Columnas / Política

Más allá del bipartidismo

Bukele tiene la oportunidad de redefinir sus alianzas, replantear su apuesta y poner a prueba su indiscutible capital político de cara al futuro.

Sábado, 2 de febrero de 2019
Joaquín Aguilar

Es lógico que los pueblos, al no percibir la solución a sus problemas cotidianos, culpen a los partidos que se han sucedido en la presidencia, escuchen a quienes refuerzan esa percepción, y confíen en estos cuando se presenten como la alternativa al llamado “bipartidismo”.

Aunque desde la ciencia política no se pueda calificar al sistema salvadoreño como bipartidista en sentido estricto, para efectos de esta reflexión vamos a entender por bipartidismo, al binomio partidario que ha disputado, sucedido o alternado la presidencia durante un período de tiempo determinado.

En la región se han dado, en lo que va de este siglo, dos experiencias de ruptura del bipartidismo así entendido: el costarricense y el mexicano.

En Costa Rica, durante la alternancia entre el Partido Liberación Nacional (PLN) y el Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) se escinde el primero y surge el Partido Acción Ciudadana bajo el liderazgo de Ottón Solís. Luego de perder dos elecciones desiste y le entrega la candidatura a Luis Guillermo Solís, quien en 2014 se convierte en el primer presidente sin afiliación en el PLN ni en el PUSC. Cuatro años más tarde, Carlos Alvarado logra retener la presidencia para el PAC, dejando fuera de los dos primeros lugares a los actores del bipartidismo que les precedió.

En México, durante medio siglo, el Partido Acción Nacional intentó sin éxito alternar el poder con el Partido Revolucionario Institucional que, a pesar de haberse escindido en el Partido de la Revolución Democrática, mantuvo la presidencia hasta el 2000. Pese a que el PRI recuperó el poder 12 años después, el PRD no fue capaz de superar el bipartidismo, abriéndose con ello el escenario para el surgimiento de MORENA, con el liderazgo acumulado por Manuel López Obrador en las dos últimas contiendas y un fuerte componente de la sociedad civil, lo que le permitió llegar al poder en su primera participación en 2018 y dejar heridos de muerte al PRI y al PRD.

En Costa Rica sus electores no parecen estar satisfechos con los resultados alcanzados tras la caída del bipartidismo y el ascenso del nuevo sujeto, a grado tal que, de no ser por el fundamentalismo religioso de quien los desafío para la reelección, hubiesen perdido el gobierno. En México, en cambio, los electores aún están de “luna de miel” con López Obrador, y aunque es prematuro vislumbrar hasta donde él podrá sostenerla, no cabe duda que el alcance de sus primeras acciones vislumbra un proceso más sostenible.

Los salvadoreños hemos asistido a tres bipartidismos; el primero desde inicios de los 60 hasta finales de los 70 entre el PCN y el PDC que se rompe luego del golpe de estado de 1979, tras el cual surge Arena y sustituye al PCN como nuevo actor del bipartidismo. El segundo va desde inicios de los ochenta hasta finales de esa década entre el PDC y Arena, que se rompe con la derrota del PDC en 1989 y la irrupción del FMLN al juego electoral tras los acuerdos de paz de 1992, desplazando al PDC en 1994. El tercero va desde mediados de los noventa hasta nuestros días, entre Arena y el FMLN, que lo sucedió en el poder en 2009, y lo retuvo en 2014.

Con la primera ruptura del bipartidismo, los militares salieron de la vida partidaria, pero se mantuvieron en la conducción política del gobierno, con la segunda salieron de la política. Tras la primera se incrementó la migración, tras la segunda se agudizó la inseguridad y, tras ambas, se gestaron élites sin un rol protagónico de la ciudadanía. La oligarquía solo se cuestionó sin minarse, la desigualdad solo se alivió sin erradicarse, y el orden constitucional de 1950 solo se adecuó a la contra insurgencia en 1983 y a la posinsurgencia en 1992, sin trastocarse. La polarización solo se mutó sin superarse.

No es del todo cierto que el FMLN sea igual a Arena, ni que Bukele sea abismalmente diferente al FMLN, no obstante de tener éxito el llamado a dejarlos atrás que él ha hecho. De ganar la presidencia bajo la bandera de Gana, esta sería la tercera ruptura del bipartidismo, que dejaría tras de sí el incremento de la migración y la inseguridad, con el agravante de un uso patrimonial del Estado que ha trascendido dos partidos con ideologías en teoría contrapuestas.

A juzgar con base en el silencio de Bukele por su pacto electoral con Gana y el millonario financiamiento de su campaña, por lo confuso y difuso de sus promesas electorales, por algunas dudas surgidas respecto a sus administraciones municipales luego de ciertas investigaciones periodísticas, y por las evasivas a debatir el abordaje de los grandes problemas de país; es poco probable vislumbrar un verdadero cambio. Es difícil apostar que tras la eventual ruptura que él encabezaría se logre construir ciudadanía, se mine a la oligarquía, se erradique la desigualdad, se cambie la Constitución y el uso patrimonial del Estado o se supere la polarización.

Históricamente en El Salvador ha existido un empate entre los que creen en el sistema electoral y los que no; aquellos tienen en esta coyuntura un elemento dinamizador en Bukele que oxigena la apuesta electoral de una parte de los ciudadanos. Sin embargo -y a juzgar por las proyecciones-, los que nunca han creído en las elecciones, lejos de ver en Bukele un aliciente desde su continuada apatía, le están mandando un mensaje de incredulidad a la culpabilidad que este atribuye al bipartidismo, y a su pretendida intención de presentarse como un punto de inflexión en la historia.

En El Salvador nunca un partido que dejó el poder lo retomó posteriormente, ni tampoco un tercer partido surgido de la escisión de otro ha desplazado electoralmente a ninguno de los que han conformado el bipartidismo. De no pasar a segunda vuelta el FMLN, estaríamos ante un hecho inédito pues por primera vez un partido que perdió el poder en las elecciones, o un partido escindido, podría llegar al poder.

Los salvadoreños debemos preguntarnos en sintonía con la UCA, si “la superación del bipartidismo con alguien que genera las mismas dudas que dice querer superar puede complicar más las cosas”; o si queremos emular la oportunidad que los mexicanos le dieron a López Obrador para comprometerse. Bukele, por tanto, tiene la oportunidad de redefinir sus alianzas, replantear su apuesta y poner a prueba su indiscutible capital político de cara al futuro.

Joaquín Aguilar es sociólogo graduado de la UCA, con estudios de posgrado en cooperación internacional por la Universidad del País Vasco de España, y de Administración de empresas y mercadeo en ISEADE-FEPADE. Egresado de Ciencias políticas de la UCA. Fue gobernador departamental de La Libertad.
Joaquín Aguilar es sociólogo graduado de la UCA, con estudios de posgrado en cooperación internacional por la Universidad del País Vasco de España, y de Administración de empresas y mercadeo en ISEADE-FEPADE. Egresado de Ciencias políticas de la UCA. Fue gobernador departamental de La Libertad.

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