Juan desde que el 19 de abril el gobierno de Daniel Ortega comenzó la represión contra quienes entonces protestaban contra una reforma del sistema de pensiones y ahora lo hacen contra trece años de autoritarismo. Muchos de estos nuevos exiliados participaron activamente en los tranques, en las protestas, y son acusados por delitos relacionados al terrorismo o perseguidos como un ajuste de cuentas por su papel activo en las movilizaciones contra el régimen alrededor de toda Nicaragua. Esperan la caída de Ortega. Mientras tanto, sobreviven. Estos perfiles, estas historias, son apenas un acercamiento a la Nicaragua que ha tenido que huír de esta Nicaragua.

Andrés, estudiante de Medicina, tuvo que huir por su involucramiento en las protestas de León. Está en San José pero tene dar su nombre completo porque aún tiene familia en Nicaragua. Foto: Carlos Herrera / Confidencial 
Andrés, estudiante de Medicina, tuvo que huir por su involucramiento en las protestas de León. Está en San José pero tene dar su nombre completo porque aún tiene familia en Nicaragua. Foto: Carlos Herrera / Confidencial 

El sueño truncado de un estudiante

A las cinco de la tarde de un día de mediados de octubre el centro de San José, Costa Rica, es una locura de andantes, vendedores ambulantes, buses del transporte público, taxis y carros particulares que intentan avanzar en lo que es una marea de vehículos que se mueve con lentitud desesperante. La temperatura ha bajado a 18 grados y el cielo se ha vestido de un gris amenazador –preludio de tormenta–, que ha oscurecido los callejones del centro de esta capital y le da un aire lúgubre a moles de piedra como el Museo del Jade, localizado frente a la Plaza de la Democracia, que celebra la abolición del Ejército en este país que se vende al mundo como un lugar de paz.

Andrés, un joven de 23 años, desciende de esa plaza a paso apresurado, le ha tocado la hora dura del tráfico y teme quedarse atrapado en la “presa”, como los ticos llaman a sus endemoniados atascamientos.

El muchacho se detiene bruscamente y nos saluda: ha reconocido al equipo de Confidencial que durante una semana ha viajado a Costa Rica para documentar el éxodo de miles de nicas que huyeron del terror desatado por la dictadura de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

Nos abrazamos como si de un encuentro de viejos amigos se tratara y Andrés da rápido relato de su salida de León –donde estudiaba Medicina–, la huida por veredas desde Matagalpa –su hogar–, del pago de 150 dólares a un “coyote” para que lo ayudara a cruzar la frontera por puntos ciegos y sus días en Costa Rica, refugiado en la casa de una familia solidaria, donde duerme en un colchón en el suelo. “Es difícil”, dice el muchacho que estaba cerca de graduarse como médico por la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-León).

A Andrés lo habíamos entrevistado en abril en León. Formaba parte de los estudiantes en rebeldía que protestaban contra el secuestro de la autonomía universitaria y que exigían el fin del régimen de Ortega.

Aquellos eran días esperanzadores, a pesar de que la represión ya sumaba decenas de muertos, la mayoría jóvenes estudiantes como él. Los muchachos se habían organizado para reunir víveres, medicinas y soportar la embestida violenta del régimen. Esperaban que el gobierno caería pronto y ellos por fin podrían vivir en un país libre y democrático.

Ortega, sin embargo, desató la peor matanza sufrida en Nicaragua en tiempos de paz, una Operación Limpieza ejecutada por paramilitares y policías que ya deja 325 asesinados según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA y que generó un éxodo de nicaragüenses que no se veía desde la guerra civil.

Autoridades de la Dirección de Migración de Costa Rica confirman que más de 30,000 nicaragüenses han buscado refugio en suelo tico huyendo del terror. Una estadística que tiene rostros, nombres, historias de valor, de compromiso y entrega. Como la de Andrés.

“El primer día nos dejaron protestar en paz, dijeron que la universidad era nuestra casa y que teníamos derecho a protestar. Pero al siguiente día el panorama cambió y vieron que sí iba de lleno lo que estábamos realizando los estudiantes de León, cuando ya había un plantón con muchísimas personas. Es cuando llega Fetsalud, la Ministra Sonia Castro, la directora del HEODRA, el decano de Medicina, con paramilitares y antimotines”, relata.

