Columnas / Desigualdad

¿Qué nos está pasando?

Estos tiempos nos exigen solidaridad no rocas, nos demandan compenetración no miedo, nos suplican empatía no apatía. Si queremos salir adelante, debemos entender que el esfuerzo debe ser colectivo.

Lunes, 30 de marzo de 2020
Miguel Morales Barrios

El 18 de marzo se anunció el primer caso de SARS-CoV-2 (coronavirus), abriendo las puertas a un miedo y una desesperación que desde hace días goteaban en El Salvador en forma de fotos, videos, y notas de voz con rumores de casos y su supuesto ocultamiento por parte de las autoridades. 

Las duras medidas tomadas por el presidente Bukele para prevenir la entrada al país del virus le ganaron muchos más elogios (me incluyo) que críticas, precisamente porque el miedo ya nos atenazaba. Estábamos conscientes de que, dado el precario estado del sistema de Salud, era preferible pecar de precavidos. La experiencia que han sufrido otros países que reaccionaron más lento dan razón a la eficacia (que no eficiencia) de las decisiones del Gobierno. 

Luego de algunos días de cautela y optimismo, el presidente anunció que había un caso positivo: el paciente cero es una persona que entró al país a través de un punto ciego. Esa noche las redes sociales ardieron y, nuevamente, circularon rumores e imágenes falsas. La sensación de derrota y zozobra se estaban convirtiendo en ira y búsqueda de venganza, incitados en parte por una administración que le apostó al prestigio de ser de los últimos países en tener infectados por la pandemia y que para conseguir el apoyo necesario había apelado a una retórica de miedo y urgencia. 

En el caos cibernético no hubo una sola voz oficial que tratara de contener las críticas, insultos, deseos de muerte a la persona con COVID-19. Esto está ocasionando un grave daño que algunos no son capaces de prever: si existe una persona que ingresó de escondidas al país y está sintomática, no buscará al personal de salud. El miedo a la cacería de brujas se lo impediría, con lo que pudiera infectar a otros salvadoreños y causar una expansión sigilosa de un virus que puede mostrar síntomas hasta 2 semanas posexposición. Me aterra pensar en esta posibilidad. 

Estos días, con la cuarentena total, el poder que se le ha dado a la PNC junto a la falta de claridad sobre quiénes pueden circular y cómo demostrarlo, ha desembocado en la captura de cientos de personas, y la publicación de sus fotos y nombres. Me dolió ver la tristeza y decepción que se notaban en los ojos de ellos. Pero la forma de anunciar las detenciones ha cumplido su propósito: nuevamente, la histeria generalizada llevó a pedir cárcel, insultar, denigrar a gente que probablemente salió por comida, medicinas, a trabajar… ¿qué nos está pasando?

Cuando nos dominan los impulsos más básicos actuamos de manera irracional. Y aquí es donde la tarea del gobierno debe ser contundente y clara. La enorme capacidad publicitaria de ellos es innegable, pero en este caso no aparenta ser prioridad. En vez de ayudarnos a ver la llegada del COVID-19 al país como algo inevitable, y centrar esfuerzos en buscar contactos y aislarlos, a la vez que se educa a la población, parece que el objetivo es avivar y promover el miedo. Ese miedo colectivo ya nos ha costado $2 000 millones que desconozco si son necesarios. Lo desconozco porque no se ha desglosado en qué se invertirá exactamente (o por qué las alcaldías se quedarán con el 30 % de ese monto). 

Lo que sí sé es que estamos viendo un cambio preocupante en la ciudadanía. Rumores de vecinos saltándose la cuarentena, malos tratos a personal que labora en hospitales, rechazo e indiferencia ante los miles de salvadoreños varados en el extranjero... Todo esto en una población que desde hace semanas ha acaparado suministros esenciales, como mascarillas y guantes, a pesar de que le son de poca utilidad (y que las autoridades, en vez de detenerlo lo promueven obligando su portación para salir de casa). 

Conozco médicos y estudiantes que van a farmacias y ferreterías y regresan con las manos vacías. Están en el frente de batalla y no tienen protección. El egoísmo de quien quiso evitarse la incomodidad de una cuarentena es igual al de aquel que no le importa acabarse, acaparar y revender después las mascarillas, o dejar sin medicamentos a pacientes con lupus. ¿Qué nos está pasando?

En medio de esto y ante el duro golpe económico, el presidente Bukele tomó la excelente decisión de dar $300 a las familias más necesitadas, una medida que, a pesar de ser concebida con las mejores intenciones, ha mostrado problemas en su ejecución. El lunes 30 de marzo nos despertamos con imágenes de miles de salvadoreños haciendo colas, frustrados por el imperfecto sistema para corroborar si se recibía la ayuda (a través del DUI en una página web con varios problemas al inicio). Abarrotaron las sedes del Cenade, que tuvieron que cerrar. La imagen que más me golpeó fue la de una anciana llorando impotente. ¿La reacción cibernética? La misma de siempre: insultos, deseos de muerte, enojo, frustración, etc. Todo esto dirigido contra los más vulnerables, personas que están sufriendo, con hambre, con necesidades que ni siquiera somos capaces de intuir. En serio… ¿qué nos está pasando?

Aquellos prestos a tirar la primera piedra: mírense en el espejo. Probablemente en su bruñida superficie les devuelva la mirada el infame paciente cero o la impotente anciana del Cenade. Estos tiempos nos exigen solidaridad no rocas, nos demandan compenetración no miedo, nos suplican empatía no apatía. Si queremos salir adelante, debemos entender que el esfuerzo debe ser colectivo. Como país nos unimos los primeros días que empezaron a funcionar los centros de cuarentena. Era conmovedor ver los mensajes de apoyo, las donaciones de la empresa privada, el espíritu de cohesión y sostén. No había colores políticos que nos dividieran. Estamos ante una crisis de salud que además atenta contra nuestra humanidad. Todos: presidente, políticos, empresarios, civiles estamos en la misma barca. La anarquía y los saqueos, productos de la desesperación, nos van a consumir a todos. Aún hay tiempo, aún podemos dar marcha atrás. El futuro de nuestro país depende de ello. 

Miguel Morales Barrios es médico graduado de la Universidad Dr. José Matías Delgado, diplomado en Educación de la Afectividad (ICEF). Recientemente fue aceptado en el programa de residencia de pediatría en MetroHealth/Case Western University (Cleveland), escribe en el blog Solounlago. 
Miguel Morales Barrios es médico graduado de la Universidad Dr. José Matías Delgado, diplomado en Educación de la Afectividad (ICEF). Recientemente fue aceptado en el programa de residencia de pediatría en MetroHealth/Case Western University (Cleveland), escribe en el blog Solounlago. 

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