Columnas / Cultura

Una de guerrilleros y soldados en Netflix

Aunque 'Su último deseo' es la novedad, los sangrientos conflictos o intervenciones militares en Centroamérica llevan dándole de comer más de tres décadas a varios guionistas estadounidenses.

Jueves, 27 de febrero de 2020
Willian Carballo

¿Qué tienen en común Bruce Willis; en su papel de El Chacal; Leonardo, la tortuga ninja; Sarah Connor, la heroína de Terminator; y Elena McMahon, la periodista a la que da vida Anne Hathaway en la recién estrenada película de Netflix, Su último deseo? Algo que nos atañe: los cuatro aprendieron en las montañas centroamericanas lo que tenían que saber sobre ser fuertes o sobre violencia: Bruce, a ser un maleante; Sarah, a combatir androides; Anne, a buscar noticias bajo las balas; y Leo, a forjarse carácter como líder.

Aunque Su último deseo es la novedad, los sangrientos conflictos o intervenciones militares en El Salvador, Guatemala, Nicaragua y Panamá llevan dándole de comer más de tres décadas a varios guionistas estadounidenses. Estos, a fuerza casi siempre de estereotipos y construcciones simplistas, han recurrido a contar dichos sucesos para crear películas y series de televisión. Bajo esa premisa, y basado en una investigación de la Escuela de Comunicación Mónica Herrera, propongo recorrer cinco formas en las que la cinematografía y televisión estadounidenses han representado las realidades centroamericanas de finales del siglo pasado y lo que eso significa para nuestros países.

Un primer bloque lo conforman aquellos filmes o seriados que retratan a América Central como un patio de entrenamiento para los norteamericanos. Somos, según esta narrativa, el sitio para adquirir destrezas bélicas y experticia violenta: los personajes vienen, aprenden de la rudeza de las milicias o rebeldes y vuelven a su país o a otro más conflictivo ya con varias cruces y cicatrices a cuestas. Cambian las tramas, pero no la premisa.

En El Chacal (1997), por ejemplo, Bruce Willis es un criminal que recibió entrenamiento militar en El Salvador, donde aprendió español. Jim Caviezel, por su parte, da vida en Crimen en primer grado (2002) a un estadounidense acusado de haber asesinado a civiles en este mismo país. Antonio Banderas interpreta en El cuerpo (2001) a un sacerdote que hacía labores de inteligencia militar en El Salvador y ahora el Vaticano requiere de su experiencia en Jerusalén. Y, por otro lado, ya en Nicaragua y en tono comedia, Padre de Familia (episodio tres, primera temporada) cuenta cómo el pequeño Stewie huye hacia ese país para conformar su propio ejército; mientras que Terminator 2 revela que Sarah Connor recibió entrenamiento en la misma tierra que alberga a Mauricio Funes. Por último, presumiblemente en Guatemala, una de las versiones de las tortugas ninjas (TMNT, 2007) cuenta que uno de los mutantes adolescentes, Leonardo, es enviado por su mentor a la selva centroamericana para forjar su carácter ante rudos militares en un ambiente hostil.

Una segunda forma de representación es utilizar las guerras internas de estos países solo como telón de fondo para otros temas que, en el guion, son más relevantes. El filme Donnie Darko (2001), por ejemplo, es un thriller psicológico centrado en un adolescente, pero retoma en segundo plano la invasión estadounidense a Panamá a través de los debates presidenciales que el padre del protagonista mira en televisión. Incluso Costa Rica –exenta en la vida real de la mayoría de conflictos recientes de sus vecinos– es salpicada un par de veces. La más emblemática ocurre en el primer episodio de la tercera temporada de la controversial caricatura South Park, cuando los niños protagonistas se internan en la selva para aprender de ecología, pero terminan secuestrados por guerrilleros y en un fuego cruzado con militares. Finalmente, la también animada American Dad (episodio quince, temporada tres) dedica una canción a Oliver North, implicado en el financiamiento estadounidense a los contras, el grupo armado que luchaba versus los sandinistas en Nicaragua.

