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“Club de afeminados”: una historia de pánico moral en El Salvador de 1957

El pánico moral y el escándalo público sobre orientación sexual, clase social y generación fueron utilizados para reconfigurar los armarios en la burguesía salvadoreña.

Viernes, 26 de julio de 2019
Amaral Arévalo

El “Club de afeminados” de 1957 tiene una especial relevancia en la redacción de una narrativa coherente, que empecé a trabajar en el 2014, sobre la disidencia sexual y de género en la historia salvadoreña, desde el periodo colonial hasta la época contemporánea. En este texto trato de hacer un resumen sobre dicho caso y el pánico moral que se generó y el cual interseccionó marcadores sociales de la diferencia como generación, clase social y orientación sexual.

Vicios sociales y campañas moralizadoras
En El Salvador de 1950, los vicios sociales, como el trabajo sexual, el alcoholismo, la pornografía o la desnudez pública habían ganado terreno en todo el territorio nacional. El trabajo sexual se fue consolidando en las principales ciudades del país en sectores y barrios específicos, ya sea por medio de permisos municipales o sin el consentimiento de las instituciones responsables por controlar este fenómeno social. La pornografía se presentaba principalmente con calendarios que poseían imágenes sugerentes de mujeres semidesnudas o en trajes de baño. También se pueden incluir películas que mostraban escenas de carácter sexual que eran exhibidas de forma privada. En cuanto a la “desnudez pública”, esta se relacionaba a hombres que en ríos o baños públicos se bañaban desnudos o a mujeres que, ejerciendo el oficio de lavandera, únicamente utilizaban faldas al momento de lavar ropa en ríos o lavaderos públicos. El alcoholismo era un vicio social que se evidenciaba más en las clases sociales pobres.

Para erradicar los vicios anteriores se promovieron “campañas de moralización”, las cuales englobaron acciones gubernamentales de represión social, acompañadas por diferentes sectores sociales que tenían como objetivo el control y “erradicación” del trabajo sexual, la pornografía, la desnudez pública y el alcoholismo, catalogados como elementos de peligrosidad que laceraban la institucionalidad del Estado por realizar o promover acciones contrarias a la moral.

Inauguración de la I Jornada de Moralización Nacional. Diario Latino, 03 de noviembre de 1952.
Inauguración de la I Jornada de Moralización Nacional. Diario Latino, 03 de noviembre de 1952.

Las campañas moralizadoras eran una especie de “cruzada” contra los diversos vicios que padecía la sociedad, ejecutando una serie de acciones coordinadas entre instituciones públicas, la Iglesia católica y personas ligadas a la anterior. Aunque las campañas moralizadoras tenían un foco de erradicación de vicios sociales, en ningún momento de las campañas realizadas entre 1952 y 1955 se ejecutó una “acción moralizante” en contra de la homosexualidad como “vicio social” o contra sujetos con una orientación sexual o expresión de género diferente a la heterosexual. Esto posiblemente se debía a que dicha temática era un tema tan cerrado y tabú que lo convertía en algo prácticamente invisible para la sociedad en general.

El pánico moral
El concepto de pánico moral fue creado a finales de la década de 1960 por el sociólogo Jock Young, pero fue difundido por Stanley Cohen por medio de su explicación de cómo fueron satanizadas las peleas de grupos de jóvenes en Inglaterra por los medios de comunicación para justificar la subsecuente represión policiaca. Posteriormente, la antropóloga Gayle Rubin describió cómo el pánico moral es interaccionado para resguardar las fronteras de la moral sexual hegemónica y atacar violentamente a comunidades eróticas minoritarias que desobedecen ese patrón de lo establecido como “lo normal”.

 

El 8 de agosto de 1957 en El Salvador, al interior del periódico El Independiente, propiedad de Jorge Pinto hijo, se publicó una denuncia sobre una Redada de afeminados en [un] baile de Rock´n Rol. Esta crónica dio a entender que jóvenes y hombres de clase alta supuestamente estaban cometiendo actos contra la moral en una fiesta privada, en la forma de “celebración de un casamiento” entre ellos. Aparentemente intervino la policía. En la declaración de la policía se afirma: “algunos de los afeminados se visten con trajes de novia para ‘contraer matrimonio’ con los otros vestidos de elegantes caballeros. Los homosexuales de mayor edad hacen de autoridades que confieren el matrimonio”.

