Columnas / Política

Bukele: entre Duarte y Flores

Bukele pareciera apostarle a consolidar el rol de los Estados Unidos en la región sobre la base de un libre mercado para los inversionistas de aquel país y un apego a los intereses geoeconómicos y geopolíticos en el hemisferio.

Lunes, 29 de abril de 2019
Joaquín Aguilar

En las últimas cuatro décadas, aunque los modelos de desarrollo han mutado, nada ha cambiado en los pilares económicos sobre los cuales se moldeó al país en el siglo XIX; los problemas estructurales persisten y Estados Unidos sigue siendo el actor importante y determinante en la política y economía salvadoreña.

La preponderancia del país de las barras y las estrellas en la política nacional es de tal magnitud que hasta el nuevo presidente, Nayib Bukele, sabe que tiene que plegarse para arrancar con pie derecho. A escasos días de haber ganado la elección, su primer acto político fue correr hacia la embajada de Estados Unidos. Un mes después, a mediados de marzo, con el discurso pronunciado en The Heritage Foundation, un tanque de pensamiento ultraconverdador, Bukele se plegó a los intereses norteamericanos con un discurso y un performance que rememora las actuaciones de otros dos presidentes que también dejaron en evidencia la sumisión del país ante los intereses norteamericanos.

Bukele es un joven empresario sin definición ideológica que durante la campaña no expresó ninguna posición comprometedora. Él supo aprovechar el descontento ciudadano contra las élites gobernantes de la posguerra y llegó al poder prometiendo hacer un gobierno que rompa con el uso patrimonial del Estado. También ha ofrecido un mayor protagonismo a la ciudadanía en la toma de decisiones para así, según dice, iniciar una “nueva era” en la forma de hacer gobierno. Sin embargo, en su discurso no promete erradicar la injusticia estructural, ni mucho menos las relaciones económicas políticas de dependencia. Más bien pareciera apostarle a consolidar el rol de los Estados Unidos en la región, sobre la base de un libre mercado para los inversionistas de aquel país, un refinanciamiento de las finanzas públicas a la luz de Wall Street, y un apego a los intereses geoeconómicos y geopolíticos en el hemisferio.

Hace 35 años, José Napoleón Duarte hizo algo similar. Luego de casi medio siglo de gobiernos militares, el domingo 6 de mayo de 1984, se convirtió en el primer presidente civil. Su elección pudo haberle significado una especie de revancha, ya que doce años atrás la dictadura le arrebató su legítimo triunfo en las urnas por medio de un fraude. Aunque para 1984 Duarte ya llevaba cuatro años de un pacto con los militares, un cogobierno de facto, aún representaba para algunos el fin del militarismo, la posibilidad de trastocar la estructura económica del país y la esperanza de terminar con la guerra civil recién iniciada.

Duarte (un antioligarca por convicción, anticomunista por definición y demócrata por vocación) se plegó a los intereses geopolíticos de los Estados Unidos para llegar al poder. Su gesto más significativo fue aquel cuando besó la bandera norteamericana y asumió un rol en el último bastión de la guerra fría. Con el apoyo de EUA, Duarte intentó profundizar las reformas económicas sobre las cuales intentó cimentar su liderazgo, pero el contexto de la contrainsurgencia y el conflicto limitó el alcance de las mismas. Duarte no logró el fin de la guerra a través de una solución política y dejó en entredicho un liderazgo que más allá de sacar a los militares del poder, y haber desafiado a la oligarquía, quedó en deuda con la principal expectativa generada desde que le fue arrebatado su triunfo en 1972: sentar las bases para trastocar el orden económico implantado desde el siglo XIX.

Una vez terminada la guerra y consolidado la reconversión del eje de acumulación hacia la diversificación exportable con la liberalización y privatización de servicios, el 7 de marzo de 1999 se eligió a Francisco Flores, el primer presidente propuesto por Arena que no provenía de los sectores oligárquicos ni de la estructura partidaria fundacional de su partido. Luego de que los dos períodos que le precedieron redujeron el Estado a su mínima expresión, Flores pretendió privatizar lo poco que le había quedado al Estado, dolarizó la economía y siguió los dictados del FMI.

Flores, un hombre de derecha, de discurso fino, hablar pausado y poco concertador, se plegó a los intereses norteamericanos y locales, ya que al dolarizar la economía facilitó la entrada de la banca transnacional, posibilitó la mutación de la oligarquía a un eje de acumulación basado en la rentabilidad de la tierra urbana y el sector de servicios. Sus acciones sepultaron a la Arena de los 80, dificultó la concertación con la oposición política encabezada por el FMLN y dejó al Estado con una política social ínfima.

Flores adoptó el dólar y se enorgulleció de que el expresidente Bush lo llamara su amigo, cuando se plegó a la estrategia norteamericana en el golfo pérsico con el envío de tropas a Iraq. Ahora Bukele (y a pesar de sus orígenes palestinos) se adelantó y buscó un acercamiento con Israel, unió su voz al coro contra Venezuela y Nicaragua, reniega de las recientes relaciones establecidas con China y calla ante la política antimigrantes de Trump.

Duarte vio en Estados Unidos una oportunidad para minar a la oligarquía y detener el proyecto insurgente; Flores un aliado para consolidar un nuevo eje de acumulación económica y acabar con la capacidad interlocutora de la oposición política; y Bukele un aliado para insertar a los intereses que representa al bloque hegemónico dominante, un camino para redefinir el tablero político con miras a erigirse como un punto de inflexión del mismo.

Bukele debe despejar la ecuación de tres incógnitas que la historia y la coyuntura actual de la relación con los Estados Unidos le está planteando: ¿Intentará trastocar el poder hegemónico de la oligarquía como lo intentó Duarte en los 80? ¿Consolidará un nuevo eje como lo hizo Flores a finales de los 90? ¿O será parte del actual? Al final de cuentas, quien se propone “hacer historia” debe saber que ésta no se manufactura con intenciones, sino con acciones concretas.

Joaquín Aguilar es sociólogo graduado de la UCA, con estudios de posgrado en cooperación internacional por la Universidad del País Vasco de España, y de Administración de empresas y mercadeo en ISEADE-FEPADE. Egresado de Ciencias políticas de la UCA. Fue gobernador departamental de La Libertad.
Joaquín Aguilar es sociólogo graduado de la UCA, con estudios de posgrado en cooperación internacional por la Universidad del País Vasco de España, y de Administración de empresas y mercadeo en ISEADE-FEPADE. Egresado de Ciencias políticas de la UCA. Fue gobernador departamental de La Libertad.

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