Columnas / Cultura

La plasticidad genital de la vestida

Estoy totalmente definida por el escepticismo permanente. Lo identifico desde que nací biológicamente hombre, negándome a que esta casualidad me dicte cómo vivir.
Caroline Lacey
Caroline Lacey

Viernes, 17 de mayo de 2019
Nadie - NadiA

Cuestiono: ¿es tan grande la distancia con el sexo femenino en la comunidad de hombres homosexuales que la manera más aceptable de acercarse a ella es solamente si otro hombre representa las feminidades convencionales? Veo álbumes de fotos de discos gay en Facebook y noto las escenas donde hombres barbudos y musculosos posan ostentando su arduo trabajo en el gimnasio y sus enormes tatuajes tribales, al lado de una exótica figura femenina travesti que dibuja con su cuerpo poses más angulosas, perpetuando la hegemonía del modelo hetero de pareja en esta representación que busca la aprobación social. Públicamente, en Facebook, este chero homosexual posa exageradamente masculino portando el disfraz que la cultura le asigna si quiere ser reconocido como hombre, de su brazo se agarra la mano manierista de la vestida que ha rechazado en ella lo severo y duro de la imagen del hombre para inclinarse más por el cliché de la delicadeza y la suavidad relacionadas a lo femenino. Para la foto se necesitan, mutuamente, hombre gay discreto y vestida, como accesorios que completan el disfraz de los géneros que representan; genéticamente similares, culturalmente disfrazados para obtener likes.

Yo soy contraria. Si se espera algo de mí, hago lo opuesto. Si me dicen que sea más sexy, eructo. Si me conocen e intentan manipularme diciéndome que me quede sentada por hacerme bailar, pues no hago nada; ya no puedo funcionar consciente del complot de quien me trata como objeto de entretenimiento, no puedo ceder ante lo que los demás quieren de mí, detesto la relación cliente-empleada. Estoy totalmente definida por eso: el escepticismo permanente. Lo identifico desde que nací biológicamente hombre, negándome a que esta casualidad me dicte cómo vivir. Aún no entiendo por qué soy así. Me conformo con responderme que simplemente es mi naturaleza: bélica, que a saber qué razas enfrentadas y qué conflictos históricos han de definir mi ADN torcido.

'NadiA es una travesti que vive en Soyapango, la ciudad más pobre, violenta y estigmatizada de El Salvador: el país más violento del mundo (sin incluir territorios en guerra)'. Estas fotografías forman parte del ensayo fotográfico  Reina del país más violento del mundo , de la artista visual Caroline Lacey. 

Por eso no pude sino reaccionar negativamente a la propuesta que el equipo editorial de la revista Impúdica me hizo de escribir un diálogo entre yo, NadiA, y yo, Nadie. Eduardo Salgado, coordinador de Comunicaciones del Centro Cultural de España, interrumpió mi desayuno muy temprano, sentada yo en el café de La Casa Tomada, tratando de disimular la cercanía de los baños y tratando de que la gente no note que no ando maquillada ni peinada. Y, como era de esperarse, el instinto me llevó directamente al rechazo. ¿Cómo es posible que este #hombre #heterosexual #blanco #cisgénero #privilegiado me pida separarme esquizofrénicamente en dos?, ¿cómo pretende que hable grenchamente en tercera persona sobre mí? Ofrecerme esto a la hora del desayuno es un abuso, Eduardo. Es muy temprano todavía para andarse metiendo con la psiquis de una.

Traumas personales aparte, soy autodidacta en saber identificar las buenas oportunidades. El precio que tengo que pagar para obtener la exposición en esta revista no es tan alto: solo la rara digestión de esa mañana. Y lo he logrado: aquí estoy, con mi voz esparcida en mil doscientas cincuenta y ocho palabras, colonizando con mis ideologías el territorio de estas páginas, armada con mi PDF bien redactado, como si fuera el símbolo que me representa, como si fuera mi cruz.

Hola. Soy Nadie. Soy hombre y, a diferencia de mis congéneres, he aceptado que tengo que desaparecer, que el futuro es femenino. Comencé a aceptar mi inminente extinción hace años, cuando negué mi identidad asignada y me nombré «Nadie». Sé que no importo y encuentro un gran valor en saberlo. Es este conocimiento lo que me da la tranquilidad de no tener que llenar ninguna expectativa, más que la mía. Así, dirigí todos mis esfuerzos en ignorar mi cuerpo y concentrarme en mi mente. No iba a dejar que mis protuberancias genitales apuntaran dónde dirigir mis caminos. Inicié una relación de rechazo a todo instinto proveniente de la testosterona y acepté todos los amaneramientos y culeradas que me habían querido modificar desde niñx.

