Columnas / Violencia

Por un maldito tuit: intolerancia en tiempos online

Empiezan en Twitter y luego se van a Facebook e Instagram. Y si encontraran la vieja clave de su Hi5, seguro también instigarían desde ahí.

Martes, 16 de julio de 2019
Willian Carballo

Disentir en Twitter en los últimos días es exponerse a que te mutilen y arrojen los trocitos al Amazonas. O, si quieren un ejemplo más local: escribir 280 caracteres de críticas es tirar granos de maicillo en la Plaza Barrios para alebrestar a cientos de cuentas de la red del pajarito para que vengan y te devoren. Te mientan la madre. Te rompen la paz. Te ultrajan. Te tratan de puta si sos mujer, de gay si sos hombre y de escoria si sos gay. Te maldicen a vos y a las siguientes tres generaciones que compartan tus genes. Piden que te violen, te asfixien, te entierren y –al estilo de El Patrón del Mal- que te desentierren, te revivan y te vuelvan matar. Y solo por un tuit. Por un maldito tuit.

Le ha pasado a periodistas, a académicos y a cualquier ciudadano que, desde su perspectiva o experticia, hayan hecho de encontrar pelos en la sopa un oficio necesario. La obra es siempre la misma: acto uno, el opinante escribe lo que la libertad de expresión le susurra al oído, que es lo correcto; acto dos, alguien con influencia lo retuitea o comparte; acto tres, rebalsa el Amazonas, se incendia la Plaza Barrios.

Lo que sigue es una colección de cuentas que huelen la sangre y se lanzan sobre la carne expuesta para desgarrar en nombre del fin de la posguerra todo aquello que no sepa a halago para sus defendidos. Empiezan en Twitter y luego se van a Facebook e Instagram. Y si encontraran la vieja clave de su Hi5, seguro también instigarían desde ahí. Ya acuerpados por una arrugada bandera de la libertad de expresión que no saben ondear, olvidan que también el otro, al que destazan, tiene derecho a opinar, a criticar, a cuestionar con respeto. Democracia, se llama la práctica. Tolerancia, se apellida.

Este fenómeno es preocupante por al menos tres razones. Primero, porque es la manifestación virtual de una sociedad violenta que tiene de tolerante lo que el FMLN de partido moderno y Arena de estable. Este país –que es el mismo del video viral de la Chapultepec, de la mujer que ocupó un parqueo se supone reservado y del hombre que la llamó pendeja por presuntamente adelantársele– ha encontrado en las redes sociales una prolongación de su rabia. Facebook y Twitter se han convertido en sucursales digitales de lo que somos en el mundo offline: egoísmo, machismo, furia, estrés. La diferencia es que ahora tenemos un avatar. Ya detrás de esa máscara, bien desde el anonimato de una cuenta falsa o desde un perfil real, pero resguardado por la tranquilidad de estar en casa sin arriesgar el pellejo, podemos insultar a De Los Cobos por no convocar a Fito Zelaya, llamarle pidiche a Jhosse Lora por querer el 40 % de música nacional en la radio o tildar de mareros a los que duden de la eficacia de las acciones gubernamentales en seguridad. Total, como el papel, los post aguantan con todo, incluso con la mentira.

Segundo, la violencia verbal es la larva de lo que en el futuro será el rugoso sapo de la violencia física. Hoy es escribir con los dedos grasosos sobre la pantalla táctil frases como “ojalá te violen y te maten”, con dedicatoria a quien no comparta tus argumentos; mañana, como explican los expertos, podría ser soltar el celular, salir a la calle, violarla y, finalmente, con esos mismos dedos, matarla. De feminicidios que empezaron con palabras hirientes están llenas las estadísticas oficiales.

Y tercero, acaso la razón más preocupante, existe una posibilidad de que detrás de los ataques en manada haya una estrategia al servicio de grupos de poder. Aunque no hay manera de probarlo aún, se corre el riesgo de que sea un modo instaurado para desactivar los circuitos comunicacionales de quienes se piensa son nuestros enemigos; y eso debería ser suficiente motivo para que los organismos mundiales que velan por la libertad de expresión se alerten. Si fuera así, huele a peligro. Demasiados daños colaterales dejaron aquellos tiempos en que el Estado jugó a ser Dios con traje verde oliva como para ponernos esas botas y esos cascos otra vez, aunque hoy sean virtuales.

Por lo pronto, entiendo que persista el miedo. Nadie quiere entregar su cuerpo al río para que, por una opinión, por un simple y maldito tuit, cardúmenes hambrientos te lo mutilen. Tampoco nadie es feliz con exponer su pensar como maicillo en plena plaza para que una bandada de cuentas de la red del pajarito te lo devore al calor del sol. Sin embargo, mal haríamos en callarnos justo ahora. Hoy más que nunca, con tantos medios para comunicarnos y de tantos colores, la libertad de expresión no es negociable, así como tampoco la responsabilidad de opinar con respeto, aunque discernamos. Pimponeemos ideas online. Critiquemos sin violencia digital. Hablemos. Ya demasiados ríos violentos y plazas ardientes tenemos en los bares, en las calles y en los parqueos como para seguirla en internet.

Willian Carballo ( @WillianConN )  es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.
Willian Carballo ( @WillianConN )  es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.

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