En la crónica en cuestión se afirmó que después de realizar el matrimonio se efectuaban “orgías”. Esta información refuerza una idea de degeneración y perversión sexual al establecer que cometían “actos salvajes incalificables”. En el último párrafo de esta crónica se expuso una amenaza amarillista: la divulgación de los nombres de los afeminados. El pánico moral estaba creado y poseía, por medio de la amenaza de divulgación de nombres, una especie de seguro para evitar represalias y al mismo tiempo un incentivo mediático para mantener el interés del público sobre este tema.

Al siguiente día, el pánico moral se reforzó. Se agregó un componente más, la exhibición de una especie de geografía de la perversión al nombrar posibles lugares de realización de encuentros de este “club”: casas de las colonias Flor Blanca, La Rábida y Guatemala, y en inmediaciones del Parque Centenario. También se insinúa la existencia de casas para tales fines en fincas aledañas a la capital; incluyendo “filiales” en Santa Ana, San Miguel y otras importantes ciudades, y que dicho “club” formaba parte de una red internacional que tenía sedes en Ciudad de México, La Habana, Guatemala y Panamá.

Al tercer día de haber iniciado el pánico moral, se inició un proceso de identificación e individualización del caso expuesto ante la opinión pública. Se presentó a un personaje de clase alta, trotamundos, que había estudiado en el exterior y que era un deportista reconocido; todas estas insinuaciones estaban dirigidas a reconocer que dicha identidad velada era Enrique Álvarez Córdova. En este momento entra en el escenario del pánico moral La Prensa Gráfica por medio de la publicación de una caricatura. Esta presenta a dos personajes hombres con poses amaneradas, maquillados y utilizando ropa de talle femenino. Esa era la visión que se tenía de un afeminado de la burguesía salvadoreña.

El sábado 10 de agosto de ese mismo año, cinco días después, Jorge Pinto hijo sufrió una agresión física que consistió en golpes y contusiones en el rostro promovido por “supuestos desconocidos”. No obstante, al interior de dicha crónica, se menciona explícitamente que el propietario del vehículo donde se desplazaban los “desconocidos” era de Enrique Álvarez Córdova.

Al siguiente día, se presenta un hecho que modificó todo el escenario del pánico moral. Diversos periódicos publicaron una carta abierta al director de la Policía Nacional firmada por Enrique Álvarez Córdova, para que se hicieran públicos los nombres de los supuestos afeminados que fueron capturados por la policía. Ante esta publicación, la respuesta del Director de Policía no se hizo esperar y en las mismas páginas que se publicó la carta de Álvarez Córdova, se presenta la posición oficial de la Policía Nacional que negó la existencia de ese “club de afeminados”, que no existió ninguna redada y, en consecuencia, no se tenía ningún nombre registrado en los libros de entrada de las delegaciones de la Policía Nacional.

Ante tal declaración, Jorge Pinto hijo tuvo que explicar el origen su publicación. Pinto manifestó que todo inició por medio de una conversación informal que él tuvo con el coronel Tenorio, director de la Policía Nacional, sobre “un grupo de homosexuales de distinguidas familias”, y el lugar en el que estos se reunían, asumiendo que ahí efectuaban diversos escándalos contrarios a la moral, y por esta razón la policía intervino. Pinto hijo manifestó que su intención era promover una “campaña moralizante” contra un vicio social oculto en la sociedad.

Una vez aclarado el caso, el pánico moral empezaba a bajar sus niveles de intensidad en el séptimo día. Sin embargo, se presentó una de sus principales secuelas: la demonización del Club Deportivo Arco Iris, el cual era promovido por Álvarez Córdova. El nombre del club resulta ser paradigmático desde nuestra visión contemporánea, ya que el arco iris, desde la década de 1970, se convirtió en el símbolo global de la reivindicación de derechos y la no discriminación de la comunidad y movimiento de disidencia sexual y de género. Por tal hecho, al conocer el nombre del Club y al asociarlo a un grupo de jóvenes afeminados, se puede malinterpretar que era una vanguardia sexual. No obstante, John Lamperti manifiesta que el origen del nombre Arco Iris se debió a otros caminos no conexos a la organización de la disidencia sexual y de género.

Caricatura de afeminados. La Prensa Gráfica, 10 de agosto de 1957.
Caricatura de afeminados. La Prensa Gráfica, 10 de agosto de 1957.

