Las caravanas migrantes se han convertido en el símbolo de la crisis humanitaria que sufre Centroamérica. Miles de personas, muchos de ellos niños y familias enteras, huyen de países cuyos gobiernos les han fallado en la provisión del bien público más esencial: la protección de sus vidas. Los tres países del triángulo norte -Guatemala, Honduras y El Salvador- están entre los 10 países con las tasas de homicidios más altas en el mundo. En Honduras y El Salvador, la tasa de muertes violentas oscila entre 40 y 110 personas por cada 100 mil habitantes por año. En 2015 –el año de la tasa más alta- la probabilidad de morir asesinado en El Salvador fue cien veces más alta que en los países del norte de Europa y veinte veces más alta que en Estados Unidos.
Hoy en día, la violencia es la principal causa del éxodo centroamericano. Gran parte de esa violencia es generada por dos pandillas: la MS 13 y el Barrio 18. En los territorios que dominan no solo imponen el terror a través de los homicidios, sino también a través de extorsiones, la violencia sexual e impedimentos para la movilidad física de los habitantes. Un reporte reciente de la organización humanitaria Médicos sin fronteras estima que, cada año, 500 mil centroamericanos cruzan hacia México con el fin de llegar a Estados Unidos, una magnitud equivalente a 100 veces la primera caravana que salió de Honduras en octubre 2018, y de los cuales solo alrededor de 5 mil personas han llegado hasta Tijuana.
A pesar de la tragedia que viven los emigrantes centroamericanos, Donald Trump los ha pintado no como víctimas, sino como una amenaza para la seguridad pública de Estados Unidos. Muchos estadounidenses perciben las caravanas como una invasión de pandilleros que terminarían contaminando sus ciudades. Esta narrativa -muy dominante en los medios de derecha como Fox News- contrasta con lo que muchos trabajos periodísticos y cualitativos han documentado: que la violencia pandillera no se originó en El Salvador, sino en las calles de Estados Unidos y que fue exportada a Centroamérica a través de las políticas de deportaciones del país norteamericano. Con el Illegal Immigrant Reform e Immigrant Responsibility Act, la ley que facilitó la deportación de migrantes a partir de 1996, los Estados Unidos empezaron a enviar a un gran número de migrantes con antecedentes penales hacia sus países natales. Entre 1997 y 2015, El Salvador recibió a 244 mil deportados, 90 mil de ellos –una tercera parte– tenían antecedentes penales. Muchos de los niños que habían huido de la guerra regresaron como pandilleros a un país que ya no conocían, que no los quiso y donde terminaban haciendo lo que aprendieron en las calles y en las cárceles de las ciudades norteamericanas donde crecieron. Cayeron en tierra fértil en un país que tenía poca capacidad de controlar su expansión y que recibió poca información de las autoridades estadounidenses sobre quiénes llegaron.
Sin embargo, la pregunta sobre el origen de la violencia en Centroamérica sigue siendo un debate con expresiones cada vez más ideológicas y que se manifiesta en dos posturas opuestas. Por un lado, la cultura centroamericana se presenta muchas veces como intrínsecamente violenta debido a que, por ejemplo en El Salvador, las altas tasas de homicidios han estado presentes a lo largo de la historia desde, al menos, finales del siglo 19. ¿Fueron entonces los salvadoreños los que llevaron su “cultura de violencia” a Estados Unidos? O, por el contrario, ¿se contagiaron los salvadoreños en los barrios urbanos de Estados Unidos y la llevaron hacia El Salvador?
La historia migratoria y la evolución de la violencia en El Salvador puede dar una pista sobre la chispa que encendió la violencia pandilleril y permite sustentar con datos duros la evidencia anecdótica y periodística que se tiene. Igual que los epidemiólogos que rastrean las rutas de contagio de enfermedades infecciosas, se puede rastrear el origen de la violencia, siguiendo las rutas migratorias de los salvadoreños.
Los destinos de migrantes han sido cunas de las pandillas
Una particularidad de la migración salvadoreña es su diáspora muy concentrada. Según datos de la Universidad de Los Ángeles provenientes de los consulados salvadoreños, más de la mitad de los migrantes salvadoreños fueron a solo tres destinos: Los Ángeles, el área metropolitana de Washington D.C., y el área de Nueva York, incluyendo Long Island. Estos corredores han sido muy estables a lo largo del tiempo.
Resulta que justamente estos destinos fueron cunas de las pandillas. Los Ángeles, en particular, fue considerada la capital pandillera del mundo en los años 80 y 90. De entre todos estos destinos, Long Island fue el único lugar con una tasa de violencia relativamente baja; mientras que Los Ángeles, Washington D.C., y la ciudad de Nueva York ya tenían altas tasas de criminalidad y violencia antes de la llegada de los inmigrantes salvadoreños a partir de 1980. En este ambiente crecieron los hijos de migrantes salvadoreños, muchos de los cuales terminaron involucrados en el tráfico de drogas y otras actividades ilícitas. Cuando el gobierno de Estados Unidos empezó a deportar inmigrantes con antecedentes penales desde finales de los 90, entre ellos estaban esos niños que ya como jóvenes adultos regresaron a su país de nacimiento.
¿Podemos comprobar que las deportaciones causaron la violencia pandillera en El Salvador?
En mi reciente investigación construí un modelo estadístico que comprueba que la actividad pandillera en El Salvador surgió cuando los migrantes fueron a territorios estadounidenses que ya tenían altos índices de actividades ilícitas y violencia.
