Columnas / Política

Reformar la educación exige reformas al modelo económico

Ninguna reforma educativa seria y sostenible en el tiempo es posible sin que se reforme también el modelo económico. Salvo que, como ya se ha hecho antes, se cambie todo para no cambiar nada.

Miércoles, 20 de noviembre de 2019
Gonzalo Aguilar Riva

La reforma educativa está en el centro de la discusión en América Latina, y en particular en El Salvador. Una búsqueda rápida en internet bastará para encontrar artículos científicos, columnas de opinión y entrevistas en las que los especialistas argumentan que es imprescindible rediseñar el sistema educativo para que este sea capaz de garantizar el aprendizaje de los estudiantes y promover el desarrollo del país. Nadie podría estar en desacuerdo. Pero esa es sólo la mitad de la historia, porque la reforma educativa, una que cambie algo sustantivamente, no es posible mientras no se toque el modelo económico.

He escuchado muchas veces, y seguramente los lectores también, que “el país va a cambiar cuando se mejore la educación”. Lamentablemente, ese optimismo debe ser desestimado: el sistema educativo es funcional al modelo económico. Esta idea ha sido desarrollada en Schooling in Capitalist America, un libro imprescindible de la Sociología de la educación, escrito por Bowles y Gintis en 1976. ¿Qué significa que el sistema educativo es funcional al modelo económico? Que el sistema educativo sirve para reproducir el mundo, no para cambiarlo.

Basta con ir a una escuela en El Salvador y observar qué se aprende hoy: a leer, a escribir, a realizar operaciones matemáticas básicas y a obedecer. En la escuela se adquieren las competencias necesarias para insertarse en el mundo del trabajo. ¿Por qué en la escuela salvadoreña no se aprende a investigar, a tener criterio propio? Porque esos no son requisitos para insertarse en un mercado de trabajo de baja productividad, en el que toca trabajar más de 8 horas, sin seguridad social, sin vacaciones, pero donde no hay que cuestionar, sino obedecer y ejecutar.

También se puede ir a la escuela para observar los valores que se difunden implícitamente, por ejemplo, a la hora del recreo: mientras los hombres ocupan el centro, corren, saltan, gritan, las mujeres están en los márgenes, sentadas. Se puede observar también la asignación de tareas: las niñas barren, limpian, ordenan, mientras los niños trepan, cargan. La escuela reproduce roles de género, exaltando la idea de que son las mujeres quienes deben ocuparse de las labores de cuidado. Esto es fundamental para la reproducción del modelo económico, porque las labores de cuidado constituyen, en la práctica, un subsidio al capital, una idea que Espino, desde el marco teórico de la economía feminista, ha desarrollado en Perspectivas teóricas sobre género, trabajo y situación del mercado laboral latinoamericano.

Existe, además, un elemento adicional: el sistema educativo reproduce también la estructura de clases. Está ampliamente difundida la idea de que la educación es un vehículo de movilidad social, pero la evidencia parece no ser del todo contundente. Los hijos de padres de clases trabajadoras van a las escuelas públicas, justamente aquellas en las que los aprendizajes son poco significativos y en las que se reproducen “valores”, como la obediencia, el machismo, el individualismo, etc. Por su parte, los hijos de padres de clases medias y altas asisten a colegios privados, donde el nivel de formación y las redes, sobre todo eso, son otros. Luego, al enfrentarse al mundo del trabajo, los recursos adquiridos determinarán la posición que ocuparán. Los datos de la Encuesta Longitudinal de Protección Social (ELPS) 2013 de El Salvador son reveladores: en promedio, un bachiller cuyo padre tiene educación superior gana más que un bachiller cuyo padre no terminó la educación básica.

Como he señalado antes, y como he intentado argumentar, el sistema educativo está al servicio del modelo económico. El abandono de la escuela pública no es casual, sino que es el resultado de las necesidades de mano de obra del aparato productivo. Siendo así, es impensable una reforma educativa que no esté aparejada a una reforma del modelo económico. Esta conclusión muestra que sólo hay dos opciones para quienes plantean hacer cambios en el sistema educativo, pero no quieren tocar el modelo económico: o tienen buenas intenciones, pero no entienden nada de la articulación entre educación y trabajo; o tienen intereses económicos que cuidar, pero necesitan dar discursos políticamente correctos.

Un elemento clave de la reforma educativa es la mejora de las condiciones salariales de los docentes. Las investigaciones empíricas han demostrado que docentes mejor remunerados obtienen mejores resultados en sus estudiantes. También es necesario mejorar la disponibilidad de otros recursos educativos: laboratorios, bibliotecas, materiales, infraestructura, etc. Esto implica necesariamente que el Estado incremente el gasto público, a lo que siempre se han opuesto los defensores de la austeridad gubernamental con el argumento de la estabilidad fiscal. Para evitar el desajuste, sería necesario, entonces, incrementar los ingresos, eliminando exoneraciones tributarias e incentivos fiscales de los que se benefician las grandes empresas e incrementando impuestos a los que más tienen (impuesto sobre la renta, impuesto al patrimonio, impuesto predial, impuesto a la herencia). Una reforma tributaria progresiva está en la base de una reforma educativa.

Todavía más importante parece ser la cuestión de para qué se reforma el sistema educativo si en lo económico persiste un aparato productivo incapaz de absorber mano de obra calificada. No se puede pretender cambiar el currículo educativo, promover la reflexión crítica y la construcción de ciudadanía a través de él, mientras estas habilidades no estén articuladas con la demanda en el mercado de trabajo. Para que esto sea posible, el Estado debe definir una política de diversificación y transformación productiva, y debe usarla como instrumento para crear los incentivos y ejecutar las inversiones que sean necesarias. Esto muestra, una vez más, que la reforma educativa sólo tiene sentido si el Estado asume el rol que le corresponde en la economía, lo que implica un cambio en el paradigma actual.

Las movilizaciones masivas en Chile muestran el agotamiento de un modelo económico que los demás países latinoamericanos, incluido El Salvador, copiamos veinte años después. Este es el momento propicio para empezar a discutir seriamente las reformas al modelo económico salvadoreño, y para articular a esta discusión las propuestas de reforma educativa. Ninguna reforma educativa seria y sostenible en el tiempo es posible sin que se reforme también el modelo económico. Salvo que, como ya se ha hecho antes, se cambie todo para no cambiar nada.

Gonzalo Aguilar Riva es peruano, economista por la Pontificia Universidad Católica de Perú y magíster en políticas públicas por la Universidad de Chile. Tiene cinco años y medio viviendo en El Salvador y es profesor de la Maestría en Política y Evaluación Educativa de la UCA.
Gonzalo Aguilar Riva es peruano, economista por la Pontificia Universidad Católica de Perú y magíster en políticas públicas por la Universidad de Chile. Tiene cinco años y medio viviendo en El Salvador y es profesor de la Maestría en Política y Evaluación Educativa de la UCA.

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