“Los partidos políticos cada vez tienen más certeza del control territorial de las pandillas”, dice Verónica Reyna (1983, 17 de julio), la responsable de la Dirección de Derechos Humanos del Servicio Social Pasionista (SSPAS), una de las oenegés salvadoreñas más activas y diligentes en el ámbito de la seguridad pública. Ese control territorial es, dice Reyna, una de las razones por las que el fenómeno de las maras apenas ha sido mencionado por los candidatos en la campaña electoral: “Lo que han ido aprendiendo los partidos, a golpes, es que en las familias de los pandilleros y en su entorno hay votos que permiten ganar elecciones”.
Licenciada en Psicología por la Universidad Centroamericana, Reyna lleva más de una década involucrada en temas de seguridad, de prevención y de juventud. Es una de las personas que en septiembre de 2017, en Ciudad de México, señaló al Estado salvadoreño ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) por cometer y encubrir ejecuciones extrajudiciales.
Sus análisis descansan además en una circunstancia de la que muy pocos analistas pueden presumir: Reyna trabaja en la mera boca del lobo, muy al contrario de lo que suele estilarse. Las oficinas del SSPAS están cerca del bullicioso centro de Mejicanos, en una zona que es frontera entre la Mara Salvatrucha (MS-13) y la 18-Revolucionarios, a escasas cuadras del lugar en el que en junio de 2010 un grupo de pandilleros quemó un microbús de la Ruta 47 lleno de pasajeros, masacre en la que murieron 17 personas.
“Por los comentarios que se escuchan en las comunidades, por los comentarios incluso de los mismos jóvenes que forman parte de las estructuras”, dice Reyna, “pareciera que las pandillas y su entorno están yendo más por la línea de Nayib Bukele”.
El control que ejercen las maras en amplias zonas de El Salvador se mantiene vigoroso, en las calles hay más de 40 000 terroristas sueltos desde que así rebautizó a los pandilleros la Sala de lo Constitucional, y las cifras oficiales de violencia homicida siguen presentando el país como uno de los más violentos del mundo. Aun así, cuesta hallar en los discursos y en los tuits de los candidatos a la presidencia y a la vicepresidencia referencias explícitas a las maras.
¿Por qué se está hablando tan poco sobre las maras en esta campaña?
Porque los candidatos le tienen miedo a ese fenómeno. Hay temor no sólo a hablar sobre las pandillas de manera directa, sino a adquirir cualquier tipo de compromiso en materia de seguridad pública. Hasta ahora, que yo sepa, sólo en un espacio se ha hablado del tema de forma más concreta y abierta.
¿Dónde?
En el conversatorio del Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana [el 24 de septiembre, sin presencia de los candidatos Carlos Calleja, Nayib Bukele ni Hugo Martínez]. No llegó ningún representante del FMLN [Arena y Gana enviaron a sus candidatos a la vicepresidencia], pero resultó interesante ver cómo los discursos se van acoplando en función de quién convoca. El debate lo moderó Christian Salazar [coordinador del Sistema de Naciones Unidas en El Salvador], y en el público estaba el cuerpo diplomático; lo que se dijo, a mi modo de ver, fueron respuestas convenientes para satisfacer al público que ahí estaba.
Apenas se está hablando de las maras, pero sigue siendo un problema mayúsculo, ¿o ya no?
Sin duda, pero esta campaña no es como las anteriores, en las que la seguridad fue el tema principal. Los casos de corrupción que se han venido destapando y la indignación en la gente han llevado a que la corrupción sea el tema con el que más se tiran la pelota los candidatos.
Se ha hablado más sobre surf que sobre las maras.
A mi modo de ver, hay una estrategia deliberada para no hablar del tema de seguridad porque, si se habla, puede ocurrir que a los candidatos se les cuestione por las negociaciones con las pandillas que se destaparon, y que todos los partidos han tenido. Bueno, quizá Vamos sería la excepción.
Estas son las primeras presidenciales con más de 40 000 terroristas en las calles, después de que la Sala de lo Constitucional en 2015 los etiquetara así.
