Columnas / Política

Donde los rojos y los tricolores terminarán: la profecía

En la lona y con los moretes aún en el rostro, Arena y el Frente deberían estar pensando en reinventarse. Dirigentes serios estuvieran ya planificando cómo repensar sus símbolos ochenteros y liberarse de ese liderazgo de sarcófago

Miércoles, 6 de febrero de 2019
Willian Carballo

En la lona y con los moretes aún en el rostro, Arena y el Frente deberían estar pensando en reinventarse. Dirigentes serios estuvieran ya planificando cómo repensar sus símbolos ochenteros y liberarse de ese liderazgo de sarcófago; medidas urgentes que cercenen de sus filas a los funcionarios que succionan fondos públicos y se auto decretan siete días libres por placer y nuevas estrategias para dejar de comunicar con antena de conejo y televisor de perilla en plenos tiempos de pantallas táctiles y aplicaciones.

Arena, por ejemplo, en lugar de lavar su chaleco debería poner las ideas en jabón. El partido tricolor debería quitarle a su filosofía esa costra de guerra fría que amarillenta su bandera y que condiciona a sus líderes a tomar decisiones en clave de patria sí y de comunismo no. Entender que hoy están más cerca de verse como un viejo taxi que de un Uber. Eso pasa también por olvidarse de esa narrativa anticubana que luego fue antivenezolana y después antimusulmana. Demasiado claro ha quedado ya que el discurso “contra-algo” solo se les revierte porque, a juzgar por los resultados de las elecciones del 3 de febrero, aquello con lo que la mayoría está en contra tiene un solo nombre y un solo apellido: partidos tradicionales.

Lo mismo pasa con el FMLN, acaso el más jurásico ser de esta era electoral. Anclado también en ese discurso que suena a casete gastado, sus dirigentes parecen ese señor que se sienta en la banca del parque el lunes por la mañana a mancharse los dedos de gris mientras lee las incidencias del Águila-Limeño del domingo que el resto ya vio en Twitter. Los de la cúpula roja lucen así, desfasados. Ni el “yanqui go home” ni el “ mi comandante se queda” parecen ser ya símbolos que hagan latir el corazón del centennial promedio. Los líderes actuales –que desde el domingo oyen tristes la lluvia en las casas de Escalón– deben dar paso a una importante nueva ola de izquierdistas que, sin abandonar la lucha social, ya no portan la boina calada ni la barba espesa ni tienen en su playlist de Spotify a Los Guaraguao.

Pero no. Conociendo a los dirigentes de ambos partidos, pocas condiciones cambiarán.

Seguro, en unos años, ahí estará la misma cúpula noventera de Arena –o un grupo de jóvenes con los mismos apellidos– reuniéndose alrededor de la tumba de su fundador para cantar la vieja marcha. Ya sabe: sudor, sangre, primero El Salvador y esos clichés que ya nos los sabemos. Los mismos políticos alzando sus puños derechos al aire como mazos, sin darse cuenta de que muchos jóvenes de hoy ya ni siquiera pueden juntar así los dedos porque no se puede apretar la mano y al mismo tiempo tomarse una selfi con la misma extremidad. Luego vendrán Cristiani y Hugo Barrera a tomar decisiones. Mandamases que gobernaron allá cuando Blockbuster aún tenía sucursal en Merliot y Netflix era apenas un espermatozoide. Entre todos ungirán al Calleja de turno. Será un outsider, desde luego, un influencer. Algún hijo de otro empresario que se pondrá en manos de la prensa albañil para que le construya la imagen mientras los Quijanos, los Velados y las Milagros se la destruyen.

Al FMLN quizás le pase igual. Los Merinos, los Medardos, los Cerén, los Ortiz y las Peñas seguirán creyéndose –en su mente, nada más– que son los Rolling Stones de la política cuscatleca y se negarán a bajar del escenario. Ahí estarán en 2021 metiendo la mano en unas marionetas a las que harán hablar con un falso discurso de renovación, pero que manipularán hábilmente por dentro con esos viejos dedos que en la guerra pelaban mangos maduros y hoy cambian la emisora en sus Toyota Land Cruiser. Vendrán también las internas para 2024 y, miedosos de escoger a un outsider que una vez mire la luna llena se les vuelva lobo, como les pasó en 2009, optarán de nuevo por algún radical de la vieja guardia. Y eso solo si salen vivos de las próximas legislativas y municipales.

El 3 de febrero ya habló. Su palabra, irrefutable, dejó a un presidente cuya narrativa fue llamarle Arena a Arena y al Frente Arena 2.0, noqueando a los dos en una sola frase. Un político que la BBC llama “el primer presidente millennial” de América Latina y que exprimió el hartazgo de una generación que ya no se ve representada por una corrupta derecha o por una retrógrada izquierda. Un candidato que –hay que decirlo– también dio la espalda a los medios críticos, no fue a debates, no explicó las dudas sobre sus propuestas y no caminó por pasajes ni por colonias, pero que sí conectó su discurso con una generación que sabe de pantallas táctiles, de Uber, de Twitter, de Spotify, de selfis y de Netflix. Todo mientras los otros seguían ajustando la antena de conejo, viajando en taxi, leyendo el diario de ayer, oyendo casetes, posando en Foto Flores y rentando películas en Blockbuster.

Hábil estratega comunicacional o simple hartazgo de los partidos tradicionales (o ambos), lo cierto es que los grandes derrotados deberán estudiar pronto y bien el caso. Y luego, insisto, reinventarse. Si no, si se vuelven a acomodar, lo más seguro es que más pronto que tarde la pegajosa pero vieja marcha de Arena sea su Nostradamus y se convierta en profecía. Aquella que predice que El Salvador será la tumba donde los rojos –pero también los tricolores, qué ironía– terminarán.

 

 

Willian Carballo ( @WillianConN )  es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.
Willian Carballo ( @WillianConN )  es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.

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