Columnas / Desigualdad

De privilegios y libertades


Lunes, 11 de marzo de 2019
Claudia Cristiani

Yo crecí en un entorno familiar adonde las mujeres tenían libertad, de expresión, de decisión, de acción. Jamás escuché a mi madre pedir permiso. Jamás escuché a mi padre quejarse o cuestionar. Siempre hubo un respeto mutuo que solo puede surgir de la convicción de que la igualdad es un hecho. En mi casa, nunca hubo una expectativa de que yo hiciera más, menos o diferente a mis hermanos, que son hombres. Nunca hubo expectativa de que hiciera esto o lo otro. Libertad absoluta y total.

De niña, mi aspiración en la vida era ser parte del Cuerpo de Paz y salvar vidas. No sabía que era una opción exclusiva de los estadounidenses. Cuando me imaginaba de adulta, me imaginaba con mochila y sandalias en los barrios o en campos de refugiados de no sé qué países se habrán cruzado por mi mente (copia del nuestro quizás). No tengo ninguna memoria de haberme imaginado embarazada o con hijos. Mucho menos vestida de blanco, caminando hacia el altar. Esto nunca fue parte de mi imaginario infantil o juvenil.

No llegué a los campos de refugiados ni salvé vidas, pero sí llegué a la selva lacandona a restaurar monumentos. Con mochila y sandalias. Sin hijos ni anillo. Y contra todo pronóstico familiar o personal, a los veintiocho años decidí casarme, con vestido casi blanco, ante un altar. Me casé con una persona que creció entre cuatro mujeres, una de ellas una madre fuerte, independiente, que disfrutaba su trabajo. Y unos años después, decidimos tener hijos. Tuvimos tres varones, que ahora tienen 13, 12 y 11 años. Jamás he pedido permiso o me he excusado con ninguno de los cuatro. Jamás me han cuestionado. Libertad absoluta y total.

Esta es una historia verídica. De absoluto y total privilegio. Desgraciadamente, la libertad de la que yo he gozado como niña y como mujer sigue siendo un privilegio de muy pocas. Eso debe cambiar. La ausencia de libertad mata y, en El Salvador, demasiadas niñas y mujeres son literal y figurativamente, esclavas. Nuestra responsabilidad ciudadana, y humana, es trabajar para que la libertad sea un privilegio de todos y en especial, por su condición actual, todas.

En este sentido, yo he asumido la mínima de las responsabilidades exigibles en una sociedad, y por mínimo no quiero decir sencilla o fácil: educar a tres hijos para que interactúen con respeto y vean con normalidad a una mujer que ejerce poder en los ámbitos y formas que desea. Una mujer libre.

En estas fechas es necesario hacer un reconocimiento a todas las mujeres que luchan, todos los días, por los derechos de todas, por la Libertad de todas. Por las que, a pesar de los insultos, las agresiones, las persecuciones, las amenazas, deciden todos los días, dedicar su vida a esta lucha. El trabajo que hacen las defensoras de los derechos de la mujer debe ser protegido, respetado y apoyado.

¿Y qué más podemos hacer? Como individuos, ser conscientes, informarnos, cuestionar, cambiar nuestro entorno inmediato y exigir si nos es posible. Como sociedad, comenzar por facilitar y proveer educación. Esto ya sería un gran paso. La forma más fácil de coartar la libertad es negar la educación, negar las capacidades y habilidades para ejercerla. No se puede cambiar una realidad sin educación.

Y no debemos seguir utilizando la religión o la tradición para excusar o justificar las injusticias o coartar la libertad de otros ciudadanos y ciudadanas. La cultura que niega a las mujeres su libertad no surge de la religión o la tradición. Surge de los miembros de la sociedad que encuentran en ellas una forma muy útil de justificar y proteger sus propias perspectivas, creencias y, por supuesto, sus privilegios. Esto no está bien.

En el Día Internacional de la Mujer, pero también en los otros 364 días del año, debemos tener presente que la lucha es por obtener la libertad que deviene de ser consideradas con equidad. Ni más ni menos.

Claudia Cristiani es gestora cultural.
Claudia Cristiani es gestora cultural.

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