Teófilo Guevara tiene largo rato viendo el río Torola. En la mano lleva una vara y mira la corriente como quien calcula fuerzas. Es un hombre de 55 años, delgado y tostado por el sol. Se quita el pantalón, lo mete en su mochila, queda en calzoneta y empieza a clavar su vara en el agua para medir profundidad. A medio río, una de sus piernas queda atrapada entre las rocas del fondo y la corriente le mueve el cuerpo entero. Intenta salir y, con trabajo, lo logra. Cruza al otro lado. Ya está en San Isidro y el trayecto le ha dejado raspones en la rodilla y muslo izquierdo.
“No es de broma hacer un puente. Tienen un gran trabajal”, dice más tarde frente a unos trabajadores del Ministerio de Obras Públicas (MOP) que, a la orilla del río, apilan piedras con una máquina retroexcavadora. Hace más de 80 días, el nuevo Gobierno prometió construir aquí un puente en tiempo récord, en un máximo de 45 días, aseguró el MOP en la primera semana de la gestión Bukele. De haberse concretado como lo prometió la propaganda gubernamental, Teófilo ahora tendría la camisa seca, no tendría ningún rayón en sus piernas y la obra sería toda una hazaña, según expertos en ingeniería. Pero lo cierto es que la construcción del puente sobre el río Torola se adjudicó apenas a inicios de septiembre, según documentos oficiales obtenidos por El Faro.
El puente, para Teófilo, sin lugar a dudas es una necesidad. Como lo es para los habitantes de este pueblito escondido entre las curvas de Morazán. Este es un municipio pequeño de 2,800 habitantes que no está acostumbrado a ser noticia. No tiene fiesta grande ni personaje vistoso que lo haga estar en la conversación nacional. Pero, desde junio, cuando se prometió el puente, su nombre no ha dejado de sonar en los medios y en las cuentas en redes sociales del Gobierno.
En la mochila, Teófilo carga una lámpara y una varilla de hierro envueltas en nylon, “para que no se mojen”. Teófilo venía de Torola, donde vive su señora, pero su casa está en San Isidro. La división entre su amor y su solar es el río. Por eso cruza este 30 de agosto, como lo ha hecho por años.
El hombre, que ha vivido toda su vida entre estas montañas y a las orillas del río, dice que no hay que confiarse, que el Torola es traicionero. Cuenta de algunos borrachos que, decepcionados de la vida, se han dejado arrastrar por la corriente o de adultos que hace años se cayeron de “la maroma”. La maroma es un cable que los viajeros entre San Isidro y Torola usan para cruzar cuando el río está crecido.
Que el río mata gente y que la gente muere por la falta de un puente fue el gancho del que se agarró el Gobierno para prometer la obra en tiempo récord. El 4 de junio, Maria Chichilco, la ministra del nuevo Ministerio de Desarrollo Local, le comunicó una tragedia al presidente Bukele. Le contó, por twitter, que “dieciocho niños han muerto porque no había un puente entre Villa El Rosario y San Isidro y no pudieron llegar a tiempo al hospital”. Ese tuit activó cientos de mensajes de tristeza y rabia por la injusticia de tantos niños muertos. “Me sacó unas lágrimas saber esto”, respondió un usuario. 25 horas después, el presidente de la República le respondió a Chichilco. Y no le respondió con cualquier mensaje: le presentó la solución a tanta muerte con un render de cómo quedaría el puente.
En redes sociales, esta obra fue celebrada como el primer signo de la inmediatez con la que actuaría el Gobierno. El presidente dijo que la obra se empezaría a construir en tres días, pero para entonces faltaban tres meses para que se completara la licitación de la empresa que lo construirá.
Mientras, en San Isidro nadie da razón de los 18 niños muertos. No se consiguen sus familias ni sus nombres, sus edades, o el año en el que murieron. Y el puente, catalizado por la tragedia mediática y prometido para el 20 de julio, aún no existe.
Una mentira, una propaganda, una obra pública
Alexander Guevara es un hombre corpulento, amable y platicón. Es el director de la escuela del caserío El Copante, cercano al río y síndico municipal en la alcaldía dirigida por el arenero Julio Franco. El lunes 3 de junio estaba trabajando con los niños en su jornada normal, cuando de la alcaldía le llamaron a una reunión urgente porque había gente del Fondo de Inversión Social para el Desarrollo Local (FISDL) que, sin previo aviso, lo buscaban. “No, atiéndalos usted”, le dijo a la secretaria de la alcaldía.