La represión y el temor de ser apresado hicieron que Andrés huyera de León. Estuvo semanas vagando por Nicaragua, hasta que pudo cruzar la frontera con Costa Rica por puntos ciegos. Lo entrevistamos en Escazú, un barrio de a clase alta de San José, por el temor a que se identificara su verdadero paradero. El joven, que en abril se miraba con un título de médico, ahora recorre San José en busca de cualquier trabajo. Ha hecho de jardinero, con un salario de 260 dólares que ha tenido que alargar como un acto de magia. Este día le quedan todavía 20, que pretende ahorrar hasta que el tipo que lo contrató lo busque nuevamente para hacer jardinería en una casa de los barrios buenos de San José.

“Este país es más caro y encontrar trabajo para un ilegal es más difícil. A veces te sale algún trabajo. Lo que ganas tenés que guardarlo para mantener la comida el tiempo que te alcance el dinero. La mayoría de nicaragüenses que he podido ver están en condiciones hasta peores, porque se les acaba el dinero y no hay para dónde coger, existen unos que hasta traían ahorros, pero en este país no te alcanza, por eso se necesita trabajar, para poderte mantener”, explica.

A pesar de esa dificultades dice que él ha corrido con suerte: un amigo lo conectó con una señora nicaragüense con trabajo estable que le da albergue. Pero hay gente que vive en peores condiciones, un hecho corroborado por Luis Vargas, relator de la CIDH para los migrantes, que visitó Costa Rica a mediados de octubre para constatar la situación de los nicaragüenses que han huido a ese país.

“Hay una situación bastante compleja para ellos aquí en Costa Rica. Hay gente que está aguantando físicamente hambre, no tienen vivienda”, dice Vargas en una entrevista en un hotel de San José. “A pesar de los esfuerzos que está haciendo el Gobierno de Costa Rica por tratar de procurarles un albergue, ellos dicen que están viviendo situaciones muy precarias. El Gobierno es como optimista en el sentido de que las medidas que ha venido tomando son suficientes e idóneas. Hay un contraste en consecuencia con lo que al respecto plantea la sociedad civil y lo que el Gobierno sostiene”, advierte el relator.

Vargas afirma que alertó al presidente Carlos Alvarado de que sopese la posibilidad de decretar una emergencia dado el flujo de nuevos migrantes que llega al país, una decisión que las autoridades ticas se rehusan a tomar posiblemente por el costo político que eso podría significar para un Gobierno en plena crisis política por la discusión de una reforma fiscal.

Raquel Vargas Jaubert es la directora de Migración de Costa Rica y asegura que el país está preparado para asimilar el éxodo nica, porque tomaron las precauciones tras la ola de migrantes africanos y caribeños que les tocó atender hace dos años. Sin embargo, admite que si la crisis en Nicaragua no llega a su fin, tendrán que pedir más ayuda internacional.

“Que en este momento estemos contenidos y que tengamos nuestro plan de atención no quiere decir que en una situación más crítica requiramos apoyo internacional”, admite la funcionaria. “La emergencia aún no es un hecho. Por eso no hemos hecho una declaratoria. Hemos tratado de mantener la calma, de atender a la población con los recursos que tenemos, de convocar a la cooperación internacional, pero sí es posible que en algún momento haga otro tipo de llamado a nivel internacional”.

Nicaragüenses como Andrés están seguros que la ola migratoria no se detendrá y que en las calles de San José se seguirá topando a sus viejos compañeros de aulas y trincheras.

Álvaro Gómez y la traición del sandinismo

El profesor Álvaro Gómez, excombatiente del Ejército Popular Sandinista, lisiado en aquella guerra revolucionaria, decidió iniciar una vida de cero junto a su familia en Pavas, el distrito más populoso de San José.

Tiene su hogar temporal en una cuartería asfixiante. Para acceder a las habitaciones que la familia renta en este edificio de construcción temeraria hay que acceder desde la calle por un largo, oscuro y estrecho pasillo, que desemboca en una suerte de patio embaldosado, tendedero y zona de reunión a la vez. Es aquí donde nos recibe, para contarnos cómo huyó del que fue su partido, el Frente Sandinista, al que apoyó para que Daniel Ortega regresara al poder en 2007.

