Dejar de trabajar y encerrarse en casa durante el estado de excepción por Coronavirus es un lujo que quienes trabajan en el sector informal de El Salvador difícilmente pueden darse. No hablamos de poca gente. Según un estudio que Fusades presentó en octubre de 2018, se trata de siete de cada diez salvadoreños. Gente que no tiene Seguro Social ni pensión y, salvo excepciones como algunas empleadas domésticas, tampoco un pago fijo. Los vendedores informales son ícono de este desafortunado sector de la economía nacional, y los vendedores del Centro Histórico son los más célebres de entre ellos. No son pocos. Al menos hasta 2015, la Alcaldía capitalina calculaba que son más de 8,600 en puestos en las calles del Centro, y unos 10,000 ambulantes: carretoneros y buhoneros (que andan la venta en la mano). Toda esa gente no se puede dar el lujo de encerrarse. Si venden, comen; si no, no. Así lo dicen algunos de ellos. "¿Se imagina si no salimos a vender lo que va a pasar con nosotros? Nos van a dejar morir", dice una anciana que vende medicamentos. "Si no me dejan venir al trabajo, yo voy a hacer desvergue", dice un lustrador de zapatos. "La gente de dinero compra cosas para guardarlas, nosotros ni el supermercado conocemos", dice una vendedora de ropa interior. De momento, el Gobierno no ha prohibido la actividad comercial en las calles, pero la sola idea de que esta crisis llegue a ese punto pone en jaque a estos trabajadores.
El 15 de marzo, el presidente Nayib Bukele ordenó a las empresas enviar a sus casas a las personas mayores de 60 años, esto debido a que son los más vulnerables ante una inminente infección por el COVID-19. Ese domingo, el presidente dijo que los mayores deben salir para cosas "estrictamente necesarias". En las cuadras remozadas del Centro lo estrictamente necesario para muchos ancianos es pasar todo el día en la calle intentando vender algo. La vida no es normal en el Centro. Hay menos afluencia de gente, aunque siguen siendo multitudes en las horas pico, y a partir del martes 17 las principales plazas amanecieron cerradas con cinta amarilla para evitar aglomeraciones. Sin embargo, los vendedores de ropa, sorbetes, hamacas, panes, café, baratijas no se detienen. Siguen pateando calle, buscando sobrevivir al hambre en tiempos de Coronavirus.