Un reto para comprobar esta hipótesis fue que no toda la violencia se puede atribuir a las pandillas. Incluso en lugares que no cuentan con presencia de pandillas, las tasas de homicidios muchas veces son altas. Sin embargo, la tregua negociada por el gobierno salvadoreño con las dos principales pandillas en el año 2012 ofrece una oportunidad de identificar en el territorio la violencia provocada por pandillas y distinguirla de la violencia que se debe a otros factores. Entre marzo 2012 y marzo 2013 -tiempo que duró la tregua- los homicidios diarios a nivel nacional disminuyeron a menos de la mitad, de más de 12 homicidios diarios en promedio a menos de 6. Sin embargo, esta caída de la violencia no fue homogénea en todo el país. En algunos municipios no hubo un efecto notable de la tregua, pero en otros la diferencia fue muy marcada. Este dato hace suponer que esos territorios en los que la reducción de homicidios fue mayor son los que mayor presencia pandillera tienen, porque ahí es donde los pandilleros podrían ejercer su influencia desde la cárcel. Al mismo tiempo, supongo que la tregua no ha tenido un efecto notable en territorios con menos presencia pandillera. De esta manera, es posible tener un aproximado de la geografía de estos grupos en el país.
Hay un contagio de violencia siguiendo las rutas migratorias
Mi investigación revela que, efectivamente, hay un contagio de la violencia que sigue las rutas migratorias. Los municipios donde mayor reducción de homicidios hubo durante la tregua son precisamente los municipios cuyos migrantes llegaron a los lugares en los que ya había altos índices de violencia en Estados Unidos. Por eso, saber a dónde migraron nos da un buen pronóstico sobre la presencia de pandillas hoy en día en El Salvador. Los municipios cuyos migrantes fueron a lugares violentos en Estados Unidos tienen mayor probabilidad de que esta violencia haya contagiado a sus lugares de origen. Por ejemplo, migrantes de los municipios de Quezaltepeque, San Salvador y Armenia, en promedio, se asentaron en ciudades con altas tasas de crimen violento en Estados Unidos, municipios que al mismo tiempo están marcados por la violencia de pandillas. Por otro lado, los municipios de Conchagua, La Unión y Jujutla han sido más afortunados. Sus migrantes fueron hacia destinos menos violentos en Estados Unidos. En estos lugares no hubo contagio de violencia. Ni siquiera en los casos de Conchagua y La Unión que presentan altas tasas de emigración. Por lo tanto, lo que importa no es la cantidad de migrantes que un lugar tenga, sino el lugar de destino de estos.
En resumen: la geografía de las pandillas en El Salvador no es aleatoria. Vemos contagio de la violencia siguiendo las rutas migratorias. Por supuesto, también hay excepciones a esta tendencia. Entre otras cosas, la resistencia ante de la llegada de las pandillas depende de los tejidos sociales y de las situaciones sociales y económicas de cada lugar. Por eso hay municipios que sí resistieron a la importación de pandillas a pesar de tener migrantes en lugares violentos en Estados Unidos.
¿Qué tan particular es el caso de El Salvador?
Junto con David Leblang, profesor de la Universidad de Virginia, nos preguntábamos si podíamos comprobar una relación sistemática entre la deportación de convictos y la violencia en diferentes países. Medimos la relación entre la entrada de deportados con antecedentes penales y las tasas de homicidios en más de 120 países del mundo a partir del año 2003. Los resultados son alarmantes: las deportaciones están asociadas, en promedio, con un fuerte aumento de homicidios. La entrada de 10 deportados con antecedentes penales por 100 mil habitantes aumenta la tasa de homicidios en más de dos; un resultado que se explica en gran medida por lo que está ocurriendo en Latinoamérica y el Caribe.
Veamos el caso de Honduras para ilustrar la magnitud. En 2012, fue el país más violento de Latinoamérica con una tasa de homicidios de 92 por cada 100 mil habitantes. También recibieron la tasa más alta de deportados con antecedentes penales per cápita en este mismo año (162 por 100 mil habitantes). Nuestro modelo asigna una tercera parte de los homicidios a la política de deportaciones. Aplicamos técnicas estadísticas que nos permiten afirmar un efecto causal, es decir, que las deportaciones afectan el número de homicidios y no al revés.
El círculo vicioso de la migración y la violencia
La caravana de migrantes no es solamente un símbolo del fracaso de los gobiernos centroamericanos, también es un símbolo del fracaso de las políticas de deportaciones de Estados Unidos. Estas políticas han generado más violencia que terminan pagando los más vulnerables de la sociedad. Además, hicieron posible la expansión de pandillas hacia otros lugares y países. Finalmente, las políticas de deportaciones han sido contraproducentes en limitar el éxodo centroamericano. En parte, la caravana migrante es la cosecha de lo que la misma política de deportaciones sembró. Michael Clemens, del Center for Global Development en Washington D.C., documenta que muchos de los casi 180 mil centroamericanos menores de edad que fueron capturados por las autoridades de Estados Unidos entre 2011 y 2016 venían de los municipios más violentos de Honduras, Guatemala y El Salvador, municipios que sufren de pandillas que se han alimentado de la política de deportaciones de Estados Unidos.
Esperamos que el trauma que están obligados a vivir los niños de las caravanas no genere un nuevo ciclo de migración y violencia. Solo si estos fenómenos se tratan como comunes a toda la región habrá salida de este círculo vicioso de migración y violencia que sufre Centroamérica.
Este artículo es una extensión y adaptación de artículos que previamente aparecieren en inglés en el Washington Post y The Crime Report.