Álvaro Gómez, excombatiente lisiado del Ejército Sandinista, intenta reconstruir su vida en Pavas, Costa Rica. Su hijo murió en las protestas de Monimbó. Foto: Carlos Herrera / Confidencial
Álvaro Gómez, excombatiente lisiado del Ejército Sandinista, intenta reconstruir su vida en Pavas, Costa Rica. Su hijo murió en las protestas de Monimbó. Foto: Carlos Herrera / Confidencial

“En los ochenta participé en la guerra contra lo que decían, entre comillas, el imperialismo. Era un joven de 17 años, me integré a la lucha y ahí perdí la pierna”, relata Gómez. “Después, en 2007, anduve haciendo actividades políticas para llevar al poder al Frente Sandinista, pero ya cuando miré que la familia Ortega Murillo se iba montando en el poder me retiré. En los últimos años yo ya no quería saber nada de la familia Ortega Murillo”.

Su hijo, Álvaro –que estudiaba el cuarto año de Banca y Finanzas en la UNAN–, también creía en el Frente Sandinista, hasta que Ortega desató la represión contra quienes se oponían en abril a una reforma a la Seguridad Social.

Entonces se unió a las protestas. Fue asesinado, dice el padre, por esbirros del régimen. El asesinato de su hijo llevó al profesor Gómez a apoyar a los muchachos en las barricadas de Monimbó.

A Gómez lo echaron de su trabajo como profesor en el Instituto Central de Masaya, donde por 20 años impartió clases de Física y Matemática y comenzó a ser amenazado. El pasado cuatro de agosto decidió huir de Masaya con su actual esposa y sus dos hijos. En Pavas esperan reconstruir su vida.

“Los verdaderos traidores de la revolución no somos nosotros, son la familia Ortega Murillo, porque ellos traicionaron todos los principios revolucionarios. Ellos no tienen principios para hablarme a mí de revolución”, afirma.

El campesino que escapó de la muerte

Juan Gabriel Mairena, hermano del líder campesino Medardo Mairena, está vivo y exiliado en Costa Rica. El hombre, de 34 años de edad, escapó de un ataque realizado por policías y paramilitares a los tranques ubicados en la entrada de Juigalpa y de Santo Tomás, en el departamento de Chontales, en el centro de Nicaragua.

Sus amigos lo dieron por muerto. La versión que algunos pobladores ofrecieron a los medios de comunicación fue que el hermano del líder campesino había quedado entre los matorrales herido de muerte. Después del ataque realizado el pasado 14 de julio, la Policía restringió el acceso a organizaciones de derechos humanos y autoridades de la Iglesia católica que pretendían entrar a la zona para indagar y buscar los cuerpos de personas que supuestamente habían quedado entre el monte y la carretera.

El ataque de los policías y los paramilitares fue excesivo. Llegaron en varias camionetas Hilux armados con fusiles de guerra, Dragunovs y RPG 7. Dispararon sin piedad a los campesinos.

La bala que estuvo a punto de matar a Juan Gabriel Mairena no pretendía disipar una protesta sino enviar un mensaje: en este país no hay espacio para la disidencia. Foto: Carlos Herrera / Confidencial 
La bala que estuvo a punto de matar a Juan Gabriel Mairena no pretendía disipar una protesta sino enviar un mensaje: en este país no hay espacio para la disidencia. Foto: Carlos Herrera / Confidencial 

“Nosotros veníamos huyendo, pero en la entrada de Santo Tomás nos emboscaron. Estaban con unas banderas calculando la fuerza del viento para poder dispararnos con armas de alto calibre con mira telescópica y con tubos RPG 7. Nos lanzaron cuatro, fue horrible”, relata Mairena.

Él se movilizaba a bordo de un camión. Al momento de la emboscada, y ante la inminente captura por parte de los grupos armados, se tiró del camión a pesar de que los oficiales y los paramilitares continuaban disparando. Uno de esos entró y salió de su brazo izquierdo, y penetró en el costado fracturando su clavícula. “Me quebró el hueso”, dice.

