En la agitación permanente que vive Nicaragua desde el 18 de abril, el escritor Sergio Ramírez mantiene aún la capacidad de distanciarse intelectualmente de cada nuevo episodio de esta crisis y aventurar reflexiones con una perspectiva más profunda.
Conoce bien al hombre que gobierna el país: fue vicepresidente del primer gobierno revolucionario presidido por Daniel Ortega y, dado su oficio de novelista, entiende muy bien los vicios de la personalidad del gobernante. 'Está aislado', dice.
Hace ocho meses, mientras recibía en Alcalá de Henares el Premio Cervantes de literatura, en Managua iniciaban las protestas estudiantiles contra Ortega y caían también los primeros jóvenes muertos.
“Permítanme dedicar este premio a la memoria de los nicaragüenses que en los últimos días han sido asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia, y a los miles de jóvenes que siguen luchando sin más armas que sus ideales porque Nicaragua vuelva a ser república”, dijo entonces.
Más de 350 muertos, casi 600 presos políticos y miles de exiliados después, Ramírez cree que su país atraviesa la crisis más grave de su historia. Lo que la agudiza, dice, es la falta de voluntad para buscar soluciones.
Nos sentamos a conversar en la librería Hispamer, sede principal del festival literario Centroamérica Cuenta que él organiza anualmente y que ha tenido que suspender este año debido a la crisis. El gran novelista de la historia nicaragüense parece extraordinariamente pesimista: 'No hay escape. No hay a quién recurrir'.
Anteayer dijiste en televisión que esta es la peor crisis en la historia de Nicaragua. Y este país ha tenido muchas crisis...
Sí. Quizás los terremotos, por la desarticulación social que provocaron, o el huracán Mitch. Esos eventos tocaron el nervio central de la economía. El terremoto del 72 fue el golpe de gracia de Somoza. La revuelta liberal del 93 fue un cambio abrupto, una revuelta de pocos días. Luego las intervenciones militares o la guerra de Sandino, pero eso fue en las montañas. De allí la guerra contra Somoza... Pero hubo soluciones, cambios de poder, esfuerzos de paz.
Ahora lo que agudiza esta situación es la falta de voluntad para crear soluciones. La economía se está desarticulando y todo mundo apunta a un desenlace de la crisis para mal, sin cambio político. Los muertos, los heridos, los detenidos... Somoza nunca tuvo más de 100 presos políticos. Yo lo apuntaría a la desesperanza en una salida. Daniel Ortega tiene poder pero no gobernabilidad.
¿Cómo debemos leer este cierre de oenegés y la toma de la redacción de Confidencial? ¿Es un golpe de autoridad del régimen o un acto de debilidad?
De debilidad. Un gobierno fuerte no necesita echar mano de medios de comunicación. Es una medida defensiva.
El hecho de que ni siquiera haya una orden judicial para ello...
Esto es peor que un estado de excepción, porque aquí no se ha suspendido oficialmente ninguna libertad, pero no hay ninguna garantía para el ejercicio de los derechos de reunión, de expresión, de opinión ni inviolabilidad de la correspondencia ni la vivienda. No hay seguridad ni derechos para nadie porque aquí los derechos nacen de la arbitrariedad. La policía responde a Daniel Ortega; el Ministerio Público y los tribunales están coludidos con el sistema. El juez es orteguista, los magistrados son orteguistas. No hay escape. No hay a quién recurrir.
¿Qué opciones quedan?
Por eso digo que es la crisis más grave del país. No hay una salida visible. Ortega está atrapado en el no. No sé si tenga voluntad de negociar, pero no tiene consenso en la sociedad y depende de un círculo de hierro que cree que él se quedará para siempre. Las posibilidades de que se mantenga en estas condiciones son pocas. Si él abre una mesa de negociación pierde a ese círculo porque abrirse a una negociación es posibilitar un cambio político. Y eso tiene el riesgo de perder el poder. Aquí, si se abre una puerta, la gente vuelve a las calles.
¿Y la represión?
El fracaso de la represión es que Ortega no ha avanzado una pulgada. No ha recuperado ni alcanzado consensos ni con la empresa privada ni con la sociedad civil ni con Estados Unidos ni con las bases sandinistas porque los sandinistas también se alzaron. Reprimir no es gobernar.