El escándalo público
El 23 de agosto, al cual nombro como el 8º día de pánico moral, el periódico ocasional llamado El Machete publicó una lista, al parecer con 22 nombres de supuestos homosexuales. Con esta publicación, el pánico moral se transformó en un escándalo público que colateralmente abrió violentamente el tabú de la homosexualidad al interior de la burguesía salvadoreña.

A diferencia de la primera publicación del pánico moral, en esta ocasión las respuestas institucionales se hicieron sentir. El mismo día de la publicación, el presidente José María Lemus, por medio de las acciones de Luis Rivas Palacios, ministro del Interior, solicitó al Fiscal General de la República promover acción penal contra Álvaro del Cid y José Humberto Durán, editores responsables del citado periódico. La Alcaldía notificó al Ministerio del Interior que la Imprenta San José no estaba inscrita en el Libro de Matrículas de Imprenta, por lo cual fue declarada como “clandestina”. Tanto del Cid como Durán huyeron de San Salvador.

Diversos periódicos arremetieron contra El Machete, manifestando que dicha publicación había cometido difamación, calumnia y una transgresión a la libertad de expresión al interior del país. En editoriales se cuestionó el nivel profesional de dicha publicación, ya que además de incluir los 22 nombres, sin ninguna prueba, también se presentaron “imágenes”, las cuales más bien eran caricaturas representando a dos hombres en posturas sexuales, caracterizadas como “pornográficas”. Por último, se categorizó dicha publicación como “al margen de la ética, de la ley y de la moral profesional”.

El 26 de agosto, algunos de los injuriados, como Jaime Huezo Hidalgo, negaron públicamente cualquier acto o práctica sexual fuera de la norma heterosexual y dijeron que la información publicada en El Machete era falsa. A partir de esa falsedad, iniciaron procesos de demandas judiciales por injurias que fueron concentradas en el Juzgado Tercero de lo Penal de San Salvador. Después de la demanda interpuesta por Huezo Hidalgo, se presentaron el día 27 de agosto Antonio Lemus Simún en conjunto con Rafael Leret, vicecónsul de Cuba. El 28 de agosto se hizo presente el Dr. Max Patricio Brannon a interponer la denuncia contra los editores de El Machete por haber cometido el “delito de injuria grave con publicidad”.

Demandantes por injurias
El 30 de agosto, las denuncias judiciales por injurias presentaron una variante. Las demandas presentadas por el Dr. Brannon y el vicecónsul de Cuba, Rafael Leret fueron desestimadas por el respectivo juzgado. En el caso de Leret no se retomó por no ser ciudadano salvadoreño y la de Brannon, por tener una disputa judicial previa con los editores de El Machete.  Así, únicamente las denuncias hechas por Jaime Huezo Hidalgo y Antonio Lemus Simún mantuvieron su validez.

También en este día se publicó una declaración del Arzobispo de San Salvador, Luis Chávez y González. El arzobispo consideró que tanto el pánico moral y el escándalo público fueron promovidos por “el comunismo” al interior del país. El segundo punto que se destacó fue la utilización de una narrativa teológica para condenar la homosexualidad, muy propio de la Iglesia católica. El tercer punto fue una condena a la “enfermedad de la lujuria” presente en las “diversas esferas sociales”. A partir de esta declaración se puede inferir que los nombres expuestos en El Machete podrían tener una relación verdadera con prácticas sexuales en la clandestinidad de reuniones privadas en locales seleccionados.  

El 31 de agosto, El Independiente retomó el caso del escándalo público, al publicar una nota en la que manifiestaba que la presidencia de la República había sometido a la Asamblea Legislativa una reforma del Código Penal para castigar adecuadamente los “hábitos corrompidos”. Dicha publicación está cargada con una sensación de victoria por parte de Jorge Pinto hijo, haciendo notar que era verdad todo lo difundido desde el 8 de agosto por su periódico.

Rafael Herrera Rebollo, defensor público asignado al caso, expresó serias dificultades para ejercer el proceso de defensa de los acusados. Estas dificultades consistían en que no poseía información para diseñar una estrategia de defensa, ya que sus defendidos habían escapado de la ciudad y no conocía su paradero.