Luego recibió otra llamada, donde le repetían que llegara porque las autoridades tenían que estar. Él no entendía la insistencia. Usualmente llegan funcionarios del FISDL y sin alboroto.
Le necesitaban para recibir a la ministra Chichilco.
María Chichilco es excombatiente de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), una de las organizaciones que conformaron el FMLN. Peleó en la guerra y fue comandante de una célula guerrillera. Fue diputada, pero se alejó del partido y de la política en protesta por lo que consideró un desvío en el FMLN, lo que la convirtió en una suerte de conciencia crítica de la misma izquierda. Cuando el “gobierno del cambio” de Mauricio Funes ganó en 2009, regresó como viceministra de Gobernación, hasta 2011. De su pasado guerrillero hay un documental en el que se le retrata como una mujer pobre, guerrera y justa. En el nuevo Gobierno, esos atributos son reforzados por las cuentas oficiales en una campaña que la perfilan como la principal emisaria de Nayib Bukele allá donde los gobiernos anteriores “nunca” llegaron. En su primer día de trabajo, la persona encargada de sus redes sociales, subió una fotografía de ella preparando sus zapatos a las 4:45 a.m. El fondo de la foto es una cesta de mimbre de las que se usan para ir al mercado. “Como usted me lo indicó, señor presidente Nayib Bukele, estoy lista para iniciar mi primer día de trabajo junto a mi jefe, el pueblo salvadoreño”, decía el texto que acompañaba la foto.
Al tercer día de Gobierno, y con el elemento de la sorpresa, María Chichilco llegó a San Isidro y se reunió con el síndico Guevara. “Nosotros venimos acá porque a San Isidro lo hemos catalogado como uno de los más pobres del país”, recuerda que le dijo Chihilco. San Isidro es el municipio con prioridad número uno en la Estrategia de Erradicación de la Pobreza 2017. En un video institucional que hace resumen del primer día de trabajo de María Chichilco, se lee: “San Isidro, en Morazán, es uno de los municipios más pobres de El Salvador, cuenta con las peores condiciones de vida para sus habitantes”. Según el índice de desarrollo humano municipal de 2009 hecho por el PNUD, San Isidro es uno de los municipios con desarrollo humano más bajo. Después de él hay otros 14 municipios en peores condiciones.
Después de tantos estudios, sobre San Isidro ya hay claridades sobre las principales necesidades, pero la nueva ministra llegó con inquietudes. “Dígame lo que más les está haciendo daño”, le dijo al síndico. Y así, Alexander Guevara mencionó tres prioridades: Primero le explicó que tienen problemas de agua, que cae cada seis u ocho días. El segundo problema fue el estado de la calle hacia el municipio cercano, San Simón. Un cruce sano sobre el río Torola apareció como tercera opción, pero para la alcaldía la necesidad era una “pasarela”, no un puente. Por décadas, los habitantes de esta zona han atravesado el río a través de un cable y una garrucha, la “maroma”, la versión rústica del canopy por el que pagan turistas en otros lugares.
Alex y la ministra Chichilco fueron hacia el río, vieron la maroma, se abrazaron y posaron para las cámaras. En otro video publicado en la cuenta del FISDL, un piano suena de fondo mientras aparece en texto una frase que, en teoría, es de María Chichilco: “Los habitantes me pidieron un cable nuevo para cruzar el río. Sabía que el presidente Bukele me llamaría la atención si hacía eso porque los salvadoreños merecen mucho más, entonces les dije que juntos construiríamos un puente”.
El alcalde Julio Franco dice que la ministra se confundió. Que en San Isidro no pidieron un cable: “En otro pueblo le pidieron cable, nosotros le planteamos la (necesidad de) pasarela de un solo. Pero ella fue clara en decir que si había contrapartida, ella sí le echaba mano si no, no. Yo agarré ese compromiso. La alcaldía va a invertir entre 40 y 50 mil dólares”, explica a través de una llamada telefónica.