¿Sabían que la diferencia biológica entre varón y hembra es una letra que cambia en los cromosomas?: XX para hembras y XY para machos. Por eso, para volverme mujer solo me bastó con cambiar la última letra de mi nombre de Nadie a NadiA. Una letra cambiada trae con ella el cambio del curso de la historia. De entre las piernas abiertas de la a mayúscula, nazco como NadiA, mi mujer, pintada y esculpida sobre el cuerpo del hombre, apresándolo en la penetración máxima porque todo él me cabe adentro, todo su cuerpo dentro de mi cuerpo y, desde adentro, lo dejo que me maneje, como el robot exoesquelético que maneja Sigourney Weaver en Aliens.

Lo más fascinante en mí, ahora, ocurre en la parte de mi cuerpo de la cual quise alejar toda atención: la pupusa. Ocultar todo rastro de protuberancia masculina es un logro que llena de orgullo a toda vestida en la lucha milenaria contra la testosterona. Es el milagro chamánico de ser una transformer de verdad, sin efectos CGI.

El truco más complicado es meterse los testículos en la cavidad pélvica. Los hombres más curiosos habrán notado que los testículos se suben solitos y se esconden dentro del cuerpo en los momentos de mayor excitación. Los testículos quedan adentro de la pelvis como imitando ovarios, corrigiendo y revirtiendo el curso que el material genético nunca debió recorrer, corrigiendo en apariencia uno de los efectos de la testosterona. Con lo que sobra del escroto, se envuelve minuciosamente hacia adentro, como devolviendo una servilleta a un dispensador. Todo esto se sella con el pene flácido estirado hacia atrás, en dirección a las nalgas y, para asegurar muy bien esta pupusa origami de piel, se recurre al uso de la fuerza de la cinta tapagoteras calidad industrial. Porque la masculinidad es necia, necesita la fuerza calidad 3M para mantenerse al margen. Esta es la tradición milenaria de las vestidas: diseñarse una pupusa perfecta, impenetrable, poderosa, que fascina y ahuyenta.

'Ya sea en los pantalones de alguien cuando viaja en el bus o despertándola en medio de la noche, las armas rodean la vida de NadiA'. Estas fotografías forman parte del ensayo fotográfico  Reina del país más violento del mundo , de la artista visual Caroline Lacey.

Observo entre mis piernas el animal que soy y con violencia me lastimo porque lo merezco. Porque, como hombre, solo me puedo acercar violentamente a la feminidad: deformando mi pie con el tacón, arruinándome la columna, apretándome los riñones para hacerme la cintura más pequeña con tirro. El dolor testicular y el pegamento sobre mi piel es el castigo autoimpuesto, es el castigo de mi razón hacia mi yo animal. Que el castigo ocurra en mi cuerpo sólo es casualidad, porque es el único cuerpo donde puedo ejercer con total derecho esta batalla, estos conflictos.

Ya esculpida, me siento más cerca del arte nacional. El hombre que me crea me penetra toda y yo penetro la historia del arte. El tacto en mis caderas esculpidas de espuma, me remite a Rubén Martínez dándole forma a las caderas de la Chulona. En los colores de la bandera gay y las luces de la disca veo los destellos arcoíris de la iglesia El Rosario. Ser travesti me acerca más al maestro Martínez, deduzco. En los tonos de maquillaje que compro para pintarme la cara tengo presente a Valero Lecha buscando los tonos de óleo adecuados para pintar la piel de su Cariátide cuscatleca. Me siento la bella india desnudada e inmortalizada por el ojo y la mano del #hombre #pintor #español #privilegiado del #maestro. Ser travesti me acerca más al maestro Lecha, encuentro en mi cuerpo el diálogo más directo con su obra; en mi pupusa adolorida y sellada con tirro ubico la síntesis máxima donde yo soy el hombre que cosifica y, a la vez, la cosificada.

Estas fotografías forman parte del ensayo fotográfico  Reina del país más violento del mundo , de la artista visual Caroline Lacey.
Estas fotografías forman parte del ensayo fotográfico  Reina del país más violento del mundo , de la artista visual Caroline Lacey.


Este texto se publicó originalmente en el número 2 de la revista Impúdica, dedicada a la reflexión sobre los géneros.

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