Columnas / Política

El Gobierno y los tres pactos

Mientras las derechas, las izquierdas y las nuevas ideas juegan a gobernar, los entes del poder, de la corrupción y del dinero dirigen el país a su antojo.

Miércoles, 22 de mayo de 2019
Óscar Picardo Joao

Los pactos son como acuerdos de lealtad, se trata de ciertos compromisos o reglas para asegurar algo. Pactar puede tener diversas acepciones, desde una agenda de acuerdos mínimos con cierta flexibilidad hasta un enfoque radical o rígido: o estás conmigo o estás contra mí. Desde el punto de vista político, los pactos son como el ADN de los consensos y disensos, podemos observar pactos transparentes sobre la mesa para acuerdos de nación o reuniones oscuras para encubrir la corrupción y el delito.

En esta reflexión abordaré los pactos desde una perspectiva situacional de país. Gobernar, gobernabilidad y gobernanza son tres conceptos que apuntan a la búsqueda de equilibrios entre la oferta estatal y las demandas ciudadanas; por tanto, este proceso no escapa a los “pactos” para generar condiciones que minimicen los riesgos y conflictos. Resultaría difícil hacer gobierno con base en espejismos, sin alianzas o sin acuerdos a nivel institucional, nacional e internacional.

Debido a las condiciones de coyuntura actual, podemos imaginarnos tres grandes pactos tan imprescindibles como perversos: a) con Estados Unidos; b) con la oligarquía; y c) con las pandillas; estos acuerdos corresponden a tres escenarios estratégicos que se comentan a continuación:

1.- Pacto con Estados Unidos. Para y desde El Salvador, la geopolítica actual se debate en tres ejes: los socios de Estados Unidos, los países de la Alianza Bolivariana para los pueblos de nuestra América (ALBA) y China. Los procesos migratorios de salvadoreños hacia Estados Unidos, la gran cantidad de salvadoreños residentes –naturalizados, residentes, TPS y sin documentos–, la relación de cooperación internacional y, sobre todo, las remesas, generan suficiente presión para empujar este pacto. Más allá del rol de Estados Unidos en el conflicto armado y de FOMILENIO I y II, ha habido una tradición hegemónica en este pacto, y al parecer se mantendrá.

Siendo Estados Unidos nuestro principal socio comercial para exportaciones, los beneficios identificados son garantizar la estabilidad migratoria para salvadoreños; recibir fondos de cooperación; mantener el Tratado de Libre Comercio; recibir asistencia técnica en diversas áreas; y evitar el manejo descontrolado de la política monetaria. Los costos, en cambio, incluyen el bloqueo de las relaciones diplomáticas con China (aunque Estados Unidos la mantiene); entregar la soberanía de las decisiones políticas al criterio norteamericano; no contar con soberanía en la política monetaria; privilegiar las decisiones políticas desde lo mercantil; riesgos belicistas y terroristas por el tipo de socio; y la creación de mercados protegidos para importaciones en ciertos sectores.

2.- Pacto con la oligarquía. La maquinaria empresarial e industrial de El Salvador y la generación de empleo a gran escala se presenta habitualmente como el motor macroeconómico del país. Este aparato productivo está sustentado en un modelo económico capitalista, neoliberal y dolarizado, cuya arquitectura se ha solidificado en los últimos 30 años –sin reversiones–. El pacto con la oligarquía supone en primera instancia no tocar los cimientos del modelo, pero, sobre todo, salvaguardar los esquemas que garantizan la visión corporativa y acumulación de riqueza a partir de la captura de remesas y los privilegios Fiscales –evasión y elusión fiscal–.

Los beneficios identificados con este grupo pasan por la generación de empleo; la garantía de libertades; la generación de impuestos; y la promoción de la Responsabilidad Social Empresarial. Los costos, sin embargo, incluyen la creación de monopolios y oligopolios disfrazados de estructuras corporativas; mantener la evasión y elusión fiscal; creación de privilegios para empresas “amigas”; una visión mercantil salvaje y, por ende, malos salarios; acumulación descontrolada de capitales; y financiamiento de partidos políticos y clientelismo.