Los pandilleros han sido muchos años el enemigo común; todo ese discurso creado por Francisco Flores, alimentado por Saca y por Funes en la mayor parte de su mandato, fue una estrategia que les funcionó. Pero hubo un quiebre tras la Tregua, cuando salieron a la luz aquellas negociaciones oscuras de parte de los dos partidos mayoritarios, y ahora les es mejor no mencionar el tema, o al menos a que no sea un tema de uso mediático.
Faltan dos meses de campaña. ¿Cree que los comandos resistirán la tentación de usar las maras como arma arrojadiza?
Yo creo que en esta campaña no pasará. El gobierno está presentándose como que su estrategia de seguridad ha sido exitosa, por la reducción de los homicidios. Entonces, al estar en el ambiente esa sensación de que, entre comillas lo digo, la violencia está reduciéndose, al menos la violencia homicida, siento que los candidatos no van a hacer bandera del tema. Calleja, por ejemplo, se está ofreciendo como alguien que genera trabajo, y dudo que vaya a salirse de esa línea. El tema de seguridad saldrá cuando haya ganador; ahí sabremos por dónde va la política de seguridad del nuevo gobierno. No creo que antes ningún candidato nos dé una postura clara en el tema de las pandillas.
El binomio FMLN-Arena tiene la cola pateada por los videos que publicó El Faro, pero el candidato Bukele tampoco está usando el tema contra sus rivales.
Bukele no tuvo los mismos niveles de negociación con las pandillas que Arena y el Frente, pero desde la Alcaldía de San Salvador tuvo conversaciones y acercamientos puntuales. También El Faro lo publicó. Pero él ha sido hábil en opacar esa información y que no se convirtiera en tema de discusión.
Bukele es hoy correligionario de Guillermo Gallegos, alguien que lleva años explotando electoralmente el rechazo de la sociedad a las pandillas.
Esa vinculación de Bukele con Gana vuelve complejo descifrar por dónde iría ese gobierno si ganara las elecciones. Es difícil vislumbrar la influencia que tendría Gana en el abordaje del fenómeno de las pandillas; presiento que va a ser mucha, porque Gana ha usado ese tema de forma populista y apostando por las estrategias punitivas.
El entorno de las pandillas representa docenas de miles de votos, y el actual presidente ganó por 6 000. ¿ La prudencia de los partidos podría ser para no ahuyentar a esos votantes?
Lo que han ido aprendiendo los partidos, a golpes, es que en las familias de los pandilleros y en su entorno hay votos que permiten ganar elecciones. Arena en su día apostó de una forma populista por magnificar estos grupos criminales, pero luego todos los partidos han buscado de alguna manera negociar para atraer esos votos, ya sea públicamente o bajo la mesa. Los partidos políticos cada vez tienen más certeza del control territorial de las pandillas y de lo que implica estar en contra de las pandillas. La actual administración negoció bajo de agua, les ofreció proyectos para que se incorporaran en la sociedad, pero cuando asumieron el Ejecutivo su estrategia cambió completamente y recurrieron de nuevo al manodurismo. Habría que ver si en este momento se están dando acercamientos que permitan a las pandillas ir viendo qué candidato les conviene, y ahí el periodismo de investigación es importante. En términos generales, pareciera que las pandillas están yendo más por la línea de quien parece que va a ganar.
¿Gana?
Sí, pareciera que la línea va por Bukele. Y eso me lleva a plantearme la pregunta, por pura curiosidad, de si habrá habido algún tipo de negociación con los pandilleros.
¿Sobre qué elementos usted ha inferido que el entorno de las pandillas prefieren el gane de Bukele?
Por los comentarios que se escuchan en las comunidades, por los comentarios incluso de los mismos jóvenes que forman parte de las estructuras.
Bukele no está manchado como promotor de las Medidas Extraordinarias.