Un día después de la visita, la cuenta de María Chichilco le tuiteó al presidente la problemática de transporte en el pueblo y la pena que le causó el tema de los 18 niños muertos.
“Qué tristeza, cómo pudo el gobierno saliente dejarlos a su suerte, qué dolor e impotencia”, se leía en un tuit de esas fechas. Pero lo que en twitter causó revuelo, en San Isidro causa sorpresa. Este es un pueblo caluroso y cualquier oficina con aire acondicionado es un oasis, aunque sea temprano por la mañana. La entrada de la alcaldía es uno de esos espacios. Ahí, está reunido un grupo de hombres al que pregunto si alguno conoce a los familiares de los 18 niños muertos por la falta del puente.
—¿Niños? Se han ahogado como tres que yo me acuerdo. De ahí solo gente vieja.
—Bolos—zanja otro.
—Ahí casi solo viejos se han muerto. Bolos. Y otros que se han decepcionado, que se han matado-dice un tercero.
En San Isidro, la historia de 18 niños muertos por la falta de un puente también sorprende a Estela Lobos, la encargada del registro familiar de la comuna. Esta es la oficina que emite las partidas de nacimiento y las actas de defunción. Estela intenta acordarse de los casos de menores fallecidos como consecuencia del paso por el río y busca las actas de defunción en su computadora, pero no recuerda tantos. Menciona al menos tres y se compromete a buscar más. Cuatro días después cumple su promesa y dice que en los registros encontró cuatro casos. Una menor ahogada en 1995, otro adolescente del que no tiene fecha, un menor muerto por sumersión en el 2015 y el caso de un joven llamado Kevin, quien presumen se amarró una piedra al cuerpo y se tiró a las aguas del Torola.
Del otro lado del río hay menos información. Marlen Orellana, la encargada del registro familiar del municipio de Torola, recuerda solo a un adolescente de 17 años que murió en el río en 2015. “Él salió con unos amigos. Alguien que estaba en la otra orilla dice que vio como que se tropezó y se cayó”, cuenta. Pero, hay un detalle, dice la empleada: él falleció entre el río Araupe y el río Torola, “no donde están haciendo el puente”. Orellana sugiere que si se necesita conocer información de personas que han fallecido por cruzar el cable, es mejor consultar en San Isidro.
En la clínica de San Isidro tampoco saben de dónde salió la cifra de los 18 niños muertos.
Esmeralda Argueta, la directora de la Unidad de Salud da cuenta de los mismos casos que la registradora Lobos, pero no puede dar fe del número que el Gobierno ventiló.
—El Gobierno habla de niños fallecidos porque no llegaron a un hospital por falta de puente.
—Pero no era porque tenían que ir al hospital, sino porque eran niños que se trasladaban de un extremo al otro para ir a la escuela—responde la médico.
—En la alcaldía han dado registro de cuatro niños que murieron.
—Sí, esa cantidad -confirma la doctora.
La verdadera construcción del puente sobre el río Torola
El 6 de junio, el Ministerio de Obras públicas anunció un imposible a través de un comunicado. “El MOP invertirá entre $850 mil y $1 millón de dólares y se ha planificado construirse en un tiempo máximo de 45 días”, decía el mensaje. El plazo que el Gobierno se dio venció el 20 de julio. A la fecha, ese comunicado ha sido borrado de las cuentas oficiales del ministerio. El 10 de junio, cuatro días después de ponerse un plazo límite para construir el puente, el MOP se reunió con los técnicos para resolver el cómo.
En San Isidro, incluso los más optimistas, son prudentes previendo el tiempo que toma la construcción de un puente de esta magnitud. Cuando a Alexander, el profesor y síndico, se le pregunta qué pensó del plazo de los 45 días, responde tranquilo: “Mire, es mentira. ¿Sabe por qué? En todo trabajo siempre hay imprevistos. Nosotros somos conscientes de que este invierno lo pasamos como siempre”. Luego sonríe pensando en el siguiente invierno, el de 2020, con el puente ya instalado.
Esta es una constante. A la gente de San Isidro no le sorprenden los plazos inmediatistas. Baltazar Reyes, el subdirector del Instituto del municipio es, a la vez, profesor de música. Toca la trompeta un rato y luego cuenta cómo duelen las heridas que provoca agarrarse de la maroma sin guantes. Pero, “las cosas no se hacen de la noche a la mañana”, concluye.
