La universidad pública es una institución que fácilmente puede atestiguar y reflejar el proceso nacional a lo largo de su historia remota y reciente; pensar el bicentenario de la República, en tanto proceso que desde la comprensión de las tendencias y las rupturas proyecta posibilidades, implica ineludiblemente reflexionar sobre la Universidad de El Salvador. En 178 años, la UES tiene suficiente historia para coleccionar lecciones y para impulsarse desde una lectura crítica de su tradición y desde la asimilación de su legado intelectual, político y científico. Cuando hablamos de la grandeza de la UES suele pensarse inmediatamente en la época de oro previa a la intervención de 1972, teniendo como momento de máximo apogeo la reforma universitaria de los 60, encabezada por figuras como Fabio Castillo Figueroa, María Isabel Rodríguez, Manuel Luis Escamilla o Alejandro Dagoberto Marroquín. No obstante, estos periodos en parte son el resultado de una acumulación histórica, que desde luego es anterior, producto de un momento de apertura y ruptura con el pasado.
Tal y como ha insistido en repetidas ocasiones la doctora María Isabel Rodríguez, la antesala de la reforma de los 60 es el proyecto del médico Carlos Alfredo Llerena, quien fue rector en dos ocasiones entre 1944 y 1950. Esta afirmación no es menor, pues se hace desde la viva experiencia de alguien que se formó en la Facultad de Medicina justo en esos años. En este periodo, por mencionar solo un par de procesos interesantes, se creó la Facultad de Ciencias Económicas , se fundó la Facultad de Humanidades y el Instituto Tropical de Investigaciones Científicas que. desde su revista Comunicaciones, impulsó una serie de investigaciones y hallazgos científicos en las más variadas ramas, desde la arqueología, la biología o la geofísica hasta la oceanografía, entre otras.
Lo primero que salta a la vista al revisar el rectorado de Llerena, es la importancia de que la universidad sepa leer y aprovechar las aperturas políticas y democráticas del país. Llerena hizo suya la coyuntura propiciada por la caída del dictador Hernández Martínez para desencadenar un ambiente intelectual que potenció la investigación científica, la vida académica y la incidencia política de la universidad; el mismo doctor Llerena fue un baluarte de la lucha contra la dictadura junto a otros como su hermano José y el doctor Arturo Romero. En este sentido, conviene reflexionar si como universitarios hemos sido capaces de tener ese sentido de oportunidad, si cultivamos el oficio de estar a la escucha de los momentos favorables para el desarrollo de la universidad o si nos hemos ensimismado en la problemática interna, cerrándonos a dialogar con la sociedad y los problemas nacionales.
Otra característica muy valiosa del rectorado de Llerena fue su singular apertura al mundo y su vocación de integración regional. Los orígenes de su familia estaban en Guatemala y su padre se hizo un nombre en la lucha contra el dictador Estrada Cabrera. Los vínculos entre Carlos A. Llerena, Carlos Martínez Duran y Juan José Arévalo, permitieron una intensa colaboración intelectual entre Guatemala y El Salvador. Por estos años se impulsó la creación de un organismo pionero de la integración centroamericana, me refiero al Consejo Superior Universitario Centroamericano, que encabezó la defensa de la universidad pública y sus vinculaciones con el desarrollo nacional. Arévalo, un intelectual de renombre en América Latina y un político progresista que gobernó Guatemala antes de Arbenz, visitó en 1946 nuestra alma mater. La finalidad del encuentro era fortalecer los esfuerzos de fundación de las facultades de humanidades en la región, como punta de lanza de la superación de la universidad profesionista, que se caracterizaba por estar estrictamente conformada por facultades técnicas dando la espalda a las ciencias sociales, las humanidades y las artes.
Al pensamiento universitario salvadoreño se sumaron algunas de las voces más críticas de la región, el filósofo de la educación argentino Juan Mantovani disertó sobre la Misión de la Universidad; el pensador cubano Roberto Agramonte habló de la universidad y las humanidades; el filósofo costarricense Roberto Brenes Mesen discutió el sentido y misión de los estudios humanistas. El Salvador, gracias al repunte de la UES, formó parte de un corredor intelectual centroamericano que conectaba en sus polos los grandes epicentros situados en Argentina y en México. Fue esta agitación de las ideas la que propició que se discutiera a fondo en el Primer Congreso universitario de 1948, presidido por Llerena, temas fundamentales como la organización del gobierno universitario, la creación de la Facultad de Humanidades, la independencia económica de la universidad, la autonomía universitaria, la superación del profesionismo y la reorganización de la investigación científica. La pregunta necesaria ante este legado es si estamos cultivando esa movilidad intelectual íntimamente asociada con los problemas de la universidad y del desarrollo nacional. Pareciera que el sentido de la universidad y su misión ha dejado de ser un tema permanente de los universitarios.
Aunque la expresión “reforma universitaria” está más bien vinculada, en el imaginario nacional, a los años 60, es importante señalar que de 1944 a 1950 se institucionalizaron una serie de elementos como el desarrollo científico ligado a la solución de problemas nacionales, es decir, la universidad al servicio de la nación. Con la inauguración del Instituto Tropical de Investigaciones Científicas (1950) se emuló el modelo alemán de organización de la investigación. Adolf Meyer-Abich, un filósofo neokantiano de renombre, fue su primer director. Su hermano, Helmut Meyer-Abich, fue uno de los científicos más productivos del Instituto, que formó a nuevas generaciones de salvadoreños y que nos legó estudios fundamentales para la construcción de la carretera el litoral y el desarrollo hidroeléctrico del río Lempa. En el Instituto, además, se desarrolló investigación vulcanológica, geotérmica, de la flora y fauna, así como de enfermedades tropicales, las cuales aún siguen siendo motivo de consulta.
Es muy interesante resaltar que, a pesar de sus aportes al desarrollo universitario, Llerena es un desconocido en la UES, y esto tiene razones muy peculiares ligadas a la vida universitaria. En los últimos años no hemos sido precisamente cultivadores de la herencia científica y de pensamiento universitario de nuestra alma mater. La muestra más clara es que no abundan los estudios sobre la historia de la universidad y sus aportes a la nación. Llerena como otros, fue perseguido y atacado por quienes en diferentes momentos han hecho mal uso de la libertad política y de la democracia que caracteriza a las universidades públicas latinoamericanas. Y esto último es quizá una de las tareas más urgentes que tenemos los universitarios en la actualidad. A 178 años de su fundación, la UES tiene la obligación de revisarse críticamente, de pensar si está aportando al desarrollo de pensamiento crítico desde la apertura al mundo y en un ambiente de colaboración intelectual; los universitarios debemos asumir la revitalización de la política universitaria, para convertirla en un referente ético de la política nacional. No se trata simplemente de celebrar otro año más de fundación, sino de impulsar una transformación de la universidad que le restituya su lugar de conciencia crítica de la sociedad.