Columnas / Cultura

Amor y odio en Los Chorros

Parece que te detesto, carretera Los Chorros, pero no. A quien cuestiono es a los que te vistieron de monstruo. A los que te armaron de pedazos y ahora no saben cómo controlarte.

Martes, 9 de abril de 2019
Willian Carballo

Yo no te odio, mi querida carretera Los Chorros. Yo no te detesto. A vos no. Pero dame un par de párrafos y te explico a quién sí y por qué.

A vos hasta te aprecio. Sobre tus curvas pasé de niño a hombre y de hijo a papá. Por vos transité, así bichito, chele, pelo ondulado, tarareando el tema de Mazinger Z de la mano de mi mamá dentro de aquellos buses azules de la ruta 77 con rumbo al colegio. ¿Te acordás? Luego, siempre chele, pero ya coqueto con mi pelo engelatinado, te usé como pretexto para platicar sobre esos mismos fierros media hora diaria con la que luego sería mi primera novia –que rápido me cortó–. Después vino la universidad y el primer trabajo. Crecí. Entonces me compré un Tercel usado, verde aguacate, y dentro de él me viste volver sonriéndole a la madrugada con los dientes de la satisfacción –qué rápido amaneció–. Y sobre vos me conduzco hoy, igual de chele que antes, pero deseando por lo menos un poco del pelo ondulado aquel, solo que esta vez con mi hija segura en el asiento de atrás cantando Baby Shark.

Además, a mí hasta me gustan tus recovecos, fijate. Me atrapa esa forma de serpiente escabulléndose entre el monte cuando se te ve en fotos desde el cielo. También disfruto de tu carnosa vegetación, que es un paisaje de Jurassic Park, pero sin dinosaurios –excepto por un par de buseros sin licencia–. Y qué decir del turicentro que te heredó el apodo. Pasar por ahí y mirar hacia adentro es evocar a mi papá –qué joven que se nos fue– lanzándose como pingüino en calzoneta sobre esas pilas en madrugada decembrina a las que llaman piscinas. Bello tu balneario, carretera Los Chorros, bello.

Por eso el problema no sos vos, insisto, camino de todos mis días. Tampoco los vendedores de bolsas de agua y maní dulce que como azacuanes aparecen como señal de que el tráfico estará caliente. No. A quien detesto es a los políticos de antaño que no te planificaron con visión a largo plazo –espaciosa de una vez, sin vivienda en sus orillas para futuras ampliaciones– y que tampoco previeron que esa calle sería una regadera de piedras. A quien detesto es a los que se robaron la plata que pudo servir para ampliarte o para mitigarte, a los que ya dejaron a gente morir ahí bajo una roca del tamaño de un elefante y a esos cortoplacistas que han de ser los mismos que cuando se les cae el bómper del carro lo sostienen con tirro.  

A quienes detestaré a futuro son a los que lleguen al gobierno y no propongan una solución definitiva y sigan comiendo de la improvisación. Pero también a esos funcionarios con mentalidad de un solo carril que igual ponen en la ciudad bancas dentro de redondeles, donde nadie ha de sentarse, que igual les gusta ver a gente en sillas de ruedas subir las escaleras y que igual, una vez huelen el aroma de las tasas e impuestos de los nuevos desarrollos, olvidan que lo económico debe ir de la mano del medio ambiente.

Pero también odio a los conductores irresponsables. A esos buseros que bajan por tu zigzag como gusanito de feria. A los traileros que por llegar a tiempo donde su Tania o donde su Ana María toman tu camino sin importar las restricciones horarias. A los motociclistas Judas que besan con rayones los espejos de los carros mientras se escabullen como renegados entre tus trabazones. A los automovilistas que juegan a ser Lewis Hamilton sobre los carriles auxiliares. A los temerarios que no saben cantar si no es con alcohol en la sangre para luego chocar y obstruir con su grasa la arteria más importante hacia el occidente del país. Y, por último, a los que bloquean la calle y joden a los que vamos a trabajar pensando que así joden al gobierno. Los dos tenemos derechos; explicales, por favor.

Por la de ellos y no por tu culpa –que solo sos un trazo entre la montaña, una vena de cemento–, es que parece que te detesto, pero no. A quien cuestiono es a los que te vistieron de monstruo. A los que te armaron de pedazos y ahora no saben cómo controlarte. Con ellos es mi enojo. Y mira que yo –afortunado, la verdad– ahora me muevo en carro y lo sufro menos. Ni siquiera imagino lo que soportan la mayoría, enlatados y asándose, en la 205, en la 201, en la 79 o en la 108.

Pero a vos te tengo cariño, escenario de mi propia road movie. Por tu concreto seguiré derrapando mientras no haya opción. Y aunque quizás te sea infiel alguna vez con la vía Quezalte y a lo mejor flirtee ocasionalmente con la calle al Boquerón, siempre he de volver volver volver a tus carriles otra vez. Mientras tanto, y como suelo hacer para sobrellevar las trabazones, pondré mi viejo playlist de Sabina y me relajaré.

Esta va por vos, Los Chorros: “La más señora de todas las calles, la más calle de todas las señoras…”

Willian Carballo ( @WillianConN )  es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.
Willian Carballo ( @WillianConN )  es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.

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