Con la misma calma responde uno de los trabajadores del MOP que custodia “las bases” del puente y se hace llamar Carlos. Bajo el sol del mediodía y frente a las aguas nada claras del Torola, él adivina por qué el Gobierno se apresuró en prometer plazos difíciles de cumplir. “El presidente dio una respuesta inadecuada porque es nuevo. No sabe cuánto toma. Este es un proyecto que toma unos ocho meses”, conjetura.
Cuando se prometieron los tiempos para la construcción de la obra, no se había realizado el sondeo geotécnico de la zona. Uno estudio de este tipo es el que permite conocer el terreno en el que se pretende construir algo para tomar las mejores decisiones de ingeniería. La orden de compra de dicho estudio fue firmada por el ministro Romero Rodríguez Herrera el 14 de junio. A la empresa “Rodio SwissBoring El Salvador” se le dio como plazo diez días para realizarlo. Para entonces, según la promesa, la construcción debía haber empezado seis días atrás.
Los tiempos de una obra de esta magnitud -un puente metálico de cerca de 100 metros- toman más tiempo que lo anunciado, explican expertos. Julio Samayoa es un ingeniero y catedrático de la UCA. Es especialista en diseño de estructura metálica. Al mostrarle el diseño prometido por el presidente en Twitter, considera que solo la estructura metálica, es decir, la parte de arriba del puente, sin contar sus bases, toma al menos un trabajo de 150 días. Es decir, el triple de lo que dijo el MOP.
Además, la construcción de las bases de una estructura de este tipo, explica el ingeniero, tiene un tiempo mínimo predeterminado: “El concreto tarda en endurecer 28 días. Usted no puede hacer nada antes de los 28 días. Lo coloca y después puede seguir”. Aunque, vislumbra una posibilidad para acelerar procesos: “Se pueden conseguir aditivos que aceleran el endurecimiento del concreto. Son bien caros, pero teniendo la plata se hace”.
Otro ingeniero también se mostró escéptico ante los tiempos de la construcción. Ricardo Castellanos tiene más de 30 años de experiencia en construcciones y es formador de futuros ingenieros. Él asegura que, siendo optimistas, un puente de este tipo toma como mínimo cuatro meses en temporada seca. Además, sostiene que es preocupante la seguridad de la construcción: “Para empezar, esto no se hace en invierno. Esto es suicidio hacerlo en septiembre u octubre. Esto yo lo empezaría en noviembre. El río Torola es bien traicionero. En una crecida del río le lleva todo (el avance)”.
Pero, precisamente la inminente llegada del invierno fue uno de los motivos que expuso el ministro Romeo Rodríguez Herrera para declarar urgente la contratación de la construcción del puente. Que la obra sea catalogada como urgente implica que el ministerio puede hacer una contratación directa y reducir los tiempos de una licitación normal.
La Ley de Adquisiciones y Contrataciones de la Administración Pública (LACAP) estipula que una obra puede tener la calificación de urgencia siempre y cuando su postergación imponga “un grave riesgo al interés general”. Y el razonamiento del MOP para la contratación directa es que “la postergación (de la construcción) pone en riesgo la vida de las personas que habitan en los referidos municipios”.
Para otros, el peligro radica en construirlo ahora. El ingeniero Castellanos asegura que por el aumento del cauce del río, es aventurado intervenir durante la temporada lluviosa. Históricamente, septiembre es el mes con más lluvias en territorio nacional, según el Ministerio del Medioambiente y Recursos Naturales. “No creo que una empresa en su sano juicio se meta a construir esto en septiembre y octubre”.
El avance fantasma
“Ahí arriba me preguntan: '¿cómo está el puente?', n'ombre, le digo yo si eso está empezando nada más. Yo ya estoy al tanto que estos trabajos no son de utual a mañana”, dice Teófilo Guevara antes de ponerse el pantalón y empezar su caminata hacia San Isidro.
Detrás de él, los trabajadores del MOP siguen removiendo piedras del río. Los trabajadores dicen que están levantando uno de los muros del puente. Pero sobre el Torola todavía no hay puente. “Bien se llevan unos seis meses de barato”, juega a calcular Teófilo. Luego, se despide y mientras se pone su ropa seca empieza a tararear “Por qué me hacés llorar” de Juan Gabriel.