En un tercer patrón, muchas tramas se sitúan en suelo gringo, pero presentan personajes que aluden al pasado bélico de la región centroamericana. La comedia El dictador (2012), por ejemplo, exhibe a una refugiada salvadoreña, víctima de la guerra, a quien le faltan los brazos. Neto, por otro lado, aparece en Día de entrenamiento (2001) como un exmiembro del Comando Atlacatl que hoy es parte de la Mara Salvatrucha. En Los Simpson (episodio dos de la décimo cuarta temporada), un guerrillero amarillo se emociona cuando escucha a Homero mencionar “El Salvador”. Y en Two and a half men, en el último episodio de la décima temporada, el protagonista Walden conoce a una fotógrafa que ejerció durante la época de los contras nicaragüenses.

Un cuarto recurso consiste en utilizar las guerras civiles centroamericanas para representar a través de metáforas la violencia en otros contextos. Por citar dos casos: la matanza en una iglesia en Kill Bill. Volumen 1 (2003), de Quentin Tarantino, parece “obra de la maldita guerrilla nicaragüense”. Mientras que en la serie de televisión Gilmore Girls (episodio uno, temporada cuatro), una vecina de las protagonistas bromea tras varios días sin verlas: “Creí que las había secuestrado algún loco sandinista”. Los nicas son, pues, sinónimo de sangre y crimen, según Hollywood.

https://www.youtube.com/watch?v=v9p8bsgFkRo

Finalmente, el periodismo es el otro gran protagonista. La cinta más conocida quizás sea Salvador (1986), de Oliver Stone, sobre un reportero que se aventura como corresponsal en medio de las atrocidades de la guerra civil salvadoreña. Y la más reciente: Su último deseo. En ella, una corresponsal que descubre en 1982 la masacre de El Mozote debe huir de El Salvador luego de que los ataques a la prensa pusieran en riesgo su integridad, pero después se ve involucrada en los negocios turbios de su padre, lo que la llevará hacia la convulsa Nicaragua a hacer negocios con los paramilitares. En ambas, aunque sobre todo en la primera, el poco realismo de los escenarios y la imprecisión temporal de los hechos en la segunda (tanto la masacre como su descubrimiento por parte de la prensa internacional ocurrieron en 1981), irrita a cualquier perfeccionista.

¿De qué hablamos, entonces? De una colección de estereotipos que refuerzan, primero, la idea de que la región centroamericana no es más que una especie de gimnasio rudo, propiedad del país del norte, donde aquellos que quieran perfeccionar el arte de la violencia deben inscribirse para adquirir destrezas útiles para futuros complicados. Se trata de un patio que ellos mismos equiparon y sienten que, de alguna manera, les pertenece.

Por otro lado, aunque muchas tienen una base real (los conflictos y la violencia regional existen, claro), la representación maximiza estos aspectos y esconde aquellos positivos que hubieran desentonado con la trama bélica. Se cae así, de nuevo, en el viejo vicio de los estereotipos: personajes que refuerzan imaginarios compartidos de un grupo social sobre otro, a costa de confeccionar caricaturas malévolas, incapaces –salvo excepciones– de demostrar algo bueno.

Como consecuencia, y aunado a que la producción cinematográfica de ficción es escasa en nuestros países, son otros los que terminan contando a nuestra América Central en las pantallas y no nosotros mismos. O, lo que es peor, solo se narra una de las versiones de la historia: la estadounidense.

Y si a eso le sumamos que los pocos esfuerzos creativos regionales sobre estos temas terminan asfixiados por la maquinaria de márketing de Hollywood o Netflix, el panorama es aún más desesperanzador. Un panorama en el que el resto del mundo seguirá viendo a la película de Anne Hathaway o a la de Oliver Stone como referentes de ficción sobre nuestras guerras civiles.  O lo que es peor: quizás creyendo que la historia es 100 % como la cuentan Terminator, los niños de South Park o una tortuga ninja adolescente mutante con nombre de pintor renacentista.

Willian Carballo (@WillianConN) es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.
Willian Carballo (@WillianConN) es investigador, catedrático y consultor especializado en medios, cultura popular, jóvenes y violencia. Coordinador de investigación en la Escuela de Comunicación Mónica Herrera.

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