Exacto. Y creo que ha habido una experiencia interesante, por calificarla de alguna forma, con las negociaciones cuando fue alcalde de San Salvador. Han tenido ya una experiencia de acercamiento, donde las pandillas han sentido que algo ganaron; cedieron pero también ganaron. Entonces, creo que eso también les permite ir sondeando una posibilidad de trabajo conjunto o de negociaciones a futuro.
¿Ese apoyo sería una apuesta clara por lo que representa Bukele o un castigo a los partidos tradicionales?
Las pandillas son un reflejo de la sociedad, aunque sea un reflejo que a veces no nos gusta ver. Yo creo que, más que premiar a alguien, el entorno de las pandillas está castigando al FMLN y a Arena, que es justamente lo que está pasando también con la sociedad en general. Bukele es alguien que ha utilizado de manera muy ágil esa apatía que hay en la sociedad.
Mencionaba usted en una de sus respuestas el manodurismo. ¿Por qué cree que ningún candidato está haciendo bandera de esa causa?
Es extraño, sí, porque la sociedad salvadoreña en su conjunto sigue siendo muy manodurista en términos generales, muy autoritaria, muy dictatorial. Es una sociedad que exige soluciones rápidas, fáciles, cortoplacistas.
¿La receta manodurista sigue dando votos en El Salvador?
Sí, y que ningún candidato lo esté explotando se debe a otro tipo de presiones: de la cooperación internacional, de las embajadas... No hay que olvidar que el actual gobierno recibió fuertes críticas del Sistema de Naciones Unidas por sus políticas represivas; ha sido acusado de asesinar, de cometer ejecuciones extrajudiciales. Creo que esos llamados de atención han servido de algo, y ahora está mucho más de moda hablar de prevención, y la cooperación está alineando sus recursos en esa dirección. Incluso la letra del Plan El Salvador Seguro, sobre el que existe cierto consenso, se aleja de las soluciones estrictamente manoduristas.
Hace cinco años, el FMLN y Arena negociaron bajo la mesa con las pandillas. ¿Cree posible que algo así esté ocurriendo ahora?
Es una posibilidad que no descarto porque las pandillas son un actor relevante en la sociedad. Y si no ha habido acercamientos ya, los habrá en su momento. Quizá llevan ocurriendo desde hace meses. Desgraciadamente, no siempre sabemos qué se maneja debajo de la mesa, pero yo sí creo que los partidos tienen claro que las pandillas son actores relevantes; quieran o no, les guste o no, sean legítimas o no en el sentido legalista de la palabra.
En 2018 volveremos a ser uno de los países más violentos del mundo.
Así es.
Y sin embargo, no conocemos siquiera nombres en firme para ocupar el Ministerio de Seguridad Pública.
Si ni siquiera tenemos en firme las plataformas de todos los partidos. Y es por lo mismo, porque es un tema que implica apostar mucho si decís cosas muy concretas.
Sólo Guillermo Gallegos ha sonado como posible ministro de Seguridad en un hipotético gobierno de Bukele.
Él ha manifestado su interés, aunque Bukele no ha respondido sobre ese ofrecimiento. ¿Qué implicaría que Gallegos tome la cartera de Seguridad? A mí me preocuparía mucho, porque las propuestas que ha hecho de manera sistemática desde la Asamblea han sido nefastas; su mirada es completamente populista y represiva, que en países como el nuestro se traducen en una mayor militarización de la seguridad pública, en generar nuevos ciclos de venganza, y en volver aún más complejas las estructuras criminales, no sólo las pandillas.
En El Salvador nunca ha habido una mujer al frente del gabinete de seguridad.
A mí me encantaría que El Salvador tuviera una ministra de Seguridad, pero sinceramente creo que el hecho de que sea un hombre o una mujer no te garantiza nada. Una mujer puede llegar a tener otro tipo de abordaje, por la misma socialización, la crianza, pero también puede que no. En el área de seguridad ya hay mujeres, en la Policía Nacional Civil por ejemplo, pero muchas de ellas también tienen una mirada represiva, lejos de abordajes integrales, más horizontales, desde una mirada más humana que priorice el diálogo y la rehabilitación. Una mujer no garantiza un enfoque distinto.