Un mes antes, la cuenta de la ministra Chichilco había respondido a Patrick Murray, un usuario de Twitter, que “el puente ya cuenta con el 40% de avance”. Para entonces, tampoco había ninguna construcción sobre el Torola. Es decir, cuando la ministra, el 24 de julio, dijo en su cuenta de twitter que el puente ya estaba avanzado, el MOP ni siquiera había firmado la resolución que permitía la contratación directa de la empresa que construiría la obra.
En realidad, hasta el dos de septiembre de 2019 hubo una empresa seleccionada para construir el puente: “Construcción, Transporte y Terracería Serrano, S.A de C.V”, mejor conocida como CONTRASTES. El pago por la construcción es de $646 mil dólares. Desde 2011, la empresa contratista tiene experiencia brindando a instituciones del Estado otros tipos de servicios. Hay registros de licitaciones que ellos han ganado para la construcción de bóvedas, obras de mitigación, mantenimiento de vías y mejoramientos de caminos rurales.
CONTRASTES, de acuerdo con el Centro Nacional de Registros, es una empresa constituida en 1998, dedicada a proyectos de construcción. De acuerdo con el contrato que firmó el 2 de septiembre, el MOP le dio a la empresa un plazo de 90 días para ejecutar la construcción.
Se contactó vía telefónica y por correo electrónico con Karla Serrano, la administradora única suplente de CONTRASTES. Ella se limitó a responder: “Ya tenemos la orden de inicio. Esperamos terminar el proyecto en el tiempo, ese es el compromiso que asumimos al participar”. Esta orden es una formalidad que brinda el administrador del contrato. Es el banderillazo de salida para una carrera en la que tienen noventa días.
La orden de inicio fue dada por el administrador del contrato el 18 de septiembre, 102 días después de la orden de inicio de construcción que el presidente Bukele dio en Twitter. El nuevo plazo para la construcción del puente, el plazo que no está en las redes, finaliza el 17 de diciembre.
Hasta esa fecha, si se cumple el calendario, los habitantes de San Isidro seguirán cruzando el Torola por medio de “la maroma”, porque la fase más copiosa de la temporada de lluvias ya ha comenzado, y porque la promesa de un puente en 45 días quedó demostrado que fue tan solo un mito.
En la alcaldía del municipio, recién el 13 de septiembre se estaban licitando algunos materiales para la construcción del puente. El alcalde Julio Franco asegura que la empresa constructora llegó en la segunda semana de septiembre a trabajar ya con sus máquinas. El 19 de septiembre, el MOP anunció que ya estaban trabajando en las bases del puente.
Estamos terminando el estribo en el cual descansará el Puente en el Río Torola.
— Romeo Rodríguez Herrera (@RomeoHerrera1) 1 de octubre de 2019
No descansamos, para llevar conectividad a las familias de San Isidro y Torola. Para que no sufran muertes como en el pasado👊🏼 pic.twitter.com/OjOT3IexPx
Patrick Murray, el usuario de Twitter que dos meses antes había preguntado a la ministra Chichilco por los avances, se mostró sorprendido: “¡¿Apenas las bases?! Si a mí, con toda seguridad y certeza, la propia María Chichilco me dijo (...) que el puente llevaba un 40% de avance. No creo que sean capaces de mentir de tal manera”, se lee en el tuit en el que se adjunta la respuesta que había dado la cuenta oficial de la funcionaria.
En resumen, el puente será una realidad, pero la propaganda de esta construcción ha sido más efectiva que su propia ejecución. “Digamos que el proyecto ya está en un 50%.”, dice el alcalde Julio Franco. Consultado sobre cómo puede haber avance de la mitad de la obra cuando ni siquiera están construidas las bases del puente, responde: “Mirá, el traslado del material de San Salvador a San Isidro tiene un costo. Haber comprado ese material ya es inversión adelantada”. Luego, hace un símil un tanto extraño para un puente: “Es como cuando yo ya compré la tela y solo me falta hacer el vestido”. Allá, en San Isidro, solo falta hacer el puente.