A inicio del año de 1958 se tuvo conocimiento de que el Br. Herrera Rebollo había presentado alegatos a favor de sus defendidos. En el escrito que presentó, se anteponen dos categorías: Animus injurandi vs. Animus corrigiendi. Herrera manifestó que tanto en la jurisprudencia nacional como en la internacional se establece que “el deseo de injuriar” constituye la base del delito de injuria, pero si este “deseo” no existiese, el delito de injuria tampoco. Herrera manifestó: “Puedo jurar ante Dios y los hombres que las personas que aparecen en la lista de mis defendidos recogieron rumores, fue más bien con el fin de hacer una denuncia de un mal que creyeron curar de esa forma”. En este orden de cosas, al tratar de cimentar la idea de que del Cid y Durán únicamente trataron de “corregir” un mal que se corría a voces, da a entender que la homosexualidad de quienes aparecieron en su publicación era un secreto a voces en la sociedad. Esta acción de “corregir”, según Herrera, se salió de control cuando se mal interpretaron las “intenciones morales” de los directores de El Machete.

El resultado final del proceso penal es una incógnita. Las cuatro denuncias de las que se tiene conocimiento fueron aquellas que los medios de comunicación registraron. Tanto el proceso penal y la publicación original de El Machete son documentos que la historia sexual salvadoreña desea mantener en el olvido, ya que, hasta la fecha de publicación de este texto, no se han podido conseguir. ¿Alguien sabe a dónde se puedan encontrar estos documentos?

Valoraciones finales
¿Existió este Club de Afeminados? Considero que este “club”, según las características que le otorgó Jorge Pinto hijo, no debe de haber existido. No obstante, considero que sí existían espacios privados de encuentro homosexual al interior de San Salvador. Este tipo de espacios privados fue lo que de manera informal el coronel Jorge Tenorio de la Policía Nacional le comentó a Pinto hijo en su casa. También considero que es probable que haya existido algún tipo de rencilla personal entre Pinto y Álvarez, la cual Pinto quiso saldar por medio del pánico moral que desató, ya que, al analizar la información y la manera en que fue manejado el tema, se percibe un sesgo muy marcado contra la figura de Álvarez Córdova en todas las publicaciones de El Independiente. Lo anterior, hasta cierto punto se puede comprobar en El grito del más pequeño, libro que recoge las memorias de Jorge Pinto, donde escribió una serie de comentarios sobre Álvarez Córdova desde una posición, que entre líneas denotan una disculpa post mórtem por los problemas que le causó.

Cuando una lista de 22 supuestos homosexuales fue publicada en El Machete, el tabú sobre la homosexualidad se rompió al interior de la burguesía salvadoreña. Desde tiempo atrás, por colocar una fecha 1940, en los márgenes social se tiene conocimiento de personas homosexuales, basta con recordar el caso de Juliana Martínez. Las personas de clases inferiores, a pesar de que sus cuerpos corrían mayor riesgo de ser eliminados, optar0n en más oportunidades por la visibilidad social. Esta visibilidad fue reducida a territorios específicos donde podían mostrar su orientación sexual, identidad o expresión de género públicamente; siempre y cuando fueran espacios sociales marginales y marginalizantes. Este caso fue importante en su momento para mostrar que la disidencia sexual y de género, también podía existir al interior de la burguesía salvadoreña.

El Gobierno de José María Lemus sacó provecho político de forma colateral. Lemus promovió una reforma de Ley de Imprenta para controlar las publicaciones de los periódicos, prácticamente una “censura”, pero sin utilizar esa palabra. Las reformas a esta ley se fundamentaron en aspectos de moralidad, aunque en ningún momento se hace alusión directa al pánico moral del “Club de Afeminados” o al escándalo público originado por El Machete. En medio del escándalo público se lanzó un “concurso” en el cual el municipio que demostrara mayor “conducta moral y cívica” recibiría como premio una obra de interés colectivo. En el año 1957 ganó San Isidro Labrador y en 1958 San Pedro Puxtla.

Para finalizar, todo este pánico moral y escándalo público sobre orientación sexual, clase social y generación fue una oportunidad no aprovechada para la reivindicación de derechos y, por el contrario, fueron utilizados para reconfigurar los “armarios” en la burguesía salvadoreña. Para algunos, significó el silencio de su sexualidad – como el caso de Enrique Álvarez Córdova que hasta la fecha se reproduce; y para otros, posiblemente, pactar con el sistema heteropatriarcal hegemónico públicamente se transformó en un mecanismo de sobrevivencia social.

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