De una manera u otra habrá salida a esta crisis.
Sí, la pregunta es cuáles son los plazos y hasta dónde es capaz de resistir.
Hace unos meses dijiste que el problema con Ortega es que no le interesa un retiro dorado, que su obsesión es el poder.
Ese es otro problema. Su imposibilidad de verse en un papel que no es el del poder para siempre. Eso es grave también. Es una persona que vive en el aislamiento.
Aquí parece que hay dos países. Cierran nueve oenegés y dos medios de comunicación y en los canales progubernamentales no hay una sola palabra.
Es que es la pretensión de un mundo falso. Mirá el lenguaje que están usando. Rosario Murillo dice que está luchando contra los traidores con amor. ¿Qué significa eso? ¿Están reprimiendo con amor? El discurso es muy claro. Los traidores no tienen cabida y la calificación de traidores es a su arbitrio. Los que para ella son traidores no tienen ningún derecho. En la medida en que solo la represión te sostiene la desconfianza en tu círculo aumenta. ¿Hasta cuándo aguantarán? ¿Cuántos podrán ser seducidos por Estados Unidos para traicionarlos?
¿Aún quedan miembros del FSLN que sirvan de interlocutores, que quieren otra situación?
Sí, pero no tienen ningún poder. Los han apartado o los han callado. Tiene que haber una gran desconfianza. En los ochenta había un sentimiento de mística, una causa en el sandinismo. Hoy eso no existe. Sus seguidores solo repiten que aquí intentaron un golpe de estado pero eso no es ideológico.
Hace unos meses había mucha fuerza en las manifestaciones ciudadanas contra la represión. Mucha esperanza en que esas expresiones provocarían un cambio. ¿Qué pasó?
Eso es consecuencia de las circunstancias. En la historia de Nicaragua nunca ha habido un cambio cívico sin armas. La voluntad de esta lucha siempre ha sido la resistencia civil, pero como nunca se ha dado no hay experiencia. Aquí lo que hay es experiencia guerrillera. Lo que hubo fue improvisación. En abril y mayo muchos creyeron que vivían en un país que no era y creían que su margen de movilización iba a ser respetado, como si marcharan con Martin Luther King. ¡Y ya había 200 muertos! Y seguían manifestándose con sus niños. Yo fui con mis nietos a una marcha el 30 de mayo. Ese día hubo 20 muertos. El régimen se preparó para una represión a fondo y la gente no estaba preparada. Comenzaron a irse del país porque no había otra alternativa. No había una organización de seguridad clandestina. La mayoría de los líderes están muertos, en el exilio o presos. ¿Pero está desmoralizada la gente? No. La voluntad sigue intacta. Desarticularon la cabeza pero no la voluntad de la gente.
¿Quiénes son hoy los referentes de esa resistencia?
Son referentes morales más que políticos. Como Vilma Núñez (defensora de Derechos Humanos), que es una institución en este país. Como Carlos Fernando Chamorro, como el empresario Michael Healy. La gente no está buscando ahorita líderes políticos. Ese no es el problema ahora. Lo que necesitamos son referentes morales. También allí están monseñor Silvio Báez o monseñor Álvarez.
¿Y el Ejército dónde queda en esta crisis?
Creo que el Ejército está entre la reserva de la estabilidad política del país. No han dado su respaldo al régimen como lo ha hecho la policía. Habrá que contar con ellos. No para un golpe de Estado, que tampoco es deseable, sino para garantizar estabilidad y facilitar un cambio.
También has sido muy claro en que la salida no puede pasar por una intervención extranjera, a pesar de que algunos parecen pedirla.
Es que eso es una estupidez. Hay gente que cuando se desespera comienza a ver a los yanquis. Si el gobierno de Estados Unidos impone sanciones y aplica la ley Magnitsky eso es entre Ortega y Estados Unidos, pero no define el rumbo que el país debe tomar.
¿Y los países centroamericanos?
Es que son muy disímiles. Honduras y Guatemala tienen gobiernos poco ejemplares. El Salvador no dirá nada porque sus gobernantes hace mucho establecieron sus simpatías con Ortega. Solo queda Costa Rica, un país democrático que no puede aceptar lo que pasa aquí. ¿Pero de Honduras qué podemos esperar?