A pesar de estar herido, Juan Gabriel continuó corriendo sin mirar atrás. Sus demás compañeros hicieron lo mismo. Detenerse a enfrentar a los armados y responder con piedras hubiera sido una muerte segura.

“Un día antes, mucha gente se fue del tranque, es que ya nos tenían rodeados, entonces habíamos pocos. Como algunos logramos corrernos, ellos se ‘empajaron’ en los camioneros que quedaron en la carretera. Los rafaguearon y ahí murió una cantidad de gente que no se sabe. La Policía no dejó entrar a nadie a que levantaran esos cuerpos. El padre de Nueva Guinea pidió permiso para recoger los cuerpos, pero solo le dieron permiso para pasar por la carretera. Le dijeron que lo fusilaban si se metía al monte, ahí en la entrada de Santo Tomás”, afirma Mairena.

Durante los meses de mayo, junio y parte de julio, los campesinos del centro y del norte del país trancaron las principales carreteras de Nicaragua en forma de protesta en contra del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo. El líder campesino Medardo Mairena, representante en la mesa de Diálogo, insistía en que las barricadas eran espontáneas y que obedecían a una demanda legítima de los ciudadanos de distintas localidades.

El ataque de los policías y los paramilitares empezó a las ocho de la mañana y finalizó a eso de las tres de la tarde. Juan Gabriel y el resto de campesinos que lograron escapar, se internaron en las montañas para poder salvar sus vidas. Mairena continuaba sangrando abundantemente y eso provocó que se desmayara en medio del camino.

“Nadie nos rescató. Salimos por nuestra cuenta. Yo corrí cien varas y me desmayé, me acarrearon unas cuarenta varas pero ellos (los otros campesinos) creyeron que estaba muerto y me dejaron en la cepa de un árbol. Luego yo me desperté, me senté y me vino un mareo. Me quedé otro ratito y después salí y huí por el monte”, relata.

Juan Gabriel caminó a como pudo y salió de los alrededores de donde ocurrió el ataque en horas de la noche. A la mañana siguiente se refugió en la casa de un ciudadano que le ofreció arroz y frijoles para comer. Luego caminó por tres días hasta llegar a Nueva Guinea. Ahí fue atendido por un médico.

“Como venía huyendo, no recibí atención médica. El balazo que me dieron me bañó de sangre. Es un milagro de Dios (que el sangrado se detuvo), solo él pudo darme la fuerza para poder salir. En Nueva Guinea un médico me recetó un antibiótico y me cosió una de las heridas. Luego con lágrimas en los ojos, me dio un medicamento y me dijo que no podía operarme, porque si el Gobierno lo descubría lo mataba”, dice.

Mairena descansó cuatro días en Nueva Guinea. Luego decidió abandonar el municipio por temor a que los policías o los paramilitares lo encontraran. Caminó en medio de veredas, por las montañas, con la bala alojada en su cuerpo. A veces avanzaba grandes distancias y en otras ocasiones solo recorría ciertos tramos del camino. Así pasó hasta que el 21 de septiembre finalmente llegó a Costa Rica.

“Yo ingresé a Costa Rica por un punto ciego. Aquí pedí que me ayudaran con una identificación. Les dije que venía huyendo porque en Nicaragua me podía agarrar la ley y me mataría el Gobierno de allá. Da vergüenza decirle Gobierno, porque realmente este es un hombre (Daniel Ortega), que está en el poder porque Roberto Rivas así lo quiso”, cuenta.

Juan Gabriel Mairena escapó milagrosamente de la muerte tras el brutal ataque paramilitar al tranque de Lóvago. Foto: Carlos Herrera / Confidencial 
Juan Gabriel Mairena escapó milagrosamente de la muerte tras el brutal ataque paramilitar al tranque de Lóvago. Foto: Carlos Herrera / Confidencial 

Juan Gabriel está flaco. Tiene grandes ojeras y de vez en cuando se queja del dolor que le provoca tener la bala alojada cerca de su clavícula. Las autoridades de Costa Rica le dieron un carnet que lo acredita como un ciudadano que está previsto a obtener su estatus de refugiado.