¿Qué mujeres podrían desempeñar ese cargo?
Por ejemplo, Silvia Juárez de ORMUSA [Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz] me parece una opción interesante, porque es alguien que tiene un análisis muy completo del tema de seguridad pública, y también del tema de la violencia hacia las mujeres y de cómo se construyen las políticas públicas desde una mirada patriarcal. Una de las cosas que me llama la atención de este tema, cuando nos reunimos para hablar de políticas públicas de seguridad o de la actuación policial en la persecución del delito, es que en las reuniones te encontrás sólo a dos o tres mujeres.
¿Una sociedad tan machista como la salvadoreña está preparada para digerir que una mujer encabece el combate contra la criminalidad?
No, no creo que la sociedad esté preparada. A las mujeres en los cargos públicos se les resta méritos, se las critica por cosas que no tienen que ver con sus propuestas... Veo difícil que un gobierno apueste por una mujer para esa cartera, y más que lo haga por una mujer que quiera hacer las cosas diferentes. A mí, por ejemplo, me parecieron interesantes las iniciativas de Zaira Navas en su momento, cuando estuvo al frente de la Inspectoría General de Seguridad Pública, pero todo el mundo sabe cómo terminó eso. Es complicado para una mujer...
En la actualidad, al frente de la Dirección de Atención a Víctimas está Fátima Ortiz. ¿Cree que ha hecho una gestión distinta?
Lo primero es ese detalle: que sea esa dirección la única que dieron a una mujer. Porque cuando hablás de atención a víctimas, hablás de servicio, apelando a la lógica de que las mujeres van a atender mejor a las personas que sufren. Yo respeto a Fátima y trabajamos mucho con ella, pero la cartera es un ministro, dos viceministros, un director de la Policía... todos hombres, y su discurso es tan fuerte que es difícil para una mujer sobresalir.
Desde marzo la comisionada de Derechos Humanos es María Silvia Guillén. Ella reporta directamente al presidente de la República. ¿Su condición de mujer ha cambiado algo?
Ella tiene un perfil adecuado para el puesto. Ahora, la labor que le han asignado, a mi modo de ver, es curiosa y es difícil. Es curiosa porque la nombraron en un momento de mucha crítica de la comunidad internacional hacia el Estado salvadoreño por violaciones a los derechos humanos, y la ponen como alguien que al final está dando la cara ante estas instancias, y ella está tratando de hacer lo mejor en esas circunstancias. Y luego está el tiempo de su nombramiento: ¿a qué altura lo han hecho? Otro ejemplo: el gobierno acaba de presentarnos a las organizaciones el anteproyecto de Ley de Atención a Víctimas de la Violencia. ¡Pero estamos a seis meses de que esta administración termine! Cuando es un tema sobre el que hemos insistido desde el inicio, que incluso está en el Plan El Salvador Seguro... y hasta ahora lo están discutiendo. Pasa igual con que ahora están incorporando el término ‘desplazamiento forzado’, tras la resolución de la Sala de lo Constitucional. Entonces, todo esto me indica que la voluntad política para querer hacer las cosas bien es demasiado tibia, y queda en evidencia que no es esa la intención.
¿Por qué sería importante que una mujer asuma el Ministerio de Seguridad en 2019?
Porque sería una forma de ver qué pasa, de al menos ver si la construcción social que también tenemos las mujeres, que nos da pros y contras a la hora de analizar el mundo, puede aportar de manera distinta. Yo he insistido, y por eso mencionaba los análisis de Silvia Juárez de ORMUSA, en que las políticas de seguridad y esa visión manodurista han sido meramente patriarcales. Ahí la idea es quién pone la bota sobre el otro, quién es más fuerte, quién tiene más musculatura, y siempre se hace referencia a eso; es un lenguaje combativo, de guerra, y creo que cualquier persona que llegue a romper con eso ya sería una gran ganancia, y sería genial que lo hiciera una mujer. Pero para eso se requiere de unas condiciones políticas que hoy por hoy las veo muy difíciles de lograr, sinceramente.