3.- Pacto con las pandillas. El control territorial está en manos de las pandillas. Todos los esquemas fracasados de prevención de violencia y de seguridad ciudadana –incluyendo manos duras, súper mano dura, tregua, etcétera– no han podido recuperar los territorios asediados por la extorsión y por la autoridad paralela ejercida por los líderes de la MS 13, Barrio 18, Sureños y Revolucionarios. Hay momentos eventuales de control policial, pero una vez que se retiran, todo vuelve a la pseudonormalidad. Hemos sido testigos de cómo, en las últimas campañas electorales, líderes políticos –de derecha e izquierda– han negociado espacios para el márketing político, lo que significa que la democracia está secuestrada y se debe pactar. Las pandillas y sus líderes han llegado a ejercer el control estadístico de la criminalidad y homicidios, son ellos los que deciden si mejora o empeora la situación.

Con las pandillas, en cambio, lo que podríamos catalogar como beneficios, o más bien como premisas, son: un diálogo con la consciencia de que son seres humanos y producto de un sistema perverso; y la creación de oportunidades educativas y productivas. El costo seguirá siendo que se mantengan los homicidios, extorsiones, violaciones; un control territorial anárquico y perverso; y la prostitución del manejo de las campañas electorales con base en negociaciones.

En síntesis: Estados Unidos, a nivel geopolítico, no tiene amigos, sino intereses; a la oligarquía lo único que le interesa es hacer y acumular más dinero e, indirectamente, poder; y las pandillas representan, hoy por hoy, el “quinto poder” (diría que el cuarto, aunque esté reservado para la prensa). Todo esto se conjuga para mantener al país secuestrado en la miseria y en la pobreza; este control perverso de los tres pactos hace que estemos estancados, sin visón de futuro y condenados a repetir ciclos en donde, desde el gobierno, se roba más de lo que se hace por la gente.

Pese a los criterios econométricos e índices nacionales o internacionales, los porcentajes de pobreza y miseria se han mantenido bastante estáticos en las últimas décadas. La gente sigue emigrando, se va por miedo o por falta de oportunidades, pero no se detiene la caravana de desesperanza.

En El Salvador coexisten dos sistemas educativos: el de las oportunidades (para menos del 10 % de la población) y el de la deserción y el fracaso (para el resto); un modelo que replica los criterios de pobreza y la riqueza. El sistema judicial no escapa a la doble cara: una para los que ostentan poder, riqueza y dinero –que lo soslayan–, y otra, para el ciudadano común que se somete al rigor de la ley.

En materia fiscal, llama la atención que no hay grandes evasores y “elusores” visibles, parece que el fenómeno es como una teoría; ¿o será que esto se negocia bajo la mesa? La impunidad, la corrupción y el clientelismo político siguen tan vigentes como en los años 80; la clase política sigue tan tóxica como en el pasado y se roba a costa de los pobres; tanto así que nos podemos seguir dando el lujo de gastar un millón de dólares en una toma de posesión… lo mismo de siempre.

Desde 1992 a la fecha debemos reconocer que ya no te asesinan por pensar o escribir, han descubierto que una cuota de tolerancia no afecta a los capitales e intereses ideológicos. En efecto, mientras las derechas, las izquierdas y las nuevas ideas juegan a gobernar, los entes del poder, de la corrupción y del dinero dirigen el país a su antojo.

Quedan otros “pactos” fuera de análisis, pero igual de polémicos: entre partidos políticos, entre los poderes del Estado, entre gremiales, etcétera. Como sea, debemos observar con agudeza y criticidad “con quiénes” y “cómo” pactan los gobernantes y qué buscan. Los pactos, en esencia, son gestión gubernamental y, como anotó Peter Drucker: “Se puede decir que no hay países subdesarrollados, sino mal gestionados”. Hay que estar pendientes de los pactos que vienen y de si nos sacan de la pobreza o seguimos como hasta ahora.

*Óscar Picardo Joao ( opicardo@asu.edu ) es investigador y especialista en política educativa. Licenciado en Filosofía, con maestrías en Teología y Educación y Doctorado en Didáctica y Organización Escolar. Dirige el Instituto de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Universidad Francisco Gavidia. Foto El Faro: Víctor Peña
*Óscar Picardo Joao ( [email protected] ) es investigador y especialista en política educativa. Licenciado en Filosofía, con maestrías en Teología y Educación y Doctorado en Didáctica y Organización Escolar. Dirige el Instituto de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Universidad Francisco Gavidia. Foto El Faro: Víctor Peña

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