Según la Dirección General de Migración y Extranjería de Costa Rica, unos 17,100 nicaragüenses cuentan con un carnet provisional, que es una identificación de permanencia en Costa Rica. “Solo tengo ese carnet. Pero no puedo conseguir trabajo, aparte que tengo quebrado en dos partes el hueso. Ha sido muy duro estar aquí. En estos días por parte de la Iglesia me han ayudado con la comida. Un médico me tomó seis placas para descubrir dónde estaba la bala, pero no he tenido medicina para la recuperación. No me han operado, me dijeron que no porque estaba riesgoso sacarme la bala de donde está”, explica Mairena.

Desde Costa Rica ha seguido las noticias sobre la situación de Nicaragua. Está pendiente sobre la información del juicio de su hermano, y ha sufrido en silencio cuando ha leído acerca de los casos de tortura que han denunciado los abogados que llevan su caso.

“Es muy doloroso leer eso. El Gobierno de Nicaragua no se pone a pensar que Medardo es una persona humilde y es un ejemplo para el mundo entero. Medardo siempre le dijo al pueblo que luchara de manera pacífica. Si no fuera por ese llamado de protestar de manera pacífica, el pueblo hubiera reaccionado de otra forma. Y le aseguro al Ejército, que sé que me está viendo, que si el pueblo estuviera actuando igual que ellos, ya Daniel se hubiera ido a la verga”, sentencia.

Juan Gabriel dice que le da “vergüenza lo que hace la Policía Nacional y el Ejército de Nicaragua”, pues no cumplen su papel y actúan como “pandilleros” del régimen de Daniel Ortega. Insistió en que el trabajo de oficiales y militares es cuidar al pueblo, que no se ha querido manchar sus manos de sangre en contra de tantas injusticias.

“Fue doloroso y triste para nosotros el día del ataque, todos salimos llorando por lo que iba a suceder, no nos merecíamos eso. Como campesinos, somos los que cultivamos el plátano, la yuca, el quequisque, el frijol, el queso, para que se sustente la misma Policía en la capital. Él (Daniel Ortega) come lo que nosotros producimos. Fue doloroso que el Gobierno mandara a morder la mano que le daba de comer”, finaliza. Asegura que solo regresará a Nicaragua cuando al “delincuente Ortega lo metan preso”.

“ El Águila” y “La Burra” participaron en el tranque de Rivas y huyeron a Costa Rica por temor a ser apresados. En San José pasan sus días sin estudiar ni trabajar, a la espera del fin del régimen orteguista. Foto: Carlos Herrera / Confidencial
“ El Águila” y “La Burra” participaron en el tranque de Rivas y huyeron a Costa Rica por temor a ser apresados. En San José pasan sus días sin estudiar ni trabajar, a la espera del fin del régimen orteguista. Foto: Carlos Herrera / Confidencial

El bautizo de fuego de 'El Águila y 'La Burra'

La mayoría de los miles de nicaragüenses que huyeron hacia Costa Rica son jóvenes que apoyaron los tranques, como “La Burra”, de 19 años, y “El Águila”, de 18.

Son muy jóvenes y, por lo tanto, temerarios. Ambos eran estudiantes universitarios –de Veterinaria uno, Comunicación el otro– que decidieron participar en los tranques que se montaron en Rivas. Los dos piden omitir sus identidades.

La adrenalina los poseía aquellos días cuando el país entero se había levantado en barricadas contra Ortega y estos jóvenes pensaban que hacían su propia revolución. Se toparon de cara con la brutalidad cuando Ortega envió a las caravanas de la muerte a atacar Rivas.

“En el tranque madre llegaron a desbaratar las barricadas. Habíamos como 30 personas y nos cayeron como ochenta, 20 antimotines y el resto paramilitares”, cuenta “La Burra”. Hubo muchos heridos, algunos de gravedad. “Le pegaron a un muchacho en el pie, que tenía un gran futuro para ser beisbolista, pero lastimosamente ya no lo va a poder ser, porque recibió dos impactos de bala en la rodilla y se la tenían que cortar, pero gracias a Dios no se la cortaron, pero quedó lisiado de su rodilla”, recuerda el joven.

Estos muchachos aseguran que los tranques eran una forma de presión para generar un cambio en Nicaragua. Cuando Ortega los desmanteló, sus familias, que apoyaban su participación en las barricadas, temieron por su seguridad y los enviaron a Costa Rica.

Comparten una casa con otros cuatro amigos en San José –entre ellos dos muchachas–, que es financiada por sus padres. Reciben apoyo en alimentos de organizaciones como Nicamigrantes. Pasan sus días encerrados en esa casa. Salen poco. Dedican su tiempo a jugar “Free Fire” tirados en los colchones puestos en una habitación sin ventanas, húmeda y asfixiante. Siguen las noticias por Internet, cocinan su propia comida. Son los “nini” que ha dejado la crisis de Nicaragua. Su esperanza es regresar pronto al país.

“Me hace falta mis familiares, ellos hacen todo el esfuerzo para que yo esté bien aquí. Me dolió dejar a todos mis amigos, mi universidad, no seguir estudiando. Tenía muchas esperanzas y ahora no sé cuando vaya a terminar esto. Aquí estamos, esperando una respuesta positiva”, lamenta “El Águila”.

Dos luchadoras de pico rojo

Una zona boscosa del campus de la Universidad de Costa Rica es el escenario idóneo para que “La Xavi” y María relaten su historia. Las jóvenes acuden a la cita con los labios pintados de carmín, un guiño a la campaña #SoyPicoRojo que desafía al régimen de Ortega. Ya estuvieron juntas en el tranque montado en Jinotepe, donde se registró una de las peores matanzas desatadas en el marco de la “Operación Limpieza”.

Así lo cuenta “La Xavi”: “Atacaron a las cinco de la mañana del ocho de julio. Yo estaba en el puesto de mando en el tranque principal y nos comenzaron a escribir de los diferentes tranques de que estaban atacando. Atacaron por todos lados, eran paramilitares, militares, policías, disparando con armas de alto calibre”.

Aquella fue una masacre: más de 20 muertos, dice. Las jóvenes pudieron huir en una travesía cansada y peligrosa, como lo explica María: “Íbamos transbordando porque era la manera más segura, porque si viajabas en un carro privado era más propenso a que lo revisara la Policía. Cuando logramos cruzar la frontera llegamos a Migración para solicitar el refugio y encontramos a muchos de nosotros y nos sentimos acogidos al encontrar a la mayoría de los muchachos”.

Todos los días, juntas, recorren la capital de Costa Rica en busca de trabajo. “Ha sido muy duro, la mayoría ha pasado cosas muy difíciles, en lo personal he pasado cosas muy duras, lejos de mi familia, lejos de mi hija, con una vida perdida, todo perdido”, lamenta “La Xavi”.

“La Xavi” y María son estudiantes. Apoyaron los tranques de Jinotepe y lograron huir cuando Ortega desató la llamada “Operación Limpieza” contra ese municipio. Foto: Carlos Herrera / Confidencial 
“La Xavi” y María son estudiantes. Apoyaron los tranques de Jinotepe y lograron huir cuando Ortega desató la llamada “Operación Limpieza” contra ese municipio. Foto: Carlos Herrera / Confidencial 

La nueva verdad de un periodista oficial

Desde que iniciaron las protestas cívicas contra el Gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo, en abril, los medios oficialistas han descalificado las manifestaciones como “intentos de golpe de Estado” de la “derecha”, y no es casualidad. 'Todo el que se oponga al Frente Sandinista, a Daniel Ortega, es (calificado de) derecha”, asegura el exeditor del oficialista El 19 Digital, Mikel Espinoza, ahora exiliado en Costa Rica.

Espinoza afirma que en los medios oficialistas hay directrices que no les permiten discutir, a lo interno de la redacción, la cobertura periodística de la crisis que vive Nicaragua.

La orden de la “compañera”, como le llaman a Murillo, es la encargada del “consejo de comunicación” de los medios oficiales. Ella ordenó que el principal objetivo de los medios era “no informar” acerca de lo que acontece en el país. “Lo único que se iba a informar, eran los comunicados de la Policía Nacional y lo que dijera la compañera, todo lo oficial”, expresa Espinoza.

El periodista agrega que los reporteros del medio no iban a dar cobertura a las primera protestas y se guiaban por lo que la Red de Comunicadores, a fín al FSLN, les enviaban. “Nosotros no íbamos a las protestas, estaba la Red de Comunicadores que eran los que pasaban fotos, videos, pero los periodistas no andábamos ahí”, dice. Sin embargo, cuenta que a partir 20 de abril, dos días después del estallido social, comenzaron a cubrirlas.

Espinoza ahora está exiliado en Costa Rica. Luego de presentar su carta de renuncia, salió de Nicaragua con el objetivo de “desintoxicarse”. “Me sentía sofocado, quería desintoxicarme. Vivir en Nicaragua es espantoso, sobre todo para alguien como yo que trabajó para el Frente Sandinista”, comenta.

Para Mikel el incendio de una vivienda en el barrio Carlos Marx el 16 de junio, donde murieron seis miembros de una familia, incluyendo dos menores de edad, fue grotesco. “Ese llanto de esos niños cuando estaban quemándose, y la manipulación del Gobierno”, fueron el detonante para que el periodista tomara la decisión de dejar la redacción del medio oficialista.

En ese momento redactó su carta de renuncia. “Me valía si no me pagaban mi liquidación, me tenía sin cuidado, yo ya no soportaba eso”, afirma.

El exeditor del medio oficialista El 19 Digital se autoexilió en Costa Rica. Desde allí cuenta cómo la vicepresidenta y esposa de Ortega, Rosario Murillo, ordenó mentir acerca sobre la represión que ha dejado más de 325 muertos. Foto: Carlos Herrera / Confidencial
El exeditor del medio oficialista El 19 Digital se autoexilió en Costa Rica. Desde allí cuenta cómo la vicepresidenta y esposa de Ortega, Rosario Murillo, ordenó mentir acerca sobre la represión que ha dejado más de 325 muertos. Foto: Carlos Herrera / Confidencial

Mikel, ya había sido testigo de la masacre del 30 de mayo, que dejó más de una decena de muertos, un herido con “muerte cerebral”, y decenas hospitalizados. “Había visto tanta gente morir, tantos niños, tantas cosas en las que no estaba de acuerdo”, relata. El exeditor del medio oficialista agrega que no quería tener problemas con sus compañeros de trabajo, ni con el Frente Sandinista: “Vi la reacción que hubo con mis mismos compañeros de trabajo cuando renunciaron otros colegas, yo no quería verme expuesto a eso”.

El periodista afirma que nunca ha disparado y que mientras fue editor de El 19 Digital nunca hizo cosas que se le puedan reprochar. “Nunca. Inclusive suavicé muchos ataques, pero eso se me iba acumulando hasta que dije ‘me voy, ya no aguanto’”, cuenta.

Dice que como periodista sintió un “golpe tremendo” al ver que la política de los medios oficialistas era omitir información. Admite desde San José que había ataques en los que participaban la Policía y personas afines al Gobierno pero que ellos, sabiéndolo, como medios oficialistas tenían que decir que era la “derecha”. “Aun cuando estaban las imágenes y los testigos que decían que quienes atacaban era de la Policía, nosotros teníamos que decir que era la derecha”.

El dice ser de izquierda. Asegura que tenía una convicción política con el régimen de Ortega y creía que podía hacer periodismo en un medio como El 19 Digital. “Yo me sentía bastante cómodo, estaba de acuerdo con muchas cosas que hacía el Frente”, explica. Recuerda que en los años 90, siendo adolescente, protestaba en contra de los Gobiernos anteriores. Ideológicamente estaba más cerca del Frente Sandinista que de otros grupos políticos. Sin embargo, asegura que ahora, para él, el Frente Sandinista “está muerto”.

“Lo terminaron de matar, lo venían matando poco a poco, pero a partir del 18 de abril al Frente Sandinista lo mataron”, dice.

Espinoza sostiene que el periodismo es su vida y que quiere seguir ejerciendo la profesión. Lo continúa practicando, dice, en un blog personal. Ahora, desde Costa Rica, sigue día a día lo que sucede en su país: “No me he desconectado en nada en lo absoluto de lo que pasa en